miércoles, 23 de febrero de 2011

Música y emociones.-


A veces, este jubilata que uno es, es capaz de sentir emociones estéticas que le liberan -siquiera por breve tiempo- de su mísera condición de ameba chapoteando en la charca de la mediocridad ambiente. Cuando esto ocurre, uno descubre que, aparte ser un ente impersonal (forzosamente despersonalizado, diría) útil en cuanto consumidor o dócil receptor de consignas, tiene aptitudes que le rescatan de la dictadura ambiente; esa que hace de la vulgaridad una norma no escrita a la que todos nos plegamos por convenciencia y subsistencia.
Y una de esas aptitudes, que afloran tan de tarde en tarde, es la de sentir en la piel y en el alma la emoción que puede transmitir una pieza musical como es el concierto para piano y orquesta número 3 de Rachmaninov, o la sinfonía "Patética" de Tchaikovsky. Por supuesto, un entendido se sonreiría con suficiencia por mi emocionada declaración de melómano de a pie; no en vano, estos compositores son como las primeras letras que todo aficionado aprende en el alfabeto de la música culta.
La verdad es que, si a uno no le embarga la melancolía al oír los primeros compases de la "Patética", mejor que se dedique a escuchar los 40 Principales. Si oír la voz grave de los contrabajos y la indroducción melodiosa del fagot, acompañados por las violas, con su aire sombrío, en los primeros compases del adagio, no le llenan de emoción trágica a uno, hará muy bien en disfrutar de las canciones de Lady Gaga y ahorrarse los euritos de la entrada al Auditorio.
Así que, lo dicho: uno tiene su corazoncito de melómano de infantería y esteta de fin de semana, y lo declara para conocimiento del improbable lector. Tampoco tiene nada de especial. No se olvide que tanto Rachmaninov como Thaikovsky son tan populares que están al alcance del oído de cualquiera que no tenga alpargatas en lugar de orejas. Popularidad que se volvió contra ellos, ya que hacían una música "fácil", según los sesudos críticos, versados en la gramática de la composición musicial. Entiéndaseme, una música fácilmente asequible a personas con una mínima sensibilidad, pero no lo digo desde el punto de vista de la complejidad en su ejecución, como es la parte pianística del dicho concierto de Rachmaninov.
Este jubilata ignora si habrá una pieza para piano que tenga el aluvión y la complejidad de notas de este concierto número 3. Pero de lo que está casi seguro es que, para interpretarlo, hace falta mover los dedos sobre el teclado con la agilidad de un atleta de alta competición. Por eso, Yuja Wang nos dejó arrobados y con la emoción prendida de sus manos, viéndola derrochar una energía poco imaginable en una criatura menudita y aniñada, con aspecto de chinita de procelana, tan frágil de aspecto era ella.
Porque esta pianista Yuja Wang -que un servidor no conocía- es una muchachita china de veintipoquitos años, un prodigio minifaldero y con botas altas que a este jubilata con costra le alegró las pajaritas. Lo digo porque es la primera vez que veo a una pianista interpretar en una sala de conciertos -tan convencional, con sus músicos de traje oscuro y su público burgués y también convencional- luciendo muslo y usando los pedales del piano desde lo alto de unos tacones de aguja, interpretando con la maestría de un Rubinstein. Pues sí: lucía, desacomplejada, sus bonitos muslos, para alegría de jubilatas en arrobo estético/erótico, como éste que lo cuenta.
Claro que las emociones del jubilata tienen poco que ver con el espíritu comercial de la pianista con manos de diosa y muslos de ninfa. Y es que, en las páginas interiores del programa que te entregan a la entrada, aparece la mocita Yuja Wang con su sonrisa oriental de niña prodigio exótica, anunciando una famosa marca de relojes -de esos que a nuestros políticos les gustaría recibir a cambio de favores- y una archiconocida firma discográfica. Se ve que el sentido de los negocios, tan fuerte en los chinos, no menoscaba la capacidad pianística de la jovencísima Yuja; más bien se complementan en un matrimonio de conveniencia (fama y dinero) que da excelentes resultados.
No sería justo no dedicarle algunas palabras al director, Pietari Inkinem. El improbable lector no se asombre de mi aparente erudición: yo tampoco lo conocía. Un hombre tan joven que, si lo vieses haciendo botellón, no te extrañaría. Pero no, dirigió la sinfonía "Patética" sin partitura, lo que significa un enorme dominio de la obra, aplomo, conocimiento fuera de toda dura. Verle tan joven, tan enérgico en la dirección y dominio de la orquesta, con aquel flequillo que parecía moverse al par de la batura, me producía admiración y envidia a la vez.
Hay personas - Pietari Inkinen y Yuja Wang- que parecen nacer predestinadas para cosas bellas o grandiosas, mientras que otros ni predestinación tenemos; nos quedamos en funcionarios jubilados, y gracias.

Adenda.- He dudado en publicar esta entrada por temor a parecer superficial. A cada momento llegan noticias de Libia con los asesinatos de población civil por parte de los sicarios del enloquecido Gadafi, y los ánimos no están para bromas. Por otro lado, no está mal mantener la normalidad de los actos de cada día, aunque sea colgando un texto intranscendente. Hoy tocaba, y lo he hecho.

jueves, 17 de febrero de 2011

Pedir en el Metro.-

Entró en tromba en el vagón y empezó a recorrerlo a buen paso. No me resultó difícil clasificarlo: un pobre de pedir, modalidad peripatética. Es lo que tiene desplazarse en Metro de forma habitual, que uno termina conociendo al personal que se mueve por allí y sabe a qué atenerse.
Normalmente, el pordiosero entra por uno de los extremos del vagón y va recorriendo éste, mientras salmodia sus penurias y trata de conmover al respetable con su discurso mas o menos brien trabado. Los hay que hablan bajito, se mueven despacito, dirigiéndose a los viajeros más próximos y esperando las limosnas. Recorren poquito a poco el coche entre parada y parada, y salen por el otro extremo, resignados. Otros, por el contrario, recorren el vagón en un sentido y otro varias veces y a buen paso, mientras dura el trayecto entre estaciones. Éstos hablan con voz fuerte, para general conocimiento de todos los viajeros, y miran al frente, a nadie en concreto. Son los pordioseros peripatéticos, enérgicos y desinhibidos.
- A ver, caballero, haga el favor, que estoy trabajando - me dijo el peripatético, y me hice a un lado.
Que era un peripatético el que acababa de entrar se lo noté enseguida, apenas tuve que levantar la vista del libro. Por si acaso, para no interferir su modus operandi, me arrimé un poco más a la pared del vagón y le dejé espacio libre. Otro tanto hicieron algunos viajeros que se sujetaban a las barras con la mano. Casi de forma imperceptible, se fue abriendo un pasillo libre de estorbos que permitía al indigente peripatético ejercer su oficio con relativa comodidad.
- ¿Ha pasado antes algún colega? -, me preguntó. Yo, como todo viajero en estas circunstancias, metí la cabeza en el libro e hice como que no le oía.
No esperó mi respuesta. Miró hacia el fondo del coche, vio que el camino estaba despejado y, sin más dilaciones, comenzó con buena voz: "Hace dos días que me he duchado en el refugio y me han dado esta ropa -empezó informando-. Vivo en un garaje con mi mujer y mis dos niños, y no tengo trabajo..." Me gustó su tono decidido, muy profesional. Unas brevísimas notas autobiográficas que captaron el interés general.
El peripatético tenía vis dramática: paso seguro, voz convincente y gesticulación bien medida. Para convencer de sus buenas intenciones, a la vez que abanzaba por el pasillo que los viajeros le habían abierto instintivamente, iba persignándose lentamente e informando: "Hasta que tenga trabajo, necesito pedir para alimentar a mis niños. Yo no quiero hacer daño a nadie y prefiero pedir antes que robar..." Argumento éste que, aunque bastante socorrido entre los de su profesión, produce alivio entre los pasajeros, los cuales, una vez que saben a salvo su cartera, vuelven a sus ocupaciones habituales: leer la prensa gratuita, dormitar, enroscarse las neuronas al MP3 o, simplemente, poner esa cara de ajo aburrido tan habitual en los viajes suburbanos.
En lo que duró el trayecto, el peripatético recorrió tres veces el vagón arriba y abajo, con enérgico caminar, antes de llegar a la siguiente parada. Nadie le dio un céntimo. Terminó de nuevo a mi lado, poco antes de que el convoy entrara en la siguiente estación, echó una mirada reprobatoria a los viajeros y comentó:
- Con eso de la crisis, éstos están más tiesos que yo-, dijo. Nos miró con cara de lástima y se fue corriendo al siguiente vagón.

viernes, 11 de febrero de 2011

Merdulencias Madrileñas.-


Esta semana he decidido desbridarme un rato y hablar del Madrid merdulento. Ya sé que una de las actitudes más penosas que pueden darse en un habitante de cualquier ciudad es echar pestes de la misma, pero es que Madrid, en ese aspecto, es paradigmático. Si uno mira al cielo, ve una enorme boina grisácea que enturbia cielos y pulmones; si mira al suelo, lo ve tachonado de mierdas de perro, con pavimentos desvencijados, con papelotes y desperdicios mil. Si mira a sus políticos, tan bien instalados en sus prebendas, los encuentra mediocres y presuntuosos; si mira a su conciudadanos, en apariencia tan dóciles y adocenados, parecen asemejarse a una masa amorfa formando un ganglio incívico y despersonalizado. Como se ve, andamos de humor de perros, pero motivos no faltan.
Por mirar e intentar comprender, uno se mira a sí mismo y se pregunta qué coños hace en un lugar, y en una sociedad, que le producen tanto disgusto. Y la respuesta tampo le satisface, con lo que se apresura a buscar justificaciones por los cerros de Úbeda. La más fácil: vivo aquí, pero no soy de aquí; esta sociedad me supera. Lástima que no sea suficiente; uno no puede vivir de espaldas al medio en el que va sobreviviendo. Quiera que no, uno pertenece a la sociedad y al lugar donde vive y es responsabilidad suya mejorarlos en lo que pueda.
Siendo joven migré a esta ciudad desde un pueblo, buscando universidad donde formarme y un trabajo con el que sustentarme. Pude optar por otros lugares, pero la capital daba algunas oportunidades que eran difíciles de encontrar en aquellos mediocres finales del franquismo. Al final, cuando quieres darte cuenta, Madrid te ata. Aquí te casas, encuentras un trabajo estable, haces amigos (todos provincianos, como tú) compras piso y organizas tu vida. Cuando están vinculado a un lugar, a ver cómo rompes con tantas ataduras y reorganizas tu vida en cualquier otro sitio. Es muy difícil. Aunque te pases el día pisando mierdas perrunas y repirando gases corrosivos, aguantas.

No sé cómo decirlo, pero de todos los inconvenientes de esta villa mesetaria, el que más le disgusta y le encocora a uno es el de andar sortando mierdas de perro. Ya sé, ya sé que es un asunto bajo, escatológico, antihigiénico, antiestético e incívico eso de tomar como argumento de esta bitácora el enmerdamiento perruno de los madriles, pero la merdulencia canina ha llegado a un grado tal que es omnipresente en las vías públicas. Un por ejemplo: sales de casa y ves papeles y envases por el suelo... y una mierda canica espachurrada por el zapato de un peatón apresurado. Atraviesas el parque del Calero (jubilatas que juegan a la petanca, niños que retozan como ternerillos bípedos, mamás que parlotean de sus cosas) y ves honrados ciudadanos (ellos y ellas ) que pasean a sus perritos, ciegos al rastro de heces que van dejando los animalitos. Llevas unos envases a depositarlos en el contenedor de vidrios y ves, arrumbados junto a los contenedores, cartones, muebles despiezados, un retrete agrietado y abandonado a su mísera suerte, una tele de las de antes del TDT, desperdicios variopintos... y varias... - ¿Lo diré otra vez? ¡Pues sí!- ... mierdas perrunas de distinto tamaño y textura: recién defecadas y jugosas, unas; resecas o en proceso de deshidratación, otras.

Triste vida la del habitante de este poblachón con pretensiones de capital europea: si miras arriba, ves el borrón gris de la contaminación; si miras al suelo, ves el asfalto agrietado y la infinita variedad de merdulencias consustanciales al incivismo ciudadano y a la desidia municipal; miras alrededor y ves masas de coches contaminando.
Si, harto, cierras los ojos, es peor aún: todas esas miserias siguen existiendo y, encima, corres el riego de romperte la crisma en un socavón. Pero no hay que desesperar porque el Ayuntamiento de Madrid nos lanza un mensaje esperanzador por boca de su Botella de Medio Ambiente: "El paro asfixia más" ¡Con un par de neuronas!
Madrid me ata, Madrid me mata.

domingo, 6 de febrero de 2011

Nuestros vecinos del Sur.-


Improbable lector que echas un vistazo distraído a esta bitácora ¿Sabías que, cuatro días después de huir el autócrata tunecino Ben Alí, la agencia de calificación Moody´s degradó la nota de la deuda soberaba tunecina de "Baa2" a "Baa3"? Por su parte, la agencia Fiych Standard & Poor´s y la japonesa Rating and Investiment, pusieron a Túnez bajo "vigilancia negativa". Para entendernos: a los "Mercados" (cuando digo "Mercados", entiéndase "Especuladores de capitales") les sienta mal la libertad de los pueblos. Les desasosiega.
Es "0bsceno", dice el articulista donde leí la noticia, pero es consecuente. El triunfo de la libertad produce "incertidumbre" en los "Mercados", mientras que el control de un país por parte de un dictador da "seguridad". El dictador domestica a los pueblos, a las organizaciones sindicales y a los trabajadores, y la prensa se convierte en correa de transmisión de las consignas del Poder. Dicho en vulgo: Aquí no se mueve ni dios y todos trabajamos para el mismo amo.
Recuérdese 1973 y la toma violenta del poder en Chile por Pinochet: las huestes de Milton Friedman saludaron alborozadas la caída de Salvador Allende. Convirtieron el país en un laboratorio donde experimentar las teorías neoliberales y quedaron muy satisfechos de los resultados. Tanto, que nuestra sociedad es el resultado de aquel experimento. Que la consecuencia del golpe militar pinochetista/kissingeriano fuese la pérdida de libertad y sus consecuencias - persecución política, torturas, asesinatos de disidente y el sometimiento de todo un pueblo -, no dejaba de ser pecata minuta. El "Mercado" funcionó como la seda.
Y es que la libertad es demasiado imprevisible para ser "rentable", excepto cuando se trata de la libre circulación de mercados y capitales. Pero nuestros vecinos del Sur, sin pedir permiso a las agencias de calificación, han optado por la democracia, por muy incierta que resulte, frente a la dictadura, que tanta confianza transmite a los mercaderes del dinero.
Es curioso el desamparo en que quedan los mecanismos del "sistema" cuando éste se desbarata. La televisión oficial tunecina, al descabezarse el poder al que obedecía, no sabía qué actitud tomar, qué noticias debía dar. Faltos de consignas, sus responsables se justificaban diciendo que no podían actuar de otra forma a como se les mandaba y ahora no tenían a quién obdecer. Su desconcierto llegaba hasta el punto que, mientras la prensa internacional daba noticias de la huída del dictador, ellos seguían transmitiendo consignas de un poder ya fenecido. "La Tele es como un prisionero que hubiese salido de la cárcel y no supiese dónde ir", "No tenemos la costumbre de ser libres", son comentarios de algunos periodistas tunecinos, que explican así tal desconcierto.
En fin, la libertad siempre produce desasosiego. Por estos pagos europeos, nuestros sesudos dirigentes andan muy preocupados por temor a que el vacío de poder, que se produce cuando triunfa una revuelta popular, venga a ser ocupado por los islamistas radicales. Lo que, de forma indirecta, sirve de justificación a la necesidad de una autoridad férrea, no sólo para tranquilizar a esos "Mercados", cuanto para liberarnos, a los mansos ciudadanos de este lado del Mediterráneo, del terror a la gumía del sarraceno fanático... Pero no se nos dice que los extremismos religiosos y políticos son consecuencia, al menos en parte, de la reacción a un poder que impide cualquier manifestación de disidencia. Incluso en Túnez, uno de los países árabes más laicos, se empezaba a dar el fenómeno de la observancia religiosa estricta como oposición a un poder corrupto. Es el caso, según leo, de muchachas que usaban el velo islámico, mientras que sus madres, no.

Aunque parezca no tener nada que ver: Los jacobípetas que hacen el Camino, cuando entran en la villa navarra de Obanos, pueden leer sobre la puerta de la muralla: Pro libertate patriae, liberos estote", que era el lema de los infanzones medievales de aquella villa. "Sed libres para que la patria sea libre", - de tiranos y de "mercados", habría que añadir actualmente -. Lema que, sin saberlo, han hecho suyo los tunecinos, y espero que también los egipcios, los yemeníes, los jordanos, argelinos, libios, marroquíes. Hombres libres en un país libre, en árabe y en cualquier idioma.
Inch´Allah!, que dirían nuestros vecinos del Sur.

martes, 1 de febrero de 2011

Por las cañadas, pisando nieve.-








Lo mejor de las andanzas serranas es cuando, al placer de caminar, se une el interés cultural. En esta ocasión, con la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid, hemos cumplido las dos finalidades: recorrimos, el pasado sábado 29 de enero, el tramo de la Cañada Real Segoviana entre Valdemanco y Buitrago, pasando por el Puerto del Medio Celemín y la subida de Matallana hasta El Cuadrón para, desde allí terminar en Buitrago de Lozoya, pasando cerca del embalse de Río Sequillo: un recorrido por el pie de sierra que nos lleva sobre la antigua cañada ganadera.


Por esta cañada transitaron durante siglos los ganados del Honrado Concejo de la Mesta, que se desplazaban, buscando los pastos de verano, desde Extremadura hasta la sierra de Neila, en Burgos. En total, unos 500 kilómetros de recorrido. Nosotros, claro está, hacemos un pequeño tramo, unos 18 kilómetros. Nos mueve solamente el interés deportivo y cultural, y por lo tanto, hacer este camino no implica mayores obligaciones que llevar buen calzado, ropa de abrigo y el indispensable bocata en la mochila. La nieve se encargará de empaparnos las botas, a pesar de ir pertrechados con los guetres, y la caminata nos abrirá el apetito. Lo habitual en estos casos.





Es cosa sabida que la mayor riqueza de Castilla, durante la Edad Media, fue la ganadería y sus derivados: especialmente, la lana, que era tratada en los ranchos de esquileo y lavaderos - muchos de cuyos restos aún pueden verse a lo largo de los caminos -, para ser exportada a diversos países europeos.

Este gremio de la Mesta fue fundado por Alfonso X el Sabio, quien dio privilegios y exenciones fiscales a las asociaciones ganaderas, cuyos mayores propietarios fueron la nobleza y la Iglesia. La Mesta se disolvió en 1836, bajo la regencia de la reina María Cristina. Con estos apuntes someros, vale para esta croniquilla.






Cinco siglos de pervivencia que han dejado huella a todo lo largo y ancho de la Meseta. El Consejo Europeo, preocupado por la diversidad cultural de los países miembros, recomendó la conservación de las cañadas ganaderas españolas como muestra de nuestro acervo cultural e histórico. Con esta finalidad, la C. A. de Madrid ha ido marcando las antiguas cañadas, dentro de los territorios de su competencia, para su mejor conservación y disfrute por los caminantes. Hay que decir que muchas de ellas, en algunos tramos, han desaparecido por culpa del aprovechamiento privado en contra del interés general.



Parte de este recorrido ya lo habíamos hecho hace un par de años, cuando estuvimos recorriendo la ruta del Arcipreste de Hita, del que seguimos sus pasos bajo la guía de Guillermo García Pérez, quien ha hecho un estudio-guía basado en las andanzas que el Arcipreste describe en su Libro de buen amor. Con lo que no está de más advertir al improbable lector que acaba de publicarse Ruta del Arcipreste (Ed. Polifemo), del amigo Guillermo, por si alguien siente curiosidad y decide hacer este camino histórico, menos asendereado que el consabido Camino de Santiago, tan turistizado y mercantilizado.


Puede verse en las fotos: la nieve cubría los montes, los campos y los caminos, lo que añade a estos parajes una belleza de la que pocas veces puede disfrutar el asfaltícola madrileño. La subida al puerto del Medio Celemín resultó fácil, a pesar de la nieve, y tuvimos ocasión de contemplar, a nuestra derecha, la sierra de la Cabrera con su perfil recortado, y el Mondalindo, atrás y a nuestra izquierda. Dicen que el nombre de "medio celemín" le viene a este paso de que era el portazgo que pagaban los pueblos que iban a moler el grano a los molinos de Lozoya. El celemín es una medida de capacidad para cereales que equivale a 4,6 litros.


En El Cuadrón nos cruzamos con la carretera que se interna en el Valle del Lozoya. Comimos el bocata en un bar, regándolo con buen vino y tacitas de caldo. Desde allí, hasta Buitrago de Lozoya, pasando junto al embalse de Río Sequillo, nos quedaban unos 8 kilómetros, que hicimos con la tripita caliente y los pies húmedos.


La marcha estuvo bien, pisamos nieve sin mayores dificultades, charlamos por los caminos y terminamos nuestro caminar con los habituales objetivos cumplidos: las tres "S". Me explico: en nuestro grupo solemos decir que hay que regresar a casa Sanos, Salvos y, a ser posible, Secos. Y, aunque es verdad que esta vez no se cumplió la tercera condición -la de llegar "secos"-, una ducha calentita en casa se encargó de poner las cosas en su sitio.