viernes, 27 de mayo de 2011

Una escapada.-





León es una ciudad que conocí por primera vez cuando lo del vínculo matrimonial con la mi santa. Puede decirse que el día del bodamento iban en el mismo paquete, ya que uno no puede meterse en ese contubernio del casorio sin matrimoniarse, a la vez, con todas las circunstancias que aporta la contraparte contratante. Total, que echarse a dormir en el mismo colchón -con las bendiciones sociales al caso, que uno es poco original- y conocer las tierras leonesas fue todo uno.


Ya sé que cuando se habla de esta ciudad es inevitable hablar de su catedral, de San Isidoro, del Hostal del San Marcos y todos esos lugares monumentales que todo quisque conoce. Pero León es bastante más que sus monumentos históricos, es una ciudad hecha a dimensiones humanas.


Uno puede recorrer la ciudad caminando de punta a punta en una buena media hora. Eso, para los que vivimos el tráfago de la capital del reino, nos produce sorpresa y hasta cierta desazón ¿Cómo se puede vivir en una ciudad que cabe -por decirlo así- en las suelas de los zapatos?Pero aquí, si uno se fija, verá que se reproducen los mismos impulsos que creemos exclusivos de la gran capital. Uno pasa por San Marcelo y ve, enfrente, al pie de la Casa Botín, la acampada de los chavales del 15-M, o a los jubilatas desocupados que entretienen sus ocios sentados a la vera de la fuente, viendo a la chavalería empeñada en hacer realidad sus utopías; o los turistas curiosos y los peregrinos derrengados que se llegan hasta la catedral... Lo único que, en comparación con la megalópolis nuestra, resulta más pequeño, más al alcance de la mano. Más para vivir a ritmo lento.


Y, como gastar suelas es la mejor forma de conocer cualquier lugar, nosotros hemos pateado sus calles a modo; con la tranquilidad que da el saber que no teníamos más obligación que callejear, curiosear, buscar rincones por donde el turista no va habitualmente. Si uno mira sus edificios, puede encontrarse con la portada gótica, resto de un viejo palacio en un callejón, o con el bellísimo edificio neomudéjar abandonado a su suerte, o con casas vetustas amenazando ruina por el peso de los siglos y el abandono de sus habitantes, quienes prefirieron la comodidad de un piso moderno.


Sentarnos en una terraza y ver cómo pasaba el tiempo por nuestro lado, con ese paso cansino que llevan los peregrinos con los pies buen surtidos de ampollas, ha sido un deporte que también hemos practicado con fruición.


Como es casi de obligado cumplimiento, a la caída de la tarde nos hemos colado en la catedral, a ver cómo se incendiaban de luces las cristaleras del rosetón sobre la portada de poniente. También hemos ido por el Barrio Húmedo y recorrido sus calles, esas arterias por donde corre la sangre de Baco a la que rinden culto todos los bebedores bien nacidos. Pero no solo eso, también hemos dedicado nuestro tiempo a visitar ese rostro moderno que le ha nacido a la ciudad en lo que eran las Eras de Renueva, donde hoy día no hay trilla, ni vacas pastando en los cercados, sino edificios de diseño moderno y avenidas amplias y arboladas. Frente al antiguo recinto donde se asentó la Legio VII Gemina, que es el corazón del viejo reino, a la ciudad, en estos últimos años, le han nacido esas crecederas de modernidad con un Auditorio y un museo de arte contemporáneo, el MUSAC.




No podíamos dejar de visitarlo y le dedicamos unas horas de la tarde. Este jubilata, que siente la natural curiosidad por ese mundo que, de forma convencional llamamos "Arte", tenía pendiente esa visita de otras veces anteriores y ésta no se ha quedado con las ganas. Y con el atrevimiento que tiene para esas cosas -nacido de su desconocimiento- observa el complejo de cubos asimétricos y de vistoso acristalamiento que forman el conjunto, y llega a la conclusión de que el continente es más digno de atención que el contenido: es más dónde se muestra que lo que se muestra.
Pero no le pasa solo con este MUSAC, sino con otros museos de nuevo diseño que ha ido conociendo a lo largo de sus viajes. Lugares amplios, luminosos y hasta sorprendentes, donde la obra artística se expando por pareden y suelos, como buscando la proximidad del espectador para que éste se acerque a ella sin ese temor reverencial que le producen los museos con pedigree, como el venerable Museo del Prado. Cosa que este jubilata, impenitente visitador de museos, agradece infinito.
La visita a la ciudad apenas ha llegado a tres días, pero lo suficiente como para echar de menos las horas reposadas que hemos pasado allí. Entrar en los madriles y torcérsele la jeta a uno ha sido ipso facto.

jueves, 19 de mayo de 2011

Del botellón finde a la rebelión cívica.-

De verdad, a los jóvenes no hay quien les entienda. Nos tenían tan acostumbrados al tópico de la falta de compromiso, de su incapacidad para reaccionar ante la injusticia, a que el botellón fuera el único estímulo que les empujara a reuniones multitudinarias y, de repente, deciden echarse a la calle para decir que a esto ya no juegan.



Que no juegan a ser mano de obra provisional y mal pagada; que no juegan a tener que vivir de sus padres hasta pasados los treintaytanto; que no juegan a votar a políticos instalados en el poder y que viven de espaldas al pueblo que les aupó al sillón de mandar; que no les hace ninguna gracia ver cómo su porvenir está hipocetado por manos del FMI, del BCE, de una CE inoperante, del selecto Club G20, de los banqueros y especuladores que juegan con los recursos de las naciones. De, en fin, la clase política que, a todos ellos, les hace el caldo gordo para seguir en la poltrona.




Pues sí, han dicho que no a la corrupción, al engaño, a la palabrería vacua..., y a este jubilata se le tambalean los tres o cuatro prejuicios que tenía sobre la juventud. Y se le tambalean porque, por aquello de no esforzarse mucho en pensar, tomó el camino más cómodo; el de dar por supuesta la afición juvenil al botellón y, ni por asomo, a la rebelión.



Este cambio abrupto de rumbo debe ser -pensaba el jubilata, que aún se resistía a apear sus prejuicios- cosa de de los impulsos juveniles, de las vaharadas de testosterona en los morrokos y de su equivalente en las féminas jóvenes; fruto de la irreflexión, un pronto pasajero, una pasada de revoluciones momentánea, que acabarían en un kalimocho y unas risas entre coleguitas... Pero los hechos son tozudos y los jóvenes, por lo que se ve, también.



Además, el jubilata, que no acaba de entender a los jóvenes desde que él perdió la noción de haberlo sido alguna vez, pensaba que son unos desconsiderados con la clase (la Casta, según malas lenguas) política: Cómo se les ocurre echarse a la calle por miles y, encima, hacer una plantada en la Puerta del Sol, delante del despacho de la Espe, y decir que se quedan allí hasta el día de las elecciones o hasta que política y corrupción no sean términos sinónimos. ¿Y si cunde el ejemplo - que sí está cundiendo- en otras ciudades españolas? ¿Y si a nuestros vecinos irlandeses, portugueses o griegos les da por lo mismo? ¡Cuanta irresponsabilidad!



Como si los políticos no tuvieran bastantes preocupaciones. En plena campaña electoral, cuando tienen que dedicar todas sus energías a ganarse el sillón de la prebenda municipal o autonómica; cuando tienen que dedicar todas sus energías a buscar los insultos más certeros para descalificar a sus oponentes; cuando tienen que asistir a mítines en pueblos donde nunca han pisado; cuando tienen tantos niños que besuquear, tantas manos sudadas que estrechar, tantas palmadas en el hombro que dar a tipos perfectamente vulgares. Y, a lo peor, hasta tienen que viajar en el metro, o entrar en el mercado municipal y enterarse de a cómo está el chichariilo que cena el parado... Ya digo, estos jóvenes son unos desconsiderados.



Y, encima, en vez de informarse por los canales adecuados: la prensa adicta a los intereses de sus patronos, la tele de la Espe, del Camps o del baranda (PPSOE) autonómico que sea, recurren a las redes sociales esas que proliferan en Internet ¡Juventud irreflexiva! ¿Pero, no sabe que las carga el diablo? ¿Es que no se da cuenta de que, por su culpa, han caído matusalenes políticos tan bien asentados como Ben Alí y su familia de trileros, en Túnez, o el omnipotente Moubarak egipcio, y que otros autócratas se tambalean?



Aprendices de brujo, se inventan juguetes peligrosos como Annonymus, Piratas, Democracia Real Ya, Acampadasol y otras que el jubilata ignora. Por si fuera poco, esos ilusos de Nolesvotes, empeñados en que a los partidos que se turnan en el poder es mejor botarlos con nuestro votos que votarlos. Y todo para influir en un sistema que funcionaba tan ricamente sin contar con ellos...

Lo dicho, este jubilata no sale de su perplejidad al ver cómo los jóvenes transitan del botellón a la rebelión cívica y, por si acaso, se limpia la legaña del prejuicio; no sea que el impulso de la Historia pase por su lado y él no se entere.


Recuerdo que, en mis marchas serranas, a veces coincido con un montañero veterano, quien acostumbra a decir: no hay jóvenes como los de antes, ni viejos como los de ahora. Pero se ve que este no es el caso.





domingo, 15 de mayo de 2011

¡ P´habernos ahogao !

Eso es lo que respondió un compañero cuando, al terminar la marcha montañera de este sábado, alguien le preguntó cómo nos había ido. Y no sería por falta de no estar advertidos, que la Agencia Estatal de Meteorología nos lo tenía bien pronosticado: Tormentas y chubasco en el Guadarrama. Pero nosotros, que tenemos tan arraigado el vicio montañero, decidimos hacer la marcha prevista, con tormentas, aguaceros y rayos.



Salimos de Valsaín, junto al CNEAM (Centro Nnal. de Educación Ambiental), pasamos cerca de la Cueva del Monje y llegamos a la Chorranca, una cascada de unos 40 metros de caída; uno de esos lugares recónditos de la Sierra donde la naturaleza se explaya en forma de catarata soberbia, entre roquedos y pinares. Trepamos junto a la chorrera hasta alcanzar el Raso del Pino y, desde allí, por el Collado del Camino de los Neveros, dimos cara al Risco de Claveles (2.387 m.). Antes de empezar la trepa del risco, abajo y a nuestra izquierda, la lámina de agua de la Laguna de los Pájaros y algunos buitres meciéndose en una térmica.



Los Claveles es un macizo rocoso bien conocido de los montañeros madrileños. Viene a ser como el filo mellado de un cuchillo por el que hay que caminar saltando de roca en roca, cuyas ambas vertientes caen a pico, de forma que, si uno pierde pie, puede verse con sus huesos hechos trizas en el fondo de un barranco. Si fuera de otra forma, no tendría tanta gracia atravesarlo. Ya se sabe, hacer travesías de este tipo le disparan a uno la adrenalina y se mete un chute de emoción que ríase usted de los psicotrópicos esos que se coloca la chavalería en las disco asfalteñas de fin de semana.
Lo malo fue que, por esta vez, los meteorólogos tenían razón. Un servidor, que es jubilata y ya no tiene la energía de otros tiempos, se tomó su tiempo en subir y se dopó con una aspirina y unos tragos de agua para aguantar el tirón del ascenso. Y llegar, llegó, se sentó en un piedro enhiesto a contemplar los grises del paisaje (la cosa ya no daba para más), mientras tomaba unas porciones de chocolate y unas frutas, que a más no le dio tiempo.



Las nubes se arremolinaban sobre nuestras cabezas y la tormenta empezó a rugir con esa mala leche que tiene cuando se desata en plena montaña. Con las primeras gotas, salimos arreando roquedo adelante para alcanzar el Peñalara (2.428 m.) antes de que la piedra se mojase y las botas no se agarraran al terreno. Todavía paramos unos minutos en la cumbre, pero estaba claro que los nubarrones iban a descargar de un momento a otro, así que salimos a todo correr hacia Dos Hermanas. Menos mal, porque el aguacero fue de antología y empezaron a caer algunos rayos que no miran por dónde van.



Hicimos Dos Hermanas y Peña Citores a paso ligero, como quien camina debajo de la ducha, solo que, además nos cayó granizo que nos apedreó a modo. A veces, la naturaleza tiene esas cosas; parece cabrearse con los humanos, harta de verlos pisoteando lugares más propios de animales de pezuña que de depredadores de recursos naturales. Vernos apedreados fue lo mínimo que podía habernos sucedido, ya que lo de andar escurriendo agua desde el sombrero hasta el interior de las botas es un riesgo con el que uno cuenta siempre.
Y bajar a Boca del Asno lo hicimos a huevo, por los pinares, laderón abajo, atrochando por donde buenamente podíamos. Eso sí, la luz de poniente que aparecía a ratos entre nubarrones, nos dejó una de las vistas más hermosas que pueden disfrutarse. Los herbazales de las praderas estaban cuajados de ranúnculos en flor, como una siembra de botones amarillos; el helecho seco del año anterior despedía unos colores intensos marrones/rojizos que brillaban entre el verde tierno y brillante de lluvia; el momento producía la sensación de estar inmerso en un cuadro impresionista. Los pinos de valsaín, con los verdes oscuros de su ramaje, daban un aire un tanto fantasmagórico y aún alcanzamos a ver un par de tejos espléndidos que eran como tachones negros en el bosque. Lúgubres, pero magníficos.



Y a toro pasado, este jubilata, que tiene sus puntos de esteta decadente, ha echado de menos, entre el bramido de los truenos y el chasquido de los rayos, los coros que Prokofiev ideó para la película Alexander Nevsky, de Einsenstein, que ha tenido ocasion de oír y disfrutar esta misma mañana de domingo en el Auditorio Nacional.



Lástima grande, pero no se puede tener todo y a la vez.

domingo, 8 de mayo de 2011

Tengo un voto ¿Qué hago con él?

La pregunta no es retórica, sino pura perplejidad. El próximo día 22 este jubilata tandrá que votar y no sabe qué coños hacer con su papeleta. No solo no sabe qué hacer con la papela (bueno, dos: una para el ayuntamiento y otra para la comunidad autónoma) sino que no le da la gana de que otros tomen la decisión por él.

Por aquello de la higiene mental, no escucha los resúmenes esos que poner los noticieros de la tele: tanto tiempo para fulanico, del Partido Tal; tanto - bien tasado, que luego se te cabrean - para menganico, del Partido Cual. Luego, un poquito para la masa de colistas, a rempujones. Uno dice no votéis al Tal, que es un mentiroso, y el otro dice no votéis al Cual, que está pringao. Para oír lo que lleva oyendo desde lustros, apaga la tele y se ahorra la morralla pseudoideológica y la mala educación de los dos grandes.

Un dilema para este jubilata preplejo, que lleva mucho tiempo observando el barrizal en que se ha convertido la vida política y ve, con hastío, cómo chapotea en él la casta política. Claro que, decir "dilema" no es expresarse con propiedad, ya que éste podría establecerse entre votar o abstenerse. Y el jubilata, que se toma muy enserio sus obligaciones ciudadanas, decide que vota mal que le pese la bandarria política que se nos ofrecen para la ocasión.

Además, por la prensa se entera de que aquí, en la capital del reino y su corona autonómica, hay 25 partidos que aspiran a colocar sus peones en los ayuntamientos, y 18 de ellos, además, pretender hacer doblete y amarrarse a un sillón de la Asamblea autonómica. Ahí es nada. Unos -los ya conocidos- quieren consolidarse en la poltrona por otros cuatro años, mientras que otros se dan de codazos para hacerse un hueco. Y el pobre ciudadano, con su papeleta en la mano, no sabe adónde acudir, a quién se la dará que menos le decepcione.

Y empieza a darle vueltas... Con seguridad - y de acuerdo con el movimiento Nolesvotes - a ninguno de los grandes: a uno de ellos por incompatibilidad ética y estética; al otro, porque ha traicionado su iderario social en nombre del supuesto bien común, dócil a las instrucciones más neoliberales. Con IU el jubilata tiene un viejo resentimiento, desde que aquel inepto Madrazo se instaló en una poltrona de PNV durante varias legislaturas, cuando se suponía que un partido internacionalista de izquierdas no debía hacer esas marranadas. A UPyD, porque no tiene claro de qué lado del campo juega, y contra quién.

Por el otro extremo de la fila, a ninguno de los partidos residuales de la dictadura (que deberían conservarse en alcanfor, como curiosidad histórica), ni a los confesionales y reaccionarios; ni a los restos del comunismo relicto que, encima, ni se ponen de acuerdo para sacar una lista conjunta. Tampoco a los que son localistas o provincianista (subproductos de nacionalismo enteco) que se miran al ombligo y no se enteran de que todos estamos en el mismo barco a la deriva.

Tampoco a los Antitaurinos, porque es absurdo gestionar la cosa pública siendo anti-lo-que-sea.Tampoco a un autollamado Por Un Mundo Más Justo, que suena a ONG fuera de contexto. Al Pirata, tampoco, porque la ministra Sinde no es más que un episodio a olvidar.

Del resto, algunos le resultan curiosos al jubilata: un Partido de los Fumadores, que le suena a algo a sí como a una asociación de judaizantes durante el imperio de la Inquisición, y no le faltan simpatías por él, siquiera porque defienden una causa perdida. También un Mayores Autónomos porque uno es "mayor" y muy "autónomo", pero no se ve haciendo piña con gente de edad provecta solo por serlo.

Total, cada vez le quedan menos en el tintero: Ciudadanos, Regeneración Democrática (aquí, un comunicante me advierte para que me informe: el envoltorio no es el regalo), Eolo Verdes, Ciudadanos en Blanco -en "blanco" sigue uno, con su papeleta en la mano-, y el jubilata se estruja la neurona y aún no sabe dónde le llevarán sus zapatos el día de las elecciones

¡Qué cruz!

Por si acaso, este jubilata perplejo deja el cartelito al comienzo de esta entrada, por si las malas lenguas tienen razón.

domingo, 1 de mayo de 2011

Un viaje a Grecia: Rodas.-

Es lo que tiene pasarse diez días fuera de casa, que la bitácora queda en calma chicha, sin patrón y sin vientos que la lleven a buen puerto. Esta vez el patrón - este jubilata - se pone de nuevo al timón y anota en su bitácora algo de la visita realizada a la isla de Rodas.
Rodas es la capital del Dodecaneso, conjunto de 12 islas que forman la provincia del mismo nombre. Es la isla habitada más grande de las situadas al SE del mar Egeo, apenas a 11 millas de la costa turca. Tiene, digamos, forma de almendra irregular, en sentido NE-SO, con su capital en la punta más nororiental.


Si se accede a la vieja ciudad medieval pasando por la zona del Casino de Rodas, antes de dar vistas al puerto, se encuentra el caminante con unos edificios que parecen situarle a uno en Venecia. La cosa, como casi todo, tiene su explicación. El Dodecaneso, entre 1912 - 1943, estuvo bajo la influencia y administración italiana, bajo el reinado de Victor Manuel III y sometida a la política de expansión imperialista de la Italia musoliniana.

Lo curioso de este barrio italiano extramuros es que se construyó sobre un viejo cementerio turco, del que queda en pie una pequeña mezquita muy deteriorada y algunas tumbas que sirve de alojamiento a los gatos callejeros. Tiene el lugar, por lo modesto y abandonado, un aspecto romántico y decadente, con las tumbas desventradas entre enormes eucaliptos, pero el visitante apresurado apenas le dedica un vistazo. Allí no hay tiendas, ni restaurantes; solo los gatos merodeando entra las lápidas con inscripciones coránicas.
También la influencia italiana se echa de ver en la reconstrucción del palacio del Gran Maestre de la Orden Hopitalaria de San Juan. Los hospitalarios se instalaron en Rodas, entre 1271 y 1522 una vez expulsados de los lugares santos por los árabes. El 1522 capitularon y entregaron la plaza fuerte a Soleimán el Magnífico. Al marcharse, la pólvora que les sobraba la escondieron en los sótanos de una iglesia aneja, cuyo estallido, a causa de un incendio fortuito, provocó el derrumbe del palacio unos años después, cuando éste era la residencia del gobernador turco.

El palacio, en ruinas, sirvió como cárcel hasta que los italianos decidieron restaurarlo a mayor gloria del fascio redentor. Actualmente puede visitarse en todo su esplendor y da idea de la magnífica fortaleza que fue. Mosaico paleocristianos y romanos, así como estatuas clásicas, son un añadido para darle lustre y vestir sus desnudas paredes.
Callejear por la vieja ciudad medieval es un placer para los sentidos del visitante, si no se le han embotado por culpa de la vena del adocenamiento turístico que todos sufrimos en cuanto vemos las tiendas de souvenirs.





Dentro del recinto amurallado de la ciudad uno se encuentra con hermosos edificios de gótico civil, en piedra bien tallada, y callejuelas que le recuerdan el típico trazado laberíntico de las ciudades árabes, con algunas mezquitas bien conservadas, con sus fuentes donde se hacían las abluciones rituales antes de la oración; aún sigue en funcionamiento un hammam o antiguo baño turco, y, callejeando, se llega a plazuelas emparradas donde tomar un expreso griego: un culín de café espeso en el fondo de una tacita minúscula.

Este jubilata, con un poco de nostalgia, paseando por aquellos lugares, recuerda cuando visitó la isla allá por 1977 -era nuestra segunda salida al extranjero- y paseábamos las calles bulliciosas, con mil olores a las comidas especiadas; calles llenas de sol y música. Hacía tanto calor que la mi santa andaba por aquellos andurriales con un pantalón corto de un pijama mío y una blusa griega. Éramos jóvenes, cualquier tontería nos hacía reir y teníamos todo el mundo ante nosotros por descubrir. (Aquí resulta inevitable poner un par de suspiros de añoranza -¡Ahh! ¡Ahh! Dum loquimur fugerit invida aetas-) ... y seguimos con lo que importa.
Lindos, la otra ciudad de la isla, como una explosión de luz junto al mar con los azules más bellos que puedan encontrarse, está cuajado de casitas blancas y tiene trazado laberíntico que trepa hasta los pies de la acrópolis. Una joya mediterránea que el viajero no puede perderse bajo grave pecado de irresponsabilidad estética.
De los viejos templos paganos sobre la acrópolis poco queda, solo los vestigios de un templo dórico. Tiene una antigua iglesia bizantina, fuertes muros medievales y unas vistas sobre la costa recortada que dejan en suspenso de admiración al viajero. Callejear de bajada por aquellas callejuelas serpenteantes es como perderse por el laberinto cretense. Pero si uno se pierde -puede y hasta debe hacerlo - siempre podrá encontrarse con el mar... o con centenares de turistas cargados de bolsas de recuerdos inútiles y ansionsos por ajustarse a los horarios que marcan los guías. Ay, los guías, esos exigentes pastores de masas, quienes pretende que, en un par de horas, el turista apresurado se empape de tanta historia como
va pisando a cada paso que da.



Rodas es mucho más, pero hay que ir a verla. Con lo dicho aquí, que al improbable lector le baste. A menos, claro, que no se aguante las ganas, se sienta aventurero como Odiseo, deje todo lo que tenga entre manos y se pierda por aquello parajes, camino de su Ítaca ideal. Un servidor cumple con decirlo.