domingo, 28 de diciembre de 2014

De la ciudad pensada a la ciudad degradada.-

Las vacaciones son para hacer lo que a uno le venga en gana, podría ser la máxima incluso para los jubilados en ejercicio, como lo es este servidor. Quien quiera que diga  que nosotros no tenemos obligaciones reconocidas y, por lo tanto, estamos siempre vacando, no entiende de la misa la media: las rutinas de cada día son las obligaciones del jubilado, y romper con ellas son sus vacaciones. Así, este jubilata está en vacaciones navideñas y, para que se vea que disfruta de ellas, se ha puesto a leer un libro para el que no había encontrado tiempo, agobiado por los apremios de la rutina diaria que no dejan un hueco libre.

El libro de marras, regalo de mi amigo Chus, es La idea de ciudad.  Antropología de la forma urbana en el Mundo Antiguo, de Joseph Rikwert. Éstas no son lecturas – pensará el improbable lector – como para correrse una juerga de fin de año. Pues no, pero su lectura es más provechosa que el deambular por las calles comerciales, haciendo masa con una multitud de abducidos por el afán consumista de estas fechas, y tiene la doble ventaja de que ilustra, a la par que te ahorra caer en esa boba felicidad navideña de obligado cumplimiento.

En contra de lo  que puedan opinar los técnicos urbanistas – si no he entendido mal al autor –, la organización geométrica de la ciudad no responde tanto a necesidades de habitabilidad, cuanto a un ideal de habitación humana que represente el universo ordenado. El hombre civiliza el espacio informe en el que vive mediante ritos que se plasman en una cierta forma de ordenación territorial. Fundar una ciudad, en la antigüedad clásica, tenía mucho que ver con la racionalización del caos. De la misma forma que el mito de Hércules, con sus doce trabajos, tiene que ver con el sometimiento de las fuerzas naturales a la capacidad racionalizadora del hombre, que pasa de juguete de la naturaleza a ser su dominador. El hombre, o es civilizador, ciudadano, o no es nada.

Por eso, el estratega ateniense Nicias, ante las murallas de Siracusa, les dijo a sus soldados “Vosotros mismos sois la ciudad… Son los hombres, no los muros los que forman la ciudad”. Es algo que, sabido por un general mediocre como Nicias, cinco siglos antes de nuestra Era, es desconocido por los actuales gestores municipales de esta agregación caótica de cemento y ladrillo, de calles abarrotadas de coches y ruidos, de desidia y cochambre que llamamos Madrid. En su ignorancia han olvidado – si es que alguna vez lo supieron – que la ciudad la forman los ciudadanos; la ciudad no es, ni mucho menos, el botín para la especulación económica o el saqueo institucionalizado de los recursos públicos.

Claro que acusarles de ignorancia es no hacerles justicia. No se trata tanto de ignorancia cuanto de desprecio a la propia historia de la ciudad. Desde que los Austrias levantaron la cerca de la ciudad, forma de ritualizar el pomoerium,  y convirtieron un poblachón manchego en capital del Orbe, la ciudad de Madrid no había llegado a un punto de degradación al que la han llevado los actuales munícipes. Por mucha imaginación que uno le eche, no es capaz de imaginar a la actual alcaldesa, con sus tópicos mal trabados y sus balbuceos faltos de sustancia, dirigirse a sus conciudadanos y decirles: Vosotros sois la ciudad, vosotros le dais sentido.

Sólo los que tenemos cierta edad podemos aún recordar aquellos bandos que el ilustrado Tierno Galván dirigía a los ciudadanos de la villa exhortándoles al civismo, no con amenazas, sino con persuasión: 

“Una de las mayores preocupaciones que atosigan a esta Alcaldía es la de la falta de educación cívica. 
Hay algunos madrileños que no tienen conciencia clara de que convivir significa tener respeto a la ciudad y a quienes
viven en ella. Merece especial mención, en cuanto a educación cívica se refiere, el tema de la limpieza urbana: la falta de respeto mutuo, en algún sector del pueblo madrileño, está dejando la ciudad fea, triste y sucia. Aumentar la limpieza de Madrid es 
un quehacer de todos, y también lo es que cada uno de nosotros se convierta en censor de 
los demás, advirtiéndoles que no ensucien o dañen."

El profesor Tierno no sabía en qué manos iba a caer la ciudad que él tanto ayudo a dignificar. Ni nosotros podíamos imaginar que el conchaveo de los munícipes con algunos Florentinos junta-pasta se alimentara de la cochambrez y abandono en que viven nuestros barrios. Alguna responsabilidad, piensa este jubilata, debemos tener los ciudadanos en permitir esta situación. Si cada pueblo tiene los gobernantes que se merecen - según afirmaba Joseph de Maistre -, nuestros merecimientos son, por lo que se ve, enormes.

Este jubilata no es que pida ser gobernado por reyes-filósofos, como en la república platónica, es que se conformaría con no ser gobernado por políticos incompetentes. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

La Navidad, forma de supervivencia.-


Todo presagiaba que iban a ser unas navidades post crisis. Las pantallas de plasma de la Moncloa así lo afirmaban. Las multitudes gozosas que se apiñaban en las calles comerciales, llevaban estampada en la cara la gran sonrisa del consumo. Las luminarias navideñas incitaban al paseo gregario de escaparate en escaparate. 

Quien más, quien menos, hacía cola en la carnicería del súper para comprar el cordero, en la pescadería para comprar los langostinos, en la charcutería para comprar el jabugo. De paso, camino de las cajas registradoras, se llevaba de las estanterías los turrones duros, blandos, guirlaches, mazapanes, polvorones. De la crisis se sale mediante el consumo, era la consigna, y las felices masas impregnadas de alegrías navideñas gastaban sus sueldos de media jornada, sus subvenciones del desempleo, sus magros ingresos de trabajo en negro. Consumo, felicidad. Era Navidad.

Galiano Peláez lo sabía de otros años. Por eso, desde dos semanas antes de navidades estuvo yendo y viniendo al súper de cerca de casa. Con su carrito de la compra a tope de tabletas de turrón, fue haciendo acopio de ellas. Cada mañana, cada tarde, bajaba al súper y llenaba el carrito. Era como una fiebre que le había entrado; no podía pasar un día sin hacer un par de viajes y cargar todas las tabletas que podía: turrones de Jijona, de Alicante, mazapán de Toledo, barras de guirlache, de coco, de praliné, de chocolate con almendras… Todo le servía.

Cuando faltaban unas horas para la cena de Noche Buena, Galiano apagó el teléfono y la tele, atrancó la puerta de casa y bajó las persianas. Detrás del frigorífico levantó un parapeto con las barras de turrón: metro y medio de alto y treinta y cinco centímetros de grosor, cogió el saco de dormir, se escondió dentro y esperó a que pasaran las navidades.

domingo, 14 de diciembre de 2014

A imagen y semejanza.-

Pensando cómo iniciar esta croniquilla semanal, he recurrido al humorismo del arcipreste Juan Ruiz, de quien sé de antemano me habría dado la licencia: Probar todas las cosas el Apóstol manda; / quise probar la sierra, hice loca demanda…, Solo que este jubilata no se ha puesto a  cruzar la sierra el día marceño de San Meder, sino que ha ido a visitar una exposición de pintura cargada de adoctrinamiento religioso la tarde de un sábado decembrino y lluvioso a más no poder.

Desde los lejanos tiempos en que estudiaba Historia del Arte durante la carrera, mi relación con la pintura religiosa ha sido la de mantener una actitud que me permitiera entender su valor estético y cultural, dejando a una distancia prudente su significado doctrinal. De la misma forma que uno puede admirar La familia de Felipe V, de Van Loo, sin por ello sentirse partidario de la monarquía absoluta, igualmente uno puede sentirse subyugado por una Anunciación del Greco sin por ello creerse el mito de un Mesías nacido de una virgen sin concurso de varón, menos aún por la sorprendente intermediación del Paráclito bajo forma de paloma.

El caso es que, venciendo unas prevenciones más que justificadas, me acerco al Centro Cultural de la Villa Fernán Gómez a ver la exposición a Su imagen. Arte, cultura y religión. Ya de antemano sabía lo de El Confidencial; eso que decía en su titular de que “Botella monta una lección de catequesis de dos millones de euros por encargo de Rouco”

Y sí, creo que los de El Confidencial no han exagerado. La exposición es una lección de catequesis con todo lujo de grandes pintores al servicio de la ideología religiosa: el poderoso Rubens con un Sansón y el león, donde el profano no ve al melenudo juez de Israel, sino a Hércules y el león de Nemea, e incluso un episodio similar de la epopeya del Gilgamesh sumerio; o la grácil imagen del  Arcángel san Gabriel, de Gregorio Fernández, que parece flotar en el aire, donde el espectador correoso y más inclinado a la cultura clásica, ve al mensajero de los dioses, Mercurio, solo que sin el caduceo y el petaso alado; pero uno y otro son clavaditos a los mitos que pretenden suplantar.
Y como los artistas citados, aunque con otros asuntos, hay otros primeros espadas de la pintura, como Rivera con su Susana y los viejos, o La virgen del pajarito, de Luis Morales, Velázquez, Lucas Cranach, Tintoretto…

Uno ya va a estos eventos curado de espantos. Interesado en su valor estético y cultural, y conocido el sustrato ideológico sobre el que se basan, el espectador puede, perfectamente, disfrutar de estas obras de arte sin temor a que los paneles que lee y la audio guía que escucha, le lleven al huerto del adoctrinamiento. Ya en junio pasado tuvimos una experiencia parecida, cuando la santa y yo fuimos a Aranda de Duero a visitar Las Edades del Hombre y nos encontramos con que la imaginería que allí se mostraba era la excusa para evidenciar la influencia que la religión católica ha ejercido sobre nuestra cultura. En esta bitácora hablé de ello en su momento.

Pero forzoso es reconocer la debilidad que este jubilata siente por la escatología que la Iglesia católica ha utilizado durante siglos con profusión y efectividad: la caducidad de los bienes terrenales, la presencia de la muerte y el pulvis eris; sobre todo porque es un asunto muy querido por los barrocos y una forma eficaz de aterrorizar a los adeptos, tanto o más que aquella película de Pesadilla en Helm Street en la que Freddy Kruegger hacía escabechinas con total fruición. A mí In ictu oculi, de Valdés Leal, o El sueño del caballero, de Pereda, me ponen mucho. Sobre todo porque los veo como una venganza en diferido.

Imaginar a los poderosos de la tierra aferrándose a sus riquezas en los estertores de la muerte me da un subidón. Imaginar, por un acaso, a un príncipe de la Iglesia, modelo episcopado español, aferrándose con manos sarmentosas a la mitra bordada en hilos de oro, los ojos vidriosos en las últimas ansias agónicas, mientras un confesor sádico le susurra al oído: omnia vanitas, pulvis, cinis... nihil!, es un puntazoNi siquiera el Freddy Kruegger ese descuartizando jovencitas con su motosierra podría proporcionar estremecimientos de tan intenso terror plancentero.

Claro que a nuestra casta sacerdotal autóctona  la veo más cerca de Gutiérrez Solana con su procesión de la muerte y de una España ténebre, clerical de teja y manteo, y doctrinaria hasta el fanatismo. Sin embargo, para que no se le remuevan a uno las bilis con estas funebridades y sosegar los espíritus convulsos, nada mejor que contemplar esos humildes cardos que pintaba el cartujo Sánchez Cotán.

El improbable lector sabrá perdonar esta incapacidad que un servidor tiene para discernir entre la iconografía religiosa y las heterodoxias que le bullen en la cabeza. Si no fuese porque la madre de Amenofis III hubiese quedado embarazada por el dios Amón, o que Rómulo y Remo nacieran de la coyunda forzada de Marte con la vestal Rea Silvia, o que de la fecundación de Danae por Zeus naciera Perseo, uno podría disfrutar estéticamente, por ejemplo, de esas Anunciaciones que tanto abundan en la imaginería católica, sin tener que preocuparse de complicadas justificaciones teológicas.

Es un fastidio ir a una exposición a ver pintura religiosa y pasarse el rato deslindado entre el valor estético de la obra y la carga ideológica que conlleva. Pero, bueno, ya sabemos que el arte no es imparcial… y el espectador es, a veces, beligerante.  

domingo, 7 de diciembre de 2014

Chica fácil.-

La verdad es que no sabría decir si el barrio en que vivo es de bragueta fácil o más proclive que otros al regodeo venal con las pupilas de Putifar. Lo que sí puedo asegurar es que, aparte las basuras que el anémico servicio municipal de limpieza nos deja por las calles, abundan como hongos unas octavillas donde se anuncia sexo mercenario a tanto la hora.

Uno, a estas alturas de la jubilación, no es que se sorprenda demasiado por la abundancia de oferta en eso de los regodeos de la entrepierna, pero no deja de llamarle la atención hasta qué punto la publicidad callejera está democratizando el mercado de la carne pecadora. Basta salir con la bolsa de la compra, camino del mercado de Ventas, y fijarse en los parabrisas de los coches. Allí, sujetos con las escobillas, pueden verse unos papelitos fotocopiados en formato 10,5x7,5 cm donde suele aparecer una fotografía en blanco y negro algo así como con redondeces abultadas. Si uno mira con atención, verá que esas redondeces suelen representar tetas (generalmente gordas) y culos anónimos (también protuberantes), acompañados de textos promisorios de goces con hembras placenteras, números de teléfono y listas de precios.

Igual, igual que las ofertas de supermercado que te echan  en el buzón, pero sin colorines. Ahora que nos han inaugurado un Ahorra Más cerca de casa, en las hojas volanderas de publicidad lo mismo puedes encontrarte ofertas de carne de pollo a tanto el kilo que refocile con masaje incluido a partir de la media hora de servicios putañiles contratados; todo depende del folleto que cojas. Es lo que tiene el libre mercado, que lo mismo te ofertan lubina salvaje a 9 € kilo que chicas de trato complaciente a 20 € los 20 minutos. Todo es negocio y todo es bueno para incrementar el PIB, a ver si de una vez este país sale de la puñetera crisis; sobre todo desde que la prostitución cuenta a efecto de las cuentas macroeconómicas del Estado.

Y hablando de prostitución, no solo como aliviadero venéreo, sino sobre todo como fuente de riqueza y estabilidad económica, y teniendo en cuenta que escribo esto el 6 de diciembre, día de la Constitución, por extraña asociación de ideas se me solapan una y otra. ¿Qué pueden tener en común  ambas, prostitución y constitución, aparte de la rima? ¡Ah!, ya caigo: el reformado artículo 135, que viene a ser como las tarifas que las devotas de Venus aplican a sus clientes para que sus dineros queden bien gastados. También nuestros políticos, rufianes de la cosa pública, prostituyeron el 26 de septiembre de 2011, - por razones bien fundadas, nos dijeron -, a esa moza nacida el 6 de diciembre de 1978. La criatura estaba a punto de cumplir los 33 años y aún tenía las carnes prietas y, si le pedían ese sacrificio los padres de la patria, ella se abriría de piernas para el mercado internacional, ese ricachón que nos presta tanta pasta.

Y vaya si lo hizo, y hasta parece que le ha cogido gusto. Anda el paisanaje como puta por rastrojo, pero la prima de riesgo no se alborota y eso es lo que importa: que el mercado internacional, ese  señor rijoso que tiene la pasta en una mano mientras que con la otra tienta el género, se relaje después de cada revolcón con la buscona necesitada de créditos para subsistir.

Los políticos que empujaron al busconeo a la discreta Constitución (no tenía grandes prendas, pero era decente) para convertirla en una pute respectueusse, debieron pensar que también en la Biblia hay casos parecidos, como el de Tamar y Judá o Judith y Holofernes, donde se muestra que si el fin es provechoso, no hay que ponerse estrecho con los medios empleados. 

Tamar se prostituyó con su suegro Judá y le pidió prendas para no terminar lapidada por mala praxis; Judith se prostituyó con el general enemigo Holofernes y le rebanó el cuello. Ambas son heroínas bíblicas, ejemplos de ingenio y abnegación femenina; así, nuestra sufrida constitución, que llevaba una vida anodina, una vez que le han desvirgado el artículo 135, puede presumir que perdió la virginidad por una buena causa, ya que libró al pueblo español de ser rescatado por las garras de oso de la madama Merkel.  

Este jubilata, que votó con reticencias la Constitución, pero la votó (era eso o el tardofranquismo hasta la consumación de los siglos), todavía no lo tiene claro. No sabe si está ante la criadita de pueblo a la que se benefició el señorito pinturero, o ante la Gran Ramera de Babilonia de quien habla el Apocalipsis, o ante una madre de familia que tuvo un desliz y no hay por qué reprochárselo eternamente. 

Lo que sí queda claro es que los proxenetas que la pusieron en tan malos pasos no merecen nuestros votos. Nunca más.