sábado, 26 de septiembre de 2015

Cuarto y mitad de independencia.-


Es inevitable estos días andar a vueltas con lo de Cataluña, si se van o se quedan, y uno no consigue tener las ideas claras. Si – un suponer – un servidor fuera parado de larga duración, con residencia en L´Hospitalet de Llobregat, aun siendo nacido y oriundo por los cuatro costados de Villamalea, lugar de la Manchuela albaceteña, estando las cosas como están en la madre patria, me convertiría a la verdadera fe catalanista, a ver si, cambiando de amo, mejoraba de suerte.

Porque de eso se trata y eso le venden al personal de allende el Ebro: mejor solos que mal acompañados, más habiendo pela a repartir de por medio. Porque, a fuer de sinceros, ¿quién puede sentirse vinculado a una patria donde más de 35.000 personas viven en la calle mientras los albergues para indigentes reparten 55.000 comidas al día (según el 20 Minutos del pasado martes); donde el 27,3 % de la población está en riesgo de pobreza o exclusión social; o donde el número de los muy ricos ha crecido en un 40% desde 2008, en tiempos de la dura crisis para casi todos?

Solo que aquellos que ven en la independencia un remedio a sus males no conocen la recomendación que hacía Ignacio de Loyola a sus tropas: En tiempos de desolación, nunca hacer mudanza. Si hacen mudanza saldrán de unas manos españolistas para caer en otras catalanistas; y lo que es peor, luego no sabremos a quién van a echarle las culpas, cuando los recursos a repartir sean inversamente proporcionales a las necesidades, y España ya no esté allí para reprocharle que les mete la mano en la faltriquera.

De cualquier manera que sea, estando la cosa como está, uno entiende que soltar el lastre del lado de acá del Ebro sea una opción, ya que Cataluña genera suficientes riquezas para repartir entre sus habitantes. Solo que nadie les va a explicar que en el reino de Jauja atarán los perros con longaniza los mismos que ahora gritan ¡¡Independencia!! llevándose la mano al corazón, junto a ese bolsillo donde, previamente, han guardado la cartera. Pero el dinero no cree en fronteras, no nos engañemos: la mordida del 3% de la familia Pujol y Asociados, por mucho que le pongan música de Els Segadors, no tiene patria. Como no la tienen los negocios de la familia Aznar-Botella por mucho que españolee su patriótica FAES.

Lo que tampoco uno tiene claro – la cosa política de estos reinos resulta complicada – es en qué cambio de agujas la C.U.P y Esquerra Republicana han abandonado la vía estrecha del internacionalismo proletario para pagar el peaje en la autopista del nacionalismo burgués. A quienes no estamos al tanto de sus entresijos ideológicos se nos hace un mundo eso de que, en nombre de la libertad, levanten fronteras y dividan pueblos. ¡Si el abuelo Marx levantara la cabeza!

Este jubilata, que lo es a tiempo completo, no para de darle vueltas a las cosas, no sabe a qué carta quedarse ni qué actitud tomar ante una ruptura unilateral ¿ha de indignarse con justa indignación patriótica? ¿Ha de mirar para otro lado y decir: ahí os pudráis? Menos ir a la frontera del Ebro a pegar tiros, caben muchas opciones: desde un atemperar la beligerancia verbal, desactivar agravios imaginarios o reales y buscar entendimientos, hasta vivir de espaldas, como quien riñe con el cuñao, y es para toda la vida.

Porque si uno mira al palacio de la Moncloa o al palau Sant Jordi, a ver qué resolución toman sus inquilinos, lo primero que ve es que Mariano o Arturo responden a una misma forma de entender la sociedad neoliberal, y que ambos aplican las mismas fórmulas para los mismos problemas sociales: austeridad para casi todos, recortes para el común de los ciudadanos, depreciación del valor y la dignidad del trabajo, leyes represivas, ocultación de la corrupción, triunfalismo oficial…, mientras juegan a ver quién es más patriota, cada cual en su bando. 

Y mientras, la gente hace desfiles multitudinarios por la avenida Meridiana con uniformidad, disciplina, consignas y estandartes; espectáculo a medio camino entre la estética de movimiento de masas al estilo fascista y la celebración de la Champions Leage. Ardor patriótico por ardor patriótico, de este lado de la raya, ya que somos menos disciplinados y más Viva la Virgen, saldremos a la calle (saldrán) a cantar el himno españolista por antonomasia, tan manolo-escobareño él: “La gente canta con ardor ¡Que viva España! La vida tiene otro sabor y España es la mejor”. Chis-pún.

Eso sí, pase lo que pase, seguro que habrá negocio de 3% y Mas pastoreando la feliz Arcadia catalana - al ser menos a repartir -, y una masa enfervorizada y feliz de tener una patria, o dos. Un servidor, para consolarse, meterá la cabeza entre las hojas de Doktor Faustus, de Thomas Mann, un lugar bello, alejado de las miserias de cada día. 

viernes, 18 de septiembre de 2015

Minimaliza, que algo queda.-





Mientras esperamos a ver si, de una vez por todas, logramos independizarnos de Cataluña (dī fauentēs!) y de sus inacabables reproches, este jubilata ha hecho su particular rentrée con la visita a una exposición en el palacio de Velázquez, en el parque del Retiro.

El improbable lector puede creer bajo palabra que un servidor nunca antes había oído hablar de Carl Andre, hasta que el museo Reina Sofía ha traído esta muestra. Sí sabía algo del arte minimalista, aunque no que mr. Andre se adscribiera a este movimiento en un intento de borrar la subjetividad expresiva mediante el empleo de materiales industriales donde su frialdad geométrica anula el impulso vital, la impronta que todo artista deja en sus obras. Dicho sea lo anterior sin otro ánimo que el de expresar lo que el espectador creía entender a la vista de lo que allí veía.

Pero, según es costumbre en todo creador, Carl Andre juega con las cartas marcadas, y el avisado espectador, que lleva mucha mili hecha desde las korai arcaicas griegas hasta los ready-made de Duchamp, lo sospecha con fundamento. “Mi arte surge de mi deseo de que haya en este mundo cosas que, de no ser así, nunca estarían allí”, dice Andre; por eso la exposición Escultura como lugar, 1958-2010.  Por eso estas “cosas” que el artista pone en el mundo, porque, si no las pusiera él de una determinada forma, nunca estarían allí, no tendrían existencia en cuanto que conjunto de objetos organizados según una disposición preconcebida.

Para reducir la obra a su mínima expresión, Andre emplea materiales industriales como ladrillo refractario, planchas de metal laminadas, troncos rectangulares de abeto canadiense, rodamientos, tubos y tornillos distribuidos aleatoriamente. Y lo hace para que el observador se lo crea. Para que se crea que el artista ha minimizado su creatividad hasta verla reducida a no  ser más que un lugar escultórico de objetos sujetos a geometría y proporcionalidad de volúmenes. Tres dimensiones en el espacio, huérfanas del élan vital del que nos hablaba Bergson. ¿Qué mayor minimalismo que borrar la huella del creador?

Pero este cronista, en su papel de espectador curioso, caminando con tiento por los espacios blancos de la sala de exposiciones, ya ha caído en la cuenta que la mera disposición de los elementos en el espacio nos habla de la intención del artista. Su ego creativo es tan grande, salvando todas las distancias y sin que se me escandalice el improbable lector, como el de Velázquez en medio de sus Meninas. Con supuesta modestia de genio creador, nos pone ante una espiral de chapa metálica tendida en el suelo o ante una fila de ladrillos refractarios y parece decirnos: "Veis, he reducido eso que llamamos convencionalmente arte a una sucesión de objetos manufacturados en serie. He reducido el espíritu artístico a su mínima expresión".

Solo que nos escamotea otra realidad que, de puro evidente, ni la vemos: los materiales empleados, sus texturas rugosas, ásperas o pulidas, la disposición en el espacio, responden a una intención artística preconcebida: "Las cosas son así porque yo las he dispuesto así, y tú, espectador, calla, observa y trata de entender mi forma de modelar la realidad", parece como si nos estuviera advirtiendo. Pero, ¿qué pasaría si el espectador decidiera suplantar al artista y cambiar esa realidad?

Bien podría ser que cada visitante cogiese uno de esos maderos rectangulares de abeto canadiense, se los echase al hombro y los soltase en el cercano estanque del Retiro. Sin proponérselo, habrían conseguido una escultura fluctuante a merced del pequeño oleaje que se produce en el estanque; una escultura siempre cambiante, como la no-silenciosa composición musical 4.33 de John Cage. Porque el espectador – y quien dice el espectador dice el ciudadano –, o participa en la creación artística y en su propio devenir, o es un burro de ramal que va por donde creadores, artistas, salva-crisis, funda-patrias, mistagogos de toda ralea y demás manipuladores de la estética y la puñetera realidad quieran llevarlo.

En esas cosas y otras que no se dicen para que el jubilata no pase por más alambicado de lo que conviene para medrar en el rebaño, pensaba mientras observaba las diagonales en el alineamiento de 100 piezas de hormigón que, bajo el título Lament for the children, había en el centro de la sala. 

Si no te fías - y no te faltaría razón -, suspicaz lector, ve y compruébalo tú. Además, los árboles se están vistiendo de otoño y eso ya justifica un paseo por el Retiro. 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Escribir por escribir.-


El regreso de las vacaciones veraniegas y comienzo de curso (también los improductivos iniciamos curso, aunque sea de mentirijillas) es buena ocasión para dar un repaso a lo hecho antes del parón estival. En este caso, ha servido para echar un vistazo retrospectivo a esta bitácora y sus entradas, publicadas casi semanalmente, y comprobar que ya van 384. Si pudiese dárseles un sentido temático único y una coherencia narrativa, mire usted por dónde, saldría un tocho literario considerable que pusiera a su autor en el parnasillo de los literatos populares. Aunque, cosas de la huidiza fama, uno se quedará en bloguero del montón.

Leyendo hace ya algunos tiempos Le Nouvel Observateur, me tropecé con esta frase: On n´écrit pas impunément huit mille pages de “Journal” sans raconter des conneries (No se escribe impunemente un Diario de ocho mil páginas sin decir alguna gilipollez). La cosa venía a propósito de los Diarios de Paul Léautaud, literato francés, muerto en los años cincuenta del pasado siglo, del que yo no tenía mayor idea y sigo sin tenerla. Viene al caso porque no es que este jubilata lleve miles, pero sí algunos cientos de páginas desde que le tomó esta afición por la crónica encapsulada en forma de bitácora internautica - que el improbable lector tiene ante sus ojos - y seguro que entre ellas las conneries son abundantes y hasta de grueso calibre.

Claro que un servidor no tiene una fama literaria que defender, lo cual es un alivio enorme. Aunque, por otra parte, el pundonor le exige a uno un acto de rebeldía, aunque sea testimonial. Para eso nada como recurrir al popular chasonier Georges Brassens: Trompettes de la Renommée, vous êtes bien mal embouchées!  Pues sí, las trompetas de la Fama desafinan horrorosamente.

Por esa razón, lo mejor es aceptar el destino con estoicismo senequista sin necesidad de abrirse las venas. Basta con recordar lo que dice el poeta Horacio: Ducunt volentem fata, nolentem trahunt: el Hado guía a quien lo acepta; a quien no lo acepta, lo arrastra. Y uno, la verdad, no querría verse arrastrado por un dios tan imprevisible y veleidoso. Para ello no es necesario practicar la fe del carbonero (creo porque no comprendo), basta con echar mano de la filosofía casera para encontrar algún consuelo.

Lo que me recuerda a Herminio aquella vez que estaba filosófico. Herminio es mi relojero; o sea, el que me limpia y arregla los relojes de bolsillo desde hace más de 30 años. El hombre estaba sentido todavía por la muerte de su padre, que sucedió hace ya un tiempo. La fugacidad del tiempo es cosa de su oficio, puesto que él repara las máquinas que lo miden, y sabe que detrás de todo tiempo hay un mecanismo, con su tic-tac imparable, que nos lo va devorando con la excusa de su medición.

Lo que me llamó la atención fue que sus reflexiones filosóficas sobre la finitud de las cosas tenían un componente hedonista del que él no era consciente. En una esquina del mostrador estaban las herramientas que usaba el padre para desmontar y limpiar relojes, cuyas piezas ya limpias, colocadas en cajitas, brillaban como la patena. Se  echaba de ver que era un hombre minucioso y trabajaba con la meticulosidad propia del oficio. Allí seguía todo y, Herminio, echando un vistazo al rincón vacío donde siempre había trabajado su padre, el viejo relojero, me habló de todos los afanes de la vida para, al final, no llevarse nada material al otro barrio, y que la única realidad es lo que uno haya podido disfrutar de la vida.

Me invitó a que viviese y disfrutase, porque es el único bagaje que tiene algún valor. Un ejemplo de filosofía práctica, un carpe diem de comercio de barrio que nacía de la experiencia y de los afanes diarios. Cuando me cobró 40 euros por el arreglo del reloj y me quejé de lo caro que era el apaño, me consoló diciendo que lo importante era que lo disfrutase. Yo pensé, pero no se lo dije, que hubiese disfrutado más si, en lugar de los 40, me hubiese cobrado 25. Claro que tampoco merece la pena interrumpir unas reflexiones filosóficas por culpa de un puñado de euros. 

Y, como estábamos a primeros de años, a modo de consolación, me regaló un calendario con esta recomendación: “Para que sepas en qué día vives”. Definitivamente el tiempo hace de los relojeros, filósofos.

“Gelatinosa textura cromática”. La frasecita es una exquisitez que soltó un refinado comentarista de Radio Clásica, a propósito de una pieza que ya ni recuerdo. La frase era más llamativa que la propia pieza musical y por eso la anoté, y he encontrado la nota por ahí; por eso, ya que me tomé el trabajo de apuntarla, la dejo aquí escrita. El comentarista de marras, a su modo, les dio un meneo a las trompetas de la Fama.