jueves, 27 de octubre de 2016

Entre cenizas.-


Cuando he sabido – a propósito de las incineraciones –  lo del documento llamado Instructio ad resurgendum in Christo, me ha parecido que ya iba tardando la Iglesia Católica en poner un poco de orden en esa moda de convertir en humo y cenizas los restos del finado y luego andar repartiéndolos por tierra, mar y aire. Aparte ese dudoso gusto por dividirlo en mini lotes que se regalan como recuerdo a los allegados para que sean exhibidos en ostensorios o conservados en píxides sobre la repisa del televisor.

Resulta harto contradictorio – si uno es creyente - incinerar un cuerpo, esparcir las cenizas por montes, ríos y riveras o repartirlas en frasquitos entre los deudos, y luego pretender que el día postrimero, al son de la trompeta del ángel pregonero, acuda el finado al Valle de Josafat con el cuerpo íntegro. Si le dispersaron las pavesas a los cuatro vientos, ya me dirás cómo se las apaña… De ahí la razonable preocupación del Vaticano porque, si las cenizas se esparcen caprichosamente, a ver quién es el guapo que consigue reunirlas y acudir en su integridad física al Juicio Final. Eso sin contar el quebranto económico, cuando las parcelas de los camposantos queden sin usuarios por falta de demanda y tengamos nueva burbuja inmobiliaria a ras de suelo.

Aparte esas postrimerías, este jubilata andaba dándole vueltas a otro asunto que podría parecer marginal, aunque es tan escatológico como el anterior. Se trata, de esa preocupación que nos ha entrado a todos con lo de la implosión del Psoe y la fragmentación de sus restos. Hay que imaginarse el cuerpo socialista fragmentado en corpúsculos exánimes, dispersos a los cuatro vientos del universo político: Los del PSC que no rotundo; los de la Gestora que abstención; Pedro Sánchez que no es no, y además, puerta; el susanato que sí porque lo manda el Comité; parte de la militancia con las 74.000 firmas, que no a la abstención y sí al no; los viejos elefantes del felipismo que sí por responsabilidad política; los de la Patria ante todo, que también abstención; los de siempre no al PP corrupto, que no, no y no. Y así, entre todos la mataron y ella sola se murió. Solo queda por saber qué harán con sus cenizas.

Verdaderamente así no hay cuerpo que sobreviva a la incineración, más cuando los vecinos meten fuego a la casa común. Ni abstencionistas ni noístas han caído en la cuenta de que el edificio, fundado en 1879, estaba un poco decrépito y ha bastado una pelea de patio de vecindad para que aparecieran todas las carcomas del vigamen, las fallas en los cimientos, las goteras del tejado y los desconchones en las yeserías del salón. Solo nos queda saber quién tañerá las campanas por el muerto, si don Mariano oficiará los responsorios, y en qué crematorio (Génova o Ferraz) lo convertirán en pavesas para que cada cual se lleve su puñadito de recuerdo.

Aquí el jubilata no quiere alargarse más en asunto tan luctuoso porque nadie le ha dado vela en ese entierro. Quizás la Congregación para la Doctrina de la Fe, que tan acreditada experiencia tiene sobre lo de hacer chicharrones de heréticos y cenizas de judaizantes, sea el organismo más a propósito para explicar por qué la diáspora sociata debe enterrar con respeto y no incinerar entre broncas el viejo cuerpo al que dio forma el patriarca Pablo Iglesias.

Aparte que Gonzalo de Berceo, en su poema sobre los signos del juicio final, dejó bien claro eso de irse al Otro Barrio de una pieza: 

El día postrimero, como diz el propheta, 
el ángel pregonero sonará la corneta, 
oírlo han los muertos, quisque en su caseta, 
correrán al Juicio quisque con su maleta.

viernes, 14 de octubre de 2016

Cáscaras de arte.-

Cartel anunciador en la fachada.

-¿Te ha gustado la exposición? Me preguntó la santa nada más que llegué a casa.

Me quedé perplejo. Si le hubiese contestado que no, seguro que me habría replicado: Entonces, ¿por qué vas a ver esas cosas raras al Reina? Si le hubiese respondido que sí, pero que, bueno…, que gustar, gustar, no era la palabra exacta, me hubiese exigido respuestas más claras. Y yo no lo tenía nada claro. Más bien, cada vez que visito una exposición en el Museo Reina Sofía, salgo preguntándome por qué se llama Arte a lo que los conocedores definen como tal, y qué debemos entender por Arte los no iniciados para que quepa en nuestro estrecho casillero mental. ¡Con lo fácil que fue, desde el punto de vista de satisfacción estética, la visita que hice a la exposición de Caravaggio en el Thyssen!

Acceso a las salas.
Pero, claro está, si uno va a visitar la muestra titulada Marcel Broodthaers. Una retrospectiva, más vale ahorrarse los aquí inaplicables epítetos de: “¡Qué bonito!”, “¡Precioso!”, o sus contrarios: “Pues vaya camelo”, o “No entiendo nada”. Más cuando uno se entera de que el autor fue un poeta fracasado quien, a sus cuarenta años, cogió los cincuenta ejemplares no vendidos de su Pense-Bête y los encriptó en yeso. La expresión artística pasó de la palabra escrita a los objetos perecederos que uno puede encontrar en el cubo de la basura orgánica. Así, el espectador no sabe si por fina ironía, el artista exhibe un Moule des moules (un molde de mejillones), donde las cáscaras de este molusco se muestran compactadas, como recién volcadas de una marmita. Y el espectador se devana los sesos tratando de comprender por qué monsieur Marcel, belga él, se fue a la rue des Moules bruselense y se llevó todas las cáscaras de mejillón del restaurante para enmoldarlas en un perol.

Un bonito caldero lleno de cáscaras de mejillón
Este jubilata, que tiene muchas exposiciones vistas en su vida – otra cosa es que, además, hayan sido comprendidas – recuerda el arte povera y su emblemática Venus de los trapos, de Pistoletto, y esas modestísimas construcciones, hechas de tablillas, cartones o alambres, del constructivismo ruso, y ha aprendido que cualquier material de uso, o de desecho, puede contener un significado artístico dependiendo del contexto en que se reubiquen y según la intencionalidad del artista. Es cosa sabida que los objects trouvés o arte encontrado, empezaron por alguna  de las genialidades de Duchamp, y desde que éste colgó un urinario en una exposición en Nueva York, basta con clavar una rueda de bicicleta sobre una banqueta – descontextualizar, dicen que lo llaman – para que el espectador se dé de bruces con una chocante expresión del movimiento estático que le descoloca sus prejuicios sobre el Arte.

Es, según parece, un problema de relación entre el objeto y su representación que depende del cambio de significado: deja de ser "util" para convertirse en "arte". En su “Ladrillos ensamblados”, Broodthaers nos lo está diciendo: los materiales prácticos, producidos industrialmente, pierden su función al ser considerados obra de arte. Y al espectador, que deja su papel pasivo de mero curioso para hacerse intérprete de las intenciones del autor, no le queda otra que tratar de comprender por qué un objeto industrial como un ladrillo, reproducido por miles de millares, se convierte en obra de arte única como por ensalmo, solo porque así lo ha dispuesto el artista.

El proceso, según supone el observador perplejo, vendría a ser: descontextualización de un producto de su utilidad práctica, con la consiguiente pérdida de la funcionalidad original; presentación del mismo objeto como "artístico" mediante un artificio (sala de exposiciones, catálogo, crítica especializada, marchartes, valor de mercado del artista, apreciación económica de la obra…), lo que provoca un cambio de percepción: de objeto de uso pasa a ser considerado obra de arte. De valor de uso pasa a cobrar un valor de signo: significa "obra de arte", genialidad, originalidad..., y su apreciación económica se dispara.

Hay por ahí un librito, L´oeuvre et le produit, de un profesor de tecnología francés que lo explica muy bien, incluso para un profano en esa materia como un servidor. Nos dice que la función y la utilidad  de un objeto dependen de un referente cultural y de uno práctico, que varían según el lugar, las circunstancias y la época. Así, un objeto industrial, presentado en un museo, abolida su función de utilidad, es aceptado como obra de arte. Ese cambio de apreciación cuenta también con otros factores, como el que él llama “de afectividad”, que es el valor subjetivo que se da al objeto y le hace cambiar de estatuto: de producto utilitario a objeto “artístico”, para pasar de ser un producto de uso corriente a un objeto “bello”, “raro”, “curioso”, “único”…

Exhíbalo en una galería de arte afamada, póngale Vd. precio, consiga la crítica favorable de algún gurú del Arte con mayúscula, y espere a los inversores. Se lo quitarán de las manos.

Aquí el cuadro y taburete con cáscaras de huevo.
A decir verdad, no parece que éste sea el caso de Marcel Broodthaers. No parece un mercader del arte, sino un outsider de difícil calificación para el profano. Este jubilata se quedó un rato mirando la obra Cuadro y taburete con huevos que era justamente eso: unas docenas de cáscaras de huevos pegadas al tablero y sobre el taburete. Es como si el autor estuviese diciendo: si fueses rico y caprichoso, ¿pagarías algo por esto? Pues de eso se trata, de poner en cuestión el valor comercial del arte.

Una patria hecha de cáscaras vacías.
Aparte que la utilización de materiales orgánicos de desecho ayudan a desmontar mitos burgueses bien arraigados. En su caso, la bandera belga hecha con cáscaras de huevo habla del nacionalismo colonialista. O su Il faut sauver le Congo: huevos pintados de negro sobre un editorial de Le Soir, que es un toque de atención a la negra historia de la Bélgica  colonial. 


Cañones en la sala de estar.
O, para terminar, la colección de armas de fuego en un jardín de invierno al gusto decimonónico, que nos habla de la guerra y el confort burgués, la guerra como espectáculo. Vista en tierra ajena, la guerra es espectáculo y hasta negocio. Dulce inexpertis bellum, que decía el maestro Erasmo.

En los jardines del Reina.
Más turbulencias mentales tuvo este servidor tras la visita al Reina, pero no es cuestión de cansar al sacrificado lector con elucubraciones de jubilata temoso. Lo que sí me quedó claro es la cantidad de obras de arte en potencia que arrojamos al cubo de la basura, por ejemplo, cuando rompemos los huevos para hacer una tortilla de patatas o tiramos los restos de una paella. 
Vale, es coña.

La próxima vez que visite una exposición de arte contemporáneo, lo haré cuando mi santa esté por ahí con sus amigas. Así me ahorraré contestar algunas preguntas embarazosas.

martes, 4 de octubre de 2016

Rotos y descosidos.-


¿El improbable lector de esta bitácora ha leído alguna vez la Batracomiomaquia? ¿…? No importa. Aunque le suenan campanadas de viejos textos escolares, este jubilata tampoco. Lo que no le impide ver un paralelismo entre el heroísmo bufo de la lucha batracio-ratonil y el Psoecidio auto infligido del aparato socialista.

Como esta bitácora no sienta cátedra de ciencia política y se mueve en la confortable charca de la opinión común, sea permitido largar pareceres y conclusiones sin más autoridad que la que confieren las noticias oídas y leídas en los medios de comunicación. A lo que se añade la rumia mental de quien sobre esto escribe y opina.

No queda muy claro, en esto de la automoribundia del Psoe, quién es el rey de las ranas, de nombre Physignathos o Hinchamejillas, y quién el príncipe de los ratones, Psicharpax o Robamigas. O más bien, sí, teniendo en cuenta  que esto es pura fábula esópica, pero en clave de coña. 

Digamos que Susana Díaz es  la rana reina de la taifa andalusí que lleva sobre su espalda a Pdr Schz, supuestamente para ayudarle a cruzar la charca de la tercera sesión de investidura. De repente, aparece una culebra de agua en forma de Mariano reclamando abstención, la reina de la charca, que llevaba al ratón sobre la chepa, se pone a salvo sumergiéndose en un mar de dimisiones de la Ejecutiva, y el ratón Robamigas se ahoga en el Comité Federal en forma de resignación del cargo, pero con la satisfacción del deber cumplido. Como consecuencia, hay guerra entre ratones y ranas.

La batalla campal entre batracios y múridos, críticos y sanchistas se resuelve gracias a un deus ex machina que equilibra las fuerzas; o al menos, en eso andan los contendientes, aunque la militancia socialista dentrambos bandos aún no tiene claro el desenlace. Pero sí tiene claro que, en la charca política, las guerras intestinas las pierden los dos bandos y la cosa quedará en lamentable Psoecidio colectivo, mientras las gaviotas azules esperan con paciencia a devorar los restos.

El ciudadano de a pie a quien aún siguen interesando estas cosas de la política nacional, a pesar de sus corrupciones, saqueos de caudales públicos, desvergüenzas y mamandurrias, sinecuras y escaños, cuchilladas traperas entre miembros de la familia, “no-es-noes” o abstenciones “por el bien de España”, y todo el folclore tradicional del Ruedo Ibérico; el ciudadano de a pie, digo, llega a la penosa conclusión de que tanto vale un roto socialdemócrata como un descosido neoliberal, de que tirios y troyanos, gaviotas, batracios y múridos, tienen más la vista puesta en el ceño del IBEX 35, del FMI y otros dioses todopoderosos del mercado, que preocupados por el bien común y las caducas teorías roussonianas del contrato social.

A esa conclusión ya llegó algún descreído el día que el arcangélico Zapatero, al grito de ¡Quién como Dios Mercado!, humilló la cerviz, presentó – y aprobó, junto con su cordial oponente neocon – la modificación del artículo 135 de la inane Constitución española, y convirtió a los habitantes de Espagnistán en rehenes de la deuda soberana.

Y volviendo a la fábula ratonil que da excusa a esta entrada, en la Batracomiomaquia no se cuenta, pero en la Automoribundia psoética sí, todos a una montan una Gestora tricotosa, cuya finalidad es echar unas costuras que zurzan los sietes que le han salido al sobretodo familiar; ponerle unas lañas al puchero, hecho pedazos, donde se cuecen los garbanzos que alimentan a la familia socialista; soltar, entre puntada y puntada, alguna balandronada, a ver si cuela, tipo: presentaremos la candidatura más potente que puedan imaginar.

Esperemos que el remiendo de Susana remedie el roto de la manta que arropa a la familia socialista, y que lo haga con las herramientas apropiadas. Porque si no, no les quedará otra que hacer la travesía del desierto a pelo. Y eso sin olvidar que esas travesías suelen ser largas: ahí tienen a las tribus de Israel que marearon la perdiz durante cuarenta años por el desierto de Sinaí. Ellos, al menos, tenía el maná del cielo, pero éstos, ni agua para el mal trago.

En fin, al menos, no olviden ponerse el dedal para dar las puntadas. Ya se sabe lo que dice el refrán: Costurera sin dedal, cose poco y cose mal.