jueves, 17 de mayo de 2018

De un viaje a La Apulia (2).-

En color naranja, nuestro recorrido por La Apulia.


Decía nuestra guía Samanta que el nombre de Apulia derivaba del término latino “a-pluvia”: sin lluvia; aunque no hizo honor al epónimo, ya que nos llovió dos días. Pero si uno observa el paisaje de esta región verá que aquí no hay ríos que merezcan tal nombre, que sus tierras son planas, una elevación de la plataforma marina de origen sedimentario que da suelos calizos y arcilloso en su mayoría. Son tierras que emergieron del antiguo mar de Tetis, y muy ricas en fósiles que se fueron depositando en el lecho marino. Lo que se dice aquí para explicar la razón de una orografía sin grandes relieves, a excepción del promontorio Gargano.

Porque el Gargano es una lengua montañosa de rocas sedimentarias que se introduce en el Adriático, con una altitud máxima de 900 metros sobre el nivel del mar. Para llegar a él desde Bari, nuestro alojamiento, hay que subir por la autopista A 14 hasta Foggia, y desde allí hacia Manfredonia para tomar una carretera de montaña, hacia la izquierda, hasta San Giovanni Rotondo. La diferencia de paisaje con el Tavoliere, la llanura de Foggia, situada entre las estribaciones de los Apeninos y el Gargano, es radical. Sorprende al viajero el contraste entre los campos de cultivo, especialmente olivo y vid, y la vegetación de montaña, donde abunda la encina y se empobrecen los suelos, dando origen a un paisaje abrupto, montañoso, con escarpes donde afloran las calizas.

Si el improbable lector lo permite, este jubilata da todas esas explicaciones porque no se puede entender un viaje sin observar el medio físico, la orografía, sus cultivos, su paisaje, su vegetación y todo aquello que ayude a comprender el país que uno visita. Pero ya lo dejamos aquí, para no cansar.

San Giovanni Rotondo es población a 560 m sobre el nivel del mar. Fue el lugar donde el capuchino padre Pío vivió vida conventual y celebraba misa en la primitiva iglesia, hasta que su fama de santidad y el estigma de las llagas al igual que el Cristo, lo hizo objeto de visitas piadosas. Muerto en 1968 en olor de santidad, el lugar se convirtió en centro de peregrinación, de turismo religioso y, a la postre, en gran negocio piadoso. Una especie de santuario de Lourdes, pero gestionado por capuchinos: peregrinación, devoción y un maná de euros que florece sobre la tumba de un santo humilde.

Dicen que acuden anualmente siete  millones de visitantes al lugar, y eso se nota en las riquezas arquitectónicas de carácter religioso. El devoto o el curioso pueden hacer un recorrido por los lugares donde vivió el padre Pío: la primitiva iglesia, de traza muy modesta; la otra que hizo levantar él, bajo la advocación de Nª Sª de la Gracia, donde estuvo enterrado hasta 2010; y las dependencias, modestas por demás, donde pasó su vida, incluida su celda conventual.

Pero lo que sorprende por su diseño es la visita a la gran iglesia de peregrinación que fue proyectada por el arquitecto Renzo Piano, y levantada entre 1997 y 2004. Es una construcción un tanto chocante para cumplir la función de templo religioso; una exhibición de la capacidad técnica, arquitectónica, de imaginación y diseño sorprendentes. Tiene una cobertura en cobre pre-oxidado que le da el característico color verdoso, soportado al interior por arcos radiales que nacen de un pilar central junto al altar mayor de casi 5 m de diámetro. Vista en la distancia, con ese diseño ultramoderno, el visitante, si es más enófilo que piadoso, creería estar viendo una de esas célebres bodegas riojanas diseñadas por los arquitectos de moda.

Llama la atención su campanario horizontal, que rompe con la tradicional verticalidad de la torre de cualquier iglesia. Aunque su originalidad no es tal, si se piensa que el injustamente olvidado arquitecto brasileiro, Dento Pihneiro, en los años veinte del siglo pasado diseñó su celebrado, por lo atrevido de la solución arquitectónica, rascacielos horizontal. Dio una solución práctica al menos es más de Gropius al evitar los costes de ascensores y escaleras de evacuación anti incendios, con la consiguiente mejora en seguridad, movilidad y funcionalidad.  Algún día se reconocerá su genialidad al dar soluciones sencillas a complejos problemas de habitabilidad.

Pero nosotros seguimos visitando el Gargano. Estas parecen ser tierra de peregrinación y santuarios que perviven desde siglos. Tal es el caso de Monte Sant’Angelo. Este pueblo está coronado por un castillo originario del S. X, Torre dei Giganti, que fue restaurado por Federico II Hohenstaufen para residencia para su esposa. Ladera abajo, el caserío del pueblo, calles empinadas, escaleras irregulares y rampas que van uniendo los distintos niveles de la población, pura irracionalidad urbanística que dibuja rincones de singular belleza. Signo de los tiempos, sobre el castillo, nuestro hotel enseñoreando fortaleza, iglesias, barrios, la costa y todo aquello que pueda ser objeto de atracción turística.

Bajo el nivel del pueblo, una gruta consagrada a San Miguel, arcángel muy dado a habitar lugares abruptos. En realidad, es uno de los santuarios que están en la línea de peregrinación a Jerusalén, pues hay un Saint Michel’s Mount en Cornualles, el Mont-Saint-Michel en Normandía, la Sacra de San Michele en el Piamonte, y éste del Gargano. Y ya puestos, no olvidaremos el Saint Michel de l' Aiguilhe en Le Puy-en-Velay, cabeza del Camino de Santiago, y nuestro navarro San Miguel de Aralar.

En fin, el acceso a este santuario de San Miguel, el de Gargano, se hace a través de una doble portada gótica, una del S. XIV y la otra una reconstrucción del S. XIX, donde arranca una escalinata de 86 peldaños que baja hasta la gruta. Junto a la doble portada, una torre octogonal vigía que hace las veces de campanile.

Pero mire usted, no todo son santuarios y devociones por estas tierras. De las 120 mil Ha que tiene el promontorio del Gargano, 10 mil Ha corresponden a la Foresta Umbra, gran bosque autóctono poblado de hayas y otras especies como robles, tejos, píceas, acebos… Recibe el nombre de umbra por lo oscuro que suele ser el bosque de hayas, aunque en estas fechas aún no había brotado la hoja. Este jubilata, que esa mañana nemorosa andaba con la vena poética en alborozo, al verse en el hayedo umbrío, no pudo por menos que recordar a Garcilaso y las quejas amorosas de Salicio:

… rayaba de los montes al altura el sol,
cuando Salicio, recostado
al pie de un alta haya en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado al rumor que sonaba, 
del agua que pasaba… etc.

Pero eso fue un momento de enajenación, con total olvido de la vulgar condición de turista apresurado.

La Foresta Umbra fue declarada parque nacional desde los años 90 y disfruta de una protección medioambiental especial, con lugares donde no está permitido el acceso, y es tan digna de ser visitada como la selva del Irati en nuestra Navarra. Su altitud media es de 700 m sobre el nivel del mar. Donde termina el bosque el paisaje se domestica y comienzan las plantaciones de olivos, así como de cerezos y almendros, y un poco más allá, la costa recortada. 

Y en el litoral, antiguas poblaciones amuralladas para defenderse de las incursiones sarracenas y turcas, tal como Perchici, pueblo costero, agarrado a los escarpes de la costa, que conserva su trazado de viejo lugar fortificado, con un arco de acceso en su muralla. Como otras poblaciones de estas montañas, tiene un trazado muy irregular, con grandes desniveles que se resuelven con escaleras de peldaños imposibles o cuestas empedradas. Lo que origina pequeños recovecos con encanto de casas encaladas modestas, arcos irregulares y pasadizos angostos.

En la calle principal, extramuros, la banda municipal alegra el ambiente, y la gente anda endomingada. Las mujeres, por ser día grande, lucen sus mejores vestidos y caminan con tacones tan altos que es milagro de la coquetería femenina no se rompan la crisma, haciendo equilibrios sobre aquellos empedrados irregulares. Pero esto, a lo peor, no se puede decir porque suena a micromachismo. Delo el improbable lector por no leído. 

Muchos más lugares nos quedan por visitar de la Apulia, pero ya veremos si dan más de sí esta bitácora y la paciencia de los lectores que a ella se asoman. Por si acaso, para no cansar al respetable, este jubilata cierra sus cuadernos de viaje, recoge sus mapas, se embaúla sus recuerdos y  a otra cosa mariposa.

domingo, 6 de mayo de 2018

Impresiones de un viaje a La Apulia,.


Anda el jubilata, estas últimas semanas, viviendo su vida como entre paréntesis. En momentos así, mientras  se vive un trozo de existencia con monotonía doméstica, es buen remedio recurrir a los recuerdos y revivirlos como actuales. Éstos, afortunadamente, tan recientes que parece hace sólo dos días que bajaste del avión.

La Apulia (así lo decimos en español; Puglia, la llaman los italianos) es el tacón de la bota italiana que comprende desde el promontorio del Gargano, al norte, hasta Leuca, en el extremo sur. El mar Adriático, por un lado, la región de Basilicata y el mar Jónico por el otro, delimitan esta región, plana como la palma de la mano, a excepción del dicho promontorio Gargano, que se eleva casi 900 m sobre el nivel del mar y forma lo que podríamos denominar la espuela de la bota.  Pero esas cosas, improbable lector, las puedes ver en el Google Maps ese y así te ahorras las tediosas explicaciones geográficas.

En todo viaje siempre hay pequeñas anécdotas o sucedidos que el viajero suele dejar al margen porque forman parte de las incomodidades que debe sufrir en el día a día, y cuya evidente vulgaridad desmerecería a la hora de contar lo guay que lo estabas pasando. Porque de lo que se trata es de pasárselo súper guay, de visitar muchos sitios para hacerse muchos selfis (yo y una catedral; yo y mi pareja en otra catedral, yo y un plato de espaguetis…), publicarlo en las redes sociales y que así se enteren tus amigos, parientes y afines. La envidia que despertamos en los demás con nuestro relato es tanto o más satisfactoria que el propio viaje.

El propio don Miguel de Unamuno decía que no se viaja por placer; se viaja para decir que se ha estado aquí o allá. Y eso que en tiempos de don Miguel no podía ni sospecharse lo del móvil, y mucho menos el invento ese de los selfis exhibicionistas con que inundamos las redes sociales. El consumo de felicidad aumenta en muchos decibelios cuando se lo contamos a todo bicho viviente

Pero olvidamos, a propósito, lo más perentorio en los viajes. Vamos a ver: ¿Cuántas veces el turista no ha sentido la necesidad urgente, inexcusable, angustiosa, de buscar un retrete donde aliviar la vejiga? Montones. Y, entonces, si forma parte del paisaje diario en todo viaje, ¿por qué no se habla de ello? Y, sin embargo, bien nos gusta hablar de las cervecitas que vamos trasegando, o de las comidas tan ricas que nos metemos entre pecho y espalda. Por eso, a este jubilata prostático, mientras recorría La Apulia, le dio por preguntarse, ¿Qué razón hay para que hablemos, e incluso presumamos, de la materia orgánica que entra por un extremo del tubo digestivo y no de los humores que salen por el otro extremo?, mientras recordaba a Buñuel y su Fantasma de la libertad.

Por eso, aunque de ello nunca se habla debido a un cierto pudor pequeñoburgués, no está de más recordar que uno de los afanes del viajero es siempre encontrar un aseo a mano, Antes – preferentemente – o después de visitar monumentos. También por eso, los aseos públicos, por estas tierras italianas, son un negocio tan digno – y aún más necesario – como las tiendas de recuerdos que abundan allí donde los autobuses descargan turistas.

Visitando Castellana grotte, un cartel de acceso a los urinarios públicos advertía: Si ruega di muniri di monete di 50 centesimi, imprescindibles para pasar el molinillo que da acceso al tan ansiado excusado. Pecunia non olet (el dinero no huele), dicen que dijo el emperador Vespasiano cuando le reprocharon que pusiera un impuesto a una actividad de tan baja estofa como era la de las letrinas públicas de Roma.

Satisfacer necesidades elementales es cuestión de primer curso de logística  a no olvidar en todo desplazamiento, y es, también, cuestión de dinero de bolsillo.  En este viaje del que se hablará, el dinero de bolsillo se iba en pagar botellines de agua a 1 €, cafés macchiati a 1 € y alivios de vejiga a 50 céntimos. Son cuestiones, quizás por lo básicas, de las que nunca se dice nada, pero muy necesaria para el feliz desarrollo del viaje. Pero no se insistirá más sobre el particular, no se le vayan a achacar a este jubilata vergonzosas inclinaciones coprofilas.

Otra experiencia viajera, difícilmente evitable, es el transporte aéreo. No solo por los vuelos, sino por los controles. Si un ciudadano quiere conocer de primera mano la sensación de sentirse humillado, despojado, escudriñado, vigilado como posible terrorista, no tiene más que pasar esos controles de seguridad de los aeropuertos. Aunque la sensación de oveja en aprisco, haciendo colas en un aeropuerto, lo hace más llevadero por aquello de que mal de muchos, consuelo de tontos. Y si quiere, y aunque no quiera, perder su condición y dignidad de viajero para ser considerado un bulto, viaje en un vuelo low cost. Nosotros hicimos el viaje en RyanAir y fue experiencia como de cosa empaquetada.

Ryanair es una mierda. Perdone el lector, pero es la primera frase escrita en mi diario de viajes. Pagar 40 € por una maleta de 14 kilos es la primera sorpresa, desagradable, que nos llevamos algunos viajeros desavisados porque no entendimos las normas de la compañía. Normas modelo traga-perras, cuya finalidad es ir esquilmando al usuario (no viajero, sino consumidor) a fuerza de suprimir servicios y ofrecer consumo con precio: bocadillos, refrescos, venta de perfumes y relojes, y hasta loterías con rasca-rasca. El avión, un cilindro hueco con motores, está pensado para viajar con las menores comodidades, las imprescindibles para no correr riesgos, y el máximo aprovechamiento de espacios para hacinar viajeros. Centímetro que ganas, euro que entra en caja, parece ser la máxima.

Y, se preguntará quien lea esto: Vamos a ver, y el jubilata, ¿cuándo dejará de gruñir y va a contarnos su viaje? Pues, improbable y no por eso menos amigo lector, tendrá que ser en otra ocasión. Porque el viaje fue very guay, pero no quiero cansarle extendiéndome en el relato, que tampoco son los viajes de Marco Polo al exótico Catay.