sábado, 23 de febrero de 2019

Papeles y papelera.-


En casa somos urbanitas muy ecologistas, y puede que ingenuos. Tenemos un cubo para los restos orgánicos, una bolsa para los plásticos y envases, otra para los papeles, un rincón para los vidrios, una bolsa ocasional para la ropa reciclable, y paciencia bastante para poner cada basura con sus congéneres. Eso una vez que hemos aprendido el trabalenguas de los colores de los contenedores que el municipio pone a nuestra disposición. Es una profusión de recipientes necesitada de un máster no presencial – tipo Pablo Casado – en la Universidad Rey Juan Carlos, para discernir su uso con conocimiento de causa.

En lo que llamamos “el despachito”: una habitación mini para mis retiros lectores y escribidores, internáuticos, melómanos y de múltiples divagaciones sin clasificación posible, hay una papelera al pie de la mesa. Allí van a parar todos los papelotes, una vez reciclados en anotaciones por el reverso. Allí las copias desechables de la impresora, notas de compra y recordatorios, y ocurrencias esporádicas que apunto para no olvidar y que luego no sé qué aplicación darles.

Mira por dónde, en el vaciado último de la papelera, me encuentro unas hojas del periódico La Razón. Llegaron a casa como envoltorio de unos cuadernillos de un libro que estoy restaurando en el taller de encuadernación. Dicho sea lo de restaurar como licencia que me tomo por el hecho de estar remendando un libro que he desmontado y del que hablaré más tarde. A lo mejor…

A propósito de esa rareza de La Razón en casa, forzoso es confesar que uno tiene sus fobias. Fobias cultivadas con dedicación, como el Cándido de Voltaire cultivaba su huerto. Dicho sea en honor a la verdad: un servidor es fóbico a la prensa patriótica, entre otras fobias confesables. 

En la página 25 de La Razón, domingo día 3 del presente, salta a los ojos este anuncio publicitario: ¡Orgullosos de nuestra Guardia Civil!, en color verde picoleto. Y en letras rojas, para que más destaque: Reloj Homenaje “Duque de Ahumadaimpresionante cronógrafo de alta relojería con el emblema de la Guardia Civil y la bandera de España grabados en la esfera. Al lado del reloj, a su izquierda, una navaja con los colores de la bandera en la hoja. Navaja táctica Guardia Civil.Diseño español”, advierte, por si hubiese dudas.

Este jubilata, que cumplió su cupo militarista y patriótico con la jura de bandera franquista, siendo un conscripto veinteañero, siempre ve con recelo estos fogonazos de fervor decimonónico; los años vividos y recorridos siempre le llevan a sospechar negocio o apaño interesado tras tanto trémolo: dicen “Patria” y piensan “Pasta”.

Venciendo el natural recelo, resulta que sí; que, sin lugar a dudas, son objetos a la venta por 150 € la pareja (reloj y navaja). ¡Ah! En efecto, me digo aliviado: solo es eso: negocio. ¡Haber empezado por ahí! El truco está claro: Te ponen una bandera de España para que se te agiten las tripas patrióticas y se te obnubile el raciocinio, y, como quien no quiere la cosa, te sacan ciento cincuenta patacones por dos objetos perfectamente inútiles. Objetos que puedes comprar en tienda de chinos por la cuarta parte de ese precio. Sin enseña patriótica, claro. De ahí el sobre coste.

Un servidor ve esa navaja con su Todo por la patria impreso en la hoja y recuerda aquel Viva mi dueño que, según Valle Inclán, estaba grabado en las cachicuernas que los majos con calañés y patilla de boca de jacha, llevaban en la faja. De cuando la reina castiza, o sea, de antes de la Gloriosa.... 

Nueva vuelta al ruedo ibérico – piensa el jubilata con desánimo –, con su baza de espadas y su corte de los milagros. Nuevo regreso a los espejos deformantes del callejón del Gato, donde un Abascal a caballo por los eriales castellanos, nos da la contrafigura de don Friolera, tronando con dignidad de fantoche: En el cuerpo de Carabineros no hay cabrones ¡Friolera!

Pero en la papelera hay más papelorio. Esta vez, un par de hojas de un periódico gratuito, de esos que publican en cada distrito madrileño. Éste, de Lavapiés, Latina y Embajadores, de cuando voy a los cursos de la UNED Senior. Yo los traigo a casa y mi santa, que se lee hasta los prospectos de la farmacia, va devorándolos, columna a columna, artículo de opinión a artículo de opinión. Una vez exprimido su jugo, terminan en mi papelera.

Y va y me dice: Pues en un artículo ponen a caer de un burro a Aristóteles. Yo frunzo el ceño, hay mitos intocables y por ahí no paso. Rescato el papelorio de la papelera y leo: Y cómo no mencionar de entre los engendros a Aristóteles, quien consideraba que la educación debía ser para las clases sociales más altas… y que no valía la pena educar a los esclavos y a las mujeres. Entre los engendros de los que abomina la articulista no está solo el Estagirita, porque también da un repaso a Tomás de Aquino y a Agustín de Hipona por aquello de que le niegan la inteligencia y relegan a la mujer a la procreación. Ob imbecilitate sexu, creo que decían los medievales: a causa de la natural debilidad de su sexo. 

A la articulista, doña Eunice, se le nota súper mega cabreada con tanto machismo como ha sufrido la mujer desde el Génesis. Aunque parece que muestra cierta benevolencia hacia Platón, por aquello de que, en su República, dice más o menos: Los hijos… nacerán de la unión libre entre ambos sexos, ya que entre ellos habrá comunidad de mujeres, siendo todas para todos, de modo que los hijos sean comunes y los padres no conozcan a sus hijos.

Este jubilata da un respiro a su indignación al saber que el señor Aristón (Platón para los conocidos) se salvaba del anatema feminista gracias a haber sido un antecesor remoto (unos 25 siglos, así a ojo) del poliamor, tan en boga entre todo este elenco de plurisexualidades que disfrutamos. Plurisexualidades, por cierto, de las que otros disfrutan, pero de la que este jubilata tiene un conocimiento de oídas y poco claro, debido a la edad provecta que le habita. Y a que sus hábitos son otros.

Aparte esos papeles impresos, en el vuelco de la papelera aparecen trozos arrugados de cuartillas con algunas notas de puño y letra bastante incomprensibles. Son fruto fragmentario de lecturas a medio digerir del tipo: “La mayoría de nuestras impresiones del mundo las percibimos a través de la vista. La imagen se construye a partir de fragmentos de información”. “La consciencia surge de la actividad neuronal, pero no toda actividad neuronal genera acciones identificables con la conciencia". Y cosas así... todo por haber leído La paradoja de Darwin con escaso provecho y muchos interrogantes. 

No es extraño que, estos fragmentos de ignorancia, hayan terminado en la papelera. Y que perdone el improbable lector. También los jubilatas tenemos nuestros demonios domésticos y los sacamos a ventilar, aunque su destino final sea el contenedor de reciclaje. 

lunes, 4 de febrero de 2019

Diálogo en el Calero.-


La creación literaria – le decía yo a mi vecino el depre, como si fuera cosa de mi invención – es un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración.

Lo que no le dije es que esta frase yo se la había oído decir a Cela en una entrevista que le sacaron por la tele. De eso hace la intemerata de años. De cuando la tele era estatal, en blanco y negro, y salía la carta de ajuste al terminar la programación por la noche. La cosa venía a cuento porque un servidor ha sufrido estas últimas semanas una sequía de inspiración y anda tirando de retales.

A la busca de materia literaria para mis entradas en la bitácora, he pasado días dando vueltas por el parque del barrio, el Calero. Pensaba que el material humano que por allí transita me daría ocasión para una descripción costumbrista de las clases medias de medio pelo que por aquí abundan, o abundamos. Así que bajé, paseé y observé el faunario humano. Más bien mediocre, como esas ganaderías que lidian en plazas de toros de tercera.

Y fue allí, en el parque del barrio, donde me tropecé, como es habitual por otra parte, con mi vecino el depre, quien ejerce de tal en su triple vertiente peripatética, vocacional y existencial. El hombre estaba dando la enésima vuelta a la fuente ornamental del parque, según el consejo de su psicólogo de plantilla: “Usted, fulano, camine mucho y piense poco”. Recomendación que seguía en el primer cincuenta por ciento. El otro cincuenta por ciento se le iba en cavilaciones.

Así que me lo encontré en plena peripatesis (con perdón), cabizbajo y meditabundo, deprimente y depresivo: cabizbundo y meditabajo, expresión de su cosecha, con un aquél de ironía que él se permite en sus momentos de estado hipomaniaco. Porque será un ciclotímico sin redención, pero suele gasta un sutil sentido del humor en los momentos álgidos, que solo alcanzamos a entender quienes le conocemos. Y, además, es más culto que todo el colectivo jubilata que pasea sus perros y sus ruinas físicas por el parque.

Nada más verme, antes que yo le hablara de la sequía de mi fuente Castalia, él, mirándome con sus habituales ojos perrunos de tristeza animal, me saludó: Ut vales, domine?  Yo, que conozco su humor latinista, le respondí: Bene valeo, amice. Ac tu quoque? Y él: Heus, Res omnia male se habent; o sea, lo habitual en él: pesimista y tristuroso (con perdón, otra vez). Doleo valde, le replique. Y él, un tanto temeroso: Hispanicam linguam loquemur, quaeso…, me sugirió. Así que volvimos al español. Había al lado nuestro un caduco en silla de ruedas, afín a Vox, que, al oírnos hablar aquella jerigonza, nos miraba como a inmigrantes ilegales venidos a robarle la pensión. A mí me pareció de perlas, lo de volver a la lengua del imperio, porque mis latines no van mucho más allá de las fórmulas de salutación habituales.

Me invitó a dar con él otra vuelta a la fuente del parque, la n+1, según sus cuentas. Yo, que necesitaba un escuchante para mis cuitas de escribidor en seco, le espeté en mi mejor francés: Tout le talent d’écrire ne consiste après tout que dans le choix des mots... Que el talento de escribir no consiste más que en elegir las palabras apropiadas, fue frase que le pirateé a Flaubert, callándome su autoría, claro. Es autor al que mi vecino el depre odia por la perra vida que el novelista dio a Madame Bovary, mujer infeliz con la que él empatiza hasta la transustanciación.

Pero ya se sabe cómo son los depresivos, unos egoístas. Sólo quieren cultivar sus enfermizas obsesiones a expensas de quienes les rodean, aunque éstos tengan sus propias cuitas. Como era mi caso. Así que me empezó a hablar de sus angustias ante el cariz que iba tomando la política internacional, en este caso, de Venezuela. Tema que no por manido da menos juego y se presta a mil elucubraciones de periodistas de pesebre y políticos de rabieta.

“Diosdado Cabello – me dijo mi vecino el depre, con un punto de inquietud –, jefe de la Asamblea Nacional Constituyente Venezolana, no se anduvo con sutilezas de neolengua: ¡Váyanse bien largo al carajo!, le espetó a Sánchez el otro día, cuando…”

“Ya, ya, – respondí sin convicción. Y aprovechando los puntos suspensivos de su frase a medio hilvanar, metí mi cuchara: El caso es que llevo tres semanas sin escribir una jota. Y eso que soy hombre de gran facundia literaria, aunque me esté mal el decirlo”. Y ya aproveché para colar una nueva cita; esta vez de Wilde: No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo, pero ya ves… – Y puse un trémolo de desánimo, como empatizando con la tristura reglamentaria de mi interlocutor.

Él, a su vez, se coló por entre mis puntos suspensivos para retomar la frase donde yo se la había cortado. (Ya íbamos por la vuelta n+7 a la fuente ornamental): “…Un servidor, aunque depresivo de natural, es observador siempre asombrado del gallinero político, y me quedé con una duda: El plazo de 8 días, que nuestro bello Pedro Sánchez dio al camionero Maduro para que convocara elecciones generales en Venezuela, ¿Tiene prórroga como la exhumación del dictador patrio que iba a ser para ya? Porque, si es así, el chavista puede disfrutar de un largo mandato, salvo que Trump y su troupe tengan otros planes para el petróleo de aquel país…”

Sí, efectivamente se le notaba preocupado con que la exhumación del fiambre inquilino del Valle de los Caídos y las elecciones venezolanas se aplazasen ad Kalendas graecas, según latinizó, mirando de reojo al caduco de Vox, quien no nos quitaba ojo. Éste, en plan campeador sobre silla de ruedas, y con el oído atento, rodaba detrás nuestra a cada vuelta que dábamos a la fuente ornamental, (Íbamos ya por la vuelta n+13).

Fue imposible seguir la conversación. Mi vecino el depre empezó a acojonarse con el de Vox pisándonos los talones, así que pretextó que era la hora de tomar su coctel de antidepresivos y se despidió a la francesa. A mí apenas me dio tiempo de soltarle mi última cita literaria: “El escritor es aquel al que escribir le resulta más difícil que a los demás”. De Thomas Mann, dije por lo bajinis, pero él ya no me oyó.