miércoles, 24 de febrero de 2021

De sombras chinescas. -


 En mis largas caminatas de jubilata ocioso y peripatético, acostumbro a caminar por Arturo Soria y paso con frecuencia por delante de la embajada china, oculta, tras su alto muro, liso, sin fisuras, a toda mirada indiscreta. Frente a ella, en una praderita de hierba, bajo unos pinos, suele ponerse un grupo de meditación de nombre Falun Dafa, que protesta silenciosamente por las torturas que el gobierno chino inflige a los adeptos a dicha secta o movimiento religioso, aunque uno ignora todo sobre ella, su filosofía y las vicisitudes de sus adeptos. Puestos a mantener un aséptico escepticismo, ni siquiera puede uno afirmar la certeza de tales atropellos que ellos denuncian. Aunque sí me despiertan cierta conmiseración al ver las fotos de personas con el cuerpo lacerado.

Muchas veces he pasado junto a ellos y nunca me he atrevido a observarles con mirada de curioso paseante, y menos a fotografiarles, hasta hoy que escribo sobre ello. Un servidor siempre siente cierto pudor ante las manifestaciones de tipo religioso, cualesquiera que sean, y evita interferir en sus ritos, ni siquiera con la natural curiosidad de quien gusta de los espectáculos cuanto más exóticos, más entretenidos.


Pero esta vez, sí. Esta vez observo a los meditantes, leo sus carteles, fotografío, cojo un puñado de sus folletos para ver de qué va, y todo ello se lo cuento al improbable lector, por si suscita su interés durante los minutos que dure la lectura de esta entrada en la bitácora. 

Total, para su conocimiento, le contaré al improbable - pero siempre paciente lector - que este movimiento fue fundado por un señor chino de nombre Li Hongzhi en el año 1992, que se hizo muy popular en China, logrando millones de adeptos – según la información que ellos transmiten – y que fue prohibido el 20 de julio de 1999 por no ajustarse a la ideología oficial. Enseña sencillos ejercicios físicos y de meditación tradicional china para lograr un estilo de vida saludable; se rige por los principios de Verdad-Benevolencia-Tolerancia y pretende que sus adeptos sean gente amable, honesta y paciente.


Todo lo cual debe entenderse como información tomada de sus folletos y carteles, sin que este jubilata pueda contrastarla para saber hasta donde llega la certeza. Viendo su actitud pacífica y de meditación interior, no parece un enemigo de talla frente al poderoso Estado chino. Aunque sus proclamas del tipo: ¡El Cielo protege al pueblo chino y acabará con el Partido Comunista Chino! ¡Renuncie al PCCh para su seguridad y paz!, no son como para que la burocracia del partido no le preste atención y actúe de forma expeditiva, como acostumbra.

Es el problema de estas sobras chinescas, porque el ocioso paseante no sabe delimitar sus perfiles y ha de optar entre lo emocional y lo racional, sin saber a ciencia cierta si las fotos de torturados son testimonios ciertos o un apoyo gráfico para evidenciar la bondad de Falun Dafa frente a la dureza del sistema comunista (comunista en lo ideológico, neoliberal en lo económico – doble dictadura –) chino.

Con esas dudas, el paseante continúa su camino y deja vagar su pensamiento porque sabe que la mente, en proceso libre, suele elaborar ensoñaciones, no está obligada a un pensamiento riguroso y ayuda a dar un paso tras otro, calle adelante. En sus rutinas, no es consciente de que siempre pasa por los mismos lugares y es, después de todo, como ese hámster aprisionado en su jaula que se afana trepando por la rueda que le lleva a ninguna parte, pensando alcanzar la libertad, pero dándole vueltas sin fin a la noria de su infortunio. 

Infortunio del buey atado al pesebre, eso sí, con los bienes materiales satisfaciendo sus necesidades más elementales de alimento, alojamiento y seguridad... Y con el espíritu en vuelo libre mientras callejea por los lugares donde suele.

lunes, 1 de febrero de 2021

Al hilo del mural morado.-


Este barrio nuestro de la Concepción ha estado un par de semanas en el candelero, no porque su parque del Calero haya sido arrasado por la borrasca Filomena y así siga a finales de enero, o por sus habituales basuras amontonadas junto a los contenedores haciendo paisaje. Lo ha sido por un mural feminista, en gama de morados para hacer juego, que querían borrar nuestros políticos dextrógiros del distrito de Ciudad Lineal. 

Al final, la cosa ha quedado en agua de borrajas. En el barrio no ha gustado la broma del borrón y cuenta nueva. Habiendo tanta tapia donde pintar lo que tuvieran a bien, ¿Qué necesidad había de emborronar lo ya pintado? Total, que no han tenido la suficiente habilidad ni redaños para sacar adelante el asunto, así que mejor lo dejamos, han debido pensar. Y hacen bien, porque ocasiones de malgastar su tiempo de políticos municipales y el dinero del contribuyente no faltarán. 

Y no es por nada, que bien está el mural donde está y no pide pan. Es porque así nuestro barrio ha ganado cierta notoriedad y, a lo mejor, las autoridades competentes le dedican un poco más de atención, nos arreglan las aceras, sanean el parque, recogen las basuras, y otros pequeños detalles por el estilo. Pero nos conformaremos con haber sido noticia de escándalo durante quince días, día más o menos. Han sido nuestros quince minutos de gloria, que a todos alcanza, según me comentaba mi vecino el depre, quien, aparte sus neuras habituales, últimamente cultiva con esmero la de la pandemia y apenas se deja ver.

Prácticamente a diario paso por delante del polideportivo y veo esos iconos feministas. La verdad, pocos rostros soy capaz de reconocer, que yo de santorales no ando muy allá. Sean laicos o religiosos. Lo que sí me ha llamado la atención – y no debiera – es que una torpeza política haya convertido este mural en campo de batalla ideológico y en templo de laicidad, patrimonio de la humanidad si nos ponemos trascendentes. Lo que se dice ir a por lana y volver trasquilado.

De todas esas damas retratadas, a la que sí reconozco es a doña Rigoberta Menchú, por quien mi profesor/tutor de Historia de América (cuando yo hacía Geografía e Historia en la UNED) no tenía ninguna simpatía. Él había hecho durante varios años trabajos de campo en la América hispana y conocía el paño. Lo menos que le reprochaba, y el sabría por qué, era que había inflado su currículum de mujer progresista en beneficio de una carrera prometedora lejos de su país.

De la francotiradora rusa - por mentar alguna otra - Lyudmila Pauliuchenko, tampoco sé más que lo que he leído en los artículos panegíricos sobre las damas retratadas. Por lo visto, en Odessa fue el terror de los soldados nazis con su puntería y fría habilidad para cazarlos entre las ruinas. De francotiradores, sólo uno he conocido personalmente, y hacía gala de ello. Fue visitando Armenia y era nuestro guía, Edgar, quien fue francotirador en el anterior conflicto de Armenia con Azerbaiyán por Nagorno Karabag. Mi impresión al respecto queda reflejada en estas líneas que escribí en mi diario de viajes: Muestra bastante agresividad frente a los turcos y, a lo largo del viaje, no dejará de hacer chistes de mal gusto y pesados, a cada paso para mostrar su animosidad. Esto fue en abril de 2017.

Claro que para mostrar animosidad y franca enemistad no hay que ser francotirador armenio o ruso, basta que uno de rienda suelta a simplismos ideológicos elevados a categoría. El resultado ha sido, después de unos millares de tuiters y alborotos en redes sociales de masa, poner en los altares mediáticos, por un ratito, a un barrio que sobrevive con resignación a la desidia municipal. Y mientras somos reyna por un día, los jubilatas del barrio nos paseamos tan orgullosos por delante de la tapia morada de polideportivo de la Conce. Y las señoras que andan por la cincuentena, por lo menos las más progres, van y se hacen selfis delante de los iconos feministas. 

Y el barrio sigue su habitual run-run. A la espera de que algún iluminado alumbre una genialidad que vuelva a darnos fama en los mass-media, tan necesitados como están de pasto fresco. Que lo de la pandemia ya aburre un poquito, oiga.