jueves, 30 de julio de 2009

Asfalto fresco.-

Es una forma de decir, claro está. Estos días nos han asfaltado la calle, un hecho que nos ha sorprendido a los vecinos, ya que el barrio de la Concepción es un barrio de clase media-media-de-medios-pelos, lleno de jubilatas y emigrantes; o sea, de una categoría social mediocre, tan mediocre que uno queda sorprendido de que los burocráticos ojos municipales hayan puesto su bondadosa mirada en él y lo premien con un asfaltado nuevecito. Aunque tampoco hay que exagerar, que no asfaltan todo el barrio, sino sólo algunas calles, entre ellas la nuestra. Una lotería.
¿Quién se acuerda de aquellas “operaciones asfalto” de cada verano? Qué tiempos aquellos, cuando nos quejábamos de que el ayuntamiento no hacía más que echar capa sobre capa de asfalto y nos dejaba las calles con su brillante negro mate, un agosto sí y otro también.
En estos últimos años, los que vivimos aquí nos habíamos resignado a ver cómo se agrietaba el asfalto de las calles, se abrían baches acá y acullá, se iban rompiendo baldosas de las aceras, se cegaban alcantarillas y, de paso, nos iban subiendo las tasas municipales, el IBI y otras menudencias impositivas. Como, además, sabíamos que las faraónicas obras de la M 30 habían dejado exhaustas las ubres municipales, no creíamos que quedase nada que ordeñar para la mejora de nuestro barrio.
Leí por ahí algo sobre un informe de Economía y Hacienda a propósito de la deuda municipal: 6.683,9 millones de euros a fecha diciembre de 2008. Lo que supone el 20,8% de la deuda total de la totalidad de todos los municipios españoles. Cuando me enteré que en casa debíamos 4.160 euros (2.080 € por ciudadano madrileño) por poco me declaro apátrida. Si no lo hice no fue por sentimiento patriótico o de pertenencia a ninguna tribu urbana o afinidad afectiva con esta megalópolis insufrible, no lo hice simplemente porque no tengo a dónde ir y toda mi vida laboral no ha dado para una segunda residencia. Ni siquiera en los gloriosos años del ladrillo áureo.
Ahora entiendo que la gente de mi barrio no salga de vacaciones con tanta alegría como otros años. Sólo de pensar que sobre cada cabeza gravita el peso de 2.080 euros de morosidad edílica es para no moverse de casa, aunque las noches estivales se pongan a 30º C. Es una lástima que haya que pasarse el ferragosto sin más recurso que el abanico y el paseo por el parque del Calero al anochecer. Si, al menos, la piscina municipal no llevase dos años en secano y no nos hubiesen agujereado el auditorio donde ponían el cine cada verano… Pero los designios municipales son inescrutables, y lo mismo te dejan sin piscina y cine, que te asfalta la calle sin que tengamos mayores merecimientos para ello.
En fin, el Ayuntamiento de Madrid es una divinidad caprichosa, y de nada sirve declararse ateo.

martes, 28 de julio de 2009

Sólo son cuentos.- Cosas de amores, 5

Paz conyugal.-
Por fin, sosegado su infierno doméstico, se ignoraban en silencio.

viernes, 24 de julio de 2009

De ida y vuelta.-

Este verano nuestras vacaciones serán así, de ida y vuelta. No haremos esos planes que nos llevaban a visitar países lejanos o próximos; o sea, que no saldremos ni siquiera de la península. El exotismo del viaje al extranjero, por lo menos este año, no está a nuestro alcance. Por eso hemos cambiado de estrategia. Que aprieta el calor, maleta y a salir corriendo de Madrid. Son viajes sobre la marcha, decididos a última hora, que nos liberan de la rutina estival en esta ciudad donde el asfalto es un sucedáneo de las calderas de Pedro Botero.
Porque, para cocerse a fuego lento no es necesario pasar por el tedioso trámite de morirse y someterse a ese tribunal sin apelación que dictamina una de estas dos opciones: o te manda a cantar gori-goris por toda la eternidad, revestido de túnica blanca y con coronita brillante sobre el occipucio, o bien te condena a las penas del infierno inferior, a cocerte en calderas de brea hirviente, como nos enseñaban a los niños en la doctrina.
Lo dicho, ya no es necesaria toda una vida de pecado para hervirte a fuego lento. Basta con que vivas en un barrio madrileño, como un servidor. El asfalto, resquebrajado de tanto uso, empieza a recalentarse; las paredes de los edificios haciendo el oficio de acumuladores de calor; los árboles mustios de sequedad, son un anticipo de ese calorín infernal prometido a los depravados. Lo malo es que todos lo sufrimos por aquello de que en esta sociedad se socializan las incomodidades y las penas, lo mismo que se ha hecho con el fracaso del sistema neoliberal.
Supongo que se debe a esta ideología reaccionaria que impera en esta ciudad lo de repartir males entre el común y acaparar provechos para unos pocos, pero lo cierto es que este verano, en nuestro barrio de la Concepción, no funciona el cine de verano y está cerrada la piscina municipal. Si se añade que la gente anda trabajando en precario, a ver quién es el guapo que hace las maletas y se va de vacaciones todo un mes. Y a tomar el fresco al cine del parque no puedes ir. Y la piscina del polideportivo es un agujero enorme de cemento.
En fin, que nosotros andamos de ida y vuelta. Unos días al fresco serrano y otros torrándonos las meninges al sol asfalteño de esta bonita ciudad.
Para mantener el optimismo dejo esta foto donde se ve el Peñalara desde las Presillas.

lunes, 20 de julio de 2009

Perro solo.-

¿Nunca os obsesionais? Releyendo algunas de las entradas de mi bitácora, me he dado cuenta de que yo sí; yo tengo una obsesión bastante tonta, y recurrente, como suelen ser las obsesiones. Se trata de mi empeño en exhibir mi quasi-ignorancia de lo que podría llamarse la cibercultura, esa pasión por las nuevas tecnologías y todas sus manifestaciones. Me refiero al empleo habitual y compulsivo de esos gadgets tecno, llámense iPhone 3G, i-world, iPod, vídeo juegos, redes sociales tipo Facebook o Twitter, Second Life (si sigue existiendo)… y tantos otros de los que ni conozco el nombre, ni sé su utilidad.
Hasta tal punto conforma la cibercultura un mundo con vida propia y dispone de tantos millones de adeptos, que hasta han inventado un nombre específico para designar a éstos: Geeks. Es más, incluso el Pequeño Larousse, en la edición que se prepara para 2010, define Geek como: Persona apasionada por las tecnologías de la información y de la comunicación, en particular por Internet. Pero parece que ser internauta habitual (que yo sí lo soy) no es suficiente. Hace falta, además, ser un apasionado de los comics, de la ciencia ficción, de los videojuegos, de los juegos de rol, de los mangas japoneses… El Geek, dicen, se refugia en el mundo imaginario; es un adulto que no quiere crecer. Toda una vida dedicada a la utilización de los cibercacharros y al mundo virtual de “La Guerra de las Galaxias” o “Star Trek”, o a identificarse con héroes virtuales como la Lisbeth Salander, de “Milenium, o –para no cansar– con el mundo élfico de Tolkien.
A mí la vida no me da para tanto, tengo otras aficiones que nada tienen que ver con toda esta parafernalia y ando sobrado de ellas. Ya lo he dicho otras veces, yo soy un veterano de la Olivetti Studio 88 (180 pulsaciones por minuto), y el rollo este de la cibertecnología me pilló en pleno proceso alopécico y con las neuronas reclamando la prejubilación. Ya es bastante con poner al día mi bitácora.
¿Y todo esto, a qué viene? Pues a propósito de la foto y el titular que he puesto como excusa. A que, si estuviese medianamente cibertecnificado (me chiflan los neologismos raros), cuando ando de viaje dispondría de un portátil con conexión WiFi y podría colgar mis entradas desde cualquier lugar y al momento, en vez de ir contando mis vacaciones por entregas y a toro pasado.
El perro solo y de aire tristón que aquí se ve lo encontré una mañana que iba paseando desde Abanillas hasta Luey, pueblo a 3 kilómetros de distancia. Llovía un poco aquella mañana, no había un alma a la vista – los perros no tienen alma, según Malebranche –, cuando se me cruzó el perro anónimo, solitario y triste. Se limitó a parar un momento, volver la cabeza, mirarme y seguir su camino. Me hubiese gustado hablar un rato con él, pero los lenguajes perruno y humano no tienen puntos de coincidencia lingüística, con lo que la incomunicación era inevitable.
Ya digo, nos cruzamos, me miró, le hice una foto y cada cual se fue por su lado.

viernes, 17 de julio de 2009

Gochos.-

Hablando con propiedad, y para que nadie vea en ello un menosprecio de sexo: gochas. Hay que hilar fino hoy en día con eso de las denominaciones según el género porque enseguida le acusan a uno de sexista. Los dos hermosos ejemplares que aparecen en la foto no son cerdos, sino cerdas; no son gochos (como dicen en León), son gochas. En mi tierra, Navarra, el nombre genérico es “cuto”, y, que yo sepa, no existe el específico para designar a las hembras. No es para menos. Llamarlas “cutas” suena mal y se presta a confusión malintencionada. Hay que pensar que, por muy “cerdas” o “gorrinas” que sean, nada les impide ser decentes. Lo de “gorrinas” es porque también se emplea en mi tierra el término “gorrín”, sobre todo cuando son animalitos pequeños, lechones de esos que terminan sus tiernos días en una fuente bien horneados, doraditos y churruscantes.
Y aunque sea salirse por la tangente, recuerdo que en Navarra existe una canción que se llama “El cuto divino”, que comienza: “En la hermosa ciudad de Tafalla ha rifado un cerdo el santo hospital…” Canción que acostumbramos a cantar Teresa y yo cuando vamos para Pamplona a ver a la familia. Por si acaso a alguien se le ocurre, gradeceré que nadie asocie al cuto divino con mi familia, que todos somos gente de pro…
Hecho este circunloquio, revenons à nos moutons. Porque no quería hablar de las múltiples denominaciones con que se designa a este animal, impuro para musulmanes y judíos, y fuente de placeres gastronómicos para cristianos en general, con independencia de la Iglesia a que se adscriban por asuntos de dogma de más o menos.
Lo que pasa es que las dos gochas, de las que quiero hablar en esta ocasión, me las encontraba yo cada mañana temprano, siempre durmiendo, cuando salía de paseo los días que hemos estado en la aldea de Cantabria donde nos alojábamos. El camino de junto a casa arrancaba con una fuerte pendiente que me hacía resoplar y me despejaba las últimas telarañas del sueño. La cuesta era dura, pero llegaba un momento en que se suavizaba y me permitía recuperar el aliento, momento que aprovechaba para echar un vistazo a mi alrededor. Del otro lado de la cerca del prado, veía, sucesivamente, ovejas pastando y dale que le das al rumio y a la esquila, dos perros que las cuidaban y me ladraban. Uno de ellos con poca convicción, como por cumplir; el otro bajaba a ladrarme hasta la misma cerca, junto a la que dormían las dos gochas. Había por allí, además de las ovejas, las gochas durmientes y los perros ladradores, un par de borriquillos que no me prestaban ninguna atención. Y siempre, siempre que pasaba junto a las marranas, las encontraba durmiendo. El resto de los animales estaban cada cual a lo suyo, pero ellas, duerme que te duerme.
Tumbadas una junto a la obra (“abarloadas” hubiera dicho Torrente Ballester), dormían plácidamente enfrentadas hocico junto a hocico, pezuña con pezuña, barriga con barriga. El caso es que el sol hacía más de una hora que había salido, pero ellas dormían con la placidez de los justos, con la tranquilidad de quien tiene la vida resuelta, con la satisfacción del deber cumplido… Esto último lo digo porque, por su envergadura, su exuberancia carnal, sus abundosas y colgantes mamas, se echaba de ver que eran hembras de cría y no estaban predestinadas al despiece de carnicería.
No hubo madrugada que no pasara por allí y las viese felizmente dormidas. Tanta placidez me decidió a hacerles una foto de recuerdo. Lo malo era el perro aquel que bajaba a ladrarme hasta la cerca, que las sobresaltaba antes de que yo preparase mi cámara y ellas se levantaban con un susto enorme que hacía temblar sus abundantes carnes. En un momento, pasaban de los brazos del Morfeo cerduno a la taquicardia y nunca conseguí retratar su plácido dormir.
Una noche, después de cenar, subimos el Josefo y yo dando un paseo hasta donde las gochas y estaban felizmente dormidas, tan dormiditas, tan amorosamente juntas, que hasta nos dio envidia. Entonces, Jose cogió la manguera y les echó agua para despertarlas. Ellas se levantaron sobresaltadas ¡groing! ¡groing!, protestaban. A nosotros la gamberrada nos dio mucha risa y corrimos camino abajo, no apareciera el dueño y nos diera de palos.
Estos días en Madrid, con el calor que se pasa por las noches, todavía me acuerdo de lo a gusto que dormían las gochas

Envidia cochina, lo reconozco.

miércoles, 15 de julio de 2009

De regreso


De vuelta a casa tras unas cortas vacaciones, venía yo pensando que esto de alimentar un blog resulta un poco coñazo. Como no tengo ordenador portátil, los días que estoy fuera de mi domicilio me resulta imposible dejar comentarios sobre lo que veo o se me ocurre pensar, así que la bitácora se ha quedado en encefalograma plano durante un montón de días y, claro, los pocos lectores que tengo pasan de largo. La fama –pequeña o grande –es efímera.
Al final, este invento viene a ser como las antiguas locomotoras de vapor que, para que anduviesen, había que ir paleando carbón sin parar. Lo que resulta un coñazo, ya lo he dicho. Así que no le veo la gracia a esto de las nuevas tecnologías, que te esclavizan, si quieres estar à la page, como dicen los franceses, o te olvidan como el desodorante.
Pero no me importa. Durante diez días he estado en paradero desconocido, perdido en una aldea de Cantabria, entre prados, vacas, caballos, perros, gatos, moscas que vivían su vida indiferentes al tráfago de las nuevas tecnologías. Y como yo soy más campestre que urbanita, ni me he acordado durante todo este tiempo de que mi bitácora estaba languideciendo de pura inanición.
Eso de levantarme a las siete de la mañana, calzarme las deportivas y echarme al monte a recorrer caminos me ha dejado como un reloj. Abría la ventana y veía los montes llenos de bosques y los prados habitados por sus vacas rumiando la placidez del lugar. Si no llovía, cosa de un par de días o tres, podía ver desde la terraza el mar al fondo. Mirando hacia el Oeste, alcanzaba a ver Peñamellera y los Picos de Europa. Nada que se pareciese a mi barrio, donde desde la ventana no veo más que los bloques de casas que tengo enfrente, y si miro al suelo, no veo más que asfalto recalentado y coches ruidosos.
Confieso que, además de campestre, soy un poco raro. Tenía San Vicente de la Barquera, con su hermosa playa, a 10 kilómetros del alojamiento y no me he puesto el bañador, ni siquiera el pisado la arena. Y eso que ocasiones no han faltado. La Franca, Unquera, Pechón, Santoña…, hemos recorrido bonitos lugares de costa, pero lo del baño es algo que no me pedía el cuerpo.
Pero no hay que preocuparse. Queda todavía mucho verano y seguro que habrá ocasión de acercarse al mar y darse un chapuzón, aunque solo sea para que uno termine pareciendo una persona normal, un turista que cumple el reglamento: tomar el sol, poner a remojo el ombligo, una cervecita en los chiringuitos playeros, paella y siesta.
De verdad que me voy a reformar y comportarme como uno más de los miles de veraneantes que siguen el procedimiento de los manuales del buen turista.

sábado, 4 de julio de 2009

Fuera de onda.-

No es que me lo haya dicho nadie, es que lo he averiguado yo solito: estoy fuera de onda. A ver si me explico. Un servidor ya sabía que en eso de las tecnologías punta andaba muy desfasado, lo que no tiene nada de especial si se consideran mi edad y mi formación: sesentón y de letras.
Cuando hacía el bachillerato tenía problemas con la física, la química y las matemáticas. Era incapaz de hacer la conversión de grados Fahrenheit a grados Celsius, por ejemplo. Hacer formulaciones químicas era para mí como escribir un poema en caracteres de chino mandarín, y a lo más que llegué fue a identificar H20 con el agua del grifo. En cuanto a las matemáticas, resolver una raíz cuadrada era tan difícil como hacer la cuadratura del círculo, y no digo nada de las ecuaciones de segundo grado: eso de despejar las incógnitas x y z era asunto al que no llegaba mi cociente intelectual ni de lejos.
En cuanto a lo de sesentón, ahí sí que declino toda responsabilidad. Me nacieron recién terminada la segunda guerra mundial y desde entonces ya han llovido muchas guerras y he cumplido muchos quinquenios. Soy de los que trabajaron toda su vida con la Olivetti Studio 88 y escribía sobre el teclado con el método ciego, 180 pulsaciones por minuto. Un krak. Pero aquello es pura obsolescencia.
Con estos antecedentes, no tiene nada de extraño que de tecnologías electrónicas ande más bien escaso. Manejo el ordenador, el móvil y el mando de la tele con cierta soltura, pero de ahí no paso.
Total, que uno sabe de sobras que está fuera de onda en lo que respecta a las nuevas tecnologías, así que es consciente de ello y lo acepta. Pero lo que más me descuadra es que también estoy fuera de onda en muchas modas –por llamarlo de algún modo– sociales. Y ahora explico a qué me refiero.
El otro día recibimos en casa una invitación de boda. Formato cuadrangular, cartulina de grano blanco, una franja horizontal azul celeste y una flor de factura infantilista (creo que me ha salido un neologismo), con un taladro en su centro geométrico, ensartada por una cinta azulita con motitas blancas, lo que permite deslizar la florecilla todo a lo largo de la susodicha cinta. Chuli. Guay.
La invitación de boda nos informa que Fulanito y Fulatina tienen el placer de comunicarnos que se casan, cosa que me parece estupenda. Yo ya lo hice hace 36 años y no me he roto nada. La cosa se complica cuando te dicen que la ceremonia será el día D, hora H en la parroquia Tal de tal pueblo cercano a Madrid y el banquete será en el restaurante Cual de un pueblo que está 20 kilómetros más allá de donde se casan. O sea, a 50 kilómetros de mi casa. Pero no es sólo eso; es que, además, se casan en pleno ferragosto, cuando las clases medias estamos en paradero desconocido, huyendo de la calorina esteparia madrileña.
Bien pensado, tampoco esto tiene nada de especial. La familia –porque de familia se trata– te convoca a bodas, bautizos, comuniones, funerales, en los momentos más inoportunos. O sea, que todo lo dicho anteriormente no es una moda social, sino un más de lo mismo, pero tenía que decirlo.
Decía lo de la moda porque, dentro del tarjetón, viene una discreta tarjeta como las de visita. Y en esta tarjeta viene un número de cuenta corriente con sus veinte dígitos (Entidad, Sucursal, Dígito Control, Nº de Cuenta propiamente dicho). Pues eso, que acabo de enterarme que esto es lo más fashion en cuestión de bodas. Lo de la lista de bodas, una antigualla. Lo de dar dinero a los novios en el banquete, entre un “Que se besen” y otro “Que se besen”, una ordinariez. Ahora lo más cool es ingresar discretamente el aguinaldo en la cuenta de los recién casado. Es más discreto, no hay que llamar al furgón blindado para que se lleve el saco con los dineros, la madre de la novia no tiene que cargar con los fajos de billetes toda la noche… Todo son ventajas. Pero a mí me suena a impuesto revolucionario, a mercantilismo, a transacción económica asimétrica (langostinos a cambio de pasta), a “pesca milagrosa” tipo FARC. Te ponen en una lista porque sí, te invitan a una ceremonia tediosa y que suele acabar en divorcio, te mandan a comer los entremeses y el entrecot (¡con estos calores!) a 50 kilómetros de casa, te obligan a soportar todas las geniales vulgaridades alcohólicas durante las horas del banquete (“El polvo de esta noche ya no es ilegal”, gritaban a los novios en la última boda que asistí el verano pasado). Encima, como vas en tu coche, si bebes, te está esperando la Guardia Civil con el aparatito de soplar.
Todo un programa. Y yo ignorante de las nuevas tendencias…

jueves, 2 de julio de 2009

Rarezas de ocioso.-

Cuando me monté esta bitácora (blog lo llaman los conocedores) no tenía más propósito que encauzar por ella parte de mis ocios de jubitala marchoso. Hacer anotaciones en ella (post, las llaman los que saben) ocupa bastante tiempo, ya que uno, en primer lugar, debe pensarse qué coños va a escribir y, en segundo lugar, cómo lo va a escribir. Aquello de si lo que escribe va a interesar al navegante internauta, ni se lo plantea, Puede hacerlo, si quiere, pero es seguro que llegará a conclusiones muy desalentadoras respecto a la popularidad de su bitácora.
Para justificar el vertido de las excrecencias mentales de uno –que apenas interesa a cuatro descarriados– en el universo internaútico, nada mejor que tomar como ejemplo el universo exterior más próximo a nuestro planeta. Hay tal cantidad de chatarra cósmica, de basura espacial flotando sobre nuestras cabezas, con grandes posibilidades de descrismarnos, que verter un poco de residuos mentales en el universo virtual de Internet no debe considerarse ni antiecológico ni perjudicial para la salud.
Es que si se clasificase como delito ecológico, dañina para la salud mental, toda la basura que flota en el gran océano internaútico, Internet sería un mundo tan cancerígeno que ríase usted de Chernobil. Por eso, como hemos decidido que en el pozo sin fondo de la Red se pueden hacer vertidos incontrolados de sustancias mentales sin que hayan pasado el test de calidad intelectual, yo voy a lo mío y hablaré de mis últimas lecturas.
Hay que ver lo que da de sí el tiempo de un jubilado… Estos últimos días ha caído en mis manos un manual sobre Kant (no el propio Manuel Kant) –obsérvese el sutil juego de palabras– y me he puesto a leerlo. Con papel para notas y boli al lado, que la artrosis neuronal me impide una comprensión inmediata del texto. ¿Aburrido…? Ni hablar.
¿Alguna vez has intentado comprender qué función cumplen en nuestro conocimiento el Espacio y el Tiempo? ¿Quién puede imaginar un Espacio vacío o un Tiempo sin una sucesión de sensaciones o experiencias? Pues eso. Espacio y Tiempo resultan imposibles de representarse porque no son realidades en sí. Son las “formas” que tiene nuestra capacidad de conocimiento para comprender el mundo exterior. Son como el recipiente que da forma a su contenido, como una botella transparente que da forma al líquido que contiene.
Imagina que el mundo exterior es un caos de sensaciones, incomprensibles para la mente. Si no fuese por el Espacio y el Tiempo que dan forma y orden al mundo exterior a nuestro conocimiento, no podríamos representarlo ordenadamente. ¿A que no es tan difícil de entender?
No me digas que no sabías que el pensamiento se estructura mediante “juicios analíticos” y “juicios sintéticos”. Los primeros son universales y necesarios, y no necesitan de la experiencia para su comprobación. Por eso los llama “a priori”, porque son previos a toda experiencia. ¿Puedes imaginar un triángulo que no tenga tres lados? Pues eso es un juicio analítico: un triángulo siempre tiene tres lados, tengamos o no experiencia de ello.
Por el contrario, la veracidad de los juicios sintéticos está sujeta a la comprobación experimental ¿Cómo sabemos que la tierra gira alrededor del sol, si no es tras la experimentación científica? Preguntádselo a Galileo, que por poco le dan matarile los inquisidores. Como estos juicios se emiten tras la comprobación experimental, Kant los llama “a posteriori”.
Pues ya ves, en un ratito hemos comprendido cuatro conceptos fundamentales de la teoría kantiana del conocimiento. Y, una vez que coges carrerilla, lo demás es cuestión de paciente lectura. Y, encima, quedas como una persona inteligente. ¿Acaso has visto en la blogosfera del piélago internáutico algún blog de jubilado que hable de estas cosas? Pues, eso… Bueno, a lo mejor sí, porque, como decía el torero, “hay gente pa tó…”
Otro día podríamos hablar de la teoría del conocimiento de monsieur René Descartes. ¿Puedes imaginarte unos pequeños espíritus animales que corren por nuestro cuerpo y llegan a la glándula pineal del cerebro, haciéndola sonar como un badajo? Y eso que monsieur René era un racionalista puro.

martes, 30 de junio de 2009

Sólo son cuentos.- Cosas de amores, 4.

Fugaz.-
- Te amaría, pero tengo prisa – le dijo. Y, antes de huir con la recaudación, el ladrón besó a la cajera.

viernes, 26 de junio de 2009

¿Quién sabe de cuentas?

No me refiero a si sabemos las cuatro reglas que nos enseñaban en la escuela. Con conocimientos aritméticos básicos y una calculadora, cualquiera es capaz de echar números cuando se trata de saber cómo le va la economía doméstica. Pero no me refiero a eso. Me refiero a algo más complejo, como oculto en una nebulosa de difícil alcance, pero de interés común.
¿Cuáles son las cuentas que nos presentan nuestros políticos? Desde el alcalde de un pueblo con mínimos recursos hasta nuestros eurodiputados, pasando por los autonómicos y estatales. ¿En qué se gastan los dineros?
En Inglaterra saltó el escándalo cuando The Daily Telegraph puso en evidencia, ante los asombrados ojos de los ciudadanos ingleses, en qué se gastaban los dineros del contribuyente sus honorables representantes parlamentarios. Ahí va una pequeña lista: los Laboristas, teles de pantalla plana, pelis X, comida para perros; los Conservadores, reparación de pistas de tenis, limpieza de zanjas, cortes de césped… Para muestra, valen estos botones. Todo ello bajo el genérico epígrafe de allowance (subvenciones). Según leo, los miembros de la Cámara de los Comunes disponen de un salario mensual de 6.000 euros, más una prima de 26.700 euros anuales para pagar los gastos de alojamiento. Poco, según dicen, para sobrevivir en una ciudad tan cara como es Londres.
El escándalo no está en disponer de estas asignaciones, sino de que los honorables diputados, con cargo a este capítulo, han justificado gastos que nada tenían que ver. El escándalo, para el ciudadano medio, está en la opacidad con que se efectúan las justificaciones de gastos absurdos, en el rechazo obstinado de toda regulación exterior. Al ciudadano le niegan el derecho a saber en qué se gastan su dinero y, claro, se cabrea. Resultado: cinco ministros han dimitido, unos 60 diputados no volverán a presentarse a la reelección. Pero eso ocurre en Inglaterra.
En Francia, el diputado René Dosière está empeñado en saber cuánto gastan los políticos y en qué. Gracias a su empeño, algo se sabe. Leyendo Le Nouvel Observateur, uno se encuentra perlas como ésta: don Nico Sarkozy, a comienzos de 2008 decidió subirse el sueldo un 172% para equipararlo al del Primer Ministro, François Fillon, o sea, 22.249 euros brutos mensuales. Y eso que éste, el señor Fillon, dijo en 2007 “Estoy a la cabeza de un Estado en situación de quiebra”. Pues menos mal, porque en su gabinete hay 62 asesores; dispone de 23 vehículos, de los cuales 6 son para su uso personal; más 61 personas para su servicio de intendencia.
¿Y en el Parlamento Europeo? Los 736 eurodiputados disponen de un estipendio de 7.600 euros brutos mensuales. No demasiado, habida cuenta lo caras que salen Bruselas o Estrasburgo. Pero no todo son angustias económicas para los eurodiputados. De acuerdo con su nuevo estatuto, las jubilaciones serán del 100%, con cargo al presupuesto europeo. Sus desplazamientos se pagan según el valor del billete en clase turística, a lo que no hay nada que objetar. La cosa empieza a oler cuando uno se entera que eurodiputados (no sé si muchos o pocos) se desplazan en compañías low-cost, quedándose con la diferencia entre el valor de un billete convencional y el de bajo costo (hasta 1000 euros en viaje Bruselas-Roma). Además, disponen de 17.500 euros mensuales para contratar su personal auxiliar y de secretaría. Hay algunos eurodiputados rácanos que contratan becarios mal pagados y se quedan con la diferencia; otros colocan a la familia. Pero no todo va a ser un patio de Monipodio. Para que haya transparencia, la Presidencia Europea ha encargado al diputado Gérard Onesta una investigación que ponga luz en estas penumbras por donde se escamotean nuestros euros. Y dice Onesta: “si escribiera todo lo que sé hubiese hecho saltar cuatro veces el Parlamento”.
Pero parece ser que no todos los gastos habrá que justificarlos, tales como los “gastos generales”: 4000 euros mensuales para gastos administrativos (teléfonos, ordenadores, correspondencia…). Y otro pequeño negociete más para estirar el sueldo: los “honorarios por asistencia al consejo”, 298 euros diarios para gastos de hotel, restaurante y taxi cada día de asistencia. Listillos no sólo los tenemos en Celtiberia, también abundan en Bruselas y Estrasburgo, donde eurodiputados hay que llegan, firman la asistencia al consejo, se embolsan la propina y se van a sus quehaceres particulares. Como dice un vecino mío bastante rata: ¡Un euro…, al bolsillo!
Y se me dirá ¿qué coños nos importa a nosotros lo que gasten los políticos franceses o ingleses, incluso los eurodiputados? Pues, hombre, me hago cargo. Pero es que en las plurales Españas Autonómicas –que yo sepa, pero puedo estar mal informado–, nadie nos cuenta nada de todo esto. ¿Hay algún parlamentario que haya decidido recabar información respecto a los gastos de los cargos políticos? A mi me gustaría saber cuántos coches oficiales tiene a su disposición don Pepiño Blanco, y si le pagamos residencia oficial y de cuántos metros cuadrados, y en qué barrio madrileño; y cuántos asesores, y chóferes, y guardias de seguridad (¡Ah! eso no, que es información sensible); y si el personal doméstico se lo pagamos nosotros; y cuántos gastos de representación, y algunas cosas más. Y no es porque sea él en concreto, que no tengo ningún interés personal en ese señor. Pero ya puestos, agradecería una lista que incluyera todos los ministros con un desglose de gastos, como la que se ha publicado en Le Nouvel Observateur de esta semana (mi fuente de información).
Aunque sea por puro masoquismo, me gustaría saber por qué agujeros se escapan los dineros públicos. ¿Los periódicos de tirada nacional se meten en este tipo de averiguaciones? ¿Habrá alguna cadena de televisión que se meta en los entresijos económicos de los políticos, tipo “Callejeros”? Francamente, en época de crisis, de parados sin horizontes, de mileuristas multimasterizados y precarios, alguien debería tomarse en serio eso de la transparencia en los gastos públicos. Lo agradeceríamos tanto…
¿Puede extrañarse nadie de que la gente se quede en casa el día de elecciones? Que conste que un servidor sí votó en las europeas; desmoralizado, pero votó. Por eso lee y quiere saber.
Porque eso sí, leer ilustra mucho, aunque cabree.

Dice el texto que acompaña a la foto:
“Paracaídas dorado” 420.319 euros.
Es el total de las indemnizaciones por “mudanza y desplazamiento” a las que tendría derecho Jacques Barrot (foto) si dejase en octubre próximo la Comisión Europea.
Este “paracaídas dorado” propuesto para todos los comisarios (464.033 euros para el presidente Barroso) tiene por objeto “garantizarles el mismo tren de vida durante tres años al final de su mandato”, explica Pierre Du Cray, miembro de la asociación Salvaguarda de Jubilaciones y autor de un estudio sobre “las jubilaciones de millonario de los altos funcionarios europeos”.
Además, Jeacques Barrot, 72 años, podrá disponer de una pensión vitalicia de 4.728 euros mensuales sin haber cotizado.
Thomas Loubière.

miércoles, 24 de junio de 2009

Sólo son cuentos.- Semblanzas, 4

Vereda tropical.-
Vinicio Sosa era uno de tantos. Vivía en el barrio de la Concepción y trabajaba en Cuatro Caminos. Todos los días, a las siete y veinte de la mañana, cogía el metro en Pueblo Nuevo e iba a Avenida de América. Allí, recorría los pasillos buscando el enlace con la Línea 6 y, cada mañana, puntualmente, en el cruce de túneles, oía cantar a aquel músico callejero la melodía de "la vereda tropical".
Vinicio echaba una moneda de veinte céntimos sobre la funda de la guitarra y se alejaba tarareando la canción. Y cada día, durante los breves minutos que tardaba en recorrer el túnel, recordaba aquel viaje al Caribe; único lujo de asalariado mediocre que se había permitido. Allí, en Santiago de Cuba, una jinetera mulata le fingió pasión caribeña; fue una semana de amor por un precio razonable. Comían en un paladar próximo al parque Céspedes. En el paladar, el cuarteto Causal, arrimado a una pared que añoraba pasadas blancuras, interpretaba canciones a petición de los presentes.
Lucinda, la jinetera mulata, era moza de un sentimentalismo recurrente. Siempre que comían en aquel lugar de Santiago de Cuba, pedía a los músicos que interpretasen la Vereda tropical y se arrimaba a Vinicio, muslo contra muslo, y éste sentía el torrente de aquella sangre abrasadora. Era lo más parecido a la pasión amorosa que nadie le había dado.
Por eso, cuando en el metro oía al músico callejero, los túneles de Avenida de América, con sus fluyentes masas de gente apresurada, adquirían el calor del Caribe. Entonces, Vinicio cantaba bajito: y me juró querernos más y más aquellas noches junto al mar... Y de los carteles anunciadores salían airosas palmeras que se mecían al son de la brisa, y negras bembonas que meneaban acompasadamente sus enormes culos, y muchachitas con piel de caramelo que le regalaban sonrisas prometedoras. Diariamente, Vinicio soñaba su ración de ilusiones mañaneras por el módico precio de una moneda dorada.
Un día, el músico ya no estaba en el sitio habitual. Ni en los días sucesivos. En su lugar había un acordeonista que tocaba valses, pero ya no era lo mismo. Ya no nacieron palmerales en los andenes, ni las muchachas tenían la piel de oro tostado, y la gente se empujaba con malos modos para entrar en los vagones.
Desde entonces, Vinicio compraba el periódico y se enfrascaba en las noticias económicas. Las cotizaciones subían o bajaban según la fluctuación de los mercados, pero el pulso de sus ilusiones marcaba un cardiograma plano.

domingo, 21 de junio de 2009

Las repúblicas independientes.-

Frente a mi casa, en un semisótano con las mínimas condiciones de habitabilidad, viven los que supongo son emigrantes caribeños: dos mujeres, un hombre, un perro y una vespino. Las mujeres son gordas con esa gordura amorfa tan frecuente, arrabaleras y chillonas; a veces las ves andando por el jardincillo en bragas, luciendo la rotundidad de sus abundantes adiposidades, pero siempre hablando a gritos. Al hombre no se le oye apenas –lo que agradecemos mucho–, pero, cuando se sienta a tomar la fresca, llena el espacio con su oronda humanidad en chanclas y su camiseta de tirantes. El perro ladra con la misma energía que chillan sus amas, y cuando se escapa, ellas salen corriendo detrás alborotando toda la calle con gritos y ladridos. La vespino es el único habitante de esa república caribeña que no molesta. Cuando no está fuera, se queda pegada a la pared sin dar un ruido.
Todos conocemos ese anuncio de Ikea que habla de “la república independiente de tu casa” (o algo parecido). Y de eso es de lo que se trata, de que mucha gente del barrio y de la ciudad donde sufro una convivencia mal entendida, se cree viviendo en una república con felpudo independiente, ajena a todos quienes les rodean. Fronteras adentro hacen lo que les da la real gana y les importa un carajo si molestan a las “repúblicas” vecinas. Desprecian las normas de civismo o educación ciudadana que, a lo que se ve, son términos vacíos de sentido y gilipolleces a las que no hay que hacer caso. Como, además, la Educación para la Ciudadanía es cosa nefanda y que ataca los principios morales de nuestra sociedad –según parecer de la jerarquía católica y los partidos de orden– a las “repúblicas independientes de tu casa” les espera una larga y dichosa existencia antisocial.
En estas cosas andaba yo pensando esta noche cuando me despertó, a las tres de la madrugada y con las ventanas abiertas por el calor, una de las ciudadanas de la “república caribeña” de enfrente que se pasó veinte minutos en la puerta del sotanillo hablando a gritos por teléfono. A esas horas, la calle estaba totalmente en silencio y ni un coche pasaba por los alrededores. Pero ella gritaba y disparaba frases sin respiro, como una ametralladora verbal. Tales berridos pegaba con el móvil a la ojera que parecía como si pretendiera que su interlocutor la oyese sin necesidad de conexión telefónica.
En tales casos intentar dormir es inútil, más teniendo un sueño tan ligero como es el mío, así que me fui a mi estudio a leer un rato. Está del otro lado de la calle y allí no llegaban los berridos de la ciudadana chillona. Pero resulta que, desde una calle próxima, empezaron a llegar los ruidos de una de esas músicas raperas de ritmo machacón y las voces de varios individuos que habían montado su juerga personal aprovechando la buena temperatura nocturna. Otra “república independiente de tu casa” a la que le tenía sin cuidado el descanso de quienes están más allá de sus fronteras.
Me gustaría aquí hablar de convivencia ciudadana, de respecto a las normas cívicas más elementales, pero para qué… Si las propias autoridades municipales mantienen la ciudad en un estado de insoportable vivencia con sus eternas obras públicas; si la ciudad no es un espacio de convivencia sino de agresiones acústicas, atascos, contaminación medioambiental; si sus habitantes viven (vivimos) sometidos a todo tipo de inestabilidades (subempleo, amenaza de paro, hipotecas, sueldo bajos…) y de presiones sicológicas (guerras, matanzas, hambrunas, epidemias…) que los media se encargan de fomentar para mantener alta la audiencia; si nos percibimos como una sociedad abúlica, insolidaria y desorientada…
En fin. Esta mañana me he dado una ducha de agua fría. Con el desayuno me he tomado una aspirina, un café bien fuerte y un cigarrillo. Pequeñas adicciones que me ayudan a sobrevivir entre repúblicas independientes, individualistas, egoístas, a la espera de que en este barrio, en esta ciudad, un deus ex machina insufle un poco de sentido del civismo, ya que la educación para la ciudadanía, tal a lo que ha quedado reducida, promete dar frutos muy menguados.
Si yo fuera jubilata con posibles, para rato aguantaba estas ruidosas nochecitas madrileñas…

jueves, 18 de junio de 2009

Vencejos.-

Llevaba tiempo pensándome si escribir algo sobre estos voladores chillones y atolondrados. Por eso, a imitación de los escritores de altura, quería antes que nada encontrar un titulo “attirant”, como diría mi admirado Jean Jacques Rousseau Pérez, cuya bew http://www.moncoeurvolage.blogspot.fr/ sigo habitualmente. Quizás algún día – permítaseme el inciso – hable por extenso de JJRP, quien se define a sí mismo como “Un être frôlant-frontalier”; un ser fronterizo matizado por la ambigüedad de su doble y contradictorio apellido: el filosófico y racionalista Rousseau, por un lado, y el mesetario y anónimo Pérez por otro. Una duplicidad incongruente, que él define, como buen cartesiano, como “de hombre ilustrado con boina campesina”, de la que se deriva una percepción acrimonia de la sociedad que le tiene socialmente desubicado.
En fin, como puede verse, el asunto es un pelín complicado y de demasiados vuelos como para ser desentrañado en la bitácora de un jubilata de barrio como la que tienes en tu pantalla en estos momentos, impaciente internauta, que has llegado hasta esta frase y estás a punto de emprender el vuelo en busca de horizontes menos abstrusos. Pero antes de que un clic impaciente sobre el mouse borre todo rastro de esta bitácora, escucha estos cortos versos de Jean Jacques, cargados de perplejidad existencial, que he traducido al castellano para una publicación improbable:
Vuela, vuela, bate tus alas
Sobre el mar inmenso. Que el leve
Espíritu de la inconstancia te lleve
Al cosmos sin retorno.
Ve, vuela, vuela enhoramala…
Bueeeno…, superado sin traumas este sarpullido de fin esprit, volvamos a nuestros vuelos. Porque de vuelos estábamos hablando o, al menos, es de lo que se trataba. Ya digo que quería un título atractivo que llamase la atención del internauta, lector fugaz por naturaleza, pero se me ha cruzado el recuerdo de JJRP y se me ha ido el santo al cielo. Así que no le damos más vueltas al título y lo dejamos en ese sustantivo masculino plural:
Vencejos, punto y guión.
Lo primero que tengo que decir de estas aves es que de “atolondrados”, nada. Lo he afirmado antes y ahora me retracto. Porque esa es la primera impresión que produce en un espectador somnoliento que se asoma a la ventana de la cocina a las siete de la mañana, con las legañas del sueño aún sin enjabonar, y que ve cómo una bandada de vencejos, con sus estridentes píos, parece abalanzarse sobre los geranios de la ventana.
Los vencejos aparecieron hace varias semanas, cuando empezó a apretar el calor. Antes de que alborotaran nuestras madrugadas con sus vuelos desenfrenados y sus píos estridentes, las únicas aves que se acercaban a nuestra ventana eran los gorriones, para los que he improvisado un comedero. Algo así como un comedor de beneficencia que monté el invierno pasado, cuando las nevadas. Pero ya hablé de ellos hace meses y hasta colgué una foto. También es verdad que últimamente aparece, de vez en cuando, alguna urraca y de cuatro picotazos acaba con las reservas del comedero de beneficencia. Pero de esas no quiero hablar.
Los vencejos de mi calle tienen sus costumbres. Llegan de madrugada, desaparecen con los calores del medio día y regresan a la caída de la tarde. Se pasan horas dando vueltas en el espacio entre los patios abiertos a la calle que los atraviesa. Pero su vuelo es anárquico. No siguen una trayectoria elíptica uniforme previsible, ni coordinan sus órbitas, sino que cada cual va a su aire. Se entrecruzan en el aire, cambian bruscamente el sentido del vuelo, chillan como demonios y parece que van a chocar entre ellos o estrellarse contra la pared. Algunas veces tienen el extraño capricho de lanzarse contra la ventana de la cocina, golpean el tubo de la salida de humos y retroceden a una velocidad vertiginosa. Es un juego al que no logro encontrarle ningún sentido.
Sé que los vencejos son aves migratorias apodiformes, de la familia de los apódidos, cuyo nombre científico es Apus apus, especialmente adaptadas al vuelo y que nunca se posan. Son monógamos y tienen una puesta anual. También sé que se alimentan en vuelo, que copulan en vuelo, que, para dormir, se elevan hasta dos mil metros de altura y disminuyen la frecuencia de su aleteo durante el descanso nocturno. Todo eso y mucho más se puede leerse en páginas dedicadas a esta curiosa ave. Lo de “apus”, “apodiforme” o “apódido”, que suena tan raro, es fácilmente entendible si se observan sus patas. Tiene unas patitas tan cortas (de ahí: ápodos = sin pies) que les resulta imposible remontar el vuelo si cayesen a tierra.
Llevo tiempo intentando fotografiarlos pero resulta complicado. Preparo la cámara, estudio la trayectoria que, en apariencia, van a seguir y me dispongo a disparar. Docenas de fotos les he tirado, pero es casi imposible captar su imagen en vuelo. Ellos parecen estar sobre aviso de mi intención y hasta parece que juegan a despistarme. Les veo acercarse en formación más o menos irregular, enfoco esperando a que estén a pocos metros y, cuando le doy al clic, ellos han desbaratado la bandada y cada cual se ha ido por su lado. En la última fracción de segundo han convertido su vuelo en una maraña de trazos que se dispersan en las direcciones más imprevisibles.
Miro a ver qué ha salido en la foto. Sólo he captado las fachadas o un trozo de cielo azul algodonoso. Ellos, mientras, han desaparecido cielo arriba entre chillidos estridentes. Para mí que los chillidos que emiten en ese momento son la burla que hacen del tipo que les espía desde detrás de los cristales. Como soy persistente, he logrado dos o tres fotos aceptables. Cuelgo aquí una de ellas donde se ven tres ejemplares en vuelo.
Pero hay otras especies de fauna urbanícola que se pueden observar desde la ventana de mi cocina. Algún día hablaré de los gatos callejeros que han criado en el patio de vecindad. Esos también tienen sus comportamientos caprichosos, bien ajenos a los afanes de quienes sobrevivimos en este mundo de asfalto y paredes que cierran nuestros horizontes.

viernes, 12 de junio de 2009

Ahora soluciones.-


No sé si esta frasecita inventada por el PP para dar tranca en la pasada campaña electoral europea será efectiva; más si se para uno a pensar que pretenden que es culpa de los sociatas lo que sus amigos ideológicos neoconservadores han desgraciado. Aunque me imagino que no, que se trata nada más que de la típica consigna electorera para mover a convencidos.
Pero éste no es el asunto de hoy.
Con campaña europea o sin ella, hay un feliz mortal al que le han arreglado la vida: al tal Ronaldo Cristiano, ese chaval portugués de 24 años al que van a pagar 9 millones de euros por cada una de las seis temporadas que va a jugar con el Real Madrid. Haciendo un mal chiste, siendo millonario y Cristiano, tiene esta vida arreglada y la otra garantizada.
Como a todos nos gustaría tener a mano algún Florentino que nos cotizara por las nubes, o por lo menos repartiera la pedrea de millones, creo que deberíamos empezar por cambiar los estatutos de esa fábrica de hacer dinero que se llama Real Madrid. Siendo “Real”, nada tiene de extraño que mantenga una sociedad estamental, tipo antiguo régimen, donde la nobleza del Pie de Oro recibe todas las rentas, mientras que la plebe ha de contentarse con embrutecer las meninges, vociferar en el estadio y pagar la entrada. Mejor sería convertirlo en el “Democrático” Madrid y que los millones los invirtiera en créditos a 0% interés entre sus afiliados.
No me hagan caso, son cosas mías.
Lo que de verdad me preocupa es si, durante un partido, llega un contrario y le arranca al Cristiano ese una pierna o un brazo y va el árbitro y manda que los tiren a la basura. A 9 millones por temporada, cada extremidad sale a 2.250.000 € anuales. Imaginad si hay que buscar dos millones y cuarto de euros en los cubos de basura. Imaginad que eso ocurre en el primer encuentro y que Florentino tiene que pagarle las seis temporadas; no olvidemos que hay contrato de por medio. Seguro que el Estado tiene que hacerse cargo, como cuando hace unos meses ha tenido que subvencionar a los bancos, hundidos por la especulación financiera de sus dirigentes, hábiles en ingeniería contable. O de los presupuestos generales del Estado haya que subvencionar a los aficionados para que compren la entrada, de la misma forma que se está subvencionando a los compradores de automóviles. O, simplemente, hay que ponerles un estanco al Cristiano y otro a Florentino para que tengan un ir pasando; precisamente ahora que la gente está dejando de fumar.
Quizás, la mejor solución sería fichar a un sin papeles, pagarle el sueldo base –sin seguridad social, claro está– y hacerle jugar partidos de 12 horas diarias. Si por un casual se le rompiese una pierna, o un brazo, no habría más que tirar pierna o brazo al contenedor de basuras y dejar al chaval a la puerta de urgencias para que la sanidad pública se hiciera cargo de él. El negocio seguiría funcionando igual y bastaría con dar un manguerazo al césped para limpiarlo de sangre, acercarse a la primera patera que arribara a Motril y contratar a otro ilegal de buen porte.
Business are business, Florentino. Y al que no le guste, es ateo y comunista.
¡Ah! y Jaime Lissaveztsky (socialista de pro), Secretario de Estado para el Deporte, no sabe o no contesta. Bueno…, sí contesta: “Es un precio astronómico, pero pertenece al ámbito privado de los clubes de fútbol”. Y yo pregunto ¿Dónde guardan estos socialistas la palangana de Pilatos con la cantidad de manos que hay que lavar?
Claro que, lo que aquí he dicho, es poco serio. Mejor si se lee el artículo de Rosa Artal sobre el partícular. Ese sí tiene seriedad periodística y por eso dejo aquí el enlace:

http://rosamariaartal.wordpress.com/2009/06/11/lo-que-pagan-94-millones-de-euros/

miércoles, 10 de junio de 2009

Vaya papeletas.-

¿Alguien ha sentido curiosidad por saber cuántas candidaturas se han presentado a estas pasadas elecciones europeas? Como dije en una anterior entrada de mi bitácora, fui a votar; con desánimo, pero fui a votar y tuve la curiosidad de coger una papeleta de cada una de las candidaturas presentadas. Creo que, salvo error u omisión, las cogí todas y tengo encima de la mesa de mi estudio 35 papelas. Unos centenares de ciudadanos y ciudadanas (como solía decir mi homónimo el Juanjo Ibarreche, ese que quería ser europeo desde la “vasqueidad” del Estado Libre Asociado) se han apuntado a listas de improbable elección. Supongo yo que a muchos de ellos les mueve la pretensión de alcanzar el marchamo europeo desde la esencia del terruño y la tribalidad (de “tribu”, y perdonen la palabreja, inventada para la ocasión). Veo un Partit Republicà Català, una Unión Valeriana, cuyos dirigentes, supongo, miran a Europa desde el Mediterráneo y dando la espalda a quienes vivimos tierra adentro. También veo dos partidos asturianos (Unidá Nacionalista Asturiana y Andecha Astur) y no tengo claro si pretenden reconquistar España para Europa desde el españolismo de don Pelayo, o ser directamente europeos a costa de los “fondos mineros”, previa higa a los que viven de León para abajo. También hay un Partido Socialista de Andalucía, donde la universalidad del socialismo se reduce a la condición de andaluz. Y una Extremadura Unida que, supongo (siempre supongo, nunca afirmo), quiere arreglar sus asuntos directamente en Bruselas, sin intermediarios, y un PREPAL de Salamanca-Zamora-León al que quizás mueva el espíritu de revancha del viejo reino al que Castilla cerró toda posibilidad de expansión allá por el medioevo. ¡Mira que pilla lejos! pero hay agravios que nunca se olvidan, ni siquiera para ser europeo.
Pero no sólo hay europeísmos particularistas y provincianos, que también tengo papeletas de formaciones dispuestas a defender las esencias de la españolidad, la catolicidad, la mismidad patria u otra cualquier esencia rancia en el parlamento de Estrasburgo: un Frente Nacional, una Democracia Nacional, una Falange Auténtica, otra Falange Española y de las JONS; todos ellos partidos caralsoles (otro neologismo para la ocasión) que nos afloran ese repelús de puños y pistolas que quisiéramos olvidar de una vez por todas. Y por los aledaños he visto una Alternativa Española, conservadora católica sin colorantes ni conservantes, y un Partido de Familia y Vida para quienes hablar de la homosexualidad o el aborto es mentarles la bicha. Y una sección española del Partido Humanista, cuyos compadres chilenos fueron entusiastas colaboradores del nefasto Pinochet en la algarada de espadones contra Allende.
Para compensar, tengo dos Verdes (Los Verdes-Europa de los pueblos-Verdes, y Los Verdes-Grupo Verde Europeo), que parecen no ponerse de acuerdo en el verdor, pero que marean al ingenuo ecologista que quiere un parlamento europeo verde, pero no sabe qué verdez elegir. Y, por los aledaños ideológicos, tengo una Iniciativa Feminista que, siquiera esta vez, no tendrá ocasión de femenizar Europa. Y un partido Por Un Mundo Más Justo, empeñado en erradicar la pobreza, cosa meritoria y que pronto veamos. También aquí cabría el Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal, de quienes nos gustaría saber que su oposición al maltrato animal también incluye a los bípedos implumes. Respecto a Solidaridad y Autogestión Internacionalistas, que yo creía discípulos del profeta Bakunin, los antitaurinos deberían tenerlos por socios preferentes; así toros, animales y bípedos implumes estaríamos representados por una sola candidatura.
También, encima de mi mesa, hay papeletas de variopintos comunismos. Micro-fragmentos de la vieja Internacional que se hizo añicos junto con el muro de Berlín. Véanse: Partido Comunista de los Pueblos de España, Partido Obrero Socialista Internacionalista, Unificación Comunista de España, Iniciativa Internacionalista – La Solidaridad entre los Pueblos (II), Izquierda Anticapitalista – Revolta Global. Puestos a ser comunistas, mejor sería que pusieran en común sus protagonismos, presentaran una sola candidatura y el resto les votara. Sería un pequeño paso en el intento de repristinar el comunismo, se me ocurre pensar.
Pero no sólo hay extremos políticos en esta variopinta fauna aspirante a una nómina europea, que también tenemos sosegados centristas que contrarrestan el centrifuguismo hispánico: Unión Centrista Liberal, Centro Democrático Liberal y el Centro Democrático y Social, inasequible al desaliento.
Un poco fatigado de intentar desentrañar las particularidades de tanto partido, todavía me quedan Libertas-Ciudadanos de España, al que agradezco que nos trate de ciudadanos y no de adeptos a ningún partido o ideología de manual, aunque su paso por las elecciones no haya dejado de ser más que una nubecilla efímera. Lo mismo que la Coalición por Europa, o el Movimiento Social Republicano, golondrinas que no hacen verano. En cuanto a la Unión Progreso y Democracia, que se abre paso a codazos, me acuerdo de su fundadora y pienso que arrepentidos los quiere Dios.
De Izquierda Unida, ya hace muchos años que se viene diciendo que caben en un taxi, ellos sabrán qué han hecho para merecer ese castigo. Y en cuanto a los dos grandes, PP y PSOE, ya tienen sus propios voceros, como para que yo les dedique una línea.
Contad si son treinta y cinco, y está hecho.