jueves, 29 de abril de 2010

Una visita a Sicilia (y 2): Agrigento y Selinunte.-


Si uno quiere ver templos griegos clásicos acérquese a Sicilia y recorra las antiguas colonias de la Magna Grecia. En los parques arqueológicos de Agrigento y Selinunte podrá observarlos en todo su esplendor y belleza, recortándose sobre las colinas y con el mar al fondo. Un placer estético al alcance de cualquier turista con un mínimo de sensibilidad. Si quiere dejarse impregnar de esa emoción estética, siéntese al pie de un olivo milenario y observe aquellas potentes columnas que, como chorros de piedra, dan testimonio de gentes que aunaron a un floreciente comercio marítimo la piedad hacia sus dioses protectores y el orgullo de pertenecer al pueblo más cultivado de la antigüedad en la vieja Europa. Y que el improbable lector perdone este ataque de lirismo, pero es que, o eres un tarugo, o se te despierta el esteta que llevamos bajo nuestra costra de consumidores.
La primera visita en la “colina de los templos” de Agrigento es al templo de Hera, en un macizo estilo dórico de enormes columnas con fuste acanalado. Como aquí no hay canteras de mármol, como en el Peloponeso, el material utilizado es la caliza, que se degrada por efecto de la erosión. Cubría las columnas una capa de estuco blanco, lo que permitía a los navegantes ver el templo al pasar cerca de la costa.
Los templos griegos se caracterizan por su simetría, con un gran frontón triangular a cada extremo, y un peristilo donde la armonía de masas se logra aplicando la “medida áurea”, de forma que las columnatas laterales equivalen a dos veces más una columna el número de las columnas frontales. En su interior, una pronaos o acceso a la naos, la residencia del dios, y un opistodomos (especie de sacristía para las ofrendas) en la parte posterior.
Un poco más allá, el llamado templo de la Concordia (o de los Dióscuros), que se conserva casi en su integridad porque fue reutilizado como templo cristiano cegando los intercolumnios. También este templo (levantado el 430 s. C.) se edificó siguiendo la proporción áurea. Cuando lo visitamos hay en su interior una exposición de escultura moderna, lo que nos permite entrar en el templo y observar sus proporciones desde el interior. Un lujo poco frecuente.
Del templo de Zeus queda un montón ingente de ruinas ciclópeas. Es una construcción descomunal que alcanzaba los 113 x 57 m en su base, por casi 40 m de alto. Una serie de estatuas gigantes, conocidas como “telamones” (el equivalente masculino de las cariátides) soportaban la techumbre. Fue erigido como exvoto tras derrotar a los cartagineses en la batalla de Himera el año 480, lo que permitió a Agrigento dominar el comercio de aceite, vino, sal mineral y azufre. Sin embargo, no llegó a terminarse debido a la invasión cartaginesa a finales del S. V a. C.
La colonia de Selinunte fue fundada por colonos de Megara, allá por el S. VII a. C. Su proximidad a los asentamientos fenicios hizo que se aliara con los cartagineses en el 480 a. C. cuando la expedición de Amílcar, durante las guerras púnicas.
Sus templos dedicados a Zeus, Hera y Atenea, fueron construidos en orden dórico, aunque el primero quedó inacabado. El de Zeus es un templo de proporciones descomunales en el que no se llegaron a tallar sus columnas, una vez erigidas. Su grandiosidad puede apreciarse por un detalle: uno de los capiteles que están en el suelo pesa 96 toneladas.
La racionalización arqueológica ha querido que los templos de la colina se denominen de acuerdo con letras mayúsculas del alfabeto, lo que facilita su clasificación pero desconcierta al turista, sorprendido de que tanta grandiosidad lleve letras como las matrículas de los coches. No es lo mismo decir, pongamos por caso, que los templos dedicados a Castor y Pólux son dóricos de planta períptera exástila, que llamarlos fríamente templos O y A. Llamar “períptero exástilo” a un templo griego – aun no teniendo muy claro de qué se trata – sugiere mucho más al viajero curioso que llamarlo fríamente Templo O, dicho sea sin ofender a los expertos.
Y, con lo dicho, vale. Que este jubilata ocioso haya quedado prendado de las bellezas de Sicilia no es razón suficiente para dar la coña a sus pacientes, aunque improbables, lectores.

viernes, 23 de abril de 2010

Día del Libro.-


A algunos no nos llaman al Círculo de Bellas Artes a leer un capítulo del Quijote en tal día como hoy, ni pretendemos tanta notoriedad. Opinamos como el caballero de la Triste Figura: “Llaneza, muchacho, que toda afectación es mala” y nos dedicamos a menesteres que sí tienen que ver con la celebración del Día del Libro, aunque como peones de brega.
Como en años anteriores, el programa del Libro Solidario ha montado sus chiringuitos en la cuesta de Claudio Moyano y el Museo de la Ciudad, donde hemos ofrecido libros a 2 €, que es como dar duros a peseta. Que no intentamos hacer negocio, sino darnos a conocer y que se conozca nuestra labor.
Precisamente, en estas semanas estamos empeñados en recaudar 1.900 euros para enviar una biblioteca de 2.000 volúmenes – que ya tenemos preparada – a Puente Piedra, un municipio próximo a Lima, y andamos arañando euritos por aquí y por allá con ese propósito. Lo recaudado hoy ayudará a ese fin.
Ser voluntario en una ONG, a veces, tiene efectos colaterales, como el de volverse un poco cara – por una buena causa, que eso siempre justifica mucho – y meter la mano en los bolsillos de amigos y familiares para que se expliquen económicamente y colaboren. Y eso es lo que un servidor ha hecho estos días, bombardear a todos aquellos de los que tiene dirección de correo electrónico a ver si aflojaban los cordones de la bolsa y ayudaban en el empeño.
Y, ya puestos, dejo aquí el enlace a Libro Solidario, por si suena. Total, si el Sr. Matas ha reunido 3 millones de euros para eludir la cárcel, mis conocidos, amigos, familiares e improbables lectores de esa bitácora bien pueden reunir 3 euros (cada uno, ojo) para un fin mucho más honorable. Que si los del Opus practican lo que el de Barbastro definió como “la santa desvergüenza”, tampoco nos vamos a avergonzar nosotros por este pellizco, que a sablazo no llega, y menos todavía a saqueo de las arcas públicas.
Bien pensado, 3 euros son tres libros enviados a una escuela, donde ni siquiera el maestro se puede permitir el lujo de comprar libros porque son casi tan inasequibles al interesado como lo es para nosotros, ciudadanos de a pie, disponer de los coches blindados de nuestros jerarcas municipales.
¡Ah! El próximo 18 de mayo, Día Internacional de los Museos, también montaremos unos chiringos en la cuesta de Claudio Moyano, el Museo de la Ciudad y en San Antonio de la Florida, a ver si el respetable se da un garbeo por allí, se lleva unos libros y va llenando de moneditas el cepillo.
… Eso de pedir es lo que tiene, que coges carrerilla y no paras.

domingo, 18 de abril de 2010

Una visita a Sicilia: Catania.-


Ya dije en una entrada anterior que íbamos a visitar Sicilia y me gustaría hablar, en esta ocasión, de Catania, ciudad absolutamente monumental.
Llegamos en un ferry que nos llevó desde Nápoles atravesando el Estrecho de Mesina. El trasbordador que nos llevaba a Catania se llamaba Trinacria, nombre que recibe el símbolo y bandera de Sicilia: una cabeza de Gorgona de la que salen cuatro serpientes y está enmarcada por tres piernas en sentido levógiro. Hace referencia a la forma triangular de la isla con los montes Lilibeo, Piloro y Passero en sus extremos, y es una svástica o símbolo solar como esos trisqueles que se ven por Galicia.
Eran las 08:30 h cuando atracamos en el puerto de Catania. Cruzamos el Estrecho de Mesina en plena noche y parece que aquellos monstruos míticos de Scila y Caribdis estaban profundamente dormidos o indiferentes a nuestro paso, lo que nos ha ahorrado el susto que pasaban los antiguos navegantes cuando atravesaban el estrecho. Las deidades clásicas no quieren nada con el turismo, a lo que se ve, y no se molestaron en abrir sus fauces para que los turistas les acribillaran a fotos.
Un café rápido, tiramos de las maletas, y a desembarcar. Sin más espera, nos pusimos camino del Etna (3.345 m.) y el bus nos dejó en un complejo turístico a 1.800 m de altitud. Según ascendíamos, el paisaje, verdoso y con abundante arboleda (retamas, robles y pinos) iba dejando paso a las coladas de lava petrificada desde siglos y agrietada por la erosión, que se cubrían de nieve según ganamos altura.
En un extremo del complejo, un monumento triédrico forrado en azulejos (que pasa desapercibido para el turista presuroso), con sendos relojes solares, advierte al visitante que por allí pasa el 15º meridiano Este. Es recuerdo erigido en memoria del italiano Quirico Filopanti, quien, en 1859, propuso el Uso Horario con la división del mundo en 24 sectores de 15 grados cada uno, tomando como referencia el meridiano de Greenwich.
Sorprende Catania. Vistos Nápoles y Palermo, donde se mezclan monumentalidad, caos y su puntito de cochambre, esta ciudad se caracteriza por ser más ordenada y racional con su trazado ortogonal y calles espaciosas. A consecuencia del terremoto de 1693 hubo que reconstruirla de nueva planta siguiendo el gusto barroco del momento. El arquitecto Vaccarini fue el encargado de dirigir el nuevo trazado de la ciudad.
Dimos un paseo por la ciudad, siguiendo la vía Humberto I hasta los jardines de Bellini. Vincenzo Bellini es famoso por haber compuesto óperas como Norma, Los Puritanos, El Pirata… Bajamos por la vía Etna y, camino de la catedral, visitamos la vía Crucífera, cuajada de iglesias y edificios de órdenes religiosas. Una visita a la iglesia de santa Ágata, de mucha devoción en esta ciudad, con dos enormes candelabros enormemente barrocos que sacan en andas en la fiesta de la santa y hacen bailar ante los comercios que aportan dineros para la procesión. Religión e intereses económicos se hermanan en esta célebre fiesta de religiosidad popular. Lo digo por si a alguien le extraña este maridaje entre fines espirituales y materiales.
Por allí cerca, el guía nos mostró el lugar donde los becados erasmus españoles hacen el botellón, contribución hispana nada desdeñable a la cultura popular cataniense. No es extraña la presencia de tanto estudiante español si se piensa que la Universidad de Catania tiene una noble antigüedad y prestigio, fundada en 1434 por el rey Alfonso V de Aragón. De paso, conviene recordar que estas tierras estuvieron bajo dominio de la Corona de Aragón a partir de 1282, en que los palermitanos se sublevaron contra el dominio francés de la casa de Anjou y los pasaron a cuchillo en las llamadas vísperas sicilianas. En el S. XVIII, una rama de los borbones españoles detentó la corona de las Dos Sicilias, de forma que la presencia española forma parte de su historia.
Para hablar del Duomo con su catedral y el monumento del obelisco sobre el elefante, o la multitud de palacios y edificios señoriales, están las guías. Yo sólo quería dejar constancia de la impresión que me llevé de haber visitado una ciudad monumental y francamente bella. Dejo alguna foto, para ilustrar lo dicho, aunque lo recomendable es tomar un avión y visitar el lugar. Y, a ser posible, toda la hermosa isla siciliana.

martes, 13 de abril de 2010

Mira qué te cuento, 2.- La rueda de madera (recuerdos apócrifos de infancia).-

Una de las cosas que más me fascinaban, siendo yo niño, era la rueda de madera del tren. Me enteré de su existencia por primera vez cuando tenía cinco años, y de todas las veces que he viajado en ferrocarril, no recuerdo que jamás la hayan encontrado.
En aquellos años de mi infancia, la verdad es que se viajaba poco. Montar en el tren para ir desde el pueblo donde vivíamos hasta la capital, era una aventura que me llenaba de emoción. Siempre me desvelaba la noche anterior al viaje. Había que madrugar y caminar hasta la estación, casi un kilómetro, cargando con las maletas y los bultos. A mí, el camino se me hacía interminable. Agarrado a la mano de mi padre, tiraba de él, ansioso por llegar cuanto antes y subirme al tren. Yo era entonces un mocoso, y el mundo era muy grande y estaba lejos. Tan lejos, que sólo en ferrocarril se podía llegar hasta él.
Un tren de aquellos, con su humeante y negra máquina de vapor, a los ojos de un niño, era un ser que imponía temor y causaba admiración. Todo él tan enorme, hecho de hierros rechinantes y maderas traqueteantes, humaredas de vapor y carbonilla que te entraba en los ojos. Verlo bufar como un toro furioso y a punto de embestir, impresionaba muchísimo. Pero aquel monstruo tenía un punto débil: la rueda de madera.
Cuando recorríamos el andén para ver cual era nuestro vagón, siempre, siempre, se veía a un ferroviario que andaba buscando la rueda de madera. Con su martillo de mango largo, iba golpeando las ruedas de los vagones, una a una: ¡Clinng! sonaba una rueda; pasaba a la siguiente, golpeaba y ¡Clinng! sonaba también aquella; y la siguiente, y la otra, y la otra… ¡Clinng! ¡Clinng...! Yo, la primera vez que lo vi, observé con curiosidad enorme aquel repiqueteo, hasta que mi padre me dijo:
– Están buscando la rueda de madera.
Según parece, cuando hicieron el tren, sin darse cuenta, pusieron una rueda de madera en un vagón. Y para que el tren no descarrilara, había que encontrarla y sustituirla por otra de hierro. Pero, por más que buscaban la rueda de madera, no conseguían dar con ella.
– ¿Y, cómo van a saber cuál es la rueda de madera? – pregunte yo intrigado a mi padre.
– Pues por el ruido – me contestó muy serio.
Estaba claro que si las ruedas de hierro hacían cling-cling, en cuanto el ferroviario golpeara con su martillo la de madera, ésta no haría ¡Clinng!, sino ¡Cróc! o algo parecido. Pero creo que, por lo menos en mis años de infancia, la rueda no apareció nunca. Y sé bien lo que me digo porque, con el tiempo, me hice mayor y empecé a viajar en tren todas las semanas. Como hice el bachillerato en la capital, donde vivía en una pensión, iba yo los fines de semana al pueblo en tren. Pasaron años, y un buen día, sin saber bien por qué –ya a punto de terminar el bachillerato– me acordé de la rueda de madera de mi infancia. Me fijé y, a pesar de tanto tiempo transcurrido, seguían buscándola. Antes de que arrancara el tren, sentado en el compartimiento y enfrascado en mis lecturas, alcanzaba a oír el cling-cling del martillo en su búsqueda infructuosa.
Luego, fue pasando el tiempo y le perdí la pista a la dichosa rueda. A lo mejor es que ya la han encontrado. Como la RENFE se ha modernizado tanto…

martes, 30 de marzo de 2010

Una marcha por la Sierra de la Puebla.-




Con eso de que el tiempo anda un poco revuelto (cosas del cambio de estación) los que somos un poco artríticos tenemos problemas de articulaciones. Cualquier día de estos me pongo a hablar de la variada colección de artrosis y artritis que me aquejan, pero hoy no.
Lo cierto es que llevo un par de semanas con cristales en la rodilla derecha, pero no he sido capaz de renunciar a la marcha montañera que tenía programada el grupo de montaña del CSIC para este sábado pasado, así que me he chutado un par de aspirinas para no perderme la paseata.
Dicho brevemente, salimos del puerto de la Puebla para iniciar la subida al alto del Porrejón (1.827 m.). De allí bajamos al collado de las Palomas (1.600 m) pasando por el mogote de la Peña Hierro. Desde el collado, la subida al pico Tornera (1.865 m) es larga y la cuerda va ganando altura en un sube y baja por aquellas cresterías de pizarras. Desde el Tornera el camino hacia el pico Centenera es un rompe piernas, ya que hay que buscarse los pasos por entre las lastras verticales de pizarras y enormes lanchares y pedreras mientras se transita por aquel serrijón que es como la espina dorsal de un animal prehistórico. De allí bajamos a un collado que nos puso al pie del pico Centenera y el grupo se dividió: los más montañeros subieron al pico, mientras que otros nos bajamos hacia la pista. Yo tenía bula para no subir, con eso de la rodilla machacada. Mientras coronaban los otros, nosotros esperamos en la pista, donde descabecé una siestecita en el amoroso regazo de la madre naturaleza (o sea, en el duro suelo) mientras el sol poniente caldeaba las choquezuelas de mis extremidades inferiores. El último tirón – pista adelante y desvío por el camino de la tubería que suministra agua al pueblo de la Puebla –, todavía n
os llevó hora y medio de caminar a buen ritmo.
Esta sierra Norte de Madrid (lo que se conocía como la Sierra Pobre) es abrupta y de orografía difícil. Los materiales de que está formada son pizarras que la erosión ha dejado al aire como la osamenta de algún monstruo antediluviano. Enormes lastras verticales que producen la sensación de cuchillas gigantescas clavadas en el suelo, con sus bordes afilados, y donde hay que pensárselo cada vez que das un paso y busca un espacio donde posar la bota.
La vista desde el Tornera es de una belleza sólo apta para los esforzados que son capaces de recorrer estos parajes: Mirando hacia el oeste, se aprecia el macizo nevado del Peñalara con su prolongación en los Mo
ntes Carpetanos. A su izquierda, la Cuerda Larga, cubierta de nieve, con las dos cabezas de Hierro. Siguiendo los Carepetanos, la Somosierra y, hacia su derecha, el Cerrón y el pico del Lobo y, mirando hacia el noreste, el macizo de Ayllón con el peñote del Ocejón destacando sobre él. La contemplación de estos parajes, por sí sola, ha merecido la pena el castigar durante unas horas esas rodillas mías que van quejándose de edad.
A estas altitudes por las que nos movemos, la vegetación es de matorral, donde abundan las matas de brecina que se están llenando de botones a punto de florecer, prados de altura y algunos ranúnculos que ya se han atrevido a abrir sus pétalos. El ICONA llenó muchos de estos parajes de pino de repoblación, aterrazando las vertientes, arrancando especies autóctonas como el roble y chaparras, dejando espacio libre a la jara, cantueso, mejorana. Afortunadamente, camino del pueblo vemos unos robles centenarios espléndidos, con sus ramas desnudas como descomunales brazos, algo parecido a aquellos gigantones desaforados que don Quijote quería arremeter con su lanzón. Nosotros nos conformamos con fotografiarlos y dejarles que vivan su tranquila existencia lejos de las motosierras.
De momento, hasta dentro de unas semanas, no habrá salida a la sierra,
ya que nos vamos a dar una vuelta por el sur de Italia. Qué cosas le pasan a uno, fui a la biblioteca pública, introduje en el buscador “Sicilia” e “historia” y me salieron media docena de libros sobre historias de la mafia siciliana. Quienes seleccionaron temas sobre esa hermosa isla se olvidaron de lo cargada que está de historia y de arte. Por aquí pasaron y dejaron sus improntas, griegos, cartagineses, romanos y bizantinos; incluso hubo un reino normando allá por el S. XI, sin olvidar la presencia de los angevinos franceses, primero, y los españoles después –con la Corona de Aragón–, o el reinado de nuestro Carlos III, quien obtuvo la Corona de las Dos Sicilias gracias a las intrigas de su mamá, la Farnesina. Se ve que actualmente “Sicilia” solo la recordamos como patria de don Corleone y su honorable familia (en vez de Arquímedes, o el tirano de Siracusa Dionisio el Viejo, quien invitó a Platón a poner en práctica sus teorías políticas, recogidas posteriormente en “La República”, pongo por caso). Lo que corrientemente llamamos cultura popular, vamos. Pues eso, qué cosas.

lunes, 29 de marzo de 2010

¡¡¡¡¡¡¡AHÍ VA!!!!!!


Me acabo de cargar todas las fotos del blog. Ya sabía yo que las neuronas responsables del invento internáutico me patinaban de vez en cuando.
Vuelta a empezar

Bueeeeno... parece que se ha arreglado ello solito.

miércoles, 24 de marzo de 2010

La casquería patria como fuente de noticias.-

Uno, que está cargado de prejuicios, había jurado por sus niños que la casquería sentimental del corazón jamás entraría en su horizonte mental. Craso error. Las cosas del bandullo sentimental de la entrepierna y demás prótesis de la carnaza famosera son una fuente inagotable de saludable conocimiento, por más que los puristas del intelecto sostengan lo contrario.
Lo digo porque el acceso de mi ordenador a Internet es a través de la página de Terra y nunca me había parado a leer las noticias que allí se dan. Hasta ahora. Por decir un porcentaje más o menos inexacto y tendencioso, el setenta por ciento de la información que allí aparece está dedicado a asuntos belenestebanescos y similares. La profusión de tetas siliconadas, nalgas turgentes o estriadas, contactos sexuales exprés, posturitas para polvete original, apaños amorosos mediatizados por la pasta y el afán famoseador, vienen a llenar casi toda la página de Terra. Ya se sabe el argumento que justifica tal sobreabundancia: si las moscas comen mierda, la mierda es buena; ergo comamos mierda, que a todos alimenta.
Pues, eso, que en los últimos días, cada vez que abría el navegador, he dedicado especial interés a informarme de los asuntos que corren por las tripas emocionales y los bajos eróticos de esas gentes que cumplen una función social tan meritoria, a saber: entretener a la plebe. En estos tiempos que corren, qué mejor tarea que hacer olvidar al pueblo llano los sinsabores del IVA que nos amenaza; las empresas que, como flores marchitas, caen de las manos del presidente de la patronal entre los vítores de nuestros ejemplares empresarios; y un largo etcétera que está en la mente de todos. No insisto más sobre los males patrios porque la insistencia hastía y no estamos aquí para eso.
Además, negar las vulgaridades, las sandeces y los soeces comportamientos de nuestro plantel de famosos de la carne mediatizada es una actitud de escapismo, impropia de quien ha de vivir en esta sociedad y trata de sobrevivir en ella. Por eso, esta entrada está dedicada al belenestebanismo nacional, con todas sus consecuencias. Y eso aún a riesgo de quedarme sin la media docena de improbables lectores que suelen pasearse por esta bitácora. En mi descargo sólo diré que el deber de afrontar la realidad me llama con imperiosa exigencia.
Con la natural preocupación leo que “Pepe Navarro no se someterá hoy a las pruebas de paternidad por principios”. La frase no la entiendo bien. A lo mejor la ha escrito un/a becario/a de redacción, de esos de 350 euros mensuales y despido procedente. No sé si se refiere a una “paternidad por principios” o a unas “pruebas por principios”, o a que al tal Pepe sus principios morales no le permiten dar un poco de saliva (o de mierda, ya que estamos en ello) para que averigüen su ADN. A lo que parece, ha tomado boleta y se ha largado a N.Y. En fin, no dormiré tranquilo hasta ver cómo se resuelve tan apasionante historia.
Ríase usted de que Obama ha logrado que se apruebe un remedo de sanidad pública en los USA. Eso no es noticia que merezca un minuto de atención. Noticia, y muy importante para el normal devenir de este país, es que “a María José Campanario le sustituyen una de sus prótesis mamarias”. Si lo del Pepe ese me preocupaba, suponte, improbable lector, lo angustiado que estoy imaginando si el cirujano le habrá implantado una prótesis de la misma talla. Un ser de tantas prendas personales como la Campanario, qué horror si ahora tiene que andar por la vida con las siliconas desacompasadas. Uno puede pasar por las desigualdades sociales, por la diferencia abismal entre capitalistas y desheredados de la tierra, pero no está dispuesto a consentir que el binomio mamario de la Campanario campanee con desigual bamboleo al contonearse. Que una teta siliconada repique ¡talán! y la otra replique ¡tolón! puede alterar la paz de los platós telecinqueros y la estabilidad emocional del honrado pueblo que pesebrea en sus programas.
Y, qué suerte, el PP está de enhorabuena. La genuina belenesteban, en un arranque patriótico, ha proclamado que le dará su voto. Eso arrastrará multitudes y los señores del PP, que son unos caballeros españoles, deberían corresponder como se merece. Qué menos, cuando lleguen al la Moncloa, que nombrar a la fenómeno esa Asesora De Imagen Adjunta A La Presidencia con derecho a pernada mediática en horas de máxima audiencia; o – sugiero yo – ponerla en lugar de la Espe al frente de la Comunidad de Madrid, porque seguro que perpetrará más jugosos despropósitos. A deslenguada, vacua y palabrera no le gana ni la lideresa y, además, nos declarará la caterva de famosos como Bien de Interés Cultural. Eso como poco. ¡Se van a enterar los catalanes de lo que es un país culto!
Lástima que sea inglés el David Beckham ese. Lo de mostrarnos su lado más femenino, compartir bañera con un bigardo cariñoso, hacerse la manicura y otros menesteres de hembra placentera lo deberían situar, por mérito propio, entre lo más florido de nuestras famosas ibéricas. Pero es inglés, y eso le quita toda la gracia. No tiene la facundia y el desgarro del belenestebanismo autóctono.
Y así podría seguir indefinidamente…
Lo propio es que este texto se ilustrase con varias fotos de la fauna belenestebanesca, pero no soy tan ingenuo. O sueltan la pasta, o no hay tu tía. No es que quiera hacer negocio del famoseo, es que soy jubilata y llego justo, junto.
En su lugar, dejo la foto de esta pobre mimosa que, cuando estaba en plena floración, llegó algún animal y la podó con saña. Ahora es un palitroque inerte. Mismamente como la cultura popular.

viernes, 19 de marzo de 2010

Toca escribir.-

La vida tiene sus servidumbres. La frasecita puede prestarse a equívocos, así que me apresuro a justificarla, no sea que el improbable lector piense que ha tropezado con un depresivo y no quiera seguir más allá. Ya es bastante con las noticias que llueven a diario sobre la situación económica y social que venimos aguantando desde que los jugadores del casino especulativo de las finanzas nos dejaron en la ruina.
Las servidumbres de que hablo son otras, más de andar por casa y en zapatillas. Son esas pequeñas obligaciones que conlleva la vida diaria de un jubilata urbano e informatizado. Una de ellas, alimentar este blog. Como suele ocurrir a diario, lo abro y veo que la última entrada de mi bitácora es del día 14, seis días ya. Esto, a las velocidades que nos movemos, supone casi una antigualla, casi un encefalograma plano para los habituales que entran en ella a ver qué ha dicho esta vez el individuo que la alimenta con sus ocurrencias, sus vivencias o sus salidas de pata de banco.
Total, que alimentar el blog es una servidumbre más y me apresuro a escribir para que nadie piense que uno hace dejación de sus obligaciones. No defraudar al improbable lector es una obligación que me he impuesto desde el momento que abrí este sitio. Lo que ocurre –para ser sincero– es que, a veces, uno da gato por liebre: da cantidad por calidad, en la creencia de que así tendrá contento al personal y lo “fidelizará”, según el barbarismo de moda. También es verdad que uno no escribe por obligación, sino que lo hace por gusto, lo que justifica sobradamente el trabajo que se toma.
Este día de san José, esta fiesta religiosa tan anacrónica en una sociedad laica, tiene todos los barruntos de la primavera y la ciudad presenta el aspecto de una capital de provincias. Creo recordar que antes a éste se le llamaba el día de “la fiesta del trabajo” y era muy celebrado en los tiempos del franquismo. En el Bernabeu, si no recuerdo mal, había una multitudinaria exhibición de coros y danzas de la Sección Femenina y acudían representaciones de toda España. Trajes regionales, tan coloristas, bailes de jotas aragonesas, castellanas, sardanas, sevillanas, muñeiras y todo el muestrario del folclore patrio concentrado. Era el gran día del trabajador, celebrado bajo la mirada paternalista de los jerarcas del régimen. Paternalismo con los trabajadores a condición de que fueran por el recto camino. O sea: sindicato vertical, disciplina laboral y sumisión al poder establecido.
La disidencia, nada del otro mundo en el ambiente laboral que yo me movía siendo jovencito, asomaba en forma de chascarrillo. Al “día del trabajador” lo llamábamos “día del puteo del obrero”, porque al obrero lo tenían todo el año jodido y este día, encima, le hacían bailar. Y el obrero estuvo dale que le das a los coros y danzas regionales hasta que, como decía Umbral, al césar visionario lo matamos de muerte natural.
Pero dejemos esas antiguallas de las que nadie se acuerda y recordemos cosas más interesantes. Por ejemplo, que estamos en el bicentenario del nacimiento de Federico Chopín. Leo en el Nouvel Observateur que en Varsovia se celebra el aniversario por todo lo alto con una interpretación de la obra íntegra del músico durante 24 horas repartidas en doce recitales a cargo de la Universidad Frédéric-Chopin, más infinidad de actos a lo largo del año, incluyendo el afamado concurso del mismo nombre de donde han salido figuras como Pollini, Ashkenazy o Zimerman. Yo, para celebrarlo en plan casero, escucho, mientras escribo esto, las sonatas y fantasías para piano, interpretadas por María João Pires, esa pianista portuguesa que tanto gusta a mi cuñado Berca.
Dicen que, cuando murió Chopin, defenestraron y quemaron su piano. Supongo que fue un acto de romanticismo extremo. El día que yo pliegue el petate seguro que nadie vendrá a prender fuego a mi bitácora. Más bien ésta flotará a la deriva en la galaxia Internet como una cagarruta informática más. No todos podemos aspirar a la gloria...

domingo, 14 de marzo de 2010

Inevitable Maigret.-


Ya tengo dicho en esta bitácora que los jubilatas de mi generación tenemos poco en común con los de generaciones anteriores. Apenas nos dan el cañuto de la licencia (como a los antiguos piqueros de Flandes) y ya estamos metiéndonos en nuevas batallitas. No hay ONG que no tenga su plantilla de jubilados. No hay universidad que no tenga una traílla de estudiantes provectos. No hay exposición que no esté copada por una caterva de jubilatas ansiosos por oír las explicaciones de la guía. En fin, no hay actividad, al margen de la laboral, que no esté saturada de jubilados de uno u otro sexo.
Yo soy uno de esos, claro está. Entre mis variados empeños está el de hablar con cierta corrección el francés, y por eso, cada ciertos años, voy a un centro de estudios a refrescar mis conocimientos. Esta vez estoy haciendo un cursillo de tres meses en la Alianza Francesa. Y hay que ver lo previsibles que son los designios de los docentes en esta materia: a la hora de estudiar un literato popular en lengua francesa, siempre me tropiezo con Simenon y su personaje Maigret.
Esta vez estamos trabajando con la novela L´affaire Saint-Fiacre, lo que me ha hecho recordar que hace un montón de años que conozco al comisario Maigret. Y, aunque pueda parecer chocante, podría establecerse una relación entre mi matrimonio y la obra literaria de Georges Simenon. Incluso se podría decir que existe una relación de causa a efecto: matrimoniarme fue la causa de que conociera a Simenon y su comisario Maigret. Bien es verdad que ni uno ni otro formaban parte del entorno familiar o de amistad de la que a partir de entonces es mi santa esposa.
Me explico.
Ya había oído hablar de ellos cuando mis tiempos de bachiller. Pero Simenon era uno de los muchos escritores de los que nos hablaba el profesor de literatura; un nombre más a recordar, a la hora de los exámenes, entre las docenas de autores que uno tenía que llevarse aprendidos. O sea: memorizado, examinado y olvidado, y a otra cosa, que había muchas asignaturas y no me cabían todas en la cabeza.
El caso es que (aunque no lo parezca, viene al caso), con el paso del tiempo, me casé y heredé una cuñada. Es cosa sabida que los que nos hemos casado “a la antigua” – o sea: el clásico matrimonio “para siempre” –, el día de la boda, junto con la novia, recibíamos en el mismo paquete un montón de suegros, cuñados y cuñadas, primos y sobrinos postizos y un largo etcétera de familia política como para llenar una agenda con nombres, direcciones, teléfonos, fechas de cumpleaños…
En fin, que mi matrimonio me aportó una cuñada, quien tenía en su casa las aventuras completas de Maigret, aunque en español. Aquellos años eran tiempos en los que se leía mucho, tanto como ahora se ve la tele, así que dedicaba horas y horas a la lectura y, claro está, me leí los 4 o 5 tomos.
Con el paso del tiempo, volví a tropezarme con Maigret. Hacía los cursos de francés en el CUID de la UNED y al tutor de tercero también le gustaba Maigret, así que trabajamos con la novela Monsieur Galet, décédé. Era la historia de un viajante de comercio que se había suicidado, aunque los indicios apuntaban a un asesinato.
Vuelven a pasar unos años más, voy a la Alianza Francesa y ¡zas! allí también me doy de bruces con el inevitable Maigret. Podría parecer un poco aburrido eso de tropezarse siempre con el mismo personaje, pero no es mi caso. A mí el comisario Maigret me cae simpático: siempre fumando en pipa, siempre con su gabán y su chapeau melon, me resulta tan entrañable como si fuera de la familia. Tantos años tratándole, para mí ya es “tío Maigret”, ese pariente extranjero, un poli tan célebre por otra parte, que heredé – el día de mi boda – junto con la cuñada que tenía en su casa las obras completas de Simenon.
Lo dicho: para toda la vida.

lunes, 8 de marzo de 2010

Caminata por las orillas del Guadalix.-


En realidad, nuestra marcha de este sábado debería haber sido por tierras de Ayllón, pero el bus se estropeó cerca de San Agustín de Guadalix y cambiamos la ruta. Por esta población pasa el río Guadalix, que desemboca en el Jarama (junto al circuito del mismo nombre) en el término de S. Sebastián de los Reyes, y decidimos seguir su curso río arriba.
El Guadalix es un pequeño río, apenas 35 kilómetros de recorrido, que nace en la Morcuera, tiene un pequeño embalse cerca de su cabecera ( el de Miraflores), pasa por este municipio y, en Guadalix de la Sierra, se recoge su caudal en el embalse del Vellón o Pedrezuela. Nuestra caminata, en sentido ascendente, ha sido entre San Agustín y el municipio de Pedrezuela.








Como éste es un año de abundancia hídrica, el Guadalix tenía el aspecto de un auténtico río de montaña, y bajaba torrencial y bravío como nadie podía suponer tras estos años pasados de sequía en los que su cauce estaba seco en algunos tramos. Como muestra queda aquí la foto de la cascada que se conoce como “el Hervidero”, a la que se accede bajando por unos estrechos y empinados escalones de piedra junto al puente.
Aparte su valor paisajístico y la vegetación del entorno, el recorrido es muy interesante porque pueden verse las antiguas obras (finales del S. XIX, principios del XX) que el Canal de Isabel II hizo para el aprovechamiento de sus aguas. Quizás lo más llamativo sea el azud del Mesto, pequeña presa, hecha en piedra caliza labrada, que regulaba las aguas del río y las tomaba para suministrar a la capital a través del canal del Mesto. Es una obra de 1906 actualmente en desuso, tras la construcción del embalse del Vellón aguas arriba.

A lo largo del camino pueden verse los viejos registros, en piedra tallada, de planta semicilíndrica y coronados por un frontón neoclásico. También el edificio donde está el sifón que salva el desnivel entre las dos vertientes, al que algún grafitero ha tenido la ocurrencia de “ilustrar” la fachada con sus pinturas que muestran su falta de sentido estético y respeto del entorno.
Es lo que tiene salir al campo, que no sólo disfrutas de la naturaleza, sino que puedes observar las modificaciones que el hombre ha introducido en ella. Afortunadamente, se mantiene intacta la vegetación del entorno, formada por un bosque de encinas, con abundancia de enebros de la miera y coscoja. Siguiendo la cuenca del río, un bosque de ribera abundante en alisos y chopos. El monte bajo abunda (entre las especies que conozco) en jara, lentisco, tomillo y romero que, curiosamente, estaba en flor.
Dejo unas fotos para ilustrar la paseata y dar envidia a los asfaltícolas sedentarios.

martes, 2 de marzo de 2010

La música entre los dedos.-


Estimado aunque improbable lector:
Uno va poco al cine y, por miedo a tropezarse con películas comerciales de esas que terminará viendo en la tele, acaba descubriendo filmes que justifican por sí solos eso que llamamos “séptimo arte”. Y quede claro: si digo que voy poco al cine ya se presupone mi nula capacidad crítica. Estuve viendo “El solista” y no sé quién es su director, ni cómo se llaman sus protagonistas, en la ficción un periodista y un violonchelista mendigo.
De todos los instrumentos que existen en una orquesta sinfónica, el que siempre me ha enamorado es el violonchelo. Éste me enamora por cuestiones puramente subjetivas de difícil explicación, donde se mezclan la belleza de su sonido, tan semejante a la voz humana y tan capaz de reproducir sus emociones; su forma sugerente que recuerda con sus sinuosidades los cánones clásicos de la belleza femenina; y un regusto de refinamiento erótico cuando su intérprete es una mujer que lo sujeta entre sus muslos y lo hace vibrar con manos sabias y sensibles.
Pero, no. En “El solista” no hay nada que ver con mis íntimas perversiones sensitivas. Es una historia dramática de amistad entre un periodista y un mendigo; entre un hombre que busca una historia que contar y el sujeto de esta historia, el chelista esquizofrénico, incapaz de adaptar su sensibilidad artística al mundo que lo rodea; que es uno de tantos marginados que viven en la calle y pueden verse en la ciudad, empujando su carrito de supermercado lleno de desechos que encuentra entre las basuras urbanas. Pudiera muy bien ser un mendigo como aquel al que echaron a patadas del mercado de San Miguel estas navidades, y del que hablé en una entrada anterior.
Pero este mendigo de la peli es alguien especial. Puede pasarse horas interpretando, de forma obsesiva, a Beethoven, con su chelo, en un túnel, entre la indiferencia y las prisas de quienes circulan en sus coches. Los años vividos entre mugre y abandono, como un ser socialmente irrecuperable, no han embotado su sensibilidad y el violonchelo le libera de sus terrores frente a un mundo hostil. Como, en un momento determinado, el mendigo de la historia hace alusión a la desaparecida Jacqueline Du Pré (que fue la primera esposa de Daniel Barenboim), escucho la interpretación que esta violonchelista hace de las sonatas para violonchelo y piano de don Ludwig mientras voy pergeñando estas notas.
A veces, en esta vida mediocre de jubilado, los dioses te dedican un guiño amable y te hacen disfrutar de un atisbo de belleza. Y este pasado fin de semana su guiño ha sido doble: no sólo la historia del violonchelista mendigo, sino también la audición del Concierto para violonchelo y orquesta núm. 1, de Camille Saint-Saëns, en el Auditorio Nacional.
Leo que a Saint-Saëns se le tacha de un perfeccionismo clasicista, incluso academicista. Pero él siempre defendió el formalismo como vehículo expresivo, y, en este concierto, emplea ciertas formas ya usadas en el barroco, como un minueto, que convierten su audición en un auténtico placer para quienes no tenemos mayor formación musical y nos siguen apasionando los sonidos armoniosos.
Ver a la jovencísima violonchelista (Marie-Elisabeth Hecker, dice el programa), cabalgando su chelo como una walkiria rubia, me ha despertado esas viejas y sutiles perversiones melódico-eróticas de las que hablaba en un párrafo anterior. No hay imagen más insinuante, en el campo del erotismo estético, que una intérprete aprisionando amorosamente el violonchelo entre sus muslos con gesto de hembra apasionada, mientras, con caricia enérgica, pulsa las cuerdas sobre el mástil, y desliza el arco sobre la caja de resonancia haciendo vibrar el instrumento. Mujer y chelo son un solo cuerpo entrelazado que despierta gorgoritos de deliquio estético en espectadores dispuestos a hacer de esa antigualla, que llamamos estética, una barrera contra la vulgaridad diaria.
Pero, para que se vea que uno no pierde pie en la puñetera realidad, ahí va la anécdota que se cuenta de aquel director de orquesta que, en un ensayo, llamó la atención de una violonchelista algo torpe, a quien dijo: “Señorita, tiene entre las piernas el instrumento más delicado del mundo y a usted sólo se le ocurre rascarlo”.
-Jó, eres un esteta, solía decirme aquella compañera de trabajo - sindicalista ella y habituada a bregar en un campo donde no caben sensiblerías - cuando nos cruzábamos en aquel pasillo del AHN que parece la crujía de un claustro monacal. Y me lo decía en un todo amistoso y condescendiente, como quien dice “eres un rarito inofensivo”.
Ya lo ves, improbable lector, qué cosa es la vida: esteta y, ahora, jubilata. Y es que uno no aprende con el paso del tiempo…
À bientôt.

jueves, 25 de febrero de 2010

De disidencias y recuerdos de un viaje a Cuba.-

Al saber de la muerte en prisión, tras una larga huelga de hambre, del disidente cubano Orlando Zapata, me ha venido a la memoria el viaje que hicimos Teresa y yo, en febrero de 1999, a Cuba. Cada vez que surgen cuestiones sobre aquella hermosa isla, siempre me vienen emociones encontradas. Creo que es el único país de todos los que conozco al que fui movido por intereses que poco tienen que ver con la curiosidad turística.
Que a un disidente político – “preso de conciencia”, quería él que le consideraran – le dejen morir de hambre dice mucho de la obcecación y la ceguera de un régimen político como el cubano. Y a los que, desde jóvenes, hemos admirado la revolución cubana, nos deja un poso de desánimo y rabia por tanto ideal malogrado.
En aquel viaje la gente iba a Varadero a tostarse al sol y comer a dos carrillos y a disfrutar siendo servidos por dóciles cubanitos; nosotros íbamos a conocer el país y sus gentes. Gastamos zapatilla en callejear por La Habana y por Santiago, contactamos con personas que nos enseñaron cómo se vivía y sobrevivían y qué pensaban, y volvimos a Madrid convencidos de que nuestro propósito había merecido la pena.
La Habana, bella, con sus parques y sus calles trazadas a cordel, y ruinosa, con sus hermosas casas coloniales carcomidas, me produjo la sensación de una vieja dama a la que la pobreza y el abandono habían ajado sin misericordia. Allí conocimos a Boris, un universitario que nos adoptó – en su provecho, hay que decirlo - durante un par de días y que nos hizo conocer aquellos lugares donde vive la gente que no vive del turismo; donde los niños jugaban al béisbol en la calle con un palo y una pelota, y donde la gente deambulaba sin otro objeto que sobrevivir. Boris era crítico con el régimen, un hermano suyo había muerto intentando llegar al paraíso USA. Nos llevó a su casa: una salita de unos 8 metros cuadrados, llena de santos de una religiosidad ambigua, con un habitáculo encima (“barbacoas” llamaban a esos cubículos) que servía de dormitorio común. Allí vivía él con la madre, dos hermanas con 3 niños y un hermano pequeño en edad militar. Nos llevó a visitar alguna iglesia y nos ilustró sobre el sincretismo religioso entre el animismo caribeño-africano y el catolicismo. Nos sacó 50 $ por una caja de puros que su madre iba “distrayendo” de la tabaquera donde trabajaba, y nos abandonó una vez exprimidos. Nunca se lo reproché. La vida tiene sus exigencias…
Lázaro también era crítico con el sistema. Era un hombre culto, inteligente y amargado. Había trabajado en el Instituto del Historiador y no olvidaré cómo nos enseñó la Habana Vieja (la plaza de Armas, la catedral, la plaza Vieja…) y nos dio una lección magistral de historia mientras iba desgranando sus reflexiones políticas y sociales con un regusto de amargura. También supe que los cubanos, como cada quisque, tienen prejuicios. Copio las notas que tomé entonces: “Una cosa me ha llamado la atención: tiene prejuicios muy arraigados referentes a la “gente de Oriente” – la zona oriental de la isla – y al color de la piel. Según él el negro desprecia su propio color, y el blanco no quiere oscurecer la suya con mezclas. Según el sentir habanero, los santiagueños son los servidores del régimen: ellos alimentan las filas de la policía y el ejército; emigran de su tierra copando puestos de trabajo y vivienda en La Habana; trabajan en puestos para los que no están capacitados y son más dóciles que los de la ciudad”.
Comer en aquel “paladar” en Santiago de Cuba, junto a la Casa de la Trova, era una fiesta de colorido y bullicio. Un espacio abierto a la calle con grandes ventanales, con seis mesas a cuyos manteles se les da la vuelta cuando se cambiaba de comensal. Menú obligado, pollo con arroz, pan no, y cerveza cubana sin tasa. Cubanos y guiris en santo amor y compañía, prostitutas acodadas en la barra a la espera del turista y cuatro músicos (el grupo Casual, del que aún conservo una cinta de casete) con los que hermanamos y pasamos horas y horas de conversación entre cervezas y canciones.
Y Rafael, el jefe de seguridad de nuestro hotel en Santiago. Karateca, antiguo escolta de Fidel. Una noche nos llevó a un paladar a comer langosta y pescado (invitábamos nosotros) y el hombre nos preguntaba ¿Cuánto ganan ustedes? ¿Cuánto cuesta una casa, unas deportivas…? ¿Cuánto.., cuánto...?
Le costaba asimilar que, en nuestra sociedad, corriese tanto dinero.
En mis notas de aquel viaje asoman más personajes: el galleguito Pedro Pablo, que regentaba la Casa del Agua de La Habana y nos daba abrazos y botellas de agua fresquita; el antiguo catedrático de Pedagogía Histórica y actual vendedor de libros en la plaza de Armas, que nos hablaba de la “amistad soviética” que no hizo – en su opinión – sino subvencionar al pueblo cubano y mantenerlo gratuitamente hasta convertirlo en un pueblo de parásitos. Y nunca olvidaré al aduanero corrupto y de sonrisa abyecta que, para poder tomar el avión de regreso, nos sacó 20 $ por la visa, supuestamente extraviada, de Teresa.
Y, como me dio tanta rabia el incidente, estas son las últimas notas de aquel viaje: “¡¡Que Dios confunda a los funcionarios infieles a su deber, y que les den por el culo!!”
Yo, la verdad, volvería…

viernes, 19 de febrero de 2010

Cortes de mangas y capirotes.-

Yo, al señor Aznar le estoy agradecido. Qué quiere usted que le diga, improbable lector. Le estoy agradecido de cuando, en febrero de 2003, mister Ánsar andaba en contubernios con Bush el Infausto y Blair (y Durao Barroso, el mamporrero de las Azores y actual Presidente del Consejo) para aquello de declarar la guerra al moro infiel, o Eje del Mal que lo llamaban ellos. En aquellos lamentables días, hacía ya muchos años que yo había abandonado la universidad; aquella Complutense de finales del franquismo, donde día sí, día también, teníamos asambleas, huelgas, manifestaciones, carreras delante de los grises y, en el vestíbulo de Filosofía B, cantábamos el chunda-chunda de La Internacional (que muchos de nosotros no sabíamos más allá de lo de “Arriba los pobres del mundo…” y lo cantábamos por tocar las gónadas al Régimen). ¡Qué tiempos aquellos! Éramos jóvenes y creíamos que los pueblos forjaban sus destinos.
Ahora sabemos que los destinos de los pueblos los forjan los intereses de las corporaciones transnacionales, eficazmente auxiliadas por peones de brega como el señor Aznar. Eso sí, peones de alto standing y con absoluto convencimiento en las bondades del Sistema.
Pues bien. Con aquel invento tan chungo del Eje del Mal, de repente, volví a las ilusiones de la juventud. Volvía a creer en ideales polvorientos, tales como que los pueblos tienen voz y que ésta se puede manifestar en la calle, a falta de mejor foro donde expresarse. Volví a la calle y asistí a manifestaciones contra la guerra en la Puerta del Sol, ante la embajada de los Estados Unidos y allí donde la gente gritaba ¡No a la guerra! Fueron días en que no paraba; salía del trabajo y corría a la mani, donde quiera que hubiese una. Me volví a sentir joven, idealista: ilusionado, en fin. Me sentí parte del colectivo que cree en la fraternidad de los pueblos y que rechazaba la indecencia de quienes hacen guerras a cambio de petróleo. Por eso le estoy muy agradecido al señor Aznar, porque volví a tener fe en un ideal común y a sentirme joven, siendo ya cincuentón con costra y funcionario.
Ahora que veo y leo que el don ha hecho un corte de mangas a los estudiantes díscolos y faltones que le abucheaban en la universidad de Oviedo, he vuelto a recordar aquellos pasados tiempos en que creíamos en el poder de la palabra gritada. Pero a estas alturas, que le abucheen e insulten al susodicho, en vez de darle la espalda, dice poco bien del nivel de la universidad. También dice algo sobre el particular la noticia de que, entre las 100 primeras universidades del mundo, no hay ni una sola española. Y, también, claro está, lo dice casi todo cuando el conferenciante invitado es un individuo de la categoría intelectual del señor ese.
Puedo asegurar sin mentir que, en la universidad que yo conocí – La Complutense, donde íbamos el mogollón de clases medias que aspiraban al progreso social – jamás vi a ningún profesor hacer un corte de mangas a los revoltosos y que, más de una vez, soportaron con dignidad el descomedimiento de alumnos inflamados por la fe revolucionaria.
Pero, ahora, por lo que se ve, son otros modos. Me gritas “facha” y “asesino”, y te hago un corte de mangas mientras exhibo mi acreditada sonrisa despectiva.
¡Vamos, la crema de la inteletualidá!

lunes, 15 de febrero de 2010

Maruja Mallo: naturaleza viva.-

¿Cuántas veces he dicho en esta bitácora que soy un jubilata cultureta? Unas cuantas ya. ¿Y, qué hacemos los tales? Peregrinar de exposición en exposición, de libro en libro, de museo en conferencia, y, en general, cualquier cosa que lleve la connotación “cultural”. Es como el marchamo con que pretendemos distinguirnos del común de los mortales jubilados. Nos encanta ese barniz cultural tan vistoso con que cubrimos nuestros mediocres conocimientos dándole un aire más interesante a nuestras arrugas.
También a Maruja Mallo, ya bien ochentona, le gustaba maquillarse con colores vivos. Era la máscara con que cubría su cara porque perfilaba con más rotundidad sus rasgos y ofrecía contrastes más acusados que la simple piel desnuda. Era una artista y sabía que el cromatismo embellece la naturaleza.
Estuve viendo, en el vídeo de la exposición, la entrevista que le hicieron hace años y supe que era algo más que una artista de vanguardia y un miembro (¿una “miembra”?) del movimiento surrealista, entre otras facetas.

Fue una mujer que tenía las ideas muy claras. Nació en 1902 y murió 93 años después, y perteneció a esa generación de artistas e intelectuales de los años treinta que la guerra civil y la dictadura barrieron de España, dejando el solar patrio como un erial sólo apto para la recalificación urbanística y posterior negocio del ladrillazo.
Sin que se le corriera el rimel, se dice marxista y, por lo tanto –afirma–, anticomunista, ya que el comunismo no fue más que la profanación y prostitución de la dialéctica. En su opinión, la humanidad no ha producido más que arte, ciencia o guerras, y piensa que la soledad es el mayor patrimonio de cada cual y que el hombre se mide por la soledad que puede aguantar. Que una anciana diga tal cosa, dice mucho de su entereza y lucidez.
Si el improbable lector quiere conocer las etapas por las que transitó Maruja Mallo a lo largo de su vida artística, le recomiendo que se acerque a la Real Academia de BB. AA. de San Fernando y haga una visita. Yo dejo aquí alguna imagen de sus cuadros, tomada del folleto editado con ocasión de la exposición de sus obras.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La economía (o lo que sea) "hace aguas".-

Ahora que el frágil esquife de la economía nacional navega a bandazos sobre aguas turbulentas, yo me salgo por la tangente para quejarme de esos chirridos que da el idioma cuando los economistas señalan con dedo admonitorio los agujeros por donde el barco de la economía carga agua. Me refiero a esa gilipollesca expresión de “la economía hace aguas”. Aunque ya ni me sorprende verlo escrito o publi-parloteado. Pero los economistas (y no sólo ellos) lo dicen desde lo más profundo de su ciencia. Yo no sé si los economistas (y no sólo ellos, insisto) tienen muy claro lo que, en español, significa “hacer aguas”, que me temo que no; aunque sí estoy seguro que han dado en el clavo: porque el sistema económico que sufrimos sí ha hecho aguas, pero mayores. O sea, una enorme cagada que nos ha salpicado a todos.
Me explico. Cuando yo era niño de pueblo, en algunos rincones discretos donde la gente aliviaba la vejiga en caso de urgencia, el municipio colgaba una tablilla donde estaba escrito: “Se prohíbe hacer aguas bajo multa de una peseta”. O sea, la ciento sesenta y seis coma trescientas ochenta y seisava parte de un euro actual. También, en aquella España rural, en las tabernas había carteles advirtiendo: “Se prohíbe cantar y blasfemar”, y la multa era bastante más gorda. Pero ahora no se trata de esto porque, desde que vivimos en una sociedad laica, blasfemar es una antigualla, y en cuanto a cantar, con eso del MP3 enchufado a la ojera, nadie sabe.
A mí, lo que me sorprende es que “hacer aguas” se pregone así, tan a las claras, sin que a nadie parezca importarle el despropósito ni se sonroje el auditorio, y se acepte por buena esa especie de quid pro quo que nace de la supina ignorancia del propio idioma, tanto por parte de los economistas como de cualquier “comunicador”, que solemos decir. Porque, digámoslo de una vez, “hacer aguas”, en buen castellano, significa “mear”; y si son “aguas mayores” significa “cagar”, pero dicho en plan fino. O, como dice el diccionario de la RALE, "expeler aguas mayores o menores". Y también lo dice María Moliner en su diccionario de uso del español. En fin, hacer aguas es tanto como orinar. ¿Queda claro?
Qui est hic, qui tanta et tam barbare loquitur?, según refiere don Julio Caro Baroja que dijo Benedicto XIV en referencia a un farragoso teólogo riojano. O sea, traducido a puntada gruesa: ¿Quién es ese que dice tales barbaridades?
Ese símil marinero de hacer agua, que se refiere a la vía de agua que se produce cuando un barco sufre una rotura del casco, es el que supongo pretenden usar los atrevidos economistas y otros expoliadores del idioma; pero, por lo visto, que la economía haga agua (así, en singular) les parece poco agua para tanto charco y han preferido que la vía de agua sean las aguas de una gran meada.
Será por aquello de ser jubilata cultureta, pero a mí me molesta enormemente la supina ignorancia y el desprecio pretencioso con que publicistas, periodistas, políticos y otros parladores públicos usan el idioma. Don Fernando Lázaro Carreter publicó durante años unos articulitos donde, a veces con retranca aragonesa, fustigaba el mal uso del idioma. Estos artículos se recogieron en un volumen que lleva por título El Dardo en la Palabra, del que yo tengo un ejemplar y que consulto de vez en cuando. Lo que invito a hacer al improbable lector de esta bitácora.
Me pregunto si sería tan costoso convencer a los estudiantes de periodismo y futuros voceros de los medios de comunicación que lo leyesen siquiera una vez en la vida, como debieran leer el Quijote o la Isla del Tesoro. Quizás así, los locutores de la tele y periodistas a mogollón (a más de economistas, publicistas, políticos, etc., etc.) no darían esas patadas al idioma, que parece que están pateando un melonar. Porque, hay que joderse, la jeringonza que se traen los tales en cuanto enchufas la tele, o abres la prensa, o escuchas la radio, que parece que han apostado a ver quién dice los mayores despropósitos con la seriedad de acémilas doctoradas en Salamanca, o masterizadas en Harvard. Que vaya usted a saber.