lunes, 25 de julio de 2011

Más andanzas veraniegas.-



Creería el improbable lector, si ha leído en una entrada mía anterior que pensaba ir este verano a lugares donde las conexiones a Internet y telefonía móvil fuesen inexistentes o azarosas, que estaba exagerando. Pues no.

En Soto de Sajambre, aldea al pie de Picos de Europa, para conseguir línea en el móvil, había que subirse a una piedra y esperar con paciencia el santo advenimiento del ángel anunciador de la conexión, cuando se dignaba aparecer. Y no puedo decir que lo haya lamentado mucho. Es más, si uno hace la prueba a vivir desconectado de las mil tecnologías que nos acosan, descubre que sí se puede y que no se echan de menos. En mi caso, en 24 horas, estaba desintoxicado de la dependencia del móvil, del ordenador, del internete este y hasta de la bitácora que tengo tan huérfana últimamente.

Claro que así me pasa. Mis improbables, aunque fieles lectores, se cansan de pinchar en vacío y abandonan, a falta de nuevas entradas, la lectura de esta bitácora pensada para la charla, para dialogar. Que no otra cosa significa su título tan raro: Conloquendi causa, esto es: para dialogar, para conversar. En fin, el diálogo se convierte en monólogo a cargo de este jubilata, ya que el otro término del coloquiando, el receptor que se supone ha de leerlo y comentar si le apetece, está en abonés absentes, como dicen los franceses.

En Sotres de Cabrales, pueblo asturiano incrustado en lo más hondo de Picos de Europa, descubrimos que, para tener línea, debías salir del pueblo y enfilar el comienzo de la carreterilla. Allí podías charlar por el móvil mientras veías los imponentes macizos calizos en frente, si te lo permitían las nieblas y el orbayu, porque solo un día vimos el sol. Y eso para comprobar, horrorizados, que era fin de semana y había más coches por los desfiladeros que procesionarias en un pinar.

Ya imagino que muchos de mis improbables conocen la zona de Cabrales, con Arenas, el municipio más importante. Para subir desde allí a Sotres hay que hacer 14 kilómetros por una carreterilla que pasa por Poncebos, donde termina la garganta del Cares, que tiene su otro extremo en Caín, en el valle leonés de Valdeón. Pues bien, produce susto hacer esa carretera de montaña entre el precipicio y las paredes rocosas, con más curvas que la Loren en sus tiempos mozos y con una pendiente que obliga a meter la segunda en algunos giros donde no se sabe si, del otro lado, sigue la cinta del asfalto o te vas a desmorrar contra los pretiles del borde de la carretera.

Pero lo que más sobresalta, a los cándidos que buscamos sosiego, es ver centenares de coches aparcados por aquellos

andurriales y montones y más montones de senderistas aglomerándose en la ruta del Cares como si fuese procesión de rogativas. Recuerdo -porque uno empieza a vivir de recuerdos- hace treinta años, cuando Teresa y yo hicimos aquella marcha (ida y vuelta) desde Posada de Valdeón, pasando por Cordiñanes y Caín, antes de enfilar la garganta hasta Poncebos, en el lado de Asturias. Podías encontrarte por aquellos vericuetos a dos montañeros y medio, y el resto del camino eran rebecos, soledad y silencio.

En aquel entonces, en Caín, la única energía eléctrica procedía de una fabriquita de la luz que ponían en marcha por las tardes, los prados del pueblo no eran aparcamientos, sino prados de verdad y con vacas, y para llegar allí en conche había que alquilar el Land Rover de casa Abascal. La gente vivía del ganado, de hacer queso picón en las cuevas naturales y de "pelar tila", que así llamaban a la recolección de la flor del tilo cuando era temporada.

Allí conocimos a una señora que era descendiente del Cainejo, aquél célebre paisano que escaló el primero, como guía del marqués de Pidal, el Naranjo de Bulnes. Nos contaba que su abuelo subió descalzo por las peñas y el marqués en alpargatas, y que la cuerda que usaron había ido a comprarla el marqués a Inglaterra.

Pero son éstos otros tiempos, donde cualquier urbanita se viste de Coronel Tapioca y se echa por esos caminos como si fuese en busca del doctor Levingston a lo más intrincado de las fuentes del Nilo. Además, uno ya no tiene edad para ir por los montes pidiendo a las muchedumbres que le abran paso, bastante tiene con soportar los atascos peatonales en la Gran Vía.
Pero aún luce el sol en las bardas.

sábado, 16 de julio de 2011

Uno que se va.-




Leo en la prensa que la que fue CTNE (la popular Telefónica, empresa de telecomunicaciones propiedad del Estado Español cuando el Estado era patrimonio común de los españoles) y ahora llamada Movistar, empresa trasnacional que explota a sus usuarios y reparte beneficios millonarios entre sus directivos, va a despedir en España a 6.500 trabajadores con el beneplácito del gobierno. ¿Porque sufre pérdidas? No, porque ha de acumular beneficios. Más beneficios de los que tiene actualmente.


Este jubilata sigue practicando la antigua creencia de que los trabajadores son parte de la empresa y su trabajo el principal motor de riqueza de un país decente. En esa creencia, no acaba de entender que echar al paro -aunque sea incentivado- a unos miles de trabajadores ayude a mejorar la economía de este país, ya a medio camino de convertirse en Ex-paña. Y lo entiende aún menos cuando más de un quinto de la población en edad laboral está sin trabajo; cuando la empresa tiene beneficios multimillonarios; cuando los lamentables y múltiples ERE suponen un coste social añadido a las cargas que estamos aguantando entre todos; cuando el empobrecimiento progresivo de las clases medias es fermento futuro de revueltas sociales que llegarán... cuando lleguen, pero llegarán. Y si no, arrieritos somos y en el camino nos encontraremos.


Dice la empresa que tiene 34.000 trabajadores en España, el doble que cualquiera de sus competidores, lo que le resulta muy oneroso para mantener la competitividad en un mercado donde los precios tienen que ir a la baja para mantener su cuota de clientes; bajadas que, por cierto, sus usuarios no vemos por ninguna parte.


Pero uno, que no entiende de macroeconomía, no acaba de entender por qué sus directivos han de repartirse esos bonus tan sustanciosos que ascienden a millones de euros anuales. Tampoco entiende por qué un tal Javier de Paz, íntimo del presidente del gobierno y ¡¡¡miembros del Comité Federal del Partido Socialista!!!, ha de asegurarse unos ingresos de 1,4 millones de euros por pertenecer al consejo de administración de Telefónica y de sus filiales en Argentina y Sao Paulo. Individuo, además miembro asesor de Telefónica Latam y de Telefónica Andalucía. Asimismo, presidente de la Comisión de Regulación del Consejo Asesor de Telefónica de España.


En fin, al jubilata le entran mareos cuando lee todos los cargos del señor ese que, por lo que se ve, es como dios omnipresente: en todas partes está (entre los íntimos de la Moncloa, entre los altos cargos del PSOE, en los órganos decisorios de Movistar) y en todos influye a mayor gloria de la verdadera religión de Todo por la Pasta. Y eso que uno no sabe de la misa la media e ignora la cantidad de tiburones conspicuos instalados ahí dentro, aparte del susodicho.


Por eso, este jubilata decide que se va de Movistar. Decide que no está más dispuesto a pagar 70 euros mensuales por su conexión a Internet. Decide que con su dinero no va a pagar a los Alierta, Javier de Paz y otros tantos oficiantes de la religión neoliberal, y se va a dar de baja.


Son sólo 70 euros mensuales, pero uno con su dinero va a donde le da la gana, o donde puede, que tampoco las otras empresas de telefonía se dedican a la caridad. Pero, al menos, protesta y quiere que conste. Y, aunque dispone de bien pocos e improbables lectores de su bitácora, invita, a quien quiera hacerle caso, a bardonar el barco de Movistar y dejarlo a la deriva con sus ratas al timón.


Este jubilata ha de decir en su descargo que no se trata de un calentón momentáneo. Que lleva ya meses pensándoselo y leyendo las noticias que le llegan al respecto, y ahora que el gobierno ha autorizado el despilfarro de tanta mano de obra y dineros públicos, es el momento de decidirse a obrar en consecuencia y buscar nueva operadora. Así podrá cambiar el objeto de su cabreo y descubrir (sin sorpresas, por otra parque) que quien le venda el nuevo servicio de telefonía es el mismo perro capitalista, pero con distinto collar.


De momento, para que el improbable lector vea que uno reflexiona antes de actuar, este jubilata aparca su decisión y se va una semana a Picos de Europa, a ver si el contacto con la naturaleza le hace olvidar los despropósitos de un sistema económico voraz que empobrece a la sociedad para enriquecerse a su costa.

lunes, 11 de julio de 2011

Por el Valle de Mena




El caso es que cuando decía por ahí que iba a pasar una semana en el Valle de Mena, todos ponían cara de extrañeza: ¿Y eso por dónde cae?Pues cae al norte de la provincia de Burgos, por tierras de Merindades, lindando con Vizcaya y muy próximo a Cantabria. Bosques de hayas, robles, quejigos, arces, avellanos, majuelos, grandes praderías con sus vacas y todo; atravesado por el río Cadagua naciente entre calizas al pie de Peñamayor y tributario de la ría de Bilbao; con pequeños pueblos de arquitectura montañesa, casas sólidas construidas en sillarejo y con buenos corredores soleados, torres defensivas señoriales, iglesias románicas, un tramo de calzada romana (la de Castro Urdiales a Herrera de Pisuerga). Un pequeño paraíso natural donde, a pesar de que el urbanismo salvaje ha dejado sus destrozos en la capital del valle, puede uno perderse sin mayores problemas.
No sólo naturaleza, también son lugares cargados de historia porque son tierras de tránsito entre la costa y Castilla. De hecho, esta es tierra de foramontanos, aquellos primeros pobladores de Castilla que bajaron desde los montes cántabros y astures para repoblar tierras ganadas a los moros en el avance del reino astur hacia la meseta del Duero. Gentes libres que ocuparon tierras despobladas con la azada en la mano y la espada al cinto.

Por aquí abundan torres señoriales levantadas durante la Baja Edad Media, cuando la nobleza local fue afianzando su poder en torno a las aldeas, y siempre en pugna entre familias nobiliarias por el dominio de pastizales y labranzas. Son torreones cuadrados, a veces protegidos por una cerca, como el de Villasante de Mena, que pueden verse en la distancia, sobresaliendo por sobre los tejados de los pueblecitos.

Aquí todavía hay vestigios de un ramal secundario del camino de Santiago que transitaba desde los puertos del Cantábrico, pasando por Valmaseda, y atravesaba el valle en dirección a Espinosa de los Monteros y Burgos. Como testimonio quedan las imágenes talladas en piedra en arquivoltas y capiteles de las iglesias de Vallejo y Siones. En San Lorenzo de Vallejo puede verse, en una arquivolta de su portada principal, un peregrino con su bordón y venera, y en Santa María de Siones, en un capitel , puede verse un barco cargado de peregrinos.

Por ser lugar de paso entre el mar y la Meseta, lo cruzan rutas comerciales antiguas y recientes. Así, sobre la calzada de Irús transcurre el Camino Real de las Enderrotas por el que pasaban las recuas de los arrieros llevando lana y cereales hacia la costa y regresaban con hierro y pescados secos hacia Castilla. Por aquí circuló en la Edad media la lana de la Mesta, desde las ferias de Burgos, pasando por Valmaseda hacia los puertos norteños. Y también por aquí se trazó, y sigue activo, el tren de La Robla que los industriales vizcaínos del S. XIX mandaron tender para subir el carbón de las minas leonesas hacia las ferrerías vizcaínas, cuando un repunte en el precio del carbón inblés les obligó a buscar nuevas fuentes de energía más baratas.

¿Quién dijo que son tierras desconocidas, éstas del valle de Mena? Son desconocidas para quienes desconocen su propia historia y se conforman con las playas de moda y muchedumbre.

Este jubilata, que para ruidos y algarabías ya tiene bastante con los que produce la capital del reino, se calzaba las botas cada madrugada y se iba a recorrer caminos y atravesar pueblos silencionsos; al paso, saludaba a las vacas que rumiaban plácidamente en los prados y hasta se paraba un rato a admirar, desde el lado de acá de la cerca, a un cabrón espléndido, con sus grandes barbas y su empaque de semental cabruno, que solía tenderse junto a su harén bajo la mirada atenta de un mastín. Incluso se las tuvo que ver, junto a una antigua ferrería entre Vallejo y Villasuso, con un par de perros fieros que le salieron al camino y por poco le despedazan. Menos mal que el garrote es un buen compañero de camino. Si no es por eso, otras serían las aventuras a contar.

Y como uno es reincidente, de aquí a una semana volverá a irse a tierras de montaña, esta vez a Picos de Europa, allá por el valle de Sajambre, para subir a Vegabaños y recorrer los desfiladeros y comer buena cecina. Lo de ir a la playa será por obligación familiar, pero de momento no quiero ni pensarlo porque es que me espeluzno, coño.

domingo, 3 de julio de 2011

Antes de que me rescaten.-



Últimamente está muy de moda eso de rescatar países, incluso si los interesados no están nada conformes con la manera en que se lo imponen. Sirva como ejemplo lo de Portugal o Grecia, país éste prácticamente en quiebra, al que van a rescatar - con la inestimable y desinteresada ayuda de bancos franceses e ingleses - a pesar de los propios griegos, quienes gritan su cabreo en la plaza de Syntagma, aunque parece que nadie quiere oírles.

Para rescatar el país les obligan a vender en almoneda aeropuertos, carreteras, hospitales y todos aquellos bienes nacionales cuya pignoración servirá para tapar agujeros financieros... si lo logran, que todo vaticina que no. El friso del Partenón y otras joyas arquitectónicas no será necesario que las pignoren, ya que se las fueron robando en siglos pasados. Lo del expolio actual es otra cosa, va en plan fino y mediante ingeniería financiera.

En Cataluña, con la derecha nacionalista haciendo patria, también están en eso del rescate de la deuda pública, así que venderán hospitales y cualquier infraestructura de las que sacar las perras para devolver los créditos bancarios y tapar agujeros, como en cualquier economía doméstica, pero a lo bestia. Por lo visto, para que Cataluña sea Una, Grande y Libre, es necesario que sus habitantes disfruten de peor sanidad, peor educación pública y sean más pobres y con servicios públicos bajo mínimos. Con lo cual, uno, así a bote pronto, no ve la ventaja de pertenecer a la gloriosa patria cataláunica. Menos aún cuando Arturo Mas, si no he entendido mal, ha dicho por ahí que con que el Estado controle la policía y los jueces, el resto de las competencias sobra. Barra libre, amigo especulador.

Claro que al resto de las Españas también nos van a apretar los machos, un poco más, en cuanto ZP, con sus maravillosas medidas para tranquilizar mercados, tome boleta; y si no que nos cuenten lo de los informes de la FAES (todo queda en casa: informes y la pasta que cuestan) a propósito del copago de la sanidad pública, que algunos, ignorantes del complejo mundo de la financiación de los servicios públicos, vemos como un repago sin tapujos.

De momento, no sabemos bien lo que van a hacer: piden informes, los guardan en el cajón, y no dicen ni mú sobre lo que será de nosotros de aquí a pocos meses, cuando la gaviota enseñoree nuestros cielos. Imagino, puestos a ello, que harán como su primo ideológico -dentro de la familia neoliberal, se entiende- Arturo Mas: esquilarnos el vellón como actualmente, pero dentro de la más pura ortodoxia neocón.

Pero, ahora que me doy cuenta, no quería hablar de esas cosas porque estamos de vacaciones y en Madrid hace un calor del carajo. Se ve que a este jubilata le han patinado las neuronas y se va por los cerros de la demagogia casera. Aunque, eso no, no hace daño a nadie con decirlo: le basta al improbable lector con darle al ratón y saltar a otra cosa de más enjundia.

Lo que quería decir es que este humilde servidor se toma unas cortas vacaciones antes de que lo rescaten. No sea que a la señora Merckel le parezca mal ver cómo un sus scrofa domestica, miembro de la piara que forman los países PIGS, se toma semejante libertad. Ya se sabe: los mediterráneos somos improductivos, manirrotos y amigos de pasarnos la vida por el arco de triunfo, todo lo contrario de los ciudadanos germánicos, tan disciplinados ellos y trabajadores, y que encima le votan.

Pues eso, antes de que las fuerzas del mercado, las instituciones europeras, el FMI, el G7 y nuestros nunca bien ponderados políticos, metan mano a la tijera de rescatar jubilatas y nos recorten -con la mejor intención, eso sí- la paga, el transporte público, la sanidad..., un servidor se va a gastar la extraordinaria en perderse por montes donde la conexión a Internet es azarosa y el móvil no tiene cobertura. Perderá información de primera mano, pero ganará en tranquilidad.

Puede que, paseando por los hayedos, se le oxigenen las neuronas y vea con otros ojos las ventajas de la economía de mercado. Puede, incluso que le parezca bien eso de que el Banco Central Europeo preste a la banca privada sus capitales al 1,5% y que ésta los invierta en deuda pública de los estados en riesgo de insolvencia al 5 o al 6%. Puede, en fin, que cuando regrese a la capital del reino, ya le hayan rescatado sin contar con él, ni importarles un carajo su modesta opinión.

De lo que sí está seguro este jubilata es de que, a su regreso, seguirá protestando -con demagogia o a palo seco- desde su modesta bitácora. Y, aunque a la señora Merkel le moleste, uno seguirá siendo un cerdo de la piara de Epicuro, que es una de las pocas cosas dignas que se puede ser en estos tiempos azarosos.

lunes, 27 de junio de 2011

M* y el perro.-



M* es una mujer extraña. Próxima a la cincuentena, retraída y asustadiza, es una de esas personas que rehuyen el trato con los demás con el miedo enfermizo de quien teme ser maltratado sin razón aparente. Su cara no refleja emociones, como tampoco las reflejaría un muro.

Vive en una calle próxima a la mía, en una finca de vecinos que comparte con la nuestra el patio posterior. Nos conocimos hace varios años, cuando yo fui presidente de mi comunidad y tuve relación con ella que, a su vez, presidía la suya. Subía a su casa, hablábamos de asuntos de interés común a nuestras repectivas comunidades y me trataba con amabilidad. Pero, cuando nos veíamos por la calle e intentaba saludarla, sistemáticamente me evitaba. Como si yo fuera un extraño del que hay que desconfiar. A mí, su actitud me descolocaba y no sabía a qué atenerme con ella. En su casa me trataba con deferencia, pero en la calle me ignoraba.

Algún tiempo después, por otros vecinos que la conocían de toda la vida, supe lo peculiar de su carácter y no volví a preocuparme. A partir de entonces, cuando me cruzaba con ella, yo también hacía como si no la viese. Aun así, al pasar a su lado, la miraba de reojo a ver cuál era su reacción. Pero ella no movía ni un músculo de su cara inexpresiva al verme; puede decirse que mostraba la misma apatía que un semáforo ante un coche de bomberos. Pero algún rescoldo de emociones debía haber tras sus ojos inexpresivos.

Lo digo porque hace un par de años que se compró un perro. Un perro de pelo blanco y mirada inteligente, y, por lo que he podido observar, caprichoso y testarudo como un niño consentido. Con frecuencia, veo a ambos pasear por la acera de nuestra calle o por el parque. Él va delante o detrás de su ama, a su antojo, pero siempre marca el ritmo y decide dónde pararse y hacia dónde ir. Ella obedece.

Hay veces, en mis noches de insomnio, que, a eso de las cinco de la madrugada, me asomo a la ventana de la cocina y los veo caminar por la acera de enfrente: primero, el perro blanco marcando el ritmo, luego, ella. Lo peculiar del caso es que la cuerda que los une no sirve para sujetar al perro, sino para que éste tire de su dueña y la guíe. A veces, el perro decide correr y M* emprende un trotecillo torpe a su zaga, como con miedo a que el otro la riña si no logra mantener el ritmo que él marca. Otras, el perro va detrás del ama, relajado y casi con el aire filosófico de quien rumia sus perrunos pensamientos. Ella, delante y a pasitos, va fumando su pitillo y se nota que su cabeza no rumia ningún pensamiento de interés.

Cuando el perro blanco decide no caminar, M* lo saca a paserar en un cochecito como de niños, pero para perros, que le regalaron un cumpleaños.El cochecito tiene un armazón de aluminio y el capazo es de color rojo. El perro, tan telendo, se sienta en él mirando al frente con interés, y M* detrás, lo va empujando ajena a las miradas divertidas de los viandantes. Indiferente, estólida el ama, el perro tiene un aire más despierto.

A eso de las tres de la tarde, la hemos visto en la parada del autobús. M* despide al marido, que va al trabajo. Un hombre de complexión gruesa, con un chaleco de explorador y su permamente cachimba entre los dientes. No hablan. Cuando el bus llega, el hombre, como de cumplido, da un beso en la mejilla a M*, y otro beso, en los morrros, al perro, y sube al transporte. M*, con su inexpresividad apática, mira al perro y éste decide por dónde darán el paseo. Tomada la decisión, echa a caminar con su ama detrás. Nunca he visto bípedo más obediente.

miércoles, 22 de junio de 2011

Compro oro.-











"Como ave precursora de primavera, en Madrid aparece la violetera, que pregonando, parece golondrina que va piando..." No sé si el improbable lector conocerá esa canción tan madriles. Tampoco sé si, en su ciudad, con eso de la crisis económica, las aceras se han cubierto no de golondrinas volanderas anunciando una primareva de abundancia y birra para todos, sino de un crudo invierno de recesión, con bandadas de gurriatos en paro a los que la necesidad empuja a enfundarse los cartelones de hombre-anuncio y repartir papeletas de un amarillo purpurina (penoso remedo del noble metal) con la consigna "Compro oro".
No estoy muy seguro de si el batacazo de la economía financiera fue precursor, o sus barruntos fueron el previo origen de la proliferación de esta bandada de pardales que pía su falta de trabajo digno por las calles de nuestra ciudad. Lo cierto es que hay una relación de causa a efecto: cuanto mayor la iniestabilidad laboral, cuanto mayor dificultad para encontrar trabajo, mayor el número de humiles pájaros desempleandos dándole al pío-pío de "compro oro, ofrezco la mejor tasación".


Uno, que vive en esta babel capitalina, casi acaba por acostumbrarse a todo y a todos: a los jóvenes que se plantan en la Puerta del Sol y deciden reinventar una democracia, sin burocracias partidistas y sin corrupcción. Incluso se acostumbra a los que, de repente, han sacado sus credenciales de demócratas de toda la vida -que recuerdan a aquellos duros de calamita sobredorada de Alfonso XIII- y, a través del TDT Party, se desgañitan "¡¡Kaleborroca, kaleborroca!!" y exigen del Ministro de la Porra mano dura contra la jauría perroflauta. También se acostumbra (qué remedio) a los incívicos que arrancan papeleras de madrugada, tras el botellón finde; y al jubilata que juega plácidamente a la petanca en el parque del Calero; y al inmigrante africano que se saca unas moneditas ofreciendo La Farola delante de la puerta del DIA...


Como la adaptación al medio es condición indispensable para vivir en esta barahúnda de Tócame-Roque, quien esto escribe también se ha acostumbrado a tropezarse con ese tropel de anunciadores del "compro oro". Va por la calle Alcalá, en el cruce de Conde Peñalver con Goya, y se da de bruces con una bandada de infra-trabajadores que, por un puñadito de euros diarios (sin cotrato ni seguro), reparte papelinas con la consigna que invita a hacerse con dinero rápido cuando la necesidad aprieta.


Y si pasea por Sol, ahora que los Indignados la han dejado expedita, la bandada de hombres-anuncio le acosa a cada paso. Uno le pone la papela en la mano y, antes de llegar a una papelera donde echarla, otro más vuelve a ofrecerle otra nueva papela; dos pasos más allá, un tercero, y hasta un cuarto se las ofrecen de nuevo. De tal forma que, si uno quisiera venderles oro a cada uno de los patrones que les comisionan, necesitaría ser dueño de un Potosí para atender el requerimiento de todos ellos.


Ya sé que es inútil decirlo, pero no dejaré de hacerlo: Este jubilata, oro, lo que se dice oro, no tiene, aparte un Dupont que le regaló la santa cuando ambos éramos jóvenes y el amor se demostraba con regalos caros. A estas alturas de la vida el oro no significa gran cosa; basta con caminar de la mano, que los regalos caros ya son innecesarios. Aun así, el Dupont no pienso vendérselo a los merecaderes de oro, buitres de la necesidad ajena.


Sé tambíén que, por algún armario, anda rodando un trozo de puente dental con fundas de oro, de cuando aún no se habían inventado los implantes. Pero tampoco eso quiero vendérselo a esos carroñeros que le roen las tripas a quienes no puede llegar a fin de mes, o les vence el alquiler de un cuarto en una mala pensión, o han de solventar cualquier penuria económica por la vía rápida.


Estos mercaderes del oro a pequeña escala, predadores de economías domésticas anémicas, son carroñeros en lo más bajo de la escala trófica que engullen aquellas pequeñas joyas familiares, con más valor emocional que crematística. Pero, gramo a gramo, van drenando el metal hacia los enormes sumideros donde el oro se acuña en barras y se guarda en cajas de seguridad de quienes nos aseguran que la recesión económica exige sacrificios sociales, renuncias a derechos consolidados y mayor productividad, según la mágica fórmula de más horas de trabajo por menor sueldo.


De repente, el jubilata se da cuenta de que vive en una sociedad dominada por una escala bien organizada de depredadores: Desde el gran predador que devora economías de países en riesgo, pasando por el político depredador de votos cautivos, hasta el avechucho de uña retorcida que malpaga a los hombres-reclamo del "compro oro" y araña hasta las últimas hilachas del metal con que da lustre al gran becerro de oro de la economía de mercado.


Este jubilata, harto de la vulgaridad crematística que todo lo enseñorea, abre de nuevo el Cántico de Salomón y lee, saboreando cada palabra: Venter tuus sicut acervus tritici, vallatus liliis. Duo ubera tua sicut duo hinnuli gemelli caprae: Tu vientre es como montón de trigo, rodeado de lirios; tus dos pechos como dos cabritillos gemelos.


Esto sí es oro fino, oiga.

miércoles, 15 de junio de 2011

Donde los pies te lleven.-




Ya sé que acabo de fusilar malamente el título de una novela de Susana Tamaro, pero lo hago en la confianza de que el improbable lector se lo perdorne a este jubilata de pies cansados.


Como ya dije en mi entrada anterior, pensaba echarme unos días al Camino con el fin de disfrutar de la soledad (relativa) por esos campos y montes que atraviesa la ruta jacobea. Era un deseo que permanecía latente desde que, en 2005, fui caminando desde Saint-Jean Pied de Port, en tierras francesas, hasta Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja fértil en vinos.
De regreso a casa, asaz molido y con los pies encallecidos, y más contento que unas pascuas, me apresuro a dar noticias de mis andanzas, no sea que el improbable lector crea que he abandonado esta bitácora y él abandone la lectura de estas notas que cuelgo semanalmente. Sería una pena porque a vér qué va a hacer un servidor, falto de lectores que sigan con curiosidad sus historias y experiencias.


Como no disponía de muchos días, decidí terminar el recorrido por tierras riojanas y recorrer la provincia de Burgos.


Para quien se haya metido en estas andanzas, bien como peregrino o como tourperegrino (que así llaman a los comodones que van con coche de apoyo y duermen en hoteles o casas rurales), hacer caminos por tierras castellanas es una experiencia que difícilmente puede olvidarse.
Ya se sabe cómo es esta Castilla nuestra, con sus tierras llanas donde se pierde la vista, con sus campos cerealistas y sus caminos que parecen no tener fin. Afortunadamente, en esta época del año los trigales aún verdean mientras van granando y, vistos en la distancia, semejan enormes alfombras que se mecen suavemente al impulso de la brisa mañanera. Los campos de colza, que también los hay, dan al paisaje una tonalidad amarillenta que sirve de contrapunto y complementa esos verdes intensos de los trigales. Incluso, cosa que antes nunca había visto, hay extensas plantaciones de adormidera de un rosa pálido que llaman la atención por lo exótico de su presencia en estas tierras de monocultivo. Cuando el paisaje se quiebra en pequeñas lomas, en lo alto de las colinas pueden verse, a veces, pequeñas matas de árboles que son como islas boscosas. Todo ello agradable a la vista y reconfortante para el caminante madrugador, que disfruta del frescor de la mañana.


Según se camina por aquellas soledades, puede verse a la alondra cantando mientras aletea a gran altura sin moverse del sitio. Es el macho que vigila el nido a sus pies, mientras la hembra, entre los cultivos, empolla los huevos. También puede el caminante oír el característico reclamo de la perdiz entre los trigales. Y al jilguero o al verderón que se columpian, casi ingrávidos, sobre un brote de trigo y trinan. Uno se para a oírlos y olvida por unos minutos que le quedan veinte kilómetros, o los que sea, hasta llegar al próximo refugio.


Pero, eso sí, uno debe ponerse en marcha a las siete de la mañana, como muy tarde, si quiere soportar las fatigas del camino sin que el sol le castigue durante las horas centrales del día. Cosa, esa de madrugar, que no puede evitarse, ya que en los refugios la grey peregrinil empieza a rebullir antes de las seis de la mañana y no hay forma de hacer pereza dentro del saco de dormir.
Una de las cosas más agradables del Camino es cuando uno pasa por los pueblos, se encuentra con algún paisano, y éste le saluda ¡Buen camino, peregrino!, o cuando, reventado de tanto machacar las suelas de las botas, llega a un refugio y le reciben con un abrazo y le dan un camastro o una colchoneta en el suelo para que se acomode. Es como sentirse en casa -con comodidades elementales, claro- y saber que durante unas horas estará en familia. Una familia variopinta, donde se oye todo tipo de lenguas y se ven gentes de cualquier lugar del mundo. Además, en algunos refugios le ofrecen al caminante una cena comunal donde se reúne esa babel peregrinesca en torno a una mesa improvisada y se come del puchero que, con más o menos arte, ha preparado el hospitalero, siempre con mejor voluntad que ciencia culinaria.



Recuerdo la cena en Grañon, donde enseñoreaba una hospitalera de origen norteamericano, que nos dio de cenar un caldero de lentejas apelmazadas que se negaban a despegarse del cazo para caer en el plato, y un puding con manzana, muy americano. Allí, sentado a mi lado, un peregrino francés se comió tres platos de aquel engrudo con el mismo apetito que si estuviese degustando el más suculento de los manjares; y una peregrina holandesa se las comió con cuchillo y tenedor, mezclando puding y lentejas. Todo un refinamiento gastronómico, nacido de la pura necesidad de supervivencia.


Que conste: no lo digo por burla, sino como anécdota; que donde se da lo que hay no se está obligado a más, y el peregrino nunca exige, toma lo que le dan y queda agradecido. Lo cuento para que se vea que en el Camino todo aprovecha y la risa bienhumorada es un ingrediente imprescindible para aguantar fatigas.


Coincidí con un calagurritano reidor y un tanto achispado, con quien compartí cervezas y bromas; con un médico francés, con quien caminé un par de días y resultó ser una de las personas más interesante que haya podido conocer en los últimos tiempos; y con unas peregrinitas mejicanas que andaban por los caminos con sus faldamentos largos y vistosos, sus sombreros de ala ancha y sus pañuelos vaporosos, como salidas de una estampa antigua. De ellas me despedí con un beso en Burgos (se quedaban un día más), y ellas me dieron un abrazo porque, según me dijeron, en Méjco se abrazan para juntar corazón con corazón. Fue emocionante y hermoso.


Gente toda que queda en el Camino y de la que no volveré a saber más. Tampoco importa; uno no puede traerse todo a casa, aunque regresa con la mochila llena de vida vivida en libertad.



De un viejo libro de poesía que tengo por casa, copio estas estrofas de La alondra del barbecho, de Miguel de Castro, que vienen muy al caso:



La musa que en mi alma anida,


no es princesa que amor llora,


sino recia labradora


que canta al son de la vida.


La veréis por el barbecho


cruzar con el ceño adusto
bravo y tentador, el busto,
grave y maternal, el pecho.


Ruda y arisca villana
sólo mi amor la alboroza
moza tempranera... ¡moza


de cantiga serrana!

martes, 7 de junio de 2011

De nuevo, una caminata por la Sierra.-










Ya se sabe cómo somos los jubilatas. Con eso de la edad provecta, las neuronas se nos van fundiendo y las que nos quedan se limitar a repetir pautas y comportamientos, evitando salirse del camino trillado, no sea que el jubilata tropiece en una piedra fuera de sus circuitos habituales y termine descrismándose.

Y eso de repetir pautas y comportamientos adquiridos con el paso del tiempo me ha llevado, una vez más, a hacer una marcha de senderismo por la Sierra de Guadarrama, por su cara norte. Esta vez por el llamado "Camino del Ingeniero", que transcurre entre San Rafael y El Espinar, por tierras segovianas.


Entre ambos pueblos hay una carreterita semi abandonada que los une. El camino del ingeniero nace allí, cosa de un kilómetro carretera adelante, para adentrarse en el monte, por detrás de la fuente de la Yedra. Trepa un rato ladera arriba y luego gana la horizontal, para transcurrir plácidamente por en medio del bosque de pinos, cruzando algún arroyo rumoroso, para bajar de nuevo hacia el piedemonte. Cosa de poco esfuerzo, con un recorrido de unos 15 kilómetros.
Como transcurre por la cara norte de la sierra, el bosque es húmedo, umbrío y muy tupido, con esos airosos pinos de Valsaín que tienen un tronco de color asalmonado, recto como el astil de una lanza, y que parecen querer alcanzar el cielo con sus copas. El sotobosque lo forman helechales de un vede jugoso en esta época del año, que alfombran el suelo a ratos; cuando no, la hierba, tachonada de flores silvestes, cubre las praderías.


Aquí y allá pueden verse algunos robles melojos que pugnan por abrirse paso hacia la luz. Son ejemplares relictos del bosque autóctono que debió existir antes de que se repoblase el pinar por razones económicas, ya que el pino es una especie de más rápido crecimiento, por lo que, tradicionalmente, su explotación ha proporcionado riqueza a los pueblos de alrededor.


Además, la madera de pino fue materia prima utilísima para la construcción naval en aquellos tiempos en que la Flota de Indias drenaba las riquezas de las Américas hacia estas Españas con el fin de alimentar las continuas guerras con ingleses, franceses, holandeses y berberiscos, que la monarquía de los Austria mantenía para defensa del patrimonio de la casa Ausburgo y en nombre de la santa religión.
Ya idos por esos cerros del recuerdo histórico, viene a cuento lo que puso en versos de arte mayor don Francisco de Quevedo a propósito del oro americano, que poco aprovechó por estas tierras castellanas: Nace en las Indias honrado, donde el mundo lo acompaña, viene a morir a España, y en Génova es enterrado. Ya se sabe, los banqueros genoveses cobraban en oro americano los préstamos realizados a la Corona; hoy, otros banqueros saquean el patrimonio del estado en nombre de las sacrocantas leyes neoliberales y nos empobrecen igual. Pero, improbable lector, ese es otro asunto del que no toca hablar hoy.
El caso es que, monte arriba, llegamos a descubrir hasta tres hermosos ejemplares de tejo, ese árbol cargado de simbolismo, que apenas se encuentra por nuestros bosques. Un árbol negro rojizo, según la época del año, de hojas aciculares como en las coníferas, cuya madera se usó en la Edad Media para construir arcos, y que en las culturas celtas simboliza la muerte y la vida eterna. No en vano puede sobrepasar los mil quinientos años de edad, como el que descubrimos en Barondillo hace algunos años.
Y ya puesto en eso de las caminatas, este jubilata, que ve la vida como un camino, de aquí a un par de días carga la mochila, la venera y el bórdón y se va a gastar suela por el Camino de Santiago durante siete días. Piensa estar a solas con sus pensamientos, si las manadas de jacobípetas de todo pelaje se lo permiten. Que eso del turismo de masas todo lo arrasa, coño.


miércoles, 1 de junio de 2011

A propósito de antiguas envidias y modernas preocupaciones.-









No me sorprenderá que el improbable lector, si tiene la paciencia de leer esta modesta y un poco larga entrada, llegará a la consecuencia de que este jubilata habla, con poco conocimiento, de cosas que tienen nada que ver con los tiempos inquietos que vivimos y se va por los cerros de Úbeda de sus lecturas, porque apenas alcanza a entender del mundo que le rodea.


Pero qué le vamos a hacer. Es lo que tiene ser jubilata de mediocre pensión y con una erudición de medios pelos: saturado de hechos actuales que le sobrepasan, y sin capacidad para un análisis y comprensión medianamente razonables de esta sociedad desbocada, gasta su tiempo en actividades radicalmente inútiles e improductivas, como ponerse a leer la versión que hizo Fran Luis de León de El Cantar de los Cantares.


Por si acaso, y de antemano, este jubilata reconoce su condición de ser ucrónico y da la razón al improbable lector, pero se empecina en hablar de sus inútiles actividades. Y, como esta bitácora se alimenta de sus elucubraciones, y, lamentablemente, de su pensión no puede pagarse asesores culturales o políticos, habla -un poco o un mucho- por boca de ganso sin otra pretensión que la de no verse molido a palos por los raros comunicantes que, de tarde en tarde, le envían sus impresiones. Que sí lo hacen - lo de molerle a palos, siquiera ideológicos- con más frecuencia de lo que a él le gustaría.


A lo que importa. Estas últimas semanas ha caído en mis manos (los medios tortuosos no los confesaré) un librito que lleva por título: Traducción literal y declaración del Libro de los Cantares de Salomón hecha por el Mro. Fr. Luis de León... Editado: En Salamanca: en la oficina de Francisco de Toxar. Año de M.DCC.XC.VIII.


Es un libro en cuarto (21x15 cm.), 150, XVIII páginas, impreso en papel de tina verjurado, con su buena marca de aguas consistente en un óvalo coronado y con cenefa de hojas y una flor de lis en la parte inferior; en el óvalo va inscrita una R (ROMANI, puede leerse al trasluz). La encuadrnación es actual, en holandesa, con lomo y puntas de piel, adornados con una cenefa gofrada de rueda.


Doy estos datos del libro porque éste es una pequeña joya bibliográfica por la que un bibliómano estaría dispuesto a dar todas las empresas del IBEX 35, y aún a Emilio Botín de regalo, si se lo pidieran. Y saldría ganando.


Quien se haya esforzado un poco en los lejanos años del bachillerato, habrá aprendido que hacer la versión castellana del Cantar de los Cantares, al bueno de Fray Luis de león le costó un largo proceso de cinco años y ser pupilo forzoso de las mazmorras de la Santa (?) Inquisición. Proceso en el que no se logró demostrar su culpabilidad, de forma que se reintegró a su cátedra salmantina de Teología (tras los cinco susodichos años en un calabozo del Tribunal del Santo (?) Oficio y, en su primera clase, dijo aquella frase tan célebre de: "Decíamos ayer..." Con un par.


¿Por qué le denunciaron a la Inquisición, siendo como era un fraile agustino? Se preguntará el improbable lector, ya metido en harina. Pues nada, cuestión de celos entre las distintas órdenes religiosas, que podían costarle al denunciado el verse convertido en chicharrón en una hoguera, aunque fuese más santo que el santo Job. ¿La razón, o escusa, para la denuncia? Pues por el atrevimiento de traducir, directamente del hebreo al castellano, este célebre cántico de Salomón, recogido en la Biblia. Ya se sabe -esos viejos recuerdos del bachiller franquista que uno estudió- que el Concilio de Trento, origen de la Contrarreforma, prohibió que los libros de la Biblia se vertieran en lengua vulgar. Además, pecado sobre pecado, lo hizo precisamente desde la lengua hebrea (de aquí a ser sospechoso de judaizante, un paso), siendo la Vulgata Latina la versión oficial de las sagradas escrituras. Ya se sabe, el vulgo no sabía latín, con lo que la interpretación de los libros sagrados estaba en manos del clero, quien controlaba así almas, vidas y voluntades.


En el libro de marras, Fray Luis presenta una columna a la izquerda con el texto latino según la Vulgata, mietras que a la derecha va el texto castellano que él tradujo del hebreo. A cada capítulo se le acompaña de una glosa donde da una interpretación poética y mística de los coloquios amorosos entre el esposo y la amada. Un lenguaje de tanta belleza y de tan sutiles conceptos que a este jubilata (habituado a la pobreza léxica actual: "joder", "colega", "qué passada, tío"... y otras) se le emocionan esos ojitos que ha de comerse la tierra.


¿Alguien puede imaginarse que, en pleno deliquio amoroso, la novia le diga al novio: oleum effusum nomen tuum: ideo adolescentulae dilexerunt te ? Osease: Es ungüento derramado tu nombre: por eso las docellas te amaron. O que el enamorado, prendado de la hermosura de su amada, le diga: Equitatui meo in curribus Pharaonis assimilavi te amica mea. Que es tal como así: A la yegua mía en el carro de Faraón te comparé amiga mía. Lo de llamar "yegua" a la amada, aunque sea apasionadamente, hoy en día suena a ofensa de género (que dicen); pero tampoco jamás le dirá el enamorado de hoy: Ecce tu pulchra es amica mea, ecce tu pulchra es, oculi tui columbarum. Lo que, según el fray: Ay¡ quán hermosa amiga mía, quán hermosa ¡ tus ojos (son) de paloma. Bello a que sí?


Pero si es hermoso el propio cantar salomónico, leer los comentarios del texto que hace el frayle está al alcance solamente de improductivos y ociosos como este jubilata, que puede dedicar horas de lectura, saboreando con paladar de gourmet y minucia de taxidermista cada una de las frases en las que va explicitado el significado.


Como pequeño ejemplo, va éste. "Béseme de los besos de su boca". Ya dixe que todo este libro es una Egloga pastoril, en que dos enamorados Esposo y Esposa á manera de pastores se hablan y responden á veces. Pues entenderémos que en este primer capítulo comienza á hablar la Esposa que hemos de fingir que tenía á su amado ausente, y estaba de ello tan penada...


Francamente, no sé qué espera el improbable lector para hacerse con un ejemplar actual de la obra y zambullirse en ella. Pero sin prisas ¿eh?, con deleite, como regodeándose en el más sutil de los pecados de cultismo trasnochado. Peores cosas hacen los cabrones del G-8 y se las aguantamos.


Para terminar, lo del título de la entrada iba por esas míseras envidias entre eclesiásticos que llevaron a Fran Luis de León al calabozo, por el delito de escribir esta joya literaria en lengua vulgar, y por los tiempos revueltos que vivimos, que son un sobresalto tras otro y nos privan del reposo y del dulce placer de la lectura.


Por cierto, la dueña del libro ya se ha dado cuenta de que me lo llevé prestado (sin su consentimiento) y me lo ha reclamado, así que dispongo de pocos días para terminar su lectura.

viernes, 27 de mayo de 2011

Una escapada.-





León es una ciudad que conocí por primera vez cuando lo del vínculo matrimonial con la mi santa. Puede decirse que el día del bodamento iban en el mismo paquete, ya que uno no puede meterse en ese contubernio del casorio sin matrimoniarse, a la vez, con todas las circunstancias que aporta la contraparte contratante. Total, que echarse a dormir en el mismo colchón -con las bendiciones sociales al caso, que uno es poco original- y conocer las tierras leonesas fue todo uno.


Ya sé que cuando se habla de esta ciudad es inevitable hablar de su catedral, de San Isidoro, del Hostal del San Marcos y todos esos lugares monumentales que todo quisque conoce. Pero León es bastante más que sus monumentos históricos, es una ciudad hecha a dimensiones humanas.


Uno puede recorrer la ciudad caminando de punta a punta en una buena media hora. Eso, para los que vivimos el tráfago de la capital del reino, nos produce sorpresa y hasta cierta desazón ¿Cómo se puede vivir en una ciudad que cabe -por decirlo así- en las suelas de los zapatos?Pero aquí, si uno se fija, verá que se reproducen los mismos impulsos que creemos exclusivos de la gran capital. Uno pasa por San Marcelo y ve, enfrente, al pie de la Casa Botín, la acampada de los chavales del 15-M, o a los jubilatas desocupados que entretienen sus ocios sentados a la vera de la fuente, viendo a la chavalería empeñada en hacer realidad sus utopías; o los turistas curiosos y los peregrinos derrengados que se llegan hasta la catedral... Lo único que, en comparación con la megalópolis nuestra, resulta más pequeño, más al alcance de la mano. Más para vivir a ritmo lento.


Y, como gastar suelas es la mejor forma de conocer cualquier lugar, nosotros hemos pateado sus calles a modo; con la tranquilidad que da el saber que no teníamos más obligación que callejear, curiosear, buscar rincones por donde el turista no va habitualmente. Si uno mira sus edificios, puede encontrarse con la portada gótica, resto de un viejo palacio en un callejón, o con el bellísimo edificio neomudéjar abandonado a su suerte, o con casas vetustas amenazando ruina por el peso de los siglos y el abandono de sus habitantes, quienes prefirieron la comodidad de un piso moderno.


Sentarnos en una terraza y ver cómo pasaba el tiempo por nuestro lado, con ese paso cansino que llevan los peregrinos con los pies buen surtidos de ampollas, ha sido un deporte que también hemos practicado con fruición.


Como es casi de obligado cumplimiento, a la caída de la tarde nos hemos colado en la catedral, a ver cómo se incendiaban de luces las cristaleras del rosetón sobre la portada de poniente. También hemos ido por el Barrio Húmedo y recorrido sus calles, esas arterias por donde corre la sangre de Baco a la que rinden culto todos los bebedores bien nacidos. Pero no solo eso, también hemos dedicado nuestro tiempo a visitar ese rostro moderno que le ha nacido a la ciudad en lo que eran las Eras de Renueva, donde hoy día no hay trilla, ni vacas pastando en los cercados, sino edificios de diseño moderno y avenidas amplias y arboladas. Frente al antiguo recinto donde se asentó la Legio VII Gemina, que es el corazón del viejo reino, a la ciudad, en estos últimos años, le han nacido esas crecederas de modernidad con un Auditorio y un museo de arte contemporáneo, el MUSAC.




No podíamos dejar de visitarlo y le dedicamos unas horas de la tarde. Este jubilata, que siente la natural curiosidad por ese mundo que, de forma convencional llamamos "Arte", tenía pendiente esa visita de otras veces anteriores y ésta no se ha quedado con las ganas. Y con el atrevimiento que tiene para esas cosas -nacido de su desconocimiento- observa el complejo de cubos asimétricos y de vistoso acristalamiento que forman el conjunto, y llega a la conclusión de que el continente es más digno de atención que el contenido: es más dónde se muestra que lo que se muestra.
Pero no le pasa solo con este MUSAC, sino con otros museos de nuevo diseño que ha ido conociendo a lo largo de sus viajes. Lugares amplios, luminosos y hasta sorprendentes, donde la obra artística se expando por pareden y suelos, como buscando la proximidad del espectador para que éste se acerque a ella sin ese temor reverencial que le producen los museos con pedigree, como el venerable Museo del Prado. Cosa que este jubilata, impenitente visitador de museos, agradece infinito.
La visita a la ciudad apenas ha llegado a tres días, pero lo suficiente como para echar de menos las horas reposadas que hemos pasado allí. Entrar en los madriles y torcérsele la jeta a uno ha sido ipso facto.

jueves, 19 de mayo de 2011

Del botellón finde a la rebelión cívica.-

De verdad, a los jóvenes no hay quien les entienda. Nos tenían tan acostumbrados al tópico de la falta de compromiso, de su incapacidad para reaccionar ante la injusticia, a que el botellón fuera el único estímulo que les empujara a reuniones multitudinarias y, de repente, deciden echarse a la calle para decir que a esto ya no juegan.



Que no juegan a ser mano de obra provisional y mal pagada; que no juegan a tener que vivir de sus padres hasta pasados los treintaytanto; que no juegan a votar a políticos instalados en el poder y que viven de espaldas al pueblo que les aupó al sillón de mandar; que no les hace ninguna gracia ver cómo su porvenir está hipocetado por manos del FMI, del BCE, de una CE inoperante, del selecto Club G20, de los banqueros y especuladores que juegan con los recursos de las naciones. De, en fin, la clase política que, a todos ellos, les hace el caldo gordo para seguir en la poltrona.




Pues sí, han dicho que no a la corrupción, al engaño, a la palabrería vacua..., y a este jubilata se le tambalean los tres o cuatro prejuicios que tenía sobre la juventud. Y se le tambalean porque, por aquello de no esforzarse mucho en pensar, tomó el camino más cómodo; el de dar por supuesta la afición juvenil al botellón y, ni por asomo, a la rebelión.



Este cambio abrupto de rumbo debe ser -pensaba el jubilata, que aún se resistía a apear sus prejuicios- cosa de de los impulsos juveniles, de las vaharadas de testosterona en los morrokos y de su equivalente en las féminas jóvenes; fruto de la irreflexión, un pronto pasajero, una pasada de revoluciones momentánea, que acabarían en un kalimocho y unas risas entre coleguitas... Pero los hechos son tozudos y los jóvenes, por lo que se ve, también.



Además, el jubilata, que no acaba de entender a los jóvenes desde que él perdió la noción de haberlo sido alguna vez, pensaba que son unos desconsiderados con la clase (la Casta, según malas lenguas) política: Cómo se les ocurre echarse a la calle por miles y, encima, hacer una plantada en la Puerta del Sol, delante del despacho de la Espe, y decir que se quedan allí hasta el día de las elecciones o hasta que política y corrupción no sean términos sinónimos. ¿Y si cunde el ejemplo - que sí está cundiendo- en otras ciudades españolas? ¿Y si a nuestros vecinos irlandeses, portugueses o griegos les da por lo mismo? ¡Cuanta irresponsabilidad!



Como si los políticos no tuvieran bastantes preocupaciones. En plena campaña electoral, cuando tienen que dedicar todas sus energías a ganarse el sillón de la prebenda municipal o autonómica; cuando tienen que dedicar todas sus energías a buscar los insultos más certeros para descalificar a sus oponentes; cuando tienen que asistir a mítines en pueblos donde nunca han pisado; cuando tienen tantos niños que besuquear, tantas manos sudadas que estrechar, tantas palmadas en el hombro que dar a tipos perfectamente vulgares. Y, a lo peor, hasta tienen que viajar en el metro, o entrar en el mercado municipal y enterarse de a cómo está el chichariilo que cena el parado... Ya digo, estos jóvenes son unos desconsiderados.



Y, encima, en vez de informarse por los canales adecuados: la prensa adicta a los intereses de sus patronos, la tele de la Espe, del Camps o del baranda (PPSOE) autonómico que sea, recurren a las redes sociales esas que proliferan en Internet ¡Juventud irreflexiva! ¿Pero, no sabe que las carga el diablo? ¿Es que no se da cuenta de que, por su culpa, han caído matusalenes políticos tan bien asentados como Ben Alí y su familia de trileros, en Túnez, o el omnipotente Moubarak egipcio, y que otros autócratas se tambalean?



Aprendices de brujo, se inventan juguetes peligrosos como Annonymus, Piratas, Democracia Real Ya, Acampadasol y otras que el jubilata ignora. Por si fuera poco, esos ilusos de Nolesvotes, empeñados en que a los partidos que se turnan en el poder es mejor botarlos con nuestro votos que votarlos. Y todo para influir en un sistema que funcionaba tan ricamente sin contar con ellos...

Lo dicho, este jubilata no sale de su perplejidad al ver cómo los jóvenes transitan del botellón a la rebelión cívica y, por si acaso, se limpia la legaña del prejuicio; no sea que el impulso de la Historia pase por su lado y él no se entere.


Recuerdo que, en mis marchas serranas, a veces coincido con un montañero veterano, quien acostumbra a decir: no hay jóvenes como los de antes, ni viejos como los de ahora. Pero se ve que este no es el caso.





domingo, 15 de mayo de 2011

¡ P´habernos ahogao !

Eso es lo que respondió un compañero cuando, al terminar la marcha montañera de este sábado, alguien le preguntó cómo nos había ido. Y no sería por falta de no estar advertidos, que la Agencia Estatal de Meteorología nos lo tenía bien pronosticado: Tormentas y chubasco en el Guadarrama. Pero nosotros, que tenemos tan arraigado el vicio montañero, decidimos hacer la marcha prevista, con tormentas, aguaceros y rayos.



Salimos de Valsaín, junto al CNEAM (Centro Nnal. de Educación Ambiental), pasamos cerca de la Cueva del Monje y llegamos a la Chorranca, una cascada de unos 40 metros de caída; uno de esos lugares recónditos de la Sierra donde la naturaleza se explaya en forma de catarata soberbia, entre roquedos y pinares. Trepamos junto a la chorrera hasta alcanzar el Raso del Pino y, desde allí, por el Collado del Camino de los Neveros, dimos cara al Risco de Claveles (2.387 m.). Antes de empezar la trepa del risco, abajo y a nuestra izquierda, la lámina de agua de la Laguna de los Pájaros y algunos buitres meciéndose en una térmica.



Los Claveles es un macizo rocoso bien conocido de los montañeros madrileños. Viene a ser como el filo mellado de un cuchillo por el que hay que caminar saltando de roca en roca, cuyas ambas vertientes caen a pico, de forma que, si uno pierde pie, puede verse con sus huesos hechos trizas en el fondo de un barranco. Si fuera de otra forma, no tendría tanta gracia atravesarlo. Ya se sabe, hacer travesías de este tipo le disparan a uno la adrenalina y se mete un chute de emoción que ríase usted de los psicotrópicos esos que se coloca la chavalería en las disco asfalteñas de fin de semana.
Lo malo fue que, por esta vez, los meteorólogos tenían razón. Un servidor, que es jubilata y ya no tiene la energía de otros tiempos, se tomó su tiempo en subir y se dopó con una aspirina y unos tragos de agua para aguantar el tirón del ascenso. Y llegar, llegó, se sentó en un piedro enhiesto a contemplar los grises del paisaje (la cosa ya no daba para más), mientras tomaba unas porciones de chocolate y unas frutas, que a más no le dio tiempo.



Las nubes se arremolinaban sobre nuestras cabezas y la tormenta empezó a rugir con esa mala leche que tiene cuando se desata en plena montaña. Con las primeras gotas, salimos arreando roquedo adelante para alcanzar el Peñalara (2.428 m.) antes de que la piedra se mojase y las botas no se agarraran al terreno. Todavía paramos unos minutos en la cumbre, pero estaba claro que los nubarrones iban a descargar de un momento a otro, así que salimos a todo correr hacia Dos Hermanas. Menos mal, porque el aguacero fue de antología y empezaron a caer algunos rayos que no miran por dónde van.



Hicimos Dos Hermanas y Peña Citores a paso ligero, como quien camina debajo de la ducha, solo que, además nos cayó granizo que nos apedreó a modo. A veces, la naturaleza tiene esas cosas; parece cabrearse con los humanos, harta de verlos pisoteando lugares más propios de animales de pezuña que de depredadores de recursos naturales. Vernos apedreados fue lo mínimo que podía habernos sucedido, ya que lo de andar escurriendo agua desde el sombrero hasta el interior de las botas es un riesgo con el que uno cuenta siempre.
Y bajar a Boca del Asno lo hicimos a huevo, por los pinares, laderón abajo, atrochando por donde buenamente podíamos. Eso sí, la luz de poniente que aparecía a ratos entre nubarrones, nos dejó una de las vistas más hermosas que pueden disfrutarse. Los herbazales de las praderas estaban cuajados de ranúnculos en flor, como una siembra de botones amarillos; el helecho seco del año anterior despedía unos colores intensos marrones/rojizos que brillaban entre el verde tierno y brillante de lluvia; el momento producía la sensación de estar inmerso en un cuadro impresionista. Los pinos de valsaín, con los verdes oscuros de su ramaje, daban un aire un tanto fantasmagórico y aún alcanzamos a ver un par de tejos espléndidos que eran como tachones negros en el bosque. Lúgubres, pero magníficos.



Y a toro pasado, este jubilata, que tiene sus puntos de esteta decadente, ha echado de menos, entre el bramido de los truenos y el chasquido de los rayos, los coros que Prokofiev ideó para la película Alexander Nevsky, de Einsenstein, que ha tenido ocasion de oír y disfrutar esta misma mañana de domingo en el Auditorio Nacional.



Lástima grande, pero no se puede tener todo y a la vez.