jueves, 25 de abril de 2024

El tiempo en las manillas de un reloj. -


El improbable lector no lo sabe, ni tiene porqué, de esa pequeña manía que este jubilata tiene por coleccionar relojes de bolsillo. De esos de dar cuerda cada mañana y oír el rrriiisss-rrriiisss al girar la corona. Es un pequeño placer, cada mañana, cargar la cuerda como quien da vida al tiempo por veinticuatro horas más. Uno se convierte así en una especie de demiurgo que, con un pequeño giro entre el pulgar y el índice, hace que el tiempo no se detenga por falta de un cronómetro que lo mida.

Es lo que tienen esos artilugios mecánicos, que miden el paso de las horas e invitan a filosofar sobre el transcurso del tiempo. Según lecturas antiguas que uno recuerda borrosamente – si me equivoco, disculpe el paciente lector –, fue San Agustín quien dio un giro a la percepción del tiempo, desde el sentido cíclico que le daban los griegos con ese eterno retorno de lo mismo, hasta el sentido lineal y de progreso que se le da en nuestra cultura clásica-cristiana. Según el obispo de Hipona, el tiempo tiene una proyección histórica lineal ascendente hacia el Creador y no se enrosca en un giro sobre sí mismo sin solución de continuidad.

A lo mejor, por eso hemos pasado de la clepsidra griega al Roskopf que llevaban nuestros abuelos en el bolsillo del chaleco. A lo mejor por eso convertimos el giro circular de las manillas en un tiempo lineal que se proyecta hacia el futuro. O a lo mejor es que en mi interior existe un daimon socrático con conciencia del tiempo que transcurre, el cual me empuja a coleccionar máquinas que lo miden.

Sea como fuere, me gustaría contarle al paciente lector – si es que ha llegado hasta aquí – que, entre los relojes de mi colección, conservo tres que nacieron de la industria relojera rusa, y a los que tengo un enorme aprecio.


El primero lo compré en agosto de 1992, cerca de la abadía benedictina de Tihanyi, junto al lago Balatón, en Hungría. Fue un verano que la santa y un servidor fuimos a conocer el país por eso del exotismo ex-URSS. Habíamos ido en años anteriores a visitar algunas de aquellas repúblicas socialistas y ahora teníamos curiosidad por ver cómo habían quedado tras el divorcio con la Madre Rusia.

Ahorro al lector las impresiones que recogí en mi diario de viaje sobre el lago Balatón y de aquella experiencia viajera porque sería salir de asunto que quiero tratar. Sólo transcribo las que se refieren a este bonito reloj que compré en un mercadillo por 1.000 pesetas: “Tenía ganas y el capricho de hacerme con un reloj ruso, que por aquí los venden junto con insignias y objetos del ejército ruso. Éste que yo he comprado tiene un aspecto fantástico, parece de plata repujada. En la tapa está representada el águila bicéfala de los Romanov, que sujeta en sus garras el cetro y la bola del mundo. En su tapa posterior está representado un San Jorge a caballo, alanceando un dragón. No sé de dónde han podido sacar semejante pieza; no es, desde luego, del ejército ruso con esos símbolos…”


El segundo reloj, éste sí con credencial soviética de los soviets de toda la vida, lo compré en 2005 en Vilnius, la capital de Lituania. Caminábamos por una calle céntrica, de nombre Pilies (según mis notas). Bajo unos soportales, un mercadillo para turistas y curiosos en general y, en el suelo, sobre un tapete, un reloj gordo, de aspecto poco agraciado y sin concesiones a la estética de gusto burgués. Estaba sin estrenar, dentro de su pequeño estuche de cartón y con el certificado ruso de ser una pieza salida de su industria relojera. 22 euros pagué por él.


Cuando, por la noche lo pongo sobre mi mesilla, tengo que colocarlo encima de un pañuelo moquero para amortiguar el tic-tac de su maquinaria que parece funcionar con la eficacia de aquellos tanques T-34 a los que tanto temía el ejército alemán durante su ocupación de las tierras rusas. Tiene, en su tapa posterior un repujado que representa dos lobos siberianos. Y si no son siberianos, a mí me hace ilusión que lo sean porque le añaden el exotismo de la tundra.

Y el tercer ejemplar tiene una procedencia más exótica, si cabe. Me lo trajo mi primica Marijose en 2012 del Uzbekistán – para consolarme –, de un viaje que organizó el grupo navarro de Estella y al que yo decidí no ir porque la mi santa no gozaba de buena salud por culpa de unas arritmias.


Este reloj, de por sí poco agraciado, tiene pegado en su tapa superior un rublo de plata que conmemora el centenario del nacimiento de Lenin (1870-1970) y en el interior, en su esfera, una pegatina que representa a Stalin vestido con uniforme de Mariscal.

10 euros pagó por él en un tenderete y, de regalo, el fulano le dio un par de insignias del ejército ruso que aún andan por casa. No sé si lo compró en Bursa o en Samarkanda. Es un viaje que yo hubiera hecho con gusto por ver Samarkanda, ciudad que tiene un valor histórico poco conocido en lo que se refiere a la fabricación de papel.

Papel hecho a mano de Samarkanda.

Según una profe que tuve en la escuela de artes aplicadas, sección restauración de documentos gráficos, Samarkanda fue el punto de encuentro, o más bien encontronazo, entre la cultura china y la islámica. Cuando el Islán, en su expansión por Asia, llegó a aquella ciudad, arrancaron a los chinos el secreto de fabricación del papel hecho a mano.  Este nuevo arte se extendió hacia Egipto y, siguiendo el norte de África, saltó a Italia a través de Sicilia, y a España por el Levante. 

De aquellos viejos molinos papeleros queda en Capellades un ejemplo vivo. Y en el valle de Lozoya, junto al monasterio del Paular, la finca de los Batanes, donde los cartujos fabricaron papel desde el siglo XV al XIX, que desapareció el molino papelero cuando la desamortización de bienes eclesiásticos de Mendizábal. La primera edición del Quijote, en 1605, se hizo sobre papel fabricado en los batanes del Paular y el único ejemplar conocido de la edición princeps se encuentra en la R.A.E. 

Pero este excurso papelero, traído al hilo de los recuerdos, tiene poco que ver con mis relojes soviéticos, así que no se hable más, no agotemos la paciencia del lector con estas retrospectivas de jubilata.

Eso sí, a lo mejor, en una próxima entrada hablo de mis otros relojes de cuerda, cada uno con su pequeña historia.