Quizás el improbable lector sea como este jubilata, un irresponsable que cada comienzo de año se hace promesas que siempre incumple, y a cada fin de año no se arrepiente de haberlas hecho para incumplirlas.
No hay por qué tener mala conciencia: recuérdese el tópico de los políticos y sus promesas en campaña que es un prometer hasta meter. Una vez apesebrados en el despacho oficial, olvidan palabras que el viento se llevó. Aunque siempre queda el recurso a la maldita hemeroteca por si hay que defenestrarlos.
Pero no
pasa nada. Siempre surge un puesto de manager en una gran empresa para
resarcirles de tan lamentable pérdida como es quedarse sin sinecuras de la cosa
pública. Mira al ex-ministro Iceta, más contento que unas pascuas con el regalo que le ha
hecho el señor Sánchez (el perdonador de injurias a cambio del bíblico plato de
lentejas de siete votos), de embajador ante la ONU.
Pero
no es de eso de lo que va esta bitácora navideña. Sólo lo decía por aquello de
incumplir promesas y no arrepentirse de ello. Así, un servidor, nada más comenzar
este año que va finiquitando, y mientras navegaba algo desnortado por las pasadas navidades,
se hizo la firme promesa de no hablar de ellas en éstas que vamos sobrellevando
con buen ánimo y con ayuda de los polvorones sanenrique y el surtido de
mazapanes.
Lo
cierto que no queriendo, pero recordando viejas navidades en las que solía
vengarme escribiendo cuentos sobre el asunto con franca mala leche, he echado
mano del archivo donde guardo todos aquéllos bajo el epígrafe poco edificante
de “Jodida Navidad”. Y descubro que los primeros los escribí en 2001. Debió ser
como una premonición del lamentable y puñetero siglo que acabábamos de
estrenar.
Y digo los primeros porque fueron tres relatos breves que escribí de un tirón, creo que en la nochevieja, mientras el pueblo confiado tomaba las uvas y festejaba el primer año de este siglo. De éstos, solo publico aquí el segundo relato, que, visto con la perspectiva que dan los años, hasta puede resultar premonitorio.
No es culpa de este jubilata si la musa Calíope le inspiró en un momento de despiste, o quizás fue Talía, puesto que lo que aquí sigue es una pincelada de la comedia de la vida:
Cuento ejemplar navideño nº 2:
"Cuentan viejos cronicones que, allá por los comienzos de nuestra
Era, en un lugarejo de Palestina llamado Bethlehem, una pareja de okupas
indocumentados se posesionó de un viejo establo con la burda excusa de que ella
estaba grávida y a punto de parir. Las indagaciones de la policía militar
hebrea pusieron de manifiesto que el individuo, ayudante de carpintero, decía
llamarse Iuseph, mientras que su coima respondía al nombre de Marián, y la
criatura que parió y depositó dentro del pesebre recibía el de Emmanuel. Tan
nimio acontecimiento fue ocasión para que elementos subversivos, disfrazados de
pastores, agrupados en una organización terrorista llamada Al-Fatah, iniciaran
una revuelta en la cual el rabino Ha-Leví perdió su kipá a consecuencia de un
manotazo que le dio en su venerable cogote uno de los revoltosos. La cosa no
pasó a mayores gracias a la heroica intervención del ejército sionista que rodeó la
aldea con tanques, eliminó a parte de los terroristas mediante ataques
selectivos y arrasó el portal con ayuda de un par de excavadoras. Los okupas
fueron arrojados al desierto y años después el tal Emmanuel, bajo el pseudónimo
de Jesús, se dedicó a subvertir el orden establecido. Eso hasta que la autoridad
competente le canceló el pío clavándole en un madero sin más contemplaciones.
Desde entonces reina la paz en la zona. ¡Aprendan las venideras
generaciones!"