viernes, 24 de diciembre de 2021

El antígeno de navidad.-


-Quién da la vez… - pregunté en la cola. – Servidora, me respondió una señora que estaba con el carrito de la compra. Acababa yo de llegar a aquella farmacia que hacía el número n + tropecientos de todas las ya recorridas. Dominado por la última histeria colectiva, yendo de cacería del test de antígenos que regala graciosamente la Comunidad de Madrid a sus súbditos, me había recorrido todas las farmacias del barrio y aledaños. Incluso intenté sobornar a nuestra farmacéutica habitual, quien, aparte de ponerse muy digna, se le había acabado la remesa.

Andaba yo con prisas porque tenía que ir a Ahorra Más a comprar los langostinos de navidad y otros mandados para el avituallamiento doméstico, según la nota que me había pasado la mi santa. Estábamos invitados a cenar fuera de casa y, sin el certificado de vacunación y la prueba negativa de antígenos, la familia te repudia incluso en las más entrañables fechas navideñas. Así que aquella farmacia era mi última oportunidad.

-Señora – le dije – le compro la vez. – Verdes las han segado, respondió. Y me dio ostensiblemente la espalda. – Le regalo tres mascarillas quirúrgicas – insistí. Nueva negativa. – Le canto un villancico tradicional – volví a insistir. Yo estaba dispuesto a cualquier humillación por conseguir un palito de esos. – Esto empieza a ser un acoso – replicó ella, ya francamente incómoda. 

Me resigné a esperar.

Después de todo, no era la primera vez que hacía una cola. En Doña Manolita pasé cinco horas haciendo cola para comprar un décimo del número capicúa que me salió en el tique de la frutería el día 22 de noviembre. Una premonición que no podía fallar. Solo que los premios gordos salieron en la estación de Atocha y la red ferroviaria se encargó de desperdigarlos.

También he hecho una larguísima cola en Ipanema, la panadería de por cerca de Arturo Soria, donde es fama que hacen los mejores roscones de reyes. Aunque cuando me tocó la vez, ya se habían agotado y tuve que llevarme una chapata por no perder el viaje. Y en el Lidl, donde el antiguo cine Canciller, cuando pusieron a la venta una partida limitada de turrones variados en oferta que, si comprabas el lote entero, te ahorrabas 5 €. Y hasta he hecho cola delante del quiosco de la ciega en la plaza Virgen del Romero, donde es fama en el barrio de que tiene mano de santa para dar rascas.

O sea que por hacer cola no era, que, sin ir más lejos, en la charcutería del Ahorra Más la hago cada vez que alguien delante de mí pide 200 gramos de jamón de recebo cortado a cuchillo, 150 gramos de chorizo de Cantimpalo en lonchas finas, otros 150 gramos de queso en barra Aldi para sandgüiches, otros 150 gramos más de jamón de york en oferta…

Pero eso no es lo mismo que ir a por un test de antígenos de regalo de la Comunidad de Madrid, cuyos próceres miran tanto por la salud pública como por el bienestar y la felicidad social, cuando llenan de terrazas las aceras para que el pueblo madrileño tome sus birras sin mascarilla, pero en libertad, y no como esos comunistas que etc., etc.

O sea, que no es solo porque la familia te repudie en la entrañable cena de Noche Buena. Es también por no hacerles el feo a los políticos que se desviven por el bien público, quienes, al comenzar la pandemia el año pasado – cuando salíamos a la ventana a cantar el “Resistiré” –, nos regalaron una mascarilla FFP2 y ahora nos regalan el test de antígenos salvador.

Me temo que esta, a pesar de todo, entrañable noche de navidad, tendremos que pasarla la santa y yo solos en casa. Ya hemos sacado los langostinos a descongelar, pondremos uno volovanes con ensaladilla rusa del súper y adornaremos la mesa con velitas de la tienda del chino de la esquina. No faltará detalle porque hasta pondremos en el tocadiscos el villancico de la Negrina, ese que dice San Sabeya Gugurumbé, esa ensalada de canciones populares de Mateo Flecha el Viejo.

https://www.youtube.com/watch?v=g_zrLRJs5Pg

Y, si no es esta navidad, será la próxima cuando consigamos el ansiado test de antígenos y celebremos en familia extensa las ya dichas fechas entrañables, cava extremeño incluido. Porque, como decían cuando yo era niño: hay más días que longaniza.

 

lunes, 13 de diciembre de 2021

La belleza de lo sencillo. -

 


El caso es que este domingo pasado he ido, por causalidad, a ver una exposición de Giorgio Morandi a la fundación Mapfre. También es cierto que la visita estaba prevista en mi apretada agenda de jubilata ocioso, pero no para tan pronto. La culpa fue del transporte público, que me hizo perder mucho tiempo y me obligó a cambiar de planes sobre la marcha. 

Porque eso de cambiar de planes en  un visto y no visto es lo que tenemos de bueno los mayorones ociosos; o sea, que somos muy versátiles a la hora de tomar decisiones y capaces de navegar incluso con el viento de proa. Dicho queda a modo de justificación del por qué de esta visita improvisada.


Pues eso. Morandi es, con sus estantes de botellas alineadas, sus tarritos, sus vasos, sus floreros y demás poterie, reproducidos con mínimas variantes hasta la saciedad durante años, un remanso de paz tras la barahúnda atropellada de las vanguardias del siglo XX. Es una pintura de temática repetitiva, con ligeras variantes, que tiene como objeto “alcanzar la realidad de las cosas”, según nos dice el propio pintor. Y nosotros, observadores atentos, estamos convencidos de alcanzar esa realidad en la pura sencillez de sus composiciones.


Pero no es que esas escenas repetitivas de menaje doméstico nazcan de la nada. Es que tienen un aire como de composiciones cubistas, pero apaciguadas por la tranquilidad que proporciona la representación de objetos inanes alineados sobre un anaquel. Porque, según se ha dicho, la pintura de Morandi pretende ponernos en contacto con la realidad a través de los objetos cotidianos. Y uno agradece tan modesta pretensión, pues le da al observador atento aquel sosiego doméstico de cuando era niño y veía la vajilla doméstica alineada en el vasar de la cocina.

Pero hay algo más en la intención, esa mañana de domingo, de nuestro admirado Morandi en sus floreros con sus modestos ramilletes de flores silvestres. Hay como una intención de recordarnos las “vanitates” barrocas: la belleza que se marchita y nos recuerda aquella poesía de Góngora; …se convierta en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.


Y que el improbable lector sepa perdonar estos trenos gongorizantes, alejados de la simplicidad de la pintura de Morandi. Téngase en cuenta la formación escolar de quien esto escribe, que fue bachiller en letras y es cosa que marca para toda la vida. 

De todas formas, esos ramilletes de flores efímeras contrastan con la durabilidad que les da la pintura al plasmarlas sobre el cuadro, quedando fijadas en el tiempo. Ser a la vez fímero y permanente, es el milagro del arte.

Así, el observador se encuentra ante la apreciación estética de las imágenes en su simplicidad más elemental, a la vez que reflexiona sobre el paso del tiempo. Aunque eso de conjugar la simplicidad estética con la fugacidad del tiempo, claro está, lo hará si tiene cuerpo para meterse en filosofías de difícil desentrañamiento por el simple hecho de ver un florero de factura sencilla – apenas unas gamas de blancos degradados en tonalidades para insinuar volúmenes -.

Porque esa particularidad tiene la pintura que vemos esta mañana de domingo: que el señor Morandi ha empleado el color blanco degradándolo en distintos tonos, convirtiendo el objeto en una casi abstracción. Nada hay más abstracto y surrealista que la pura realidad, decía el pintor. El visitante, que ha de fiarse de lo que pensaba el autor mientras pintaba sus botellas y cacharritos alineados sobre la mesa, no está dispuesto a contradecirle. Ni se atreve.

También en la exposición puede uno ver toda una colección de aguafuertes en los que las zonas de la plancha, no mordidas por el ácido, dan, sobre el soporte en papel, volúmenes a las imágenes.  Son grabados que representan paisajes, naturalezas muertas, floreros, usando del blanco del soporte, gradaciones en negro y grises de las tintas. Y no se moleste el curioso en leer las cartelas con los títulos buscando una explicación, porque éstos le dirán: Natura morta con quattro, quinque, dieci… oggetti.


Y ya fuera del menú. Al entrar en la primera sala, llama poderosamente la atención el extintor, de un rojo intenso, sobre su soporte vertical, como un guardián protector de tanta obra delicada como allí se expone. El contraste entre la solidez cilíndrica y rojiza – y hasta un poco agresiva – del extintor y la liviandad de la larga serie de botellas y vasos de los cuadros, debería ser objeto de reflexión por parte del visitante.  Pero en el contexto tan formal de una sala de exposiciones, si el visitante se siente fascinado por la dicha solidez cilíndrica del extintor, o es un esteta excéntrico, o le está buscando tres pies al gato. Y no es plan, oiga…