Ya sé que cuando se habla de esta ciudad es inevitable hablar de su catedral, de San Isidoro, del Hostal del San Marcos y todos esos lugares monumentales que todo quisque conoce. Pero León es bastante más que sus monumentos históricos, es una ciudad hecha a dimensiones humanas.
Uno puede recorrer la ciudad caminando de punta a punta en una buena media hora. Eso, para los que vivimos el tráfago de la capital del reino, nos produce sorpresa y hasta cierta desazón ¿Cómo se puede vivir en una ciudad que cabe -por decirlo así- en las suelas de los zapatos?Pero aquí, si uno se fija, verá que se reproducen los mismos impulsos que creemos exclusivos de la gran capital. Uno pasa por San Marcelo y ve, enfrente, al pie de la C
asa Botín, la acampada de los chavales del 15-M, o a los jubilatas desocupados que entretienen sus ocios sentados a la vera de la fuente, viendo a la chavalería empeñada en hacer realidad sus utopías; o
los turistas curiosos y los peregrinos derrengados que se llegan hasta la catedral... Lo único que, en comparación con la megalópolis nuestra, resulta más pequeño, más al alcance de la mano. Más para vivir a ritmo lento.

Y, como gastar suelas es la mejor forma de conocer cualquier lugar, nosotros hemos pateado sus calles a modo; con la tranquilidad que da el saber que no teníamos más obligación que callejear, curiosear, buscar rincones por donde el turista no va habitualmente. Si uno mira sus edificios, puede encontrarse con la portada gótica, resto de un viejo palacio en un callejón, o con el bellísimo edificio neomudéjar abandonado a su suerte, o con casas vetustas amenazando ruina por el peso de
los siglos y el abandono de sus habitantes, quienes prefirieron la comodidad de un piso moderno.
Sentarnos en una terraza y ver cómo pasaba el tiempo por nuestro lado, con ese paso cansino que llevan los peregrinos con los pies buen surtidos de ampollas, ha sido un deporte que también hemos practicado con fruición.
Como es casi de obligado cumplimiento, a la caída de la tarde nos hemos colado en la catedral, a ver cómo se incendiaban de luces las cristaleras del rosetón sobre la portada de poniente. También hemos ido por el Barrio Húmedo y recorrido sus calles, esas arterias por donde corre la sangre de Baco a la que rinden culto todos los bebedores bien nacidos. Pero no solo eso, también hemos dedicado nuestro tiempo a visitar ese rostro moderno que le
No podíamos dejar de visitarlo y le dedicamos unas horas de la tarde. Este jubilata, que siente la natural curiosidad por ese mundo que, de forma convencional llamamos "Arte", tenía pendiente esa visita de otras veces anteriores y ésta no se ha quedado con las ganas. Y con el atrevimiento que tiene para esas cosas -nacido de su desconocimiento- observa el complejo de cubos asimétricos y de vistoso acristalamiento que forman el conjunto, y llega a la conclusión de que el continente es más digno de atención que el contenido: es más dónde se muestra que lo que se muestra. 
Pero no le pasa solo con este MUSAC, sino con otros museos de nuevo diseño que ha ido conociendo a lo largo de sus viajes. Lugares amplios, luminosos y hasta sorprendentes, donde la obra artística se expando por pareden y suelos, como buscando la proximidad del espectador para que éste se acerque a ella sin ese temor reverencial que le producen los museos con pedigree, como el venerable Museo del Prado. Cosa que este jubilata, impenitente visitador de museos, agradece infinito.
La visita a la ciudad apenas ha llegado a tres días, pero lo suficiente como para echar de menos las horas reposadas que hemos pasado allí. Entrar en los madriles y torcérsele la jeta a uno ha sido ipso facto.
Pero no le pasa solo con este MUSAC, sino con otros museos de nuevo diseño que ha ido conociendo a lo largo de sus viajes. Lugares amplios, luminosos y hasta sorprendentes, donde la obra artística se expando por pareden y suelos, como buscando la proximidad del espectador para que éste se acerque a ella sin ese temor reverencial que le producen los museos con pedigree, como el venerable Museo del Prado. Cosa que este jubilata, impenitente visitador de museos, agradece infinito.
La visita a la ciudad apenas ha llegado a tres días, pero lo suficiente como para echar de menos las horas reposadas que hemos pasado allí. Entrar en los madriles y torcérsele la jeta a uno ha sido ipso facto.