Puesto que en la entrada anterior hablábamos de los relojes y del tiempo que en ellos fluye, mira por dónde recordé que hacía años escribí un relato corto, en plan coña, sobre el asunto. Bien es verdad que se parece bastante a aquellos “diálogos para besugos” que yo leía, siendo niño, en el TBO, aquella revista infantil ilustrada donde muchos de mi generación le fuimos tomando gusto a la lectura.
Ahí queda, por si el improbable lector quiere gastar su tiempo en leerlo. Y dice así:
- No es ninguna molestia. No faltaría más –, contestó el incauto. El ladrón
de tiempo era persona educada y sus víctimas no eran conscientes del atraco.
- ¿Necesita usted algún tipo de información? – Añadió la víctima. – Si está
en mi mano, con mucho gusto...
- Usted no me ha entendido bien, amigo –. Replicó impaciente el ladrón. Lo
agarró por un brazo y le zarandeó. – Esto es un atraco y quiero que me entregue
su tiempo sin rechistar.
El otro, temiendo que le clavase una navaja en el estómago, hizo ademán de
desabrochar la correa del reloj de pulsera y entregárselo.
- Es usted imbécil o qué –. El ladrón no pudo evitar un gesto de disgusto.
– Le he dicho que quiero su tiempo, no su reloj –. Y añadió, – por si no lo
sabía, en casa tengo ochenta y tres relojes de otros tantos majaderos a los que
he atracado.
- ¿Y no podría robarme en otro momento? – Preguntó el atracado. – Es que
¿Sabe usted? Tengo cita con el urólogo y sólo quedan veinticinco minutos para
la consulta –. Y, mirando el reloj con preocupación, añadió: – Hágase cargo de
que tengo muy poco tiempo y no lo puedo perder. Si no le importa que sea otro
día...
- Déjese de excusas –, dijo el ladrón de tiempo. – En esta ciudad, todo el
mundo dice que le falta tiempo y ya estoy harto. Venga, venga, – añadió con
impaciencia –, que no puedo estar aquí una eternidad esperando por su tiempo.
Deme todo el que tenga o le hago un chirlo en la yugular.
El hombre que tenía cita con el urólogo empezó a asustarse. – Por favor,
por favor –, insistía con lágrimas en los ojos –, si es que me queda ya muy
poquito tiempo para la consulta y voy a llegar tarde.
El ladrón de tiempo, francamente enfadado, le replicó: – Se lo advierto por
última vez: o me entrega su tiempo, o
cometo un disparate. A ver ¿Cuánto tiempo tiene?
Y el otro, mirando su reloj y poniendo cara de preocupación, exclamó: -
¡Joder! Si sólo me quedan catorce minutos para la consulta. Cómo pasa el tiempo
¿Verdad, usted? – Añadió, confianzudo.
El ladrón estaba francamente disgustado. – Claro –, le dijo, – gastan
ustedes un tiempo precioso en tonterías y luego dicen que cómo corren las
horas. ¿Cuándo van a aprender a ahorrar tiempo?
- Qué razón tiene usted –. Dijo la víctima del ladrón de tiempo –, si es lo
que yo digo siempre: si la gente no perdiera tanto tiempo en tonterías nos
sobrarían un montón de horas.
- Ahí, ahí le duele -, apostilló el ladrón. – Yo, en casa, se lo tengo
dicho a mis hijos: no gastéis tanto tiempo viendo la tele, que el tiempo es oro
y a mí me cuesta mucho ganarlo ¿Cree usted que me hacen caso? Pues no. Y así me
pasa, que pierdo el día robando el tiempo a los peatones. Llego a casa
reventado de tantas horas de trabajo y, encima, la gente, que apenas dispone de
tiempo, sólo lleva calderilla de minutos.
- No sé adónde vamos a ir a parar con estos tiempos que corren... – Dijo el
que apenas le quedaba tiempo para ir al urólogo.
- Bueno, vamos a lo que estamos, – dijo el ladrón – ¿Cómo anda usted de
tiempo?
- Pues, fatal. Qué quiere que le
diga – Y consultando de nuevo el reloj: - Sólo me quedan ocho minutos.
- ¡Cómo pasa el tiempo! – Dijo el ladrón, filosófico.
- No se desanime, hombre – dijo la víctima. – Si quiere que le diga la
verdad, con usted da gusto quedarse sin tiempo. Usted lo roba sin darse cuenta
uno.
El ladrón de tiempo se puso hueco como un pavo. – Es que uno es un
profesional. Claro que - añadió con modestia -, he empleado mucho tiempo de mi
vida en aprender bien el oficio, y en algo se tenía que notar.
- No lo dude –, afirmó el otro. Y mirando de nuevo el reloj, añadió. – a la
consulta no llego, pero el tiempo se ha pasado sin sentir hablando con usted.
- ¿Y, cuánto tiempo le queda aún...? ¿Dice que cinco minutos y medio? –
Dijo el ladrón mirando su reloj. – Si coge un taxi, aún llega a tiempo.
- ... Que sí, hombre, que sí –, insistió el ladrón, – que esos minutos
corren de mi cuenta –. Y, echándose mano a la cartera, sacó un billete de 5
euros y se lo puso en la mano al atracado. – Coja usted ese taxi y salga
zumbando sin perder un segundo.
- Si no fuese tan justo de tiempo... –, sólo acertó a decir, agradecido, el
otro.
Viator,
09/04/05