Comenzamos la caminata en Jubera, pueblo cercano a Medinaceli, próximo a la autovía de Zaragoza. Está en la orilla izquierda del Jalón y pasa a su lado la línea férrea. Llama la atención este pueblo, apenas 20 habitantes en la actualidad, por su unidad urbanística, que responde a la decisión de su señor, en 1782, el obispo de Sigüenza don Juan Díez de la Guerra, de levantarlo de nueva planta. Un hermoso escudo nobiliario con capelo y cordones, sobre un gran
Un repecho nos lleva hasta el pie de la autovía, que cruzamos por un acceso subterráneo. Bajamos hacia los campos cultivados de cebada, que forman manchas como lagunas de un verde vivo y luminoso. Nuestro camino nos lleva hasta el despoblado de Las Llanas, un pueblecillo con sus casas semiderruidas, que la vegetación va cubriendo. Hay un gran nogal y a su pie una charca. Situados en el llano, kilómetros adelante, tenemos frente a nosotros una muela formada por estr
atos yeso-calizos y arcillosos, sobre la que hay un parque eólico todo a lo largo de kilómetros. Hemos llegado a una carreterilla con firme de grava, que une Arcos de Jalón con Yuba. Este camino de concentración lo abandonamos por la izquierda y tomamos un llamado “camino del romeral”, que nos lleva a la entrada del barranco de Yuba. Este barrando lo recorre un arroyo, a tramos seco, que se junta unos kilómetros más adelante con el río Cárcel. El barranco está limitado por grandes farallones de calizas y arcillas y rocas sedimentarias formadas por una amalgama de piedras de aluvión y arcillas. Vemos buitreras. La vegetación ha crecido desmesuradamente y la hierba alcanza casi un metro de altura en aquellas zonas húmedas más próximas al cauce del riachuelo. 
La vegetación en esta zona tiene especies propias de estepa: tomillo que está en flor, romero, aliaga (con algunas matas también en flor), un poco de torvisco y gamones con sus varas florecidas como nardos. En las paredes del barranco, a veces aparecen colgados en lugares inverosímiles, hay enebros arbustivos y chaparros en los cerros colindantes. Junto al río, buenos chopos, y todo a lo largo de la garganta, majuelos en flor que son como grandes pinceladas de un blanco luminoso sobre estos parajes hechos de ocres rojizos y verdes oscuros de la vegetación. 
Entramos en el despoblado de Yuba, donde parece que la única casa en pie es una antigua ermita bien retejada. Las casas, con su aspecto ruinoso, dan una imagen romántica de lugar abandonado donde las antiguas viviendas van mostrando la intimidad de sus habitaciones según se derrumban las paredes que las sustentan. Comemos aquí, junto a una gran alberca, a la sombra de chopos y frutales abandonados. De aquí nos acercamos a Corvesín, anejo de Blocona, otro lugar despoblado, con apenas 10 casas ruinodas, que tiene un aspecto idílico en su soledad y la abundancia de vegetación. Por el camino corre un arroyo que debe de venir de los cerros próximos.
Terminamos cerca de Lodares, en una estación de autobuses próxima a la autovía. El contacto con la civilización nos recuerda que la caminata es sólo un paréntesis en nuestras vidas de urbanitas. No nos lamentamos, ya que pronto volveremos a calzarnos las botas y haremos, no sólo siete leguas, sino todas las que aguanten nuestras rodillas artríticas pero marchosas.
Entramos en el despoblado de Yuba, donde parece que la única casa en pie es una antigua ermita bien retejada. Las casas, con su aspecto ruinoso, dan una imagen romántica de lugar abandonado donde las antiguas viviendas van mostrando la intimidad de sus habitaciones según se derrumban las paredes que las sustentan. Comemos aquí, junto a una gran alberca, a la sombra de chopos y frutales abandonados. De aquí nos acercamos a Corvesín, anejo de Blocona, otro lugar despoblado, con apenas 10 casas ruinodas, que tiene un aspecto idílico en su soledad y la abundancia de vegetación. Por el camino corre un arroyo que debe de venir de los cerros próximos.
Terminamos cerca de Lodares, en una estación de autobuses próxima a la autovía. El contacto con la civilización nos recuerda que la caminata es sólo un paréntesis en nuestras vidas de urbanitas. No nos lamentamos, ya que pronto volveremos a calzarnos las botas y haremos, no sólo siete leguas, sino todas las que aguanten nuestras rodillas artríticas pero marchosas.