sábado, 9 de octubre de 2010

En torno al Abantos.-



La sierra madrileña no sólo tiene parajes de gran belleza, es que además está cargada de historia. Para caminar por ella no bastan un par de buenas botas y un bocadillo de buen tamaño; es necesario, además, pararse a observar vestigios de antiguas construcciones que siguen en pie y apreciar la existencia de actividades que modificaron el entorno natural. Por eso, el montañero, para disfrutar plenamente de sus andanzas, debe aunar en su caminata el gusto por la naturaleza y el interés cultural. Este es un aspecto que la Agrupación Aire Libre suele cuidar en sus salidas cada vez que hay ocasión para ello.
Esta vez nos hemos movido por parajes que rodean al Abantos. Salimos de la Fuente de las Negras, en los pinares próximos a Peguerinos, siguiendo la antigua cañada real leonesa (creo, que en mis notas no queda claro), para seguir la pista que sube suavemente hasta dar con la cerca del monasterio del Escorial. Esta cerca, construida en piedra en seco (ajustada sin argamasa) la mandó levantar Felipe II, en 1580, para delimitar el bosque real como lugar de caza. Tiene unos 52 kilómetros de perímetro en torno al monasterio, y su interior estaba vedado a los lugareños que habitaban en los alrededores. Dos siglos después, Carlos III ordenó a su arquitecto Juan de Villanueva que reforzara la cerca, elevándose ésta de 1,20 m a 2,5.
Imposibilitados de cualquier actividad económica en el interior del recinto, el paisanaje se dedicó a la explotación del bosque no reservado para el ocio real, ni a las grandes fincas que pasaron a manos privadas tras la Desamortización de Mendizábal. La diferencia entre la vegetación de las fincas preservadas (bosque autóctono; fresno, encina y roble especialmente) y las de libre explotación (convertidas posteriormente en pinares de repoblación) es una muestra de su distinto uso, ya que el bosque autóctono se fue talando para el carboneo: encinares y robledos terminaron convertidos en carbón vegetal, repoblándose posteriormente con el pino común o de Valsaín y otras especies. Según parece, existe una fotografía de primeros del S. XX, antes de su repoblación como pinar, donde se ve toda la ladera del Abantos pelada. Más o menos como la dejaron con el incendio – la voracidad especulativa, ya se sabe – hace unos cuantos años.
Ya cerca del Abantos, saltando un portillo de la cerca, uno puede acercarse a ver el pozo de las nieves de Cuelgamuros, que está a 1670 m de altitud. Fue construido en 1609, tiene 14 m de profundidad y 8 de diámetro, protegido por una sólida construcción en piedra con tejado a dos vertientes. Allí se podían almacenar hasta 230 toneladas de nieve, que luego se bajaba a lomos de acémilas hasta el monasterio o para la venta. Parece que este pozo estuvo en uso hasta 1934. El abandono de su explotación supuso la ruina del edifico que, hace unos años, fue restaurado.
El Abantos (“los” abantos, puntualiza Juan) es un mogote de 1753 m. a plomo sobre El Escorial. El nombre le viene del término “abanto”, que designa a los buitres. Aunque por el lado escurialense tiene aspecto de un pico abrupto, tomado desde Cuelgamuro es un paseo cuesta arriba, sin mayores esfuerzos, siguiendo la cerca de piedra.
Del Abantos al puerto de Malagón no hay más que dejarse llevar por la suave pendiente descendente de la pista. Allí, en el puerto, volvemos a encontrarnos con otro pozo de nieve. Solo que éste está prácticamente cegado y, del edificio que lo protegía, se aprecian apenas los arranques de los muros. Muy próximo y en tierras de Ávila, el pequeño embalse del Tobar. Bajando por la pista asfaltada, llegamos a Los Llanillos, área recreativa sombreada por unos airosos fresnos y cubierta de pinos laricios y silvestres. Buen lugar para dar buena cuenta del bocata y charlar sin prisas.
Y, ya puestos, antes de bajar al pueblo, visitamos el Arboreto Ceballos, junto a la pista forestal asfaltada. Este arboreto recoge una muestra de la vegetación autóctona española y recorrer sus senderos con un guía del parque resulta muy didáctico. Aparte los ejemplares de árboles, arbustos, matorral, uno puede ver reconstruida una antigua carbonera, o el clásico sistema de sangrado de los pinos laricios para recoger su resina. Incluso uno puede conocer cuáles son las plagas más habituales del pinar (procesionaria, escolítidos) y la forma de control de ambas.
Pues, eso, que terminamos nuestra jornada andariega a la entrada del pueblo, nos recoge el bus y nos pone en el tráfago madrileño en un rato. Con la mente puesta en la próxima salida, que será a la Sierra de San Vicente, uno guarda las botas y los arreos del monte y se va a la ducha.

1 comentario:

  1. Ahí le quería yo ver, Sr. Juanjosé. ¿Y no se prepara usted, reconocido viajero extra fronteras, caminatas de estas cuando sale del país?

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