miércoles, 1 de junio de 2011

A propósito de antiguas envidias y modernas preocupaciones.-









No me sorprenderá que el improbable lector, si tiene la paciencia de leer esta modesta y un poco larga entrada, llegará a la consecuencia de que este jubilata habla, con poco conocimiento, de cosas que tienen nada que ver con los tiempos inquietos que vivimos y se va por los cerros de Úbeda de sus lecturas, porque apenas alcanza a entender del mundo que le rodea.


Pero qué le vamos a hacer. Es lo que tiene ser jubilata de mediocre pensión y con una erudición de medios pelos: saturado de hechos actuales que le sobrepasan, y sin capacidad para un análisis y comprensión medianamente razonables de esta sociedad desbocada, gasta su tiempo en actividades radicalmente inútiles e improductivas, como ponerse a leer la versión que hizo Fran Luis de León de El Cantar de los Cantares.


Por si acaso, y de antemano, este jubilata reconoce su condición de ser ucrónico y da la razón al improbable lector, pero se empecina en hablar de sus inútiles actividades. Y, como esta bitácora se alimenta de sus elucubraciones, y, lamentablemente, de su pensión no puede pagarse asesores culturales o políticos, habla -un poco o un mucho- por boca de ganso sin otra pretensión que la de no verse molido a palos por los raros comunicantes que, de tarde en tarde, le envían sus impresiones. Que sí lo hacen - lo de molerle a palos, siquiera ideológicos- con más frecuencia de lo que a él le gustaría.


A lo que importa. Estas últimas semanas ha caído en mis manos (los medios tortuosos no los confesaré) un librito que lleva por título: Traducción literal y declaración del Libro de los Cantares de Salomón hecha por el Mro. Fr. Luis de León... Editado: En Salamanca: en la oficina de Francisco de Toxar. Año de M.DCC.XC.VIII.


Es un libro en cuarto (21x15 cm.), 150, XVIII páginas, impreso en papel de tina verjurado, con su buena marca de aguas consistente en un óvalo coronado y con cenefa de hojas y una flor de lis en la parte inferior; en el óvalo va inscrita una R (ROMANI, puede leerse al trasluz). La encuadrnación es actual, en holandesa, con lomo y puntas de piel, adornados con una cenefa gofrada de rueda.


Doy estos datos del libro porque éste es una pequeña joya bibliográfica por la que un bibliómano estaría dispuesto a dar todas las empresas del IBEX 35, y aún a Emilio Botín de regalo, si se lo pidieran. Y saldría ganando.


Quien se haya esforzado un poco en los lejanos años del bachillerato, habrá aprendido que hacer la versión castellana del Cantar de los Cantares, al bueno de Fray Luis de león le costó un largo proceso de cinco años y ser pupilo forzoso de las mazmorras de la Santa (?) Inquisición. Proceso en el que no se logró demostrar su culpabilidad, de forma que se reintegró a su cátedra salmantina de Teología (tras los cinco susodichos años en un calabozo del Tribunal del Santo (?) Oficio y, en su primera clase, dijo aquella frase tan célebre de: "Decíamos ayer..." Con un par.


¿Por qué le denunciaron a la Inquisición, siendo como era un fraile agustino? Se preguntará el improbable lector, ya metido en harina. Pues nada, cuestión de celos entre las distintas órdenes religiosas, que podían costarle al denunciado el verse convertido en chicharrón en una hoguera, aunque fuese más santo que el santo Job. ¿La razón, o escusa, para la denuncia? Pues por el atrevimiento de traducir, directamente del hebreo al castellano, este célebre cántico de Salomón, recogido en la Biblia. Ya se sabe -esos viejos recuerdos del bachiller franquista que uno estudió- que el Concilio de Trento, origen de la Contrarreforma, prohibió que los libros de la Biblia se vertieran en lengua vulgar. Además, pecado sobre pecado, lo hizo precisamente desde la lengua hebrea (de aquí a ser sospechoso de judaizante, un paso), siendo la Vulgata Latina la versión oficial de las sagradas escrituras. Ya se sabe, el vulgo no sabía latín, con lo que la interpretación de los libros sagrados estaba en manos del clero, quien controlaba así almas, vidas y voluntades.


En el libro de marras, Fray Luis presenta una columna a la izquerda con el texto latino según la Vulgata, mietras que a la derecha va el texto castellano que él tradujo del hebreo. A cada capítulo se le acompaña de una glosa donde da una interpretación poética y mística de los coloquios amorosos entre el esposo y la amada. Un lenguaje de tanta belleza y de tan sutiles conceptos que a este jubilata (habituado a la pobreza léxica actual: "joder", "colega", "qué passada, tío"... y otras) se le emocionan esos ojitos que ha de comerse la tierra.


¿Alguien puede imaginarse que, en pleno deliquio amoroso, la novia le diga al novio: oleum effusum nomen tuum: ideo adolescentulae dilexerunt te ? Osease: Es ungüento derramado tu nombre: por eso las docellas te amaron. O que el enamorado, prendado de la hermosura de su amada, le diga: Equitatui meo in curribus Pharaonis assimilavi te amica mea. Que es tal como así: A la yegua mía en el carro de Faraón te comparé amiga mía. Lo de llamar "yegua" a la amada, aunque sea apasionadamente, hoy en día suena a ofensa de género (que dicen); pero tampoco jamás le dirá el enamorado de hoy: Ecce tu pulchra es amica mea, ecce tu pulchra es, oculi tui columbarum. Lo que, según el fray: Ay¡ quán hermosa amiga mía, quán hermosa ¡ tus ojos (son) de paloma. Bello a que sí?


Pero si es hermoso el propio cantar salomónico, leer los comentarios del texto que hace el frayle está al alcance solamente de improductivos y ociosos como este jubilata, que puede dedicar horas de lectura, saboreando con paladar de gourmet y minucia de taxidermista cada una de las frases en las que va explicitado el significado.


Como pequeño ejemplo, va éste. "Béseme de los besos de su boca". Ya dixe que todo este libro es una Egloga pastoril, en que dos enamorados Esposo y Esposa á manera de pastores se hablan y responden á veces. Pues entenderémos que en este primer capítulo comienza á hablar la Esposa que hemos de fingir que tenía á su amado ausente, y estaba de ello tan penada...


Francamente, no sé qué espera el improbable lector para hacerse con un ejemplar actual de la obra y zambullirse en ella. Pero sin prisas ¿eh?, con deleite, como regodeándose en el más sutil de los pecados de cultismo trasnochado. Peores cosas hacen los cabrones del G-8 y se las aguantamos.


Para terminar, lo del título de la entrada iba por esas míseras envidias entre eclesiásticos que llevaron a Fran Luis de León al calabozo, por el delito de escribir esta joya literaria en lengua vulgar, y por los tiempos revueltos que vivimos, que son un sobresalto tras otro y nos privan del reposo y del dulce placer de la lectura.


Por cierto, la dueña del libro ya se ha dado cuenta de que me lo llevé prestado (sin su consentimiento) y me lo ha reclamado, así que dispongo de pocos días para terminar su lectura.

2 comentarios:

  1. Germán Carrasco Moreno2 de junio de 2011, 11:48

    Don Juanhosé: los libros no se pueden dejar, como la mujer y el coche. La casa, no sé, pero la tienda de campaña tampoco: a mi vecino el del perro pulgoso se la dejé "para un par de días" (me dijo) y llevo ya desde antes de las elecciones esperando que me la devuelva...

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  2. Siempre que entro en tu blog aprendo algo nuevo. Esta vez, la historia de Fray Luis León y su "pecado" de traducir texto bíblico sin "licencia".

    Albur!!

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