Ponerse estupendo y decir que
“pedía para comer” es una forma verbal del imperfecto de indicativo, primera o
tercera persona del singular, según, es mear fuera del tiesto. Sobre todo, si la frase se la
oyes a un indigente mientras viajas en un bus de la Línea 146.
Imagínese el improbable lector que este jubilata, sin haber hecho la descompresión tras varias semanas de vacaciones serranas, viajaba en el 146 cuando un individuo de aspecto un tanto desastrado
y gesto más bien humilde, le mira y le dice en voz bajita y como temiendo
molestar: Pedía para comer… Lo
inmediato que se me ocurrió pensar fue: Por
favor, use mejor el presente de indicativo. Puesto
que ahora mismo esta pidiendo… Pero era pasarse de listo ¿A quién cojonia le importa el uso correcto de los tiempos verbales cuando se pasa
hambre? Lo que importa es ir sacando un dinerillo con el que sobrevivir. Con
que el mensaje quede claro, ya vale; y claro sí estaba el mensaje: el hombre, en ese momento, estaba pidiendo una ayuda para poder comer, y lo entendí perfectamente.
Al cabo de un minuto, se dirigió a
una muchacha suramericana que estaba un poco a mi izquierda, y le dijo bajito: Pedía para comer… La chica se sintió
violenta, como si todo el mundo estuviese pendiente de ella a ver qué hacía;
giró la cabeza para otro lado e hizo como si no le hubiera oído. Pasó otro
ratito y, esta vez, el pobre se dirigió a una
joven que estaba teléfono en mano: Pedía
para comer… La chavala metió la nariz en su wassapp ese, aparentando tener fija
toda su atención en la maquinita de los mensajes. El pobre no existía. Quizás,
si éste le hubiese “wasapeado” el mensaje, hubiese obtenido contestación. Desde lejos,
claro está.
Llegué a casa y le conté el
incidente a mi santa. Ella me reconvino: “haberle dado un euro”. Yo le había
dado veinte céntimos. ¡Casi nada, darle un euro a un pobre! La mi santa, a
veces, es que se pasa tres pueblos. Más de cien mil millones de euros hemos
puesto los españolitos sobre la mesa, sin pestañear, para remendar el roto económico que ha causado la estafa bancaria. Pero, ¿un euro a un pobre?
Eso son palabras mayores, joder: ¡Para que luego se lo gaste en vicios! Está
mejor aceptado socialmente rescatar un banco hundido por la codicia de los
banqueros que soltarle un euro de vellón
a un indigente.
En esta bitácora, alguna otra vez
ya se ha hablado de los pobres de pedir que abundan por nuestras calles y, aunque
sea recurso de mal escribidor citarse a sí mismo, no puedo dejar de hacerlo. Y no
porque un servidor vaya por la vida restañando hambrunas ajenas, sino porque la
injusticia va más allá de la carpanta de esos desheredados del sistema. Otras
veces ya lo he dicho, y lo repito de nuevo: los ignoramos.
Porque la mayor injusticia que
todos practicamos es la de ignorar su existencia. La pobreza conviene que sea invisible, así que todos nos atenemos a este principio tranquilizador: Si no la ves, la pobreza no existe. Así que no mires. Además, si te
pilla cerca, puede ser hasta contagiosa, como la sarna o los piojos. Los pobres
huelen a exclusión social y la exclusión social es la mayor desgracia que puede sobrevenirle a
cualquier ciudadano del montón que un día se queda sin trabajo, y los banqueros, los
jueces y la policía se confabulan para echarle de su casa, mientras los biempensantes amachambrados
en el sistema se indignan porque los chavistas-castristas-antisistema
radicales de Podemos han sacado un puñadito de eurodiputados.
Los pobres callejeros, aunque
parezca raro, son tan ciudadanos y sujeto de derecho como nosotros, aunque les huela la ropa a cochambre
y el aliento a vino del tío de la bota. Lo menos que uno puede hacer, si le
dirigen la palabra para pedirle unas monedas, es mirarles de frente a la hora
de decirles “No” y verles la cara que ponen de “Si yo ya lo sabía…” Seguirán sin comer aquel día, pero tú serás consciente de que el pobre existe y de que es mucho más barato que un empresario: el pobre de pedir se alimenta del aire y no de los recortes sociales.
Un servidor tuvo una breve
conversación con el indigente de “Pedía
para comer” y, como además le había dado 20 céntimos, tranquilizó su conciencia
pequeñoburguesa (concepto y palabreja en desuso), y por eso lo cuenta.
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