viernes, 13 de septiembre de 2024

Ficciones.-

 


Es lo bueno que tiene la rentrée tras las vacaciones veraniegas, que las cosas de la política-ficción nacional empiezan con fuerza y el ciudadano puede disfrutar de las ocurrencias de esos señores que gozan de actas parlamentarias, de tertulias televisivas, de entrevistas previo guion consensuado y, en general, se nos cuelan en el cuarto de estar a través de los telediarios y otros medios de información, deformación o, cuando no, de simples vacuidades con grandes palabras.

El caso es que a este jubilata le han venido a las mientes, a raíz de las cosas de la política-ficción tan en candelero, aquellas Vidas Paralelas que escribió Plutarco a propósito de los prohombres de la Roma republicana e imperial. También en este país que seguimos llamando España (mientras dure) hay paralelismos sorprendentes si uno cae en la cuenta. 

Lo digo porque, cuando la política se pasea por los aledaños de la ficción – perdóneseme la insistencia en los términos, porque a veces no se sabe dónde empieza una y termina la otra – puede establecerse un paralelismo que bien pudiera resultar curioso y hasta esperpéntico. Siempre despreocupándonos, no faltaría más, de todo juicio intelectual, que a eso no jugamos en esta bitácora porque las herramientas aquí empleadas no dan más de sí.

Leí, no sé dónde, que al muy famoso y mediático novelista y miembro de la RAE, don Arturo Pérez Reverte, en su patria chica le han nombrado cónsul honorario del reino de Syldavia. Todos los que hemos sido, en algún feliz momento de nuestras vidas, lectores de las aventuras de Tintín, sabemos que se trata de un pequeño país de los Balcanes, gobernado por un lindo rey de opereta, cuyo peligroso vecino, Borduria, quiere anexionárselo. Allí, un dictador de nombre Plekszy-Gladz, de grandes bigotes al modo estalinista, quiere destronar al rey syldavo y convertir Syldavia en un país satélite de lo que, con el paso del tiempo, hemos dado en llamar socialchavismo.

Aquí, el Congreso de los Diputados, defensor de las libertades públicas, ha dado en titular presidente electo de Venezuela a don Edmundo González por un quítame allá esas Actas que el señor Maduro tiene a buen recaudo. Que don Arturo y don Edmundo reciban títulos honoríficos y reconocimiento público es cosa de agradecer por parte de los interesados, aunque este jubilata no deja de hacerse algunas consideraciones. 

No tanto respecto a lo de ser cónsul honorario de Syldavia, que es una medida de presión imaginaria para contener los afanes anexionistas bordurios. No olvidemos que, en caso de invasión del país syldavo por parte de las hordas bordurianas, tendrían que hacer frente al capitán Alatriste y los tercios viejos de Flandes, tan bragados ellos.

Las dudas son, más bien, por aquello de que un Parlamento extranjero (y el español lo es respecto a la gobernanza venezolana) reconozca como presidente de un estado soberano a un señor exiliado de su país, cualesquiera sean las razones de su exilio. Viene a ser, mutatis mutandis, como nombrar jefe de estado en el exilio a un Puigdemont venezolano. 

Está harto el personal, opina este jubilata, de que el prófugo de Waterloo vaya por las Europas presumiendo de víctima de la intransigente España, a la vez que extorsiona a su gobierno de melcocha, mientras que aquí nombramos a un señor Edmundo como nuevo Puigdemont hispano en el exilio. Una incongruencia parece el caso, a menos que los altos intelectos de la política sean de mejor parecer y a los ciudadanos del común no se nos alcance.

Mira por dónde, ahora que el ministro Urtasun está empeñado en descolonizar (“decolonizar” lo llaman los gurús del invento) nuestros museos y nuestras mentes, va nuestro parlamento y se comporta como una potencia colonial imponiendo un presidente a un país allende los mares. Y eso sin actas mediantes ni recuento de votos. Sólo llevados los padres conscriptos de aquí por la indignación moral al ver al señor del chándal bolivariano de allá comportarse como un Tirano Banderas valleinclanesco.

Verdaderamente, qué a gusto estábamos de vacaciones sin enterarnos de estos dislates de la cosa pública. ¡Por los bigotes de Plexiglás!