Es lo bueno que tiene la rentrée tras las
vacaciones veraniegas, que las cosas de la política-ficción nacional empiezan
con fuerza y el ciudadano puede disfrutar de las ocurrencias de esos señores
que gozan de actas parlamentarias, de tertulias televisivas, de entrevistas
previo guion consensuado y, en general, se nos cuelan en el cuarto de estar a
través de los telediarios y otros medios de información, deformación o, cuando
no, de simples vacuidades con grandes palabras.
El caso es que a este jubilata le han venido a las
mientes, a raíz de las cosas de la política-ficción tan en candelero, aquellas
Vidas Paralelas que escribió Plutarco a propósito de los prohombres de la Roma
republicana e imperial. También en este país que seguimos llamando España (mientras
dure) hay paralelismos sorprendentes si uno cae en la cuenta.
Lo digo porque, cuando la política se pasea por
los aledaños de la ficción – perdóneseme la insistencia en los términos, porque
a veces no se sabe dónde empieza una y termina la otra – puede establecerse un
paralelismo que bien pudiera resultar curioso y hasta esperpéntico. Siempre despreocupándonos,
no faltaría más, de todo juicio intelectual, que a eso no jugamos en esta
bitácora porque las herramientas aquí empleadas no dan más de sí.
Leí, no sé dónde, que al muy famoso y mediático
novelista y miembro de la RAE, don Arturo Pérez Reverte, en su patria chica le
han nombrado cónsul honorario del reino de Syldavia. Todos los que hemos sido,
en algún feliz momento de nuestras vidas, lectores de las aventuras de Tintín,
sabemos que se trata de un pequeño país de los Balcanes, gobernado por un lindo
rey de opereta, cuyo peligroso vecino, Borduria, quiere anexionárselo. Allí, un
dictador de nombre Plekszy-Gladz, de grandes bigotes al modo estalinista, quiere
destronar al rey syldavo y convertir Syldavia en un país satélite de lo que, con
el paso del tiempo, hemos dado en llamar socialchavismo.
Aquí, el Congreso de los Diputados, defensor de las libertades públicas, ha dado en titular presidente electo de Venezuela a don Edmundo González por un quítame allá esas Actas que el señor Maduro tiene a buen recaudo. Que don Arturo y don Edmundo reciban títulos honoríficos y reconocimiento público es cosa de agradecer por parte de los interesados, aunque este jubilata no deja de hacerse algunas consideraciones.
No tanto respecto a
lo de ser cónsul honorario de Syldavia, que es una medida de presión imaginaria
para contener los afanes anexionistas bordurios. No olvidemos que, en caso de
invasión del país syldavo por parte de las hordas bordurianas, tendrían que
hacer frente al capitán Alatriste y los tercios viejos de Flandes, tan bragados
ellos.
Las dudas son, más bien, por aquello de que un Parlamento extranjero (y el español lo es respecto a la gobernanza venezolana) reconozca como presidente de un estado soberano a un señor exiliado de su país, cualesquiera sean las razones de su exilio. Viene a ser, mutatis mutandis, como nombrar jefe de estado en el exilio a un Puigdemont venezolano.
Está harto el personal, opina este jubilata, de que el prófugo de Waterloo vaya por las
Europas presumiendo de víctima de la intransigente España, a la vez que
extorsiona a su gobierno de melcocha, mientras que aquí nombramos a un señor
Edmundo como nuevo Puigdemont hispano en el exilio. Una incongruencia parece el
caso, a menos que los altos intelectos de la política sean de mejor parecer y a los ciudadanos del común no se nos alcance.
Mira por dónde, ahora que el ministro Urtasun está
empeñado en descolonizar (“decolonizar” lo llaman los gurús del invento)
nuestros museos y nuestras mentes, va nuestro parlamento y se comporta como una
potencia colonial imponiendo un presidente a un país allende los mares. Y eso sin actas mediantes ni recuento de votos. Sólo llevados los padres conscriptos de aquí por la indignación moral
al ver al señor del chándal bolivariano de allá comportarse como un Tirano
Banderas valleinclanesco.
Verdaderamente, qué a gusto estábamos de
vacaciones sin enterarnos de estos dislates de la cosa pública. ¡Por los
bigotes de Plexiglás!
Y qué a gusto recibimos en estos iniciales momentos de la rentrée, estos frecos aires que nos regala D. Juanjo, siempre con la regla en una mano y el cartabón en la otra, amante del buen sentido, aunque vaya por otra corriente que la imperante, que se peina con colonia un día y otro con jarabe de paloluz. A veces callar no es lo mejor.
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