miércoles, 1 de enero de 2025

Teleasistidos.

 


Es cosa de la edad, ya se sabe, y por eso nos sometemos gustosos al Gran Hermano que vigila nuestro bienestar en la distancia, la santa y yo. 

Desde hace un par de años, por aquello de las limitaciones físicas que impone la ancianidad, nos hicimos cofrades de la meritoria hermandad de la santa Teleasistencia. Esa diosa benevolente que extiende telemáticamente su mirada bondadosa sobre los ancianitos y les dedica, vía telefónica, palabras amables, se interesa por el estado de salud de los cofrades y reparte consejos bienintencionados.

Y, si un día te sobreviene una avería doméstica, tipo caída con coscorrón (tan frecuente), un accidente fortuito o cualquier otro percance de esos que nuestros cuerpos de articulaciones herrumbrosas no están para resolver por sus medios naturales, basta pulsar la medallita que llevas al cuello. Al poco se te aparecerá, si no la Virgen, que tiene otro régimen de asistencia a lo divino, un funcionario en misión de ángel emisario que te socorre, llama a los servicios de urgencias, o te da palabras de ánimo. Cofradía más milagrera y eficaz no se puede pedir en estos tiempos tan egocéntricos y descreídos.

Eso sin contar las llamadas telefónicas de control rutinario que recibes un poco al azar y que dependen de la voluntad de tu ángel custodio, más que de tu voluntad o necesidad. Llamadas que, al parecer de este jubilata, son un tanto aleatorias, del tipo: voy a llamar a fulanito o a menganita, que llevamos siete días sin echarles el ojo telemático, a ver de qué pie cojean. Otras veces la llamada se hace a modo de insaculación, meten la mano en la tecla y sale en el sorteo el abuelo zutano o la señora perengana, agraciados con una llamada rebosante de amabilidad.

Al cofrade que esto relata, le suelen llamar de forma sorpresiva, mientras viaja en metro, asiste a los cursos de la Senior, visita una exposición, va caminando disciplinadamente sus 10.000 pasos diarios, hace la compra en el súper o cualquier otra actividad obligada de un jubilata hiperactivo. Incluso, a veces, el custodio teleasistente hasta me pilla en casa y todo. En este caso, es cuando la conversación es más reposada por mi parte y le cuento lo que espera oír de un anciano agradecido de la atención que le dispensan.

Si te pones en plan abuelo dicharachero, como hago yo para aliviarles de la rutina, puede que se admiren de tu optimismo, aprendido en un manual de autoayuda, y hasta se crean que tu actitud positiva nace del fondo de las entretelas de tu energía vital. Si, para epatarlos, añades que tu actitud positiva es porque la vida te va consumiendo despacio, pero sin maltratarte, cuelgan con la convicción de que eres un estoico de buena pasta. 

Porque esa es otra, el tono de conversación con el custodio telemático requiere ajustarse a unas pautas que reflejen un estado de ánimo que tenga connotaciones de normalidad anímica, de cierto ligero optimismo o de manifiesto reboso de salud mental. No sé si me explico bien. A un servidor, el custodio o la custodia que me llaman, en términos generales, me parece que ya tienen bastante tarea con darme conversación amistosa cuando ni siquiera conocen mi cara.

Es algo que me parece muy meritorio, interesarse por un anciano que a lo mejor es un cascarrabias misántropo o un depresivo profesional, o más simple que el bobo de Coria; y no menos meritorio es darle palique, animos, consejos sencillos de supervivencia del tipo: no abra la puerta a desconocidos; si sale a la calle, lleve poco dinero; cruce por los pasos de cebra; no resbale en una caca de perro. Y otros consejos saludables para desenvolverte en un medio hostil como es la gran ciudad para un ser renqueante, con sus facultades físicas próximas a la fecha de caducidad.

Además, la conversación con el funcionario filántropo suele transcurrir en unos niveles de amabilidad próxima al lenguaje admonitorio que se suele emplear con los niños. De forma que, siendo ochentón, te sientes retrotraído a la infancia, caminando de la mano de una persona mayor que te aúpa cuando cruzas un charco. O te sientes como un niño de guardería al que su papá para ante el semáforo y le dice que no se cruza hasta que no aparezca la luz verde. Lo suelen llaman sobreprotección o edadismo, pero eso siempre es mejor que pedrada en ojo de boticario.

Y encima tan contentos. Que tenemos año recién estrenado y a saber con qué intenciones viene

1 comentario:

  1. Gracias Juanjo, y me alegra que estés en la Cofradía de la santa teleasistencia.
    PEDRO

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