Me ocurre a veces: hablo de esos días, o semanas, de sequía imaginativa, cuando los dedos se posan sobre el teclado a la espera de una orden del cerebro para empezar a escribir, pero la orden no llega. Nunca he sabido bien por qué la imaginación es tan caprichosa: a veces, parece incapaz de susurrarte una historia con sentido, y a la vez, está haciendo trastadas absurdas, como poniendo a prueba tu sensatez. Para que se me entienda, pondré el ejemplo de una jugarreta muy reciente:
Iba yo el otro día por la calle y una señora, modelo lavadora, se interpuso en mi camino, ocupando toda la acera. De repente, veo que a mi imaginación le nace la idea de ponerle la zancadilla, de forma que la masa carnosa de aquella señora se desparramaba sobre la acera entre grandes gritos de la interesada. Solo de pensarlo, mi imaginación se partía de risa, mientras que yo estaba todo apurado mirando a un lado y a otro por si alguien se había dado cuenta de sus intenciones. Y esto, digamos, en el ámbito doméstico, donde la cosa no tiene mayor transcendencia.
Peor fue en otra ocasión, estando de vacaciones en Jordania. Volábamos de Akaba a Amán, en un vuelo interior de apenas media hora. Yo miraba interesado por la ventanilla cuando ella, mi imaginación, decidió secuestrar el avión, y yo empecé a asustarme porque la cosa iba en serio. No sé de dónde sacó un par de subfusiles ametralladores, de esos que llamaban naranjeros, y hasta media docena de bombas de mano P.O.2, una antigualla. Eran de esas bombas de baquelita que existían en el ejército franquista cuando yo fui soldado de reemplazo.
Aparte del natural acojone, no salía de mi asombro porque, una vez puestos a secuestrar, podía haber imaginado material bélico más moderno, pero se ve que mi imaginación no está interesada en ese tipo de ferretería de matarile y le bastaban aquellos chismes con 50 años de antigüedad.
La cosa se empezó a complicar porque los piratas aéreos de mi imaginación, cuando se vieron tan pobremente dotados para un trabajo de tanta precisión, empezaron a protestar. Mi imaginación se cabreó con ellos y estaba empeñada en que le obedecieran, pero ellos, alegando que eran profesionales, se declararon en huelga hasta que les proporcionaran una ferretería bélica más en consonancia con un trabajo de tanta responsabilidad.
Lamentablemente, nunca conocí el desenlace del secuestro, ya que nuestro avión aterrizó al poco. Nos empaquetaron a todo el grupo en un autobús y nos llevaron al hotel. Mi imaginación no volvió a dar señales de vida en el resto del viaje. La última vez que la vi aquel día, andaba perdida por el bufé del comedor, metiendo los dedos en todos los platos y relamiéndose de gusto…
Iba yo el otro día por la calle y una señora, modelo lavadora, se interpuso en mi camino, ocupando toda la acera. De repente, veo que a mi imaginación le nace la idea de ponerle la zancadilla, de forma que la masa carnosa de aquella señora se desparramaba sobre la acera entre grandes gritos de la interesada. Solo de pensarlo, mi imaginación se partía de risa, mientras que yo estaba todo apurado mirando a un lado y a otro por si alguien se había dado cuenta de sus intenciones. Y esto, digamos, en el ámbito doméstico, donde la cosa no tiene mayor transcendencia.
Peor fue en otra ocasión, estando de vacaciones en Jordania. Volábamos de Akaba a Amán, en un vuelo interior de apenas media hora. Yo miraba interesado por la ventanilla cuando ella, mi imaginación, decidió secuestrar el avión, y yo empecé a asustarme porque la cosa iba en serio. No sé de dónde sacó un par de subfusiles ametralladores, de esos que llamaban naranjeros, y hasta media docena de bombas de mano P.O.2, una antigualla. Eran de esas bombas de baquelita que existían en el ejército franquista cuando yo fui soldado de reemplazo.
Aparte del natural acojone, no salía de mi asombro porque, una vez puestos a secuestrar, podía haber imaginado material bélico más moderno, pero se ve que mi imaginación no está interesada en ese tipo de ferretería de matarile y le bastaban aquellos chismes con 50 años de antigüedad.
La cosa se empezó a complicar porque los piratas aéreos de mi imaginación, cuando se vieron tan pobremente dotados para un trabajo de tanta precisión, empezaron a protestar. Mi imaginación se cabreó con ellos y estaba empeñada en que le obedecieran, pero ellos, alegando que eran profesionales, se declararon en huelga hasta que les proporcionaran una ferretería bélica más en consonancia con un trabajo de tanta responsabilidad.
Lamentablemente, nunca conocí el desenlace del secuestro, ya que nuestro avión aterrizó al poco. Nos empaquetaron a todo el grupo en un autobús y nos llevaron al hotel. Mi imaginación no volvió a dar señales de vida en el resto del viaje. La última vez que la vi aquel día, andaba perdida por el bufé del comedor, metiendo los dedos en todos los platos y relamiéndose de gusto…
Quién sabe... Si hubiera puesto la zancadilla a la señora lavadora, igual los piratas aéreos habrían reaparecido para darle a usted su merecido por tan incívica (aunque imaginativa) acción...
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