En estos tiempos de depresión psico-socio-económica generalizada y anonadamiento ciudadano, me han llamado mucho la atención dos noticias de rancio sabor folclórico-patriótico: lo de la vindicación de Gibraltar español, por parte del embajador nuestro, y lo de la muy patriótica queja del gobierno español por lo de los guiñoles del Cajal Plus francés.
Yo allí no estuve, pero me imagino la escena. Llega el señor embajador español a la sucursal comunitaria europea de la Plutocracia Financiera, coge en un aparte al representante inglés, le tira de la manga para llamar su atención y le suelta eso de ¡Gibraltar Español! Me imagino la cara del representante de Su Graciosa Majestad Británica, quien debió mirarle como pensando: ¡Joér, cómo está el patio en Spainkigistán!, para decirle a continuación -ya digo que yo no estuve allí, pero me lo imagino - que verdes las habían segado y que allí estaban a lo que había que estar; o sea, a meter tijera en recortes sociales y a rescatar países previamente empobrecidos por los mismos mercados a los que había que tranquilizar.
Hay que ver lo que es la diferente idiosincrasia de los pueblos, me dije: La flema británica frente al trémolo patriótico hispano.
Oída la noticia, y con muchísimo esfuerzo, hice un ejercicio de empatía y me puse en lugar de un giraltareño. Sólo de pensar que la Roca podía pasar a soberanía española y que aquello se iba a llenar de Camps, de CAM múltiples, de Fabras, de Gúrteles, de Iñakiurdangarines y políticos tipo Esperazaguirres con sus campos de golf en páramos sedientos, se me pusieron los pelos como escarpias.
Uno, de siempre, ha sentido nula simpatía por el despropósito histórico gibraltarño, pero pensé que, ni aún así, los habitantes de la Roca -apretujados entre el meño, los monos y el mar- merecían tan aciago destino como el de los españoles de este lado de la verja.
La otra noticia, la de los guiñoles, también me ha dado que pensar. Llegan los gabachos y empiezan a burlarse de nuestros más sacrosantos valores raciales, nuestros heroicos atletas tipo Nadal o Contador, que tan alto dejan el pabellón hispano allá donde compiten. Con volteriana desvergüenza -cochina envidia, en el fondo- empiezan a decir que si se drogan y todas esas maledicencias que manchar el honor de España toda.
Con justa queja, henchido el pecho de sacrosanta indignación, el gobierno español hace una reclamación vía diplomática. No es bastante que nos tiren los tomates, las fresas y las lechugas en la frontera, es que, encima, mancillan la honorabilidad de nuestros deportistas, esos que representan a nuestro noble macho ibérico; ese noble heredero del Antecesor Ibéricus que, ante el televisor, compite bravamente repanchingado en el tresillo doméstico; o que, desde las gradas de un estadio, vocifera defendiendo los colores de su club y forma una masa compacta en la que no penetra ni un gramo de inquietud ante recortes de sueldo, abaratamiento de despidos, empobrecimiento de la enseñanza, negocios con la salud pública y otras minucias parejas.
Y es que este jubilata tiene una idea equivocada del patriotismo, a lo que se ve. La patria la forman -piensa ingenuamente- el conjunto de los ciudadanos de un país sobre un determinado territorio soberano. Quítele usted los ciudadanos y de la patria sólo le queda un solar urbanizable. Patria es -sigue uno pensando en su ignorancia de estas cosas- que los ciudadanos que la conforman tengan un trabajo digno ("Como Dios manda", diría don MarianoTijeras), unos derechos sociales que les dignifiquen, una enseñanza de calidad para sus hijos, una sanidad pública universal y gratuita, y unas expectativas de futuro. Pero se ve que estas son palabras vanas.
Aquí y ahora, por lo que alcanzo a entender, para nuestros gobernantes patria no son los ciudadanos empobrecidos en sus derechos sociales, sino el viejo recurso a enfervorizar multitudes para ocultar problemas. Es el manido recurso de azuzar al pueblo cabrón (así lo llamaba Tirano Banderas) contra la pérfida Albión y el librepensador gabacho. Si es tal como lo supongo, a mí que no me llamen a filas, esa patria no es la mía. Es la suya y allá ellos con sus intereses inconfesados.
Aunque, después de darle vueltas a la cosa, pienso que a nuestros gobernantes se les ha olvidado un ancestral enemigo: el moro traicionero. Ya que lo tienen tan a mano, no sé a qué esperan para gritar con orgulloso ademán, ahora que a Trillo lo nombran embajador de no sé qué: ¡¡Perejil es Español, coño!!
Por acá tenemos a las Malvinas en vez de Gibraltar.
ResponderEliminarAlbur!
Primero me he reído un rato al deleitarme con la elocuencia y los recursos léxicos que aplicas. Luego me he quedado absorto pensando en la inutilidad de tanto alboroto mediático y también avergonzado de la deriva eterna que arrastra Iberia. Pero después, me ha asaltado la tristeza al darme cuenta de que todo es cierto y que, el silencio cómplice de la masa está condenando a los que sí usan la neurona a una existencia disimulada.
ResponderEliminarNunca pesé que viviría una época de involución social tan marcada (y tan repetida en la historia).
Saludos jubilata!