Estas vacaciones serranas, en la
primera quincena de julio, recuerdan a este jubilata tiempos pasados,
cuando en los pueblos de veraneo no había más que lugareños dedicados a sus
quehaceres del agro, y algunos veraneantes que ponían la nota exótica de
gente de ciudad con pocas habilidades para adaptarse al medio rural. Unos y
otros formaban dos comunidades bien diferenciadas que compartían, por pocas
semanas, el mismo medio y se desenvolvían en él de acuerdo con sus respectivas capacidades
sociales, de forma que el espécimen de asfalto se comportaba con un cierto aire
de superioridad por ser elemento de ciudad, mientras que el de pueblo hacía su
agosto a costa de los veraneantes, subiendo los precios de las tiendas y bares. Eso sin contar las patatas, sandías y tomates que la
señá Andrea (o la Antonia, o…) les vendía en la puerta de su casa, pesadas
en romana y menguadas de peso.
Lo cual se dice aquí no porque Rascafría (donde veraneamos desde hace
varios años) sea pueblo estancado en tiempos de ganaderos y agricultores, que
ni mucho menos; es pueblo de maneras capitalinas que vive más del turismo y la
hostelería que de pasadas explotaciones ganaderas o madereras, de cuando la
serrería de los Belgas. Se dice, más bien, porque estamos en días de tormentas veraniegas
que nos diluvian calles, carreteras y caminos, de forma que el turista-masa se
toma un respiro antes de atreverse a abrir el chalé adosado, desparramarse por
las Presillas o invadir con sus coches y residuos los aledaños de la carretera que atraviesa este parque natural
de Guadarrama.
Decía, pues, que este jubilata, valiéndose de la climatología adversa,
se había forjado unas ficticias vacaciones rurales, desconectadas de los
agobios asfalteños, dedicadas a las paseatas por caminos del valle y a las
lecturas atrasadas: esas que uno se había hecho promesa de hincarles el diente
nada más tener el libro a mano, pero que las múltiples ocupaciones que
padecemos los instalados en las clases pasivas nos han impedido acometer. Pero
a pesar del aislamiento tan deseado, resulta imposible sustraernos a las
influencias del mundanal ruïdo, y eso precisamente por culpa de las lecturas,
que son la ventana por donde el vocerío del mundo entra en nuestro confortable
aislamiento.
Y, a modo de ejemplo, este botón puede servir de muestra, aunque el
improbable lector lo vea como una banalidad indigna de persona seria y añosa,
como se le supone ser al autor de esta crónica. Pero sepa que el asunto está
sacado de las páginas de economía de L´Express, semanario francés que se tiene
por muy respetable. Pues el caso es que en Le
cahier économie, bajo el epígrafe Innovations,
se pone en conocimiento de los lectores que la firma Spartan, start-up
financiada de forma participativa, acaba de lanzar unos calzoncillos que
bloquean las ondas electromagnéticas a fin de preservar la fertilidad
masculina. Una lástima que llegue con tanto retraso – pensé al leer lo del
invento este –, porque a algunos ya en edad provecta no nos va a resultar de
mucha utilidad, ya con nuestros espermatozoides macilentos, así que seguiremos
usando el slip abanderado de toda la
vida.
Y no debe ser cosa de marketing lo de la protección del gonadario masculino
ante los ataques electromagnéticos ya que
su eficacia ha sido certificada por el laboratorio MET de los USA, quien
garantiza que el hilo de plata con que están tejidos protege de las ondas en un
99%, aparte que es antibacteriano y confortable por estar entretejido con el
tradicional algodón. Unos gayumbos high-tech que hacen juego con el Smartphone,
a la vez que te preservan de las perniciosas ondas que éste emite cuando lo
llevas en el bolsillo del pantalón.
Claro que otros asuntos de más calado cultural entran en nuestro
discreto vivir de veraneantes, y nos elevan varios peldaños sobre nuestra
mediocre existencia. Y es que, como cada verano, la Comunidad de Madrid
organiza Clásicos en Verano (va por
la XXX edición), y acerca a los pueblos serranos la música clásica y pone ante
nuestra vista y oídos a jóvenes intérpretes.
Aquí, los de casa hemos asistido a alguno de los conciertos que han
tenido lugar en el monasterio de El Paular. En su antiguo refectorio, bajo el
gran lienzo de La Última Cena, copia de otra de Tiziano para el Escorial, por
Eugenio Orozco en el S. XVII, un jovencísimo chelista, Alfredo Ferre. Este
maestro en ciernes tuvo a bien maravillarnos con la interpretación de la Suite para violonchelo solo nº 6, de
Nuestro Padre el divino Bach, así como sorprender nuestra ignorancia con los Preludes para violonchelo solo op. 100,
de un desconocido – de ahí nuestra sorprendida ignorancia – Mieczyslaw
Weinberg, músico polaco de origen judío, quien sufrió todas las miserias que
los nazis infringieron a los de su generación. Y en la iglesia parroquial de Rascafría, el dúo Ashan Pillai – Juan Carlos Garvayo,
nos ofrecieron una interpretación de viola y piano con sonatas de Glinka,
Mendelssohn y Brahms con las que nos relamimos de gusto estético.
Así, debidamente culturizados en esta segunda semana de julio,
regresamos a nuestros quehaceres y aficiones veraniegas. Que no son pocas,
aunque eso sí, más bien intranscendentes. Como es, por ejemplo, pasear por la
finca de los Batanes, bajo el bosque de Finlandia, viendo cómo novias de
publicidad, con sus arreos de vestido blanco y velos de tul ilusión, van hasta
el estanque a hacerse las fotos para las revistas de moda, acompañadas de su
corte de fotógrafos que les sugieren tal o cual pose. Faltos de imaginación,
los publicistas siempre eligen el mismo rincón verano tras verano, olvidando
que por estos parajes hay lugares tanto o más bellos que aquél.
Sin ir mucho más lejos, allí al lado, este jubilata se suele acercar a
una acequia donde descubrió el otro día el cazadero – o a lo mejor, el
pescadero – de una culebra de agua, donde nadan bastantes alevines que deben
servirle de alimento. Un par de veces la he importunado con la punta del bastón
para ver cómo se revuelve allá en el fondo del agua, y ahora, en cuanto me
siente llegar, se esconde bajo las piedras. La cosa no tiene nada que ver con
las novias de publicidad que se retratan allí cerca, con músicas celestiales o
con lecturas insólitas, pero se cuenta aquí para que el improbable lector vea
que jubilata y todo, un servidor sigue teniendo reminiscencias de crío de
pueblo.
La culebra, eso sí, debe estar bastante mosqueada…
No tiene desperdicio!! Un paseo por esa sierra tan maravillosa, información curiosa sobre éste mundo al revés y música en entornos increíbles.
ResponderEliminarDan ganas de pasear con Juan José por esos parajes, refrescar esa sandía de la señá Andrea en el río e incordiar a esa culebra glotona que no deja crecer a los pezqueñines...
Muy buena crónica , Juan José, cierto es que nos introduces en los veranos pasados de nuestra infancia y nos deja un halo inevitable de nostalgia. Pero al mismo tiempo nos acercas a esta sierra plena de actividades culturales en el verano. ¿ Quien puede decir que cualquier tiempo pasado fue mejor ?
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