Este jubilata, en su papel de cronista de nimiedades veraniegas, ha
tenido la ocurrencia de levantar la vista cuando callejeaba por el pueblo y ha
caído en la cuenta de que Rascafría es población donde convive y se amalgama un
caserío dispar e incongruente, que engloba desde las típicas construcciones
serranas – a veces abandonadas, semirruinosas, a veces rehabilitadas con dudoso
criterio, pero siempre en franco retroceso – hasta las urbanizaciones de chalés
unifamiliares con su parcela ajardinada de buen tamaño y piscina, que denotan
el alto nivel económico y social de sus dueños.
Movido por la curiosidad, más que recorrer las calles al azar, lo que este
paseante curioso ha hecho últimamente ha sido observar las distintas soluciones
constructivas que se han dado a lo largo del tiempo. y lo primero que le choca es encontrarse con casas sin
congruencia arquitectónica, pegadas unas junto a otras; a veces como
encabalgadas, cuando no amputadas para que la nueva encaje sobre la vieja, en
una mezcolanza de churras y merinas, con soluciones más atentas a la comodidad
de sus dueños o a su dudoso gusto, que a mantener una cierta estética
urbanística. El resultado, si se me permite el atrevimiento, es un totum
revolutum arquitectónico que ha degradado, y mucho, la belleza y la
personalidad de este pueblo serrano.
Quedan en pie algunas viejas casas serranas de tejado tendido a dos
aguas, con sus paredes de mampostería enfoscadas y sus armazones de madera, con sus buenas tejas árabes, sus pequeñas
ventanas a baja altura, que sobreviven al abandono o han sido rehabilitadas con
añadidos actuales en un híbrido desmañado.
Abundan esos chalés adosados, especie de estilo que podríamos llamar seudo
rural seriado, tan del gusto de los urbanitas que buscamos casas de precio asequible a
las clases medias, comodidad ciudadana y casticismo de pueblo. Todo lo cual no
dejara de ser una adaptación a la necesidad de los tiempos, con criterios de
pura utilidad y olvido de los valores estético/urbanísticos tradicionales.
Pero es que, además, hay por ahí alguna mal llamada “urbanización”,
cutre, molesta a la vista y de construcción deleznable, que debería constar en el
primer capítulo de una antología del disparate urbanístico para general vergüenza
y escarmiento. Y puestos a ser estrictos, a sus promotores debería habérseles reclamado
judicialmente daños y perjuicios por la escabechina cometida en el paisaje,
además de acusarlos de rufianismo al prostituir, por puro interés de sus
bolsillos, el noble arte de la
arquitectura. Y eso con el agravante de haberse perpetrado el daño en un parque natural.
Y no señalo. Dese el lector, si viene a Rascafría, una vuelta por ahí y ya
verá…
Este jubilata, que tiene sus pequeñas manías de esteta, tampoco es que
quiera que la capital del valle sea un museo viviente de viejas construcciones
serranas, donde sus habitantes vivan como hace un siglo. No. La economía
pecuaria y de subsistencia, de tiempos pasados, ha dado paso a un nuevo sistema
productivo y de sociedad que requiere otras soluciones habitacionales. Pero,
coño, eso no justifica los chafarrinones urbanísticos. Es que este jubilata querría
ver bien conservadas las viejas casas serranas que aún quedan en pie, sus
cercados y pajares, y un cierto orden urbanístico que diese armonía al conjunto
del pueblo.
Pero el chafardeo durante decenios arrejuntando ladrillos por barrios y callejas, según los intereses del momento y de cada época, no hay quien lo arregle, así que mejor habituarse a la superposición de estilos y el desbarajuste callejero.
De todas formas, no debe hacerse mucho caso de las rabietas de quien esto escribe. El visitante puede disfrutar de la
personalidad de sus dos plazas centrales, la de la Villa con su hermoso
ayuntamiento neomudéjar, y la de España, con su tilo central allí donde estaba
la tradicional olma que mató la grafiosis, en torno a las cuales gira la vida
de esta villa serrana.
Para no ponerme pesado y exquisito con arrebatos de esteta en
chanclas, contaré al improbable lector que un servidor, cuando montan el
mercadillo, acostumbra a ir a charlar con un señor marroquí que arma su
tenderete de baratijas y adornos femeninos y tiene sus ribetes de filósofo epicúreo. “Toma, una calavera”, me ofreció
como presente cuando me acerqué a su puesto. Me puso en la mano una figurilla
del tamaño de un garbanzo, pero de un imposible color morado. “Toma, unos
pistachos”, correspondí yo, ofreciéndole un puñado de los que acababa de
comprar.
Volvía yo con mis arreos de andar por el monte y le pareció un placer sutil el hecho de que hubiera descabezado un sueñecito bajo un roble, en mitad del bosque. Según él dice, debemos ser bastante semejantes en nuestra apreciación de la vida y la valoración que hacemos de los bienes materiales. No es tanto – según él – la abundancia de posesiones, como el disfrutar de lo que tengamos, sea mucho o poco.
Volvía yo con mis arreos de andar por el monte y le pareció un placer sutil el hecho de que hubiera descabezado un sueñecito bajo un roble, en mitad del bosque. Según él dice, debemos ser bastante semejantes en nuestra apreciación de la vida y la valoración que hacemos de los bienes materiales. No es tanto – según él – la abundancia de posesiones, como el disfrutar de lo que tengamos, sea mucho o poco.
Y, para colmo, debe tenerme en muy alta estima estética, pues da por
supuesto – y no le desengaño – que vivo en una casita baja, con jardín, donde
yo monto mi caballete de pintura. Me hace tanta ilusión verme imaginado como un
Monet que no quisiera sacarle de su error. Ya es bastante dura de por sí la
puñetera realidad, aguantando los despropósitos y los atropellos urbanísticos
cuando callejeo por el pueblo. Un poquito de autoengaño también ayuda a
sobrellevarlo…
Como doctor arquitecto que soy, tras estudiar una carrera de 10 años en la Universidad Católica de Bogotá (también conocida como la Universidad politécnica Católica de Bogotá) y con numerosos cursos a mis espaldas de másteres de construcción y materiales de edificación tradicional, así como ponencias en las más prestigiosas universidades del MUNDO (Madrid, UCLA, La Soborna, Manchester City University, Milán y San Pedro de Ciudad de El Vaticano), permítame que le corrija humildemente: Los muros de las casas de su pueblo se hicieron con mampostería no sillarejo. Creo que es de justicia hacer esta observación. Por lo demás, todo se lo acepto. Un saludo.
ResponderEliminarGracias,don Hiper, por su contribución científica.
EliminarY
Sr. Aguirre, sus crónicas son una azaña, una tras otra, de buen gusto, certero juicio y buen decir y no tienen precio para el corazón de este simple admirador que le agradece siempre las molestias que se toma para darnos lo mejor. Gracias
ResponderEliminarJopé, Mac, me anonadas... Moderate un tantico.
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