No es que el recién pasado año 2017 – en opinión de quien esto escribe
– merezca el esfuerzo de ser recordado.
Ni éste que acaba de empezar lleve trazas de merecerlo en cuanto finiquite; el
tiempo lo dirá. Pero uno y otro tienen algo en común: sendas celebraciones. El
pasado año se debería haber celebrado – teóricamente, porque a nadie pareció interesarle
– el centenario de la Revolución Bolchevique y la instauración del comunismo.
Esa utopía milenarista de tan corto recorrido, promisoria del paraíso para los
parias en la tierra, y que tanto asustó (por poco tiempo, es verdad) a nuestro
sistema capitalista. Y este año que ha empezado a rodar tiene, también, una
celebración pendiente: el cincuenta aniversario de Mayo de 68. Ya veremos si
alguien se acuerda. De momento, en Francia, ni los escolares recuerdan al gran
filósofo de aquel momento: Jean Paul Sartre.
Un servidor, como niño de derechas que fue, de los comunistas sólo
sabía que comían curas y tenían rabo y cuernos. El imaginario popular franquista
no daba más de sí y hube de esperar a la universidad para alcanzar el aggionamento ideológico. En cuanto a
Mayo del 68, también este portazo histórico me pilló a traspiés: estaba a punto
de terminar la mili con el grado y empleo de cabo furriel. Hacer estadillos
para la cocina, repartir chuscos a la tropa y llevar el cuadrante de servicios
fueron actividades que aplastaban la imaginación bajo las ordenanzas y la
burocracia cuartelera. Pasó bastante tiempo hasta que me enteré que Sous les pavés il-y-a des playes.
Ser de familia católica de derechas y defender a la patria repartiendo chuscos me frustraron la ansiada progresía a la que aspiraba mi generación. Por su culpa, me quedé en reaccionario de izquierdas y jubilata descreído. Descreído de todos los credos y sus estrecheces mentales. Aunque, como buen marrano, hago como que creo en los dogmas imperantes y sobrevivo en mi rincón.
Ser de familia católica de derechas y defender a la patria repartiendo chuscos me frustraron la ansiada progresía a la que aspiraba mi generación. Por su culpa, me quedé en reaccionario de izquierdas y jubilata descreído. Descreído de todos los credos y sus estrecheces mentales. Aunque, como buen marrano, hago como que creo en los dogmas imperantes y sobrevivo en mi rincón.
Y, puesto que para sobrevivir en nuestro medio social hay que tomar credo
y partido, no los hay mejores que aquéllos previamente condenados al fracaso.
Te liberan de la obligación del triunfo y de la frustración por no alcanzarlo.
Por eso, con la brizna de idealismo que siempre germina en los descreídos, este
jubilata, desde su juventud, tomó partido por ese Sócrates irónico, marrullero,
incontinente verbal, partero de ideas, que liaba al personal hasta hacerle
aceptar como propios argumentos que él, previamente, había puesto en su
boca. No es extraño que, en el Gorgias,
el retórico Callicles le reprochara esa absurda afición a la filosofía: Mas cuando veo a un anciano filosofando
todavía y que no ha renunciado a ese estudio, le considero merecedor de ser
castigado con el látigo, Sócrates. El nefando ministro Wert debió tener
presente aquella advertencia al demediar las humanidades en el currículo
escolar. Así los niños no serán inútiles filósofos, sino hábiles consumidores.
Y, como si fuera una premonición, Callicles ya le advierte al viejo
Sócrates de que cualquier sicofante podría acusarle de haberle causado un
perjuicio y dar con sus huesos en la cárcel: Y cuando comparecieras ante los jueces, por vil y despreciable que
fuera tu acusador, serías condenado a muerte si le pluguiera… De esa
advertencia a beber la cicuta, solo había un paso que Sócrates dio con
entereza. Él no lo lamentó y nosotros tampoco, porque nos quedó uno de los
diálogos platónicos más hermosos: Fedón,
o de la inmortalidad del alma. Claro que, opinará el improbable lector,
esas viejas historias no son tan aleccionadoras como la de oír al señor Rato,
ante la comisión del Congreso, dando caña a Sus Señorías, a propósito del
hundimiento de Bankia: ¡Es el mercado,
idiotas!
Cuestión de idiocia colectiva, esa de no comprender que los dineros
públicos están para tapar errores del sistema. Eso lo saben el señor Rato y el
selecto club del Ibex-35. Lo que, a lo mejor no saben, o les importa un carajo,
es que Mayo del 68 ya no es más que el abuelo marchoso del 15 M, del que quedan
algunas consignas reconvertidas en slogans, buenos para imprimir en una
camiseta con aquello del prohibido
prohibir y similares.
Y, como de divagaciones se trata aquí, acaba de venir a la memoria la
noticia que dio el otro día un plumífero de la Prensa pesebre: El cadáver presentaba lesiones compatibles
con un atropello. Lo que me hizo recordar aquella otra noticia de hará por lo menos un año, en la que se decía que el cadáver presentaba heridas incompatibles
con la vida. Un servidor querría ser compatible con estos desbarajustes
idiomáticos, pero como ha leído en su momento El dardo en la palabra, de don Fernando Lázaro Carreter, a más de Viajes con Heródoto, de Kapuscinski, sabe que el periodismo es otra cosa, así que sus gustos resultan incompatibles con los voquibles de la prensa de mogollón. Ya hace
bastante con entretener al personal a fuerza de decir poco, para no aburrir.
Ve a ver, The Post, los papeles del Pentágono, ahí se ve qué es el periodismo.
ResponderEliminarA ver te dejo esta pole faileada por aquí.
ResponderEliminarSr. Jubilata, mis respetos y decirle que Sócrates en estos tiempos bebería Coca-Cola en ved de cicuta jajaj muchas gracias por los ratos que nos hace pasar a mi esposa y a mi que lo leemos juntos a la luz de un brasero a la espera de sus gases tosxicos. Salud, señor.
ResponderEliminar