Como en años anteriores, éste nuevo que acaba de comenzar, me he hecho propósitos parecidos, pero con la intención de no cumplirlos. Puede parecer una pérdida de tiempo y una inconsecuencia, sin embargo, tiene su lógica. Llevo toda la vida haciendo buenos propósitos para cada año nuevo que comienza, y jamás he conseguido llevarlos a término. Por eso, he pensado que sería más consecuente, a la vista de la experiencia acumulada, hacerlos y no cumplirlos a propio intento. Así soy fiel al rito anual y me evito el cargo de conciencia por el incumplimiento. Prometo y no cumplo (como la casta política), pero sin intención de engaño. Lo cual da una gran tranquilidad de espíritu y sosiego interior, tan necesarios para entrar con pie firme en las kalendas ianuarias y en las utopías sociales que nos trae la posmodernidad y que vienen pegando fuerte.
Y uno de mis propósitos más firmes es convencerme de la bondad de esa
terminología de la posverdad. Herramienta que sirve para readaptar la vulgar
realidad a un mundo de virtualidades donde las cosas no aparezcan tal como
debieran ser sino como convenga que sean. No sé si el improbable lector me
entiende. Porque la tendencia es forjar un mundo sin disidencias, apto para producir
y consumir. Lo cual se consigue mediante el acreditado procedimiento de no
llamar a las cosas por su nombre y renombrarlas, a ser posible, con tecnicismos
sacados de la angliparla para integrarlos en el acervo común.
Nombrar la realidad es tanto como definirla, eso lo sabían ya los peripatéticos
de la Academia ateniense hace 25 siglos. Y si la realidad es lo que nosotros
decimos de ella, si ocultamos la precariedad laboral, la injusticia, la
desesperanza, las emigraciones forzosas, la avaricia de los poderosos bajo un
lenguaje impersonal y descafeinado, tendremos un mundo feliz, un parado
satisfecho, un marginal contento con su suerte, un jubilata que no piensa, un
emigrado olvidado en su patera y miles de individuos con pensamiento hueco. Pero para
eso hay que empezar por crear una utopía donde instalarnos: una Sinapia, una Tabarnia o una Catalunya Llure, tanto más da cómo se la
llame: lo importante es que nos creamos una a nuestra medida.
Una vez creada y creída esa utopía – eutopía para los adeptos – nos
instalaremos en ella como la Mildred Montag de Fahrenheit 451 dentro de su televisor interactivo. Interactuemos
con los programas programados al caso hasta descubrir que las ficciones de la tele, las falacias de la prensa adicta y la propaganda del sistema son
más verdad que la realidad misma. Solo nos queda renombrar la realidad para que
los problemas dejen de serlo por el simple procedimiento de llamarlos de otro
modo. ¿Qué tal, por ejemplo, Nesting?
¿Que el fin de semana no puedes salir de casa a tomarte unas cervezas
con los compis porque el sueldo solo da para la supervivencia? No importa, no
lo llames sueldo de mierda; llámalo Nesting.
Según los gurús del aguántate con lo que tengas, no salir de casa rebaja la
ansiedad e ilumina la mente. No es que no tengas pasta suficiente, es que
quedarse en casa todo el fin de semana alivia mucho el espíritu y da nuevas
fuerzas para currar el lunes.
¿Qué vives realquilado en una habitación de 3x3 con derecho a cocina?
Enhorabuena, no eres un homeless,
estás marcando tendencia Tiny House.
Vives como una rata en su agujero, pero a la moda. Además, es tendencia muy
acreditada desde los tiempos históricos de la antigua Grecia. Ya Diógenes el Cínico vivía en un tonel tan a gusto que hasta se permitió decirle a Alejandro
Magno que se apartara a un lado porque no le dejaba llegar los rayos del sol. Era
un practicante del Tiny house ese en plan pasota y ecologista con
calefacción solar incluida.
¿Que la cale es un lujo que no te puedes permitir este invierno? Es
una percepción errónea y negativa que te hará infeliz. Es cuestión de gestionar
bien el termostato. Tapas las rendijas de la ventana, precintas con papel
adhesivo los quicios de la puerta, te echas dos mantas y ya. Optimizando el termostato alejas el fantasma
de la penuria energética y eres más cool
que la leche.
Claro que, si de verdad quieres vivir feliz y plenamente integrado en
nuestra sociedad, debes practicar el Job
sharing. Compartes el salario y el trabajo y eres la persona más dichosa
del planeta. Trabajas lo mismo, pero por la mitad de sueldo; la otra mitad la
cobra otra persona que curra a tu lado. ¿No es para sentirse feliz? Dos
trabajadores por el precio de uno y un sueldo de mierda a repartir entre ambos.
Aunque esto último no
debes pensarlo porque molestaría al señor Seligman. La psicología positiva te
ayudará a ser feliz con tu suerte y a sonreír ante las estrecheces. Repite el
mantra Es lo que hay, hasta que la
conformidad se instale en tus meninges. Además, también puedes llamarlo salario emocional. Cobras menos, pero
hay buen rollito, puedes tener horario flexible y el empleador no te amarga las
horas de trabajo. Te pagan con buen trato lo que te escatiman del sueldo
porque, al fin y al cabo, el dinero no lo es todo, te dicen quienes acumulan las riquezas.
En esas elucubraciones andaba metido este jubilata la primera madrugada
del primer día del año. Le despertó un olor acre y venenoso que se estaba
colando por la ventana entreabierta. Procedía de un contenedor de papel que hay
instalado en la esquina. Se ve que un conciudadano, en ejercicio de su real
gana y porque le salió del gonadario, le había prendido fuego para festejar el nuevo año.
Negándose a aceptar
que este sea un hecho premonitorio del alcance que tendrá la estupidez humana a lo largo del
año recién estrenado, a un servidor le dio por pensar todo lo que antecede, y así lo
dice.
Mi propósito es no dejarte un solo hilo sin polear.
ResponderEliminarSolo falta una pensión para dos jubiladas
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