Ausculta o fili praecaepta magistri: & inclina aurem cordis tui: & et admonitiones pii patris libenter excipe & efficaciter comple. |
Este jubilata, cual monje laico con su ora et labora agnóstico, está pasando el
confinamiento dedicado a actividades varias. De esas que están al alcance de
gente en edad provecta. Apenas pequeños ejercicios físicos y mentales para desoxidar
articulaciones semi artríticas y conexiones neuronales aún en aceptable rendimiento.
Lo del ejercicio físico es por pura
disciplina. Romper la tendencia del propio cuerpo hacia la molicie, más en tan
largo periodo de inactividad, es como recurrir a aquellos interminables
ejercicios de instrucción militar que hacíamos en el campamento los sorches de
reemplazo. Entonces no lo sabíamos, pero el “Un-dos, un-dos, ¡¡March!! hacía de
nosotros unos hombres de provecho aptos para servir a la patria. Aunque
nosotros, angustiados por la supervivencia en medio hostil, andábamos escasos de conciencia patriótica. Sólo aspirábamos a que, al
licenciarnos, en la cartilla militar nos pusieran aquello de “Valor: se le
supone”, con un ascenso de grado, que yo salí cabo primero en caso de movilización. Un galón tan útil en caso de futuras guerras que, afortunadamente, nunca fueron.
A estas alturas, a los jubilatas no
se nos supone ya nada, ni ardor guerrero ni aptitud laboral; todo se nos da por
hecho, rato y consumado: Vivimos de una pensión y con ella alimentamos el ciclo
de la microeconomía doméstica. Siempre y cuando no nos atrape el coronavirus, claro está.
En cuyo caso, mejor que nos quitemos de en medio para no saturar los escasos recursos sanitarios públicos, siendo como somos viejos inútiles para cualquier servicio. El darvinismo social es un principio
básico del capitalismo de shock al que debemos someternos. …Pero no se trata de
eso esta vez. Nos movemos en el plano de la anécdota y de ahí no debemos pasar.
Decía que los ejercicios físicos
sirven para mantener la disciplina sobre el propio cuerpo, y lo demás: correr
más deprisa que nadie, ser el number one en cualquier prueba física, no
son más que zarandajas de adeptos al sistema competitivo. Pues, que eso… Que un servidor, a
las siete y media de la mañana, está subiendo y bajando escaleras, hasta
sobrepasar los setecientos escalones (de subida, claro); o en su defecto, subiendo
pisos (y bajándolos) hasta llegar a los 34. Luego, ducha y desayuno, y todo un
día por delante.
Respecto al asunto del
entrenamiento de las neuronas, resulta bastante más agobiante, la verdad sea
dicha. Tantas actividades como surgen y te proponen a diario, llegan a acogotar
un poco. El otro día estuve haciendo un listado de todas las propuestas que
recibo para ocupar mi tiempo de confinamiento y por poco caigo en una depresión
por sobreabundancia de tareas. Surmenage, decíamos cuando éramos jóvenes
y con francés en el bachillerato; ahora que somos todos pseudo angliparlantes,
decimos stress.
Vea, vea el improbable lector la
relación de tareas:
Aparte las clases de Antropología por
videoconferencia, los martes por la mañana, y las partidas de ajedrez rápidas
(tres días a la semana), más la del torneo de lentas, están los cursos y
conferencias que envían desde la UNED Senior, más los vídeos sobre conferencias
o restauración de pinturas del Museo del Prado (muy interesantes), que envían
los Amigos del Prado, más las clases de encuadernación videoconferenciadas de los
lunes por la tarde… Más los enlaces que envía el amigo Chus, o los artículos de
El País o El Mundo, de Guillermo. Más toda la información que intercambiamos (muchas veces inútil,
cuando no simple basura) amigos, familiares y conocidos, con que nos bombardeamos mutuamente vía guasap.
Eso sin contar los
tres libros en lectura que llevo al retortero (en estos días: Umbral – La rosa y el látigo -,
Harari – Homo Deus -, Cervantes – Don Quijote -), más algunos
artículos que leo en un agregado de noticias de Internet, más los números
atrasados de Le Monde diplomatique; más los cuadernos de La Aventura de la
Historia, a la que estamos suscritos… ¡Un sinvivir! Lo cambiaría todo por una
caminata por los robledales de Rascafría con la fresca de la mañana.
A pocas semanas más que dure el confinamiento, acabaremos adquiriendo hábitos de monje de clausura y sintiendo fobia del mundo
exterior. Ni las caceroladas nos sacarán de nuestro ensimismamiento, ni la kale
borroka de la gente guay y su trapío rojigualdo tan celtibérico. Ni siquiera haremos caso de humoristas perspicaces.
Como el Cándido de Voltaire, seguiremos cultivando nuestro huerto interior: Tace et siste.
Como el Cándido de Voltaire, seguiremos cultivando nuestro huerto interior: Tace et siste.
Inclina aurem cordis tui: Por ahí empiezo:mi corazón me dice que eso es un programa que ni para notarías. Lo que sí me ha parecido muy interesante es el ejercicio mañanero antes de nada y luego, desayuno etc. Creo que voy a copiártelo, ¡pero ya!; que luego se me hace muy cuesta arriba empezar con las contorsiones. Lo que no sé es, en caso me atreviera con los escalones, si los vecinos empezarían a mirarme como opositor a recluído en Leganés, como decíamos cuando éramos recién lilis y felices como vacas No sé.Enhorabuena por tánta energía, en todo caso.
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