miércoles, 20 de mayo de 2020

Covid-19 enclaustrado.-

Ausculta o fili praecaepta magistri: & inclina aurem cordis tui: & et admonitiones pii patris libenter excipe
& efficaciter comple.

Este jubilata, cual monje laico con su ora et labora agnóstico, está pasando el confinamiento dedicado a actividades varias. De esas que están al alcance de gente en edad provecta. Apenas pequeños ejercicios físicos y mentales para desoxidar articulaciones semi artríticas y conexiones neuronales aún en aceptable rendimiento.

Lo del ejercicio físico es por pura disciplina. Romper la tendencia del propio cuerpo hacia la molicie, más en tan largo periodo de inactividad, es como recurrir a aquellos interminables ejercicios de instrucción militar que hacíamos en el campamento los sorches de reemplazo. Entonces no lo sabíamos, pero el “Un-dos, un-dos, ¡¡March!! hacía de nosotros unos hombres de provecho aptos para servir a la patria. Aunque nosotros, angustiados por la supervivencia en medio hostil, andábamos escasos de conciencia patriótica. Sólo aspirábamos a que, al licenciarnos, en la cartilla militar nos pusieran aquello de “Valor: se le supone”, con un ascenso de grado, que yo salí cabo primero en caso de movilización. Un galón tan útil en caso de futuras guerras que, afortunadamente, nunca fueron.  

A estas alturas, a los jubilatas no se nos supone ya nada, ni ardor guerrero ni aptitud laboral; todo se nos da por hecho, rato y consumado: Vivimos de una pensión y con ella alimentamos el ciclo de la microeconomía doméstica. Siempre y cuando no nos atrape el coronavirus, claro está. En cuyo caso, mejor que nos quitemos de en medio para no saturar los escasos recursos sanitarios públicos, siendo como somos viejos inútiles para cualquier servicio. El darvinismo social es un principio básico del capitalismo de shock al que debemos someternos. …Pero no se trata de eso esta vez. Nos movemos en el plano de la anécdota y de ahí no debemos pasar.

Decía que los ejercicios físicos sirven para mantener la disciplina sobre el propio cuerpo, y lo demás: correr más deprisa que nadie, ser el number one en cualquier prueba física, no son más que zarandajas de adeptos al sistema competitivo. Pues, que eso… Que un servidor, a las siete y media de la mañana, está subiendo y bajando escaleras, hasta sobrepasar los setecientos escalones (de subida, claro); o en su defecto, subiendo pisos (y bajándolos) hasta llegar a los 34. Luego, ducha y desayuno, y todo un día por delante.

Respecto al asunto del entrenamiento de las neuronas, resulta bastante más agobiante, la verdad sea dicha. Tantas actividades como surgen y te proponen a diario, llegan a acogotar un poco. El otro día estuve haciendo un listado de todas las propuestas que recibo para ocupar mi tiempo de confinamiento y por poco caigo en una depresión por sobreabundancia de tareas. Surmenage, decíamos cuando éramos jóvenes y con francés en el bachillerato; ahora que somos todos pseudo angliparlantes, decimos stress.

Vea, vea el improbable lector la relación de tareas:
Aparte las clases de Antropología por videoconferencia, los martes por la mañana, y las partidas de ajedrez rápidas (tres días a la semana), más la del torneo de lentas, están los cursos y conferencias que envían desde la UNED Senior, más los vídeos sobre conferencias o restauración de pinturas del Museo del Prado (muy interesantes), que envían los Amigos del Prado, más las clases de encuadernación videoconferenciadas de los lunes por la tarde… Más los enlaces que envía el amigo Chus, o los artículos de El País o El Mundo, de Guillermo. Más toda la información que intercambiamos (muchas veces inútil, cuando no simple basura) amigos, familiares y conocidos, con que nos bombardeamos mutuamente vía guasap. 

Eso sin contar los tres libros en lectura que llevo al retortero (en estos días: Umbral – La rosa y el látigo -, Harari – Homo Deus -, Cervantes – Don Quijote -), más algunos artículos que leo en un agregado de noticias de Internet, más los números atrasados de Le Monde diplomatique; más los cuadernos de La Aventura de la Historia, a la que estamos suscritos… ¡Un sinvivir! Lo cambiaría todo por una caminata por los robledales de Rascafría con la fresca de la mañana.

A pocas semanas más que dure el confinamiento, acabaremos adquiriendo hábitos de monje de clausura y sintiendo fobia del mundo exterior. Ni las caceroladas nos sacarán de nuestro ensimismamiento, ni la kale borroka de la gente guay y su trapío rojigualdo tan celtibérico. Ni siquiera haremos caso de humoristas perspicaces. 

Como el Cándido de Voltaire, seguiremos cultivando nuestro huerto interior: Tace et siste. 

1 comentario:

  1. Inclina aurem cordis tui: Por ahí empiezo:mi corazón me dice que eso es un programa que ni para notarías. Lo que sí me ha parecido muy interesante es el ejercicio mañanero antes de nada y luego, desayuno etc. Creo que voy a copiártelo, ¡pero ya!; que luego se me hace muy cuesta arriba empezar con las contorsiones. Lo que no sé es, en caso me atreviera con los escalones, si los vecinos empezarían a mirarme como opositor a recluído en Leganés, como decíamos cuando éramos recién lilis y felices como vacas No sé.Enhorabuena por tánta energía, en todo caso.

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