Leía este jubilata el día de fin de año un artículo de una
psicóloga adscrita a la progresía feminista. Y era a propósito de los hombres
maduros que transitan del izquierdismo militante, político y/o cultural (o su
pose, que eso no se sabe hasta el devenir de los años), hacia una escéptica conformidad confortable de adaptación al sistema. O sea, en expresión un tanto
desdeñosa de la doña psicóloga cuyo artículo leí, estos individuos se convierten en “señoros”. No acababa yo de
entender el desdén irónico de la tal psicóloga; por lo menos, no en cuanto a
hacer un sarcasmo del macho obsoleto cuya “pichula” ya solo sirve para hacer
“pipí”, en expresión del último ex de la Preysler.
Y no acababa de entender su falta de empatía hacia los pitopausicos
que transitan de la progresía al conformismo, por ser este tránsito algo previsible
y archiconocido. Que aún recuerdo de mi lejana juventud aquel dicho: ser progresista
de joven y conservador de viejo es signo de madurez. Aunque uno, en su
ingenuidad, nunca ha acabado de ver la relación causa/efecto entre el
prostatismo y el conservadurismo. Que un macho viejo tenga el PSA alto no obliga
a ser reaccionario, o “facha”, como se dice ahora. Basta con que sea prudente
al juzgar la época que le toca vivir y se adapte al medio manteniendo su
criterio.
Total, improbable y caro lector, que este fin de año me estuve
devanando los sesos sobre si yo ya había llegado a la edad en que uno debe
dejarse de ilusiones de otro mundo es posible y convertirsme en un apacible
“señoro” de clase media. Y fue francamente fastidioso tomar las doce uvas
mientras uno daba vueltas en el magín a esta cuestión irresoluble. Irresoluble
porque lo del prostatismo no tiene marcha atrás, aunque te empapes de viagra el
torrente sanguíneo, y porque lo de ser reaccionario con la edad es algo que ya
nos viene de serie en la mayoría de los casos.
Con lo cual me desdigo de lo dicho más arriba: en efecto, el
PSA y la próstata, a la par que el conformismo, van engrosando inexorablemente hasta
convertirnos en “señoros”. Y esa señora psicóloga que reparte sambenitos de
señoros carcundas debería ser más considerada con las víctimas de sus hirientes
ironías. Porque lo de devenir señoro está impreso en la degradación de los
genes, y no hay culpa sino predestinación. Al final del trayecto vital, después
de años de ejercicio, uno pasa de machirulo a señoro casi sin darse cuenta.
Así que me dije para mis adentros: Con el año nuevo, ya que no me llega el
presupuesto para machirulo, voy a ser señoro sin complejos, puesto que reúno las
condiciones que hacen al caso. Aquí mi señora, aquí mi señoro, podremos decir
mi santa y yo, como si fuésemos el Mariano y la Concha del inefable Forjes.
Pero ser un señoro a palo seco es un tantico aburrido. A mí, lo
que me gustaría, es ser un señoro que se cisque en el pensamiento positivo, en
los bien pensantes “ofendiditos” en cuanto te sales del recto camino de esa norma social que han dado en llamar la cultura
woke. Me gustaría ser un cerdo de la piara de Epicuro, como don Pío, de quien
celebramos el sesquicentenario. Palabra ésta que uso, sesquicentenario, por
vigorizar un poco el idioma en esta bitácora, que se nos está quedando anémico,
colonizado por la angliparla que corre por las redes sociales.
No me lo tome a mal el improbable lector. Que uno vaya para señoro no significa adscripción al papanatismo biempensante, no al menos siempre que pueda evitarlo.
...Y en esas andamos este año recién estrenado.
Leo por primera vez si blog y me ha gustado. Basta ya de cultura mainstream, que dirían los clásicos, y volvamos a Quevedo. Sabemos que al final Góngora prevalecerá, pero ¡qué leches!, La sartén por el mango la tenemos los ofensores.
ResponderEliminarMuy bien señoro, le damos el paso a los jóvenes y tomen las banderas nuesras
ResponderEliminar