Este sábado pasado tenía pensado
hacer una marcha con el club de montaña por el Alto Tajo, pero la excursión no
cuajó. Un tanto frustrado por quedarme sin disfrutar de aquellos parajes
naturales, decido sustituirla por una paseata por los asfaltos madrileños,
auxiliado por la cámara fotográfica y un pequeño bloc de notas para tratar de
ver con ojos curiosos de paisajista la monótona sucesión de calles, edificios y
grandes vías con las que me cruzaré al paso de mis zapatillas deportivas. Como
el recorrido lo conozco, no llevo mapas ni brújula, aunque sí – deformación de
caminante avezado – tomo nota de las calles por las que camino y los horarios,
así como observo construcciones en ladrillo, cemento o
similares, sin olvidar una referencia a la fauna asfaltícola que puede observarse a
lo largo del recorrido.
La cosa es como sigue: 09:50 a.m.
Salida de casa y subida por Virgen del Val. El viejo mercado de San Pascual lo
están remodelando y pasará a ser explotado por una cadena de distribución
alimentaria muy conocida en el barrio. Al final de la calle, el bar Los Peques
con su pizarra a la entrada, donde cada mañana se escribe un texto curioso. El
de hoy:- “Cariño, después de tantos años, ¿todavía te gusto? – No, todavía no”.
10:06 a.m. Juan Pérez Zúñiga con su parquecillo y la fuente que llamamos “de
Manzanillo”; una especie de pecera de cristal horrorosa, iniciativa del antiguo
alcalde Álvarez del Manzano. 10:15 a.m. Esquina con Arturo Soria. Sigue en pie,
como patrimonio protegido, el antiguo chalet
ALMA (en el frontispicio). Uno de los escasos vestigios de la Ciudad
Lineal diseñada por aquel célebre arquitecto. Desmantelado su pequeño parque, el
edificio es un esqueleto triste y sin alma donde seguro que los huesos de don
Arturo no encontrarían reposo.
La calle Arturo Soria es, hoy día,
una vía saturada de tráfico, en la que las antiguas casas individuales han sido
sustituidas por bloques de lujo y chalés adosados. Apenas quedan restos de los
viejos pinares, aunque conserva bulevares arbolados todo a lo largo de su
recorrido. En el cruce con Hernández Tejada, un muchacho negro vende bolsas de
pañuelos en el semáforo a los conductores. Es el primer espécimen de este tipo
que veré a lo largo del recorrido. El resto de la fauna bípeda local son
paseantes madrugadores, con abundancia de jubilados y monjas. Sorprende la
cantidad de instituciones religiosas que hay en esa calle, en un alarde de interpretación interesada que, del mandato sobre la pobreza evangélica, predicaba su fundador hace veintiún siglos. Se ve que la fuerza del mensaje se ha diluido un tanto con el paso del tiempo.
10:50 a.m. Cuesta del Sagrado
Corazón. Cruce sobre la M 30. Desde el puente, una panorámica del primer gran
proyecto de ingeniería viaria que tuvo Madrid. Kilómetros de asfalto de sur a
norte, como una enorme arteria por la que circula el torrente de vehículos que,
cada mañana, forma trombos y atascos.Hoy no, que es fiesta.
La Cuesta emboca en Caídos de la División
Azul, donde las casas elegantes viven discretamente tras sus ventanas. El
caminante está de paso y allí solo es un extraño, indiferente a las
heroicidades a que alude la calle y a la burguesía que allí habita. 11:15 a.m.
Pza. Duque de Pastrana, que cruzo de cuatro zancadas para entrar en la calle
Dolores Sánchez Carrascosa. A la espalda de la plaza, un curioso edificio con
bóvedas bulbosas al que nunca me he acercado.
En seguida, Mateo Inurria, que me
lleva hasta la plaza de Castilla, 11:19 a.m. Allí, el gran depósito del Canal
YII, el pirulí dorado e inútil de Calatrava en medio de la plaza, y las dos
torres inclinadas que llaman Puerta de Europa.
La Castellana, 11:22 a.m., con
pocos viandantes y menos tráfico. En la esquina con Alberto Alcocer, un pobre
renquea sobre su muleta mientras pide en el semáforo. Los conductores cierran la
ventanilla. El negocio de la mendicidad no es precisamente el de las pasadas Torres Kio, donde
los Albertos dieron el pelotazo. 11:37 a.m. Estadio Bernabeu, varios
desangelados Homer y Bart Simpson de
goma espuma y otros industriosos de la supervivencia intentan sacar unas perras
a los devotos que visitan la catedral del futbol. Estos modestos emprendedores
autónomos tienen poco que hacer frente a la máquina financiera de Florentino Pérez y sobreviven de las migajas.
11:56 a.m. Joaquín Costa. Como
quien dice, acabo de doblar el cabo y mi camino toma la orientación de mi
barrio. Pero antes hay que pasar por la plaza República Argentina, con la
fuente y sus delfines saltarines. Cuando aquel asunto Matesa del franquismo, se
dijo que era igual que esta fuente: todos los peces gordos estaban fuera. Igualito que ahora. Parece
como si no hubiera pasado el tiempo.
En la esquina de Serrano, una mujeruca con abrigo talar y pañuelo a la cabeza se empeña en el oficio de reunir algunas monedas en el semáforo, mientras los conductores ponen cara de estar en otros asuntos. En el 48 de Joaquín Costa, un monasterio cisterciense de RR. MM. Bernardas. El lugar más sorprendente y a despropósito, por lo céntrico y ruidoso, para un monasterio de clausura.
En la esquina de Serrano, una mujeruca con abrigo talar y pañuelo a la cabeza se empeña en el oficio de reunir algunas monedas en el semáforo, mientras los conductores ponen cara de estar en otros asuntos. En el 48 de Joaquín Costa, un monasterio cisterciense de RR. MM. Bernardas. El lugar más sorprendente y a despropósito, por lo céntrico y ruidoso, para un monasterio de clausura.
A las 12:11 a.m. en Avenida de
América. De aquí, de cabeza al metro.
Temperatura durante el circuito: en torno a los 9
grados. Cielo despejado y viento suave y fresco. Paisaje ciudadano: sucesión
interminable de asfalto, edificios dispares estética y funcionalmente. Fauna:
bípedos aislados o en grupos dispersos, algunos sobreviviendo en condiciones
adversas. Paisaje sonoro: ruido de vehículos de tracción mecánica y fragmentos de
conversación al paso; ocasionalmente, un zureo de paloma. Paisaje olfativo:
ligeramente acre; a veces, bocanadas de aire fresco. Impresión general: sábado
por la mañana y nada que hacer.