No sé si por la tele o por algún periódico, me he enterado de que Sakira va a ser la burbuja dorada que alegre nuestras navidades de cava y turrón de supermercado, que a poco más vamos a llegar en nuestros dispendios.
Pues bien, aunque uno anda ya por edad provecta, reconoce su fascinación por el culín de la burbujita de las próximas navidades. Así que, por qué no, hablemos de culos y de prensa.
Allá en los años sesenta del siglo pasado, las alusiones literarias al trasero humano se resolvían en cultos eufemismos que enmascaraban tan rotunda realidad. La culta perífrasis latina que lo definía como ea corporis pars quae nominare non convenit, o sea, “esa parte del cuerpo que no es conveniente nombrar”, tenía su correlato castellano en el famoso dicho: “aquel lugar donde la espalda pierde su honesto nombre”. Éramos entonces muy educados, pero incapaces de llamar culo al culo; esto es, incapaces de llamar por su nombre a las cosas que de verdad importaban.
Bien mirado, aquellos, eran tiempos de subterfugios e hipocresía social; mientras que estos actuales, son tiempos de desinhibición y prensa gratuita.
¡Qué gran invento, eso de la prensa gratuita! El ciudadano de a pie ya no tiene excusas para sacudirse las telarañas mentales mientras viaja en el transporte público. Siempre tendrá a mano un periodiquillo, con grandes titulares, que le informe de la más acuciante actualidad.
Porque ¿qué actualidad puede haber más acuciante las próximas navidades que los vaivenes del culo de Shakira? Esa cantante contorsionista, de culito respingón y carnes bien dispuestas, que es un monumento de utilidad pública. Porque, desengáñese el improbable lector, los traseros de los famosos son un bien público, patrimonio cultural de la sociedad del ocio. Esas nalgas prietas, de simétrica perfección, son un logro social del que todos nos sentimos copropietarios; aunque, por tratarse de un bien escaso, su disfrute queda en manos de unos pocos privilegiados.
El glúteo, digan lo que quieran los pudibundos -si alguno queda-, es el nuevo objeto de culto de la sociedad de la imagen y, en cuanto ideal erótico, un valor intrínseco en sí. Aunque, también es cierto que los traseros más celebrados –ahí está la prensa, que informa y no miente-, están sometidos a las fluctuaciones del mercado por razones externas a su propia esencia, como son la publicidad y la fama. No obstante, aunque se puede especular con su valor de mercado, no ocurre así con su valor estético: éste no es mensurable en euros o dólares. Porque no todo es vil metal: una cosa es la configuración, turgencia y proporción de los traseros de Mónica Belucci o Jennifer López -pongamos por caso- y otra muy distinta la fama, y por ende, el caché de sus propietarias.
Traseros famosos los hay para todos los gustos: masculinos como el de Antonio Banderas o Eduardo Noriega; femeninos, como los de las ya dichas Shakira o Mónica - sin olvidar, para los añorantes, el anca poderosa de Sofía Loren -; y otros muchos que son epicenos o ambiguos, pelo y pluma, de los que la prensa especializada da cumplida cuenta. Todos ellos forman un cosmos de belleza carnal del que bien pudiera abstraerse la noción estética de culo ideal, digna del universo platónico, equivalente a las nalgas de la Venus calipigia, de las que los estetas decadentes siguen enamorados.
Y aunque hay malintencionados que acusan a la prensa de bajas miras, más vale en portada culo de famosa que discurso de político. Por lo menos, en las próximas navidades.
Allá en los años sesenta del siglo pasado, las alusiones literarias al trasero humano se resolvían en cultos eufemismos que enmascaraban tan rotunda realidad. La culta perífrasis latina que lo definía como ea corporis pars quae nominare non convenit, o sea, “esa parte del cuerpo que no es conveniente nombrar”, tenía su correlato castellano en el famoso dicho: “aquel lugar donde la espalda pierde su honesto nombre”. Éramos entonces muy educados, pero incapaces de llamar culo al culo; esto es, incapaces de llamar por su nombre a las cosas que de verdad importaban.
Bien mirado, aquellos, eran tiempos de subterfugios e hipocresía social; mientras que estos actuales, son tiempos de desinhibición y prensa gratuita.
¡Qué gran invento, eso de la prensa gratuita! El ciudadano de a pie ya no tiene excusas para sacudirse las telarañas mentales mientras viaja en el transporte público. Siempre tendrá a mano un periodiquillo, con grandes titulares, que le informe de la más acuciante actualidad.
Porque ¿qué actualidad puede haber más acuciante las próximas navidades que los vaivenes del culo de Shakira? Esa cantante contorsionista, de culito respingón y carnes bien dispuestas, que es un monumento de utilidad pública. Porque, desengáñese el improbable lector, los traseros de los famosos son un bien público, patrimonio cultural de la sociedad del ocio. Esas nalgas prietas, de simétrica perfección, son un logro social del que todos nos sentimos copropietarios; aunque, por tratarse de un bien escaso, su disfrute queda en manos de unos pocos privilegiados.
El glúteo, digan lo que quieran los pudibundos -si alguno queda-, es el nuevo objeto de culto de la sociedad de la imagen y, en cuanto ideal erótico, un valor intrínseco en sí. Aunque, también es cierto que los traseros más celebrados –ahí está la prensa, que informa y no miente-, están sometidos a las fluctuaciones del mercado por razones externas a su propia esencia, como son la publicidad y la fama. No obstante, aunque se puede especular con su valor de mercado, no ocurre así con su valor estético: éste no es mensurable en euros o dólares. Porque no todo es vil metal: una cosa es la configuración, turgencia y proporción de los traseros de Mónica Belucci o Jennifer López -pongamos por caso- y otra muy distinta la fama, y por ende, el caché de sus propietarias.
Traseros famosos los hay para todos los gustos: masculinos como el de Antonio Banderas o Eduardo Noriega; femeninos, como los de las ya dichas Shakira o Mónica - sin olvidar, para los añorantes, el anca poderosa de Sofía Loren -; y otros muchos que son epicenos o ambiguos, pelo y pluma, de los que la prensa especializada da cumplida cuenta. Todos ellos forman un cosmos de belleza carnal del que bien pudiera abstraerse la noción estética de culo ideal, digna del universo platónico, equivalente a las nalgas de la Venus calipigia, de las que los estetas decadentes siguen enamorados.
Y aunque hay malintencionados que acusan a la prensa de bajas miras, más vale en portada culo de famosa que discurso de político. Por lo menos, en las próximas navidades.
Ya sé que usted es hombre, don Juanjosé, y por ello no ha reparado, tal vez, en uno de los mejores culos que ha dado el mundo de la canción: cómo no me refiero al nalguero de Demis Roussos, ese culo siempre oculto por una púdica túnica que nos lo ocultaba. Es cierto que siempre cantaba de frente, a lo sumo de medio lado si el Sr. Lazaróv así lo consideraba, pero el culo del Sr. Roussos allí estaba. Como bien decían algunos fans en su querida Nouvelle Observateur, "Demis, tu culo no olvidamos".
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