jueves, 13 de enero de 2011

A toro pasado.-

Lo normal, cuando un año termina, es echar la vista atrás y pararse un rato a pensar y recordar qué nos ha deparado el año que dejamos atrás. Una recapitulación que se puede hacer desde las hemerotecas, desde los refritos que las cadenas televisivas preparan para la ocasión, o desde esa penosa sensación colectiva que nos ha dejado 2010 de ser el año más lamentable que hemos vivido en mucho tiempo. Pero es algo que dejaremos en manos de quienes mejor saben explicarlo: nos lo darán debidamente digerido y no tendremos que pensar. Luego, cada cual podrá tragarlo o vomitarlo.
Pero no es de eso de lo que quería hablar. Es que a uno se le hincha la vena pesimista y se sale de sus modestos límites de jubilata perplejo. Quería decir que, sorprendido una vez más de haber cambiado de año, casi ni me había dado cuenta de que habíamos casi llegado al meridiano de este mes de enero, el primero de 2011, sin haberme parado a reflexionar sobre el año recién finado ni a hacer propósitos para el actual.
Motivos para la reflexión sobre la vida personal podría sacarlos del diario de cada día (es redundante, pero me gusta) que anoto cada noche, como quien hace examen de conciencia. Es lo que don Miguel llamaba la intrahistoria, la pequeña historia que forjan los seres anónimos carentes de cronistas áulicos que canten sus hazañas. Pero un servidor ha decidido que no, que este año pasado no merece una reflexión personal; que ya ha sido suficiente con vivir el año día a día como para tener que revivirlo por junto cuando daba los últimos coletazos. Además, un servidor no quiere aburrir al improbable lector con monsergas sobre el ingrato 2010. Un servidor se ha limitado a marcalo con piedra negra, a declararlo nefasto y a hacerle una pedorreta.
Pasado y olvidado. Pero ¿Qué hacer con el recién estrenado? Es de obligado cumplimiento hacer propósitos para el nuevo, pero nos han quitado un excelente propósito muy útil por recurrente: dejar de fumar. ¡Daba tanto juego! Entrabas en un bar, pedías un café, encendías un cigarrillo y empezabas a toser, y te jurabas por todos los alcaloides de la solanácea nicotiana tabacum que , tomadas las uvas de fin de año, dejabas de fumar. Por supuesto, no lo cumplías, sobre todo pensando en que así tendrías ocasión de repetir la promesa el próximo fin de año. Ya se sabe: el infierno está empedrado de buenos propósitos.
Y también, lo del fumeteo, junto con las conversaciones sobre el tiempo, resultaba muy útil para rellenar silencios en esos diálogos que se marchitan por falta de asunto. Encendías un cigarrillo y ya tenías algún censor chafardero tirándote de las orejas y tú tratando de justificar el vicio nefando. Eso, de siempre ha animado mucho las conversaciones mortecinas y era un reforzador de la autoestima de los quidam inquisitoriales.
Es una lástima, pero con la ley anti fumadores (Corruptissima republica plurimae leges, que dijo Tácito) nos han quitado la posibilidad de ese buen propósito anual de repudiar a doña Nicotina y dejar de fumar a primeros. Ya no merece la pena. Empujados los fumadores al último rincón de la reserva piel-roja, somos especie a extinguir. Yo ya ni lo lamento. Desde hace años, mi ingestión de humo de tabaco se limita a una actividad testimonial: uno o dos cigarrillos (como mucho) diarios; eso siempre que el respetable no se me alborote y abandone, escandalizado, esta modesta bitácora de jubilata fumatario que sigue incinerando un cilindrín con el cafelito de media tarde.
Pero, ahora que me doy cuenta, tampoco quería hablar de eso. Se ve que con el cambio de año no me centro, y eso que los Reyes Magos han sido generosos. Entiéndaseme, cuando hablo de los Reyes Magos es por no contradecir el tópico, ya que un servidor hace muchos lustros que dejó de creer en ellos, y algunos menos, en desconfiar de los políticos. Pero allá se van los unos y los otros con sus falacias.
El día de Reyes, junto con el roscón, recibí un par de guantes (regalo pactado, yo regalé un par de zapatos), y tres libros: Todos somos Albert Camus, de Luis Agius, Historia, de Heródoto, e Historias III-IV, de Tácito. Respecto al primero, es más bien el libreto de una obra de teatro que representa a Camus en un momento de crisis vital, y el autor de la obra - de una forma optimista, aunque no lo parezca - parece mantener la tesis de que todos nosotros estamos sumidos en un angustia existencial que nos hace equiparables a Albert Camus. Pero uno, que es jubilata en una gran ciudad, mira a su alrededor y no sabe de nadie que se plantee las grandes cuestiones sobre el Ser, la Nada, el sentido de la Existencia, Dios... y otras grandes abstracciones con mayúscula. Por eso digo que el autor es un optimista, porque cree que todavía somos capaces de pensar en algo que transcienda las rebajas de enero, el voyeurismo impúdico de Gran Hermano y otras preocupaciones tan pedrestres.
Respecto a la Historia de Heródoto, ya iba siendo hora de leerla. Más desde que leí Viajes con Heródoto, de Kapuscinski, maestro de periodistas que merezcan tal nombre, quien salió a descubrir y describir el mundo llevando como bagaje un ejemplar de aquel libro. Si a él le abrió tantos mundos ¿por qué no a mí? La cosa promete largas horas de grata lectura.
Y por fin, las Historias de Publio Cornelio Tácito, en edición bilingüe, que prometen sumergirme en los revueltos tiempos de la Roma imperial bajo el dominio de la estirpe Julia-Claudia. Y, para que se vea lo actual que puede llegar a ser el autor, dejo esta frase suya: "Auferre, trucidare, rapere falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant". Lo que viene a cedir: "A la rapiña, el asesinato, el robo, llaman por mal nombre gobernar, y allí donde asolan lo llaman pacificar". En traducción muy libre, claro.
Que el improbable (y paciente) lector me disculpe, esta vez es que no he conseguido centrarme.

3 comentarios:

  1. Es un gran espacio de inteligentes escritos y placentero de leer.

    Algo poco común...

    Mi saludo desde Argentina, Liliana

    ResponderEliminar
  2. Jajaja!! Excelente! Siga así de "descentrado"...
    Saludos!!!

    ResponderEliminar
  3. Luis Genaro Garralón19 de enero de 2011, 11:13

    Pues sí que te has desperdigado en este... De los tres libro que te han regalado yo me quedaría con el de Historia de heterodoxos, un buen libro.

    ResponderEliminar