Con delicadeza, depositó el violonchelo sobre la mesa, se puso los guantes de cirujano y comenzó a descordar el instrumento. Sin brusquedad, con gesto amoroso, fue desmontando las clavijas del chelo y las puso al lado, sobre una mesita auxiliar. A continuación, desmontó el puente, el cordal y la pica, que depositó junto a las clavijas.
Tomó una segueta y, con la misma seguridad con que manejaba en tiempos el arco del instrumento, empezó a seguetear el clavijero y la voluta, separándolos del extremo del mástil. El violonchelo apenas exhaló un quejido desde su caja de resonancia.
Con un golpe preciso, cargado de energía bien medida, arrancó el mástil y el talón del cuerpo del instrumento. Éste se estremeció, moribundo, y enmudeció. Del cuerpo ya inerte del chelo separó la tapa superior, desencoló el alma que la unía a la tapa posterior y desmontó la faja.
Había colocado las piezas, unas al lado de las otras, como un cadáver descuartizado y las miró largamente. Fue hasta el aparato de alta fidelidad y puso en él un vinilo. Al violonchelo, Jacqueline Dupré interpretaba la Suite para chelo número 2 en Re menor de J. S. Bach. Una angustia profunda le nació al escuchar las primeras notas del preludio. La tonalidad menor de la suite le recordó el sentimiento del que hablaba Rostropovich cuando la interpretaba: chagrín et intensité, pena e intensidad.
Tomó la cuerda cuarta del instrumento, de alma de acero, se subió a una banqueta y ató uno de sus extremos al gancho del que colgaba la lámpara. Se pasó el otro extremo, en forma de lazo corredizo, por el cuello y dio una patada a la banqueta. Cayó a plomo y sus vértebras crujieron. Todavía llegó a oír las primeras notas de la giga final de la suite. Después, nada.
La suite sonaba en el vacío...
Tristeza y contundencia... Muy bueno!!
ResponderEliminarDe verdad que hay composiciones que están para suicidarse... yo no recomiendo escuchar el Adagio de Albinoni en un estado depresivo...
Saludos!!!
Una muerte melodiosa, después de todo...
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