A veces, este jubilata que uno es, es capaz de sentir emociones estéticas que le liberan -siquiera por breve tiempo- de su mísera condición de ameba chapoteando en la charca de la mediocridad ambiente. Cuando esto ocurre, uno descubre que, aparte ser un ente impersonal (forzosamente despersonalizado, diría) útil en cuanto consumidor o dócil receptor de consignas, tiene aptitudes que le rescatan de la dictadura ambiente; esa que hace de la vulgaridad una norma no escrita a la que todos nos plegamos por convenciencia y subsistencia.
Y una de esas aptitudes, que afloran tan de tarde en tarde, es la de sentir en la piel y en el alma la emoción que puede transmitir una pieza musical como es el concierto para piano y orquesta número 3 de Rachmaninov, o la sinfonía "Patética" de Tchaikovsky. Por supuesto, un entendido se sonreiría con suficiencia por mi emocionada declaración de melómano de a pie; no en vano, estos compositores son como las primeras letras que todo aficionado aprende en el alfabeto de la música culta.
La verdad es que, si a uno no le embarga la melancolía al oír los primeros compases de la "Patética", mejor que se dedique a escuchar los 40 Principales. Si oír la voz grave de los contrabajos y la indroducción melodiosa del fagot, acompañados por las violas, con su aire sombrío, en los primeros compases del adagio, no le llenan de emoción trágica a uno, hará muy bien en disfrutar de las canciones de Lady Gaga y ahorrarse los euritos de la entrada al Auditorio.
Así que, lo dicho: uno tiene su corazoncito de melómano de infantería y esteta de fin de semana, y lo declara para conocimiento del improbable lector. Tampoco tiene nada de especial. No se olvide que tanto Rachmaninov como Thaikovsky son tan populares que están al alcance del oído de cualquiera que no tenga alpargatas en lugar de orejas. Popularidad que se volvió contra ellos, ya que hacían una música "fácil", según los sesudos críticos, versados en la gramática de la composición musicial. Entiéndaseme, una música fácilmente asequible a personas con una mínima sensibilidad, pero no lo digo desde el punto de vista de la complejidad en su ejecución, como es la parte pianística del dicho concierto de Rachmaninov.
Este jubilata ignora si habrá una pieza para piano que tenga el aluvión y la complejidad de notas de este concierto número 3. Pero de lo que está casi seguro es que, para interpretarlo, hace falta mover los dedos sobre el teclado con la agilidad de un atleta de alta competición. Por eso, Yuja Wang nos dejó arrobados y con la emoción prendida de sus manos, viéndola derrochar una energía poco imaginable en una criatura menudita y aniñada, con aspecto de chinita de procelana, tan frágil de aspecto era ella.
Porque esta pianista Yuja Wang -que un servidor no conocía- es una muchachita china de veintipoquitos años, un prodigio minifaldero y con botas altas que a este jubilata con costra le alegró las pajaritas. Lo digo porque es la primera vez que veo a una pianista interpretar en una sala de conciertos -tan convencional, con sus músicos de traje oscuro y su público burgués y también convencional- luciendo muslo y usando los pedales del piano desde lo alto de unos tacones de aguja, interpretando con la maestría de un Rubinstein. Pues sí: lucía, desacomplejada, sus bonitos muslos, para alegría de jubilatas en arrobo estético/erótico, como éste que lo cuenta.
Claro que las emociones del jubilata tienen poco que ver con el espíritu comercial de la pianista con manos de diosa y muslos de ninfa. Y es que, en las páginas interiores del programa que te entregan a la entrada, aparece la mocita Yuja Wang con su sonrisa oriental de niña prodigio exótica, anunciando una famosa marca de relojes -de esos que a nuestros políticos les gustaría recibir a cambio de favores- y una archiconocida firma discográfica. Se ve que el sentido de los negocios, tan fuerte en los chinos, no menoscaba la capacidad pianística de la jovencísima Yuja; más bien se complementan en un matrimonio de conveniencia (fama y dinero) que da excelentes resultados.
No sería justo no dedicarle algunas palabras al director, Pietari Inkinem. El improbable lector no se asombre de mi aparente erudición: yo tampoco lo conocía. Un hombre tan joven que, si lo vieses haciendo botellón, no te extrañaría. Pero no, dirigió la sinfonía "Patética" sin partitura, lo que significa un enorme dominio de la obra, aplomo, conocimiento fuera de toda dura. Verle tan joven, tan enérgico en la dirección y dominio de la orquesta, con aquel flequillo que parecía moverse al par de la batura, me producía admiración y envidia a la vez.
Hay personas - Pietari Inkinen y Yuja Wang- que parecen nacer predestinadas para cosas bellas o grandiosas, mientras que otros ni predestinación tenemos; nos quedamos en funcionarios jubilados, y gracias.
Adenda.- He dudado en publicar esta entrada por temor a parecer superficial. A cada momento llegan noticias de Libia con los asesinatos de población civil por parte de los sicarios del enloquecido Gadafi, y los ánimos no están para bromas. Por otro lado, no está mal mantener la normalidad de los actos de cada día, aunque sea colgando un texto intranscendente. Hoy tocaba, y lo he hecho.
Usted se mete impunemente con los seguidores de Lady Gaga y sin duda no sabe que fue cantante de primera linea de jaz, yo le pido que rectifique.la musica clasica me gusta pero pruebe a bailar a su querido tchaikosky un viernes por la noche,yo le pido que rectifique.Creo que los comentarios en internet son libres y si no quiere comentarios contrarios no los admita,yo le pido que rectifique.
ResponderEliminarQué sería de nosotros sin la música!!! Y además la niña está muy bonita... ejem...
ResponderEliminarSaludos!!!