lunes, 25 de julio de 2011

Más andanzas veraniegas.-



Creería el improbable lector, si ha leído en una entrada mía anterior que pensaba ir este verano a lugares donde las conexiones a Internet y telefonía móvil fuesen inexistentes o azarosas, que estaba exagerando. Pues no.

En Soto de Sajambre, aldea al pie de Picos de Europa, para conseguir línea en el móvil, había que subirse a una piedra y esperar con paciencia el santo advenimiento del ángel anunciador de la conexión, cuando se dignaba aparecer. Y no puedo decir que lo haya lamentado mucho. Es más, si uno hace la prueba a vivir desconectado de las mil tecnologías que nos acosan, descubre que sí se puede y que no se echan de menos. En mi caso, en 24 horas, estaba desintoxicado de la dependencia del móvil, del ordenador, del internete este y hasta de la bitácora que tengo tan huérfana últimamente.

Claro que así me pasa. Mis improbables, aunque fieles lectores, se cansan de pinchar en vacío y abandonan, a falta de nuevas entradas, la lectura de esta bitácora pensada para la charla, para dialogar. Que no otra cosa significa su título tan raro: Conloquendi causa, esto es: para dialogar, para conversar. En fin, el diálogo se convierte en monólogo a cargo de este jubilata, ya que el otro término del coloquiando, el receptor que se supone ha de leerlo y comentar si le apetece, está en abonés absentes, como dicen los franceses.

En Sotres de Cabrales, pueblo asturiano incrustado en lo más hondo de Picos de Europa, descubrimos que, para tener línea, debías salir del pueblo y enfilar el comienzo de la carreterilla. Allí podías charlar por el móvil mientras veías los imponentes macizos calizos en frente, si te lo permitían las nieblas y el orbayu, porque solo un día vimos el sol. Y eso para comprobar, horrorizados, que era fin de semana y había más coches por los desfiladeros que procesionarias en un pinar.

Ya imagino que muchos de mis improbables conocen la zona de Cabrales, con Arenas, el municipio más importante. Para subir desde allí a Sotres hay que hacer 14 kilómetros por una carreterilla que pasa por Poncebos, donde termina la garganta del Cares, que tiene su otro extremo en Caín, en el valle leonés de Valdeón. Pues bien, produce susto hacer esa carretera de montaña entre el precipicio y las paredes rocosas, con más curvas que la Loren en sus tiempos mozos y con una pendiente que obliga a meter la segunda en algunos giros donde no se sabe si, del otro lado, sigue la cinta del asfalto o te vas a desmorrar contra los pretiles del borde de la carretera.

Pero lo que más sobresalta, a los cándidos que buscamos sosiego, es ver centenares de coches aparcados por aquellos

andurriales y montones y más montones de senderistas aglomerándose en la ruta del Cares como si fuese procesión de rogativas. Recuerdo -porque uno empieza a vivir de recuerdos- hace treinta años, cuando Teresa y yo hicimos aquella marcha (ida y vuelta) desde Posada de Valdeón, pasando por Cordiñanes y Caín, antes de enfilar la garganta hasta Poncebos, en el lado de Asturias. Podías encontrarte por aquellos vericuetos a dos montañeros y medio, y el resto del camino eran rebecos, soledad y silencio.

En aquel entonces, en Caín, la única energía eléctrica procedía de una fabriquita de la luz que ponían en marcha por las tardes, los prados del pueblo no eran aparcamientos, sino prados de verdad y con vacas, y para llegar allí en conche había que alquilar el Land Rover de casa Abascal. La gente vivía del ganado, de hacer queso picón en las cuevas naturales y de "pelar tila", que así llamaban a la recolección de la flor del tilo cuando era temporada.

Allí conocimos a una señora que era descendiente del Cainejo, aquél célebre paisano que escaló el primero, como guía del marqués de Pidal, el Naranjo de Bulnes. Nos contaba que su abuelo subió descalzo por las peñas y el marqués en alpargatas, y que la cuerda que usaron había ido a comprarla el marqués a Inglaterra.

Pero son éstos otros tiempos, donde cualquier urbanita se viste de Coronel Tapioca y se echa por esos caminos como si fuese en busca del doctor Levingston a lo más intrincado de las fuentes del Nilo. Además, uno ya no tiene edad para ir por los montes pidiendo a las muchedumbres que le abran paso, bastante tiene con soportar los atascos peatonales en la Gran Vía.
Pero aún luce el sol en las bardas.

2 comentarios:

  1. A veces también me asalta una nostalgia del pasado, cuando no existían las computadoras, los telefonitos y todos esos artefactos que nos (in) comunican. Irse a vivir al campo, a un pequeño pueblo de esos... en fin... sueños bobos...

    Albur!!

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  2. Vicente Serrano Moeller1 de agosto de 2011, 0:15

    Oiga, don Juanjosé, que foto más buena y qué bien se ve a mi tía... digoooo, perdón, a su señora. Un saludo desde Argentina.

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