viernes, 21 de octubre de 2011

Por los caminos de Soria.-

Este sábado pasado hicimos una caminata por los páramos sorianos con la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid. Nos movimos por tierras próximas a Medinaceli; tierras resecas, calizas, con extensas parameras en cuyos campos aún amarillean los tallos de las mieses cosechadas el verano pasado.

Comenzamos a caminar en Arbujuelo y enseguida se aprecia que sus tierras son pobres, de sustratos calizos y terrenos arcillosos. La sequía de estos últimos meses hace de estos parajes unos lugares aparentemente inhóspitos. Pero, caminando por estos andurriales, uno se entera que en su subsuelo guardan la segunda reserva natural de agua más grande de la provincia. Al exterior, las calizas dan paisajes resecos, requemados por los calores meseteños, a menos que uno se meta por los barrancos donde afloran las aguas y el verdor aparece por doquier. Pero por los caminos de Arbujuelo no vemos más que matorral bajo, una especie de matas de sabina rastrera. Los campos que están arados son de color pardo-rojizo y, a veces, afloran yesos. Son tierras muy duras para la subsiscencia; no es extraño que los pueblos se hayan ido abandonando por falta de recursos.

Camino adelante, Lomeda es un curioso pueblo en esqueleto. Su caserío es como una osamenta desguarnecida de sustancia y vida. Habitantes hace años que ya no tiene, pero aún se usa para guardar ganado. Tiene la curiosidad este pueblo de su planta en cuadro, en torno a un enorme espacio a modo de plaza. Si se entra en sus casas abandonadas, se ve que las habitaciones han servido para guardar ganado ovino. Toda la explanada que hace de plaza está cubierta de cagalitas de oveja o cabra.
La iglesia, en la parte alta de la plaza, está también abandonada a su suerte. Tiene un modesto retablo desvencijado, un baldaquín con sus cortinajes raídos y medio podres y un coro en difícil equilibrio al fondo de la nave, bajo el que hay una pila bautismal semi empotrada en un rincón del suelo y cubierta con una tapa. Al exterior tiene una regular espadaña tallada en buena piedra, que contrasta con la modestia del conjunto del edificio.
Velilla de Medina, el siguiente pueblo, sí está habitado. Pasa por allí un riachuelo abundante (río Blanco) que alimenta el lavadero, que se ve reconstruido y es lugar agradable para el descanso y la charla. Tiene el pueblo varias fuentes y agua abundante. A la salida, a orillas de un campo en barbecho, una modestísima cruz de fierro con una chapa metálica adosada, toda furruñosa, donde se inscribe el siguiente texto en letras caladas en la chapa: "Cirilo Lopez / falleció de una exha / lación el / 15 de Julio /1901 RIP". Lo de que muriese de una exhalación resulta chocante, hasta que alguien, conocedor de estas tierras, nos dice que la "exhalación" que mató al bueno de Cirilo fue un rayo. Término del que ya habíamos olvidado su significado.
Tiene este pueblo otra curiosidad fúnebre más, y es que junto al modesto cementerio hay una especie de corralito cerrado por tapial (apenas 4 x 4 metros cuadrados), con una puerta desvencijada: allí se enterraba a los suicidas, a los que se les negaba suelo sagrado y la compañia de los otros difuntos, muertos en gracia, se supone.

Avenales es otro pueblo abandonado donde algún vecino ha remozado la casa para los fines de semana; pero el resto son edificios construidos en sillarejo mal trabado, sin techumbres, con las casas desventradas y sus ventanas abiertas a todos los soles y aguas. A través de ellas puede verse un cielo de un azul límpido. A la entrada de este pueblo hay una buena fuente con su alberca, una pequeña pradera verdeante y unos cuantos chopos que están amarilleando. Es un oasis de verdor en la paramera reseca y dura.

Desde el pueblo se baja por un caminito hacia el Barranco de Avenales, enmarcado por roquedos donde pueden verse nidales de buitres. Sus vertientes están cubiertas de encinas y, en el fondo del valle, agreste e intransitable, choperas que explotan en amarillos y dorados intensos.

Terminamos nuestra caminata en Somaén. El paraje es muy hermoso, el pueblo tiene belleza rústica en su conjunto, pero el nuevo caserío remozado que trepa por la ladera es un reflejo de la visión que los urbanitas acomodados tiene de lo que debe ser una vivienda rural. Se han reutilizado materiales de la zona y las casas tienen ese aspecto ruralizante de quien se ha traído la capital al campo. Pueden verse grandes ventanales donde se han montado viejas rejas de antiguos conventos y hasta han reproducido un campanil con su campano y todo.

La verdad, nada que ver con con las viejas casas de labranza que hemos visto en nuestro caminar; ni en sus materiales (sillarejos irregulares trabados con barro y yeso, maderamen de chopo, ventanucos, pequeñas estancias de techo bajo, cuadras para el ganado). Ni funcional ni estéticamente tienen mucho en común. Ahora bien, a nadie le disgustaría tener una casa así de confortable en un paraje tan hermoso.

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