viernes, 21 de septiembre de 2012

El mudito.-

No sé si el improbable lector que tropiece con esta bitácora recordará quién era Carolina Coronado. Era - por si no lo recuerda se lo digo yo - una poetisa romántica, nacida en Almendralejo, en 1820, y casada con un diplomático norteamericano tras romper su promesa de castidad perpetua.
Como genuina romántica, era cataléptica y sufrió varios episodios de muerte aparente, de lo cual le quedó el temor a que la enterrasen durante uno de ellos. Ya se sabe que los románticos estaban sometidos al fatum de la levedad existencial y acostumbraban a morir jóvenes y, a ser posible, trágicamente: Bécquer murió tísico, Larra de un tiro que se descerrajó. El marido de doña Carolina, aunque ni poeta, ni escritor, también murió tras un no muy largo matrimonio.
Hace unos pocos años conocí a una muchacha que era sobrina tataranieta de la poetisa, quien me contó alguno de los recuerdos familiares que le habían transmitido de su lejana abuela. Entre ellos aquel terror a sufrir un enterramiento anticipado. Por eso, cuando murió el marido, lo embalsamó y lo conservó en casa, no fuera a resucitar. Como el cadáver estaba tan quietecito y silencioso, ella le llamaba cariñosamente “El mudito”.
Mira por donde, nosotros, tan poco románticos y sí muy apegados a la vulgar realidad del neoconservadurismo, resulta que también tenemos un “mudito” en el panteón patrio de la Moncloa. Eso, al menos, dicen quienes saben de esas cosas de la política y los políticos, que tenemos un presidente de gobierno mudo o, cuando menos, insensible como un cadáver.
Recordando a la poetisa romántica y su “mudito”, me imagino el palacio de la Moncloa como un panteón donde está enterrado un don Mariano mudito, posiblemente cataléptico y muriéndose a ratos, cada vez que el país da un tropezón o se desbarajustan los palos del sombrajo político que nos tiene montado.
Puestos a imaginar, me imagino el pasmo cuando la doña Espe le espetó que dejaba vacante el puesto de lideresa ("No me echas tú, me voy yo"), poco antes de decírselo ella a la prensa. Me imagino (como no soy ducho en cosas de política, sólo puedo imaginarme cosas) el estado de catalepsia en que debe estar don Mariano con lo de: rescate puede que sí, rescate puede que no… Me imagino la caída de pulso del inquilino monclovita cuando el Mas ese de CIU (3% de mordida patriótica) le puso el otro día ante el trágala de Pasta o Patria lliure. Y me imagino que la mudez le impide reaccionar ante las manifestaciones de descontento por parte de los ciudadanos día sí, día también.
Y, para no alargarme en mudeces y catalepsias, me imagino el día, próximo a llegar, en que el gobierno baje las pensiones. El pasmo que refleje la cara de don Mariano ese día puede que sea similar al que nos presentaron las teles yanquis cuando a Busch II el Nefasto le comunicaron que acababan de cargarse el Trade World Center aquel. Será la última frontera de promesas incumplidas y ya podrá descansar en su catafalco moncloario con el gesto de perplejidad que se le pone cuando le preguntan por qué prometió una cosa y hace la contraria.
Este jubilata, también perplejo ante los avatares de la política y la economía, imagina la fortuna de los españoles si el ilustre y parcialmente difunto de la Moncloa entrara en estado de catalepsia permanente para lo que queda de legislatura. A lo mejor no habría rescate; a lo mejor no bajaban las pensiones; a lo mejor la gente se quedaba más tranquila. A lo peor el país andaría más bajo, si cabe, de pulsaciones, pero, al menos, no se nos saldría el corazón por la boca cada vez que el mudito sale del estado de hibernación y recorta, y recorta, y recorta…
Aparte de eso, ni punto de comparación. Dónde se va a comparar a doña Carolina Coronado, dama tan bella como la pintó Madrazo, con el señor Rajoy y esa expresividad suya de registrador de la propiedad.

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