sábado, 29 de septiembre de 2012

El arte y la vida.-

El domingo pasado fui a dar una vuelta por el mercadillo de numismática de la Plaza Mayor. Durante muchos años he sido modesto aficionado a la numismática y conservo, de aquella afición, una colección bastante regular del centenario de la peseta, pero hace ya tiempo que renuncié a continuarla. No está la Magdalena para tafetanes, ni la jubilación para dispendios superfluos, así que me limito a dar una vuelta de vez en cuando, comprar una colección de la emisión anual de euros del Banco de España y observar ese mundillo.
Cada vez que me acerco por allí acabo echando una parrafada con un viejo amigo que se gana la vida como caricaturista y dibujante de retratos. Nos conocimos en la vieja escuela de Artes Aplicadas de la avenida Ciudad de Barcelona, donde él estudiaba grabado y yo restauración documental. Él es de origen irakí y huyó, siendo joven, de las levas que hacía el dictador Sadán, en los años ochenta del siglo pasado, para alimentar con carne de cañón su guerra contra Irán. Él tenía problemas de comprensión del español y yo le pasaba apuntes de las clases teóricas comunes a ambas especialidades. Mi amigo, a cambio, me hacía caricaturas y me regalaba grabados que aún conservo por algún cajón y que he vuelto a rescatar.
Grabados en tonos grises y negros donde palomas blancas son atravesadas por dardos o huyen de las rejas, en los que se notaba una cierta influencia picasiana. Influencia relativa, ya que me contaba que en los viejos monumentos mesopotámicos de su país estas formas descarnadas y geométricas podían verse en las cerámicas que adornaban las paredes de antiguos templos y palacios.
Nuestra amistad, con intermitencias, lleva en pie unos treinta años. De este amigo irakí siempre me han impresionado los sufrimientos sin cuento que ha vivido en su familia y país, y la sensibilidad artística. Mezcla de ambos – sufrimiento y sensibilidad - es su percepción pesimista del mundo, su convencimiento de que el arte no es mercancía de prestigio para ricos ociosos, y el sentido ético y testimonial del arte.
Charlando el otro domingo, mientras esperaba que algún turista se dejara retratar, me habló del arte como compromiso testimonial con la realidad social. El artista es un testigo que ha de plasmar, a través de su obra, la realidad en su crudeza, el fraude de las expectativas que la humanidad pone en su destino. La lucidez es una obligación del artista y su obra es el documento que refleja, por medio de la percepción artística, el destino de los humanos.
Mi amigo irakí es hombre que ha investigado las diversas técnicas y tendencias de expresión artística y ha experimentado, no solo en el campo del grabado, sino de la pintura, la composición mixta, los materiales plásticos y aquellas formas de expresividad que pueden ser vehículo para plasmar su visión del mundo. Aunque se le puede ver cada domingo en la Plaza Mayor con sus bártulos de caricaturista, lo cierto es que tiene obras colgadas en diversos museos del mundo árabe y ha hecho exposiciones en galerías.
Sin embargo, no es su carrera lo que más me llama la atención, sino esa afabilidad que tiene en el trato, esa ausencia total de odio o rencor, ese sentirse comprometido a usar su arte como herramienta de clarividencia, su necesidad de dar sentido a la vida a través de su trabajo artístico. Es, a mi parecer, un hombre modesto con una visión honrada de la vida.
Uno, que no pasa de ser un jubilata como tantos otros, agradece tener algunos amigos de apariencia corriente pero de una gran riqueza personal. Agradece que, en este muladar macroeconómico donde hozan los gorrines del dinero suculento, haya testigos discretos que levanten la vista del lodazal para ver las puestas de sol. Agradece, en fin, tener amigos, sean como fueren. Y que las amigas me perdonen el malhadado genérico…

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