viernes, 5 de octubre de 2012

Las hijas de Bernarda.-



Un amigo me envía esta foto con el título de “Viernes negro”. A mí me parecen más bien las féminas de la casa de Bernarda Alba. Doña Bernarda, en el extremo más lejano del banco, mira con no disimulado recelo a sus retoños. Éstas se acicalan con peineta y rancia mantilla española a la vez que lucen cacha esplendorosa, porque lo casto y de derechas no quita lo jacarandoso de la carne pecadora y la erótica del poder.

Angustias, Magdalena, Amelia y Martirio, van de riguroso negro, como corresponde al mujerío de carpetovetónica raigambre. Adela, la pequeña díscola, no aparece en la foto de familia. Quizás porque, malaconsejada por sus amistades perroflauta, andaba zascandileando por los alrededores del Congreso el 25-S y terminó en la comisaría tras los palos preceptivos al caso. Una mujer decente - quizás pensó doña Bernarda - no debe dejarse influenciar por la plebe revolucionaria, ni dar un golpe de estado a pecho descubierto. No es propio de mujeres decentes sacar el pecho en público, y los males que le sobrevengan se los tiene merecidos.

Esta foto de familia, si se mira con ojos poco inocentes, es un trasunto de la Carpetovetonia actual por una razón evidente. Porque, para completar el imaginario dramático patrio, falta Pepe el Romano. Si el mujerío que aquí se representa lo consideramos como la quintaesencia de la clase política, Pepe el Romano es la fuerza bruta masculina, la testosterona sin control, el pueblo encabronado. Aun temiéndolo, es el objeto de deseo de las féminas enlutadas en cuanto que aquél posee lo que a ellas les gustaría tener entre las piernas: su voto.

Si Freud hablaba de la envidia del pene en las mujeres, puestos a hacer psicopolítica-ficción, se puede hablar de la envidia del voto en los políticos. El voto, si se atiende a su anatomía política, es una excrecencia genésica que le nace al Pepe el Romano (“el pueblo cabrón”, según don Santos Banderas) cada cuatro años. El introducirlo en una urna es una imagen sexual obvia. Una urna es una matriz en la que entran miles de votos-espermatozoides y éstos sirven para fertilizar la casta política y engordarla de prebendas y mando en plaza durante el periodo que dure su gestación, o gestión, que viene a ser lo mismo.

Si, en pura teoría, aceptamos que la clase política queda representada por este ramillete de hembras de peineta y rosario, y si aceptamos que el pueblo soberano está representado por Pepe el Romano, ese chulapo que se quiere casar con la rica, pero corteja a la guapa, llegaremos a la conclusión que esto no es un drama (como en García Lorca) sino el retablillo de Maese Pedro. Un montón de figurillas de palo y alambre que escenifican una historia de reyes, damas y morisma en la que cada cual hace su papel sin solución de continuidad. Historia que, como siempre se resuelve a su favor, les da gustirrinín a las bernardas del banco político.

Claro que, a fuerza de repetirla con los mismos ganadores y los mismos perdedores, es posible que alguien se harte, decida cambiar el final de la historia y la termine como el rosario de la aurora, como cuando el Caballero de la Triste Figura tiró de mandoble y no dejó títere con cabeza. Todo el mundo sabe que el dueño del retablo, que se hacía llamar Maese Pedro, no era otro que Ginés de Pasamonte, afamado ladrón. Don Quijote hizo muy santamente en desbaratarle el tinglado

Dicho sea lo que antecede sin señalar, que este jubilata se ha entretenido inocentemente haciendo ginecología política por darle un rato al manubrio del ludibrio del bodrio mientras llega, o no, el puñetero rescate ese.

2 comentarios:

  1. María Angustias Sánchez Casta7 de octubre de 2012, 18:01

    Don Juan José, me gustan mucho sus artículos, pero éste no. Demasiado obsceno. Estoy ya preguntándome si no será usted un jubilata verde... Si sigue por esa senda, va a terminar perdiendo muchas lectoras.

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  2. Todo esto, más que un drama, es una tragicomedia que por estos lares ya la hemos vivido: el "rescate" no va a ser otra cosa que un salvavidas de plomo.

    Albur!

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