A veces ocurre. Pasan los días y
uno no tiene nada opinable que echarse al coleto ¿De qué hablaré hoy en mi
bitácora? ¿De política, de políticos, de corruptos…? Tal como está el patio de
Monipodio, viene todo a ser lo mismo. Hemos llegado a tal nivel de confusión
mental que, si nos ponemos a hablar de política no hablamos de los asuntos que
atañen a la política en su expresión genuina, sino de chanchullos, de
respetables mentiras desde la tribuna del Congreso, de tropelías, de sobre
cogimientos y – como diría la ex Lideresa – de
mamandurrias, y otras deyecciones excretadas por esa casta de engañadores
contumaces.
Porque, dicho sólo de pasada, contumacia es lo que define al debate
ese del estado de la
nación. Contumacia en los engaños y falsas promesas,
contumacia en el aferrarse al cargo, contumacia en la ocultación de la
corrupción, contumacia en el “Y tú, más”. Además, uno no acaba de entender qué
necesidad había de un debate sobre el estado de la nación cuando todos sabemos
cómo está la pobrecita: postrada en su camastro y sometida a sangrías,
emplastos y lavativas, que la están matando más los remedios que la propia
enfermedad. Más que debatida, la tienen abatida y sin levantar cabeza.
Un coñazo, francamente, un coñazo
eso de volver sobre esos asuntos. No porque no merezca hablarse de ellos, sino
porque acaban convirtiéndose en un tópico socorrido cuando no se sabe de qué hablar
y, a fuerza de tanto repetirlos, se convierten en lugares comunes y la protesta
pierde el empuje necesario para seguir viva. Mejor se protesta en la calle,
como hacen las diferentes asociaciones ciudadanas que, día sí y día también,
nos recuerdan la gran estafa del sistema, quien nos hace pagar con paro, con
desahucios, con secuestro privado de la salud pública y una lista interminable
de atropellos, la bulimia de los banqueros y especuladores y de los
gobernantes, sus cómplices.
Así que hoy no toca hablar de
política. Estrujándome el magín, pienso: pues podría hablar de caminatas por
los montes. La pasión montañera y caminera, en general, es algo que suliveya
mucho a este jubilata artrítico, quien, con su espíritu de cabra montaraz,
sigue tirando al monte casi cada sábado mientras las articulaciones aguanten y
los músculos tractores tengan la bastante flexibilidad para cargar con este
cuerpo gentil que se ha de comer el crematorio, y con la mochila y otros arreos inherentes al caso.
Al improbable lector que sea más
de fútbol de tele en sillón y cervecita se le hará difícil entender que un tipo
que ya no cumplirá nunca más los 65 y que cualquier año de estos se tropieza
con los 70, ande con el pío de patear montes cada fin de semana que las circunstancias
y la santa se lo permiten. Aferrado al mando del televisor, le resultará
difícil hacerse idea de lo que es
disfrutar de las vistas del Atazar, por un decir, desde lo alto del Cancho de
la Cabeza; o ver las llanadas manchegas desde lo alto del Rocigalgo; o recorrer
el curso del río Perales, río arriba desde el embalse, viendo esas aguas
saltarinas corriendo entre rocas graníticas; o caminar por entre el encinar,
tachonado de enebros, y sintiendo el olor a tomillo, y viendo a los milanos
evolucionar sobre tu cabeza. Eso sí, chupando un frío del carajo, con el moco
colgando y con ese olor a sobaquina que se te pone con el esfuerzo caminero.
Pequeños inconvenientes que se arreglan con una ducha bien caliente al llegar a
casa.
A lo mejor, el improbable lector
preferiría que le hablase de las lecturas actuales, ya que no tengo nada mejor
de qué hablar; o, a lo mejor, preferiría directamente que me callase, pero esta
opción no puede ser, al menos, mientras tenga que colgar la entrada nueva de
esta semana. Luego ya, sí, ya no volveré a molestarle hasta la próxima.
El problema de las lecturas es
saber si el improbable lector de esta bitácora tiene los mismos hábitos de
lectura que este jubilata. Si fuese así, le podría contar mi interés por el
mundo clásico romano, por su sociedad, sus costumbres, sus ritos sociales…, o
por su organización militar. ¿Sabía que existía un matrimonio per usum? Bastaba que una mujer viviese durante un año seguido bajo el techo de un hombre para que aquélla se considerara su mujer legítima; ¿o que se rompía el contrato matrimonial por la simple fórmula de decirle el hombre a su mujer, ante testigos: res tuas habeto et discede: coge tus cosas y márchate? ¿Sabía que a Julio César, en cuanto tomó la
toga viril con diecisiete años, lo casaron
y lo nombraron Flamen Dialis, o sumo pontífice? ¿O que Rea Silvia, la madre de Rómulo y Remo fue virgen vestal y
madre sin concurso de varón, como la virgen María en el cristianismo, y que ambas
tienen en común haber concebido de un dios?
La verdad es que se trata de antiguallas a las que el ministro de
educación Wert miraría con desdén de tertuliano avezado y que al improbable
lector no tienen por qué importarle un cagarro de oveja. Por eso, no hablaré de mis lecturas actuales,
ni de nada más.
Y ahora, sí, ya me callo.
Es verdad. Yo acabo de ver que los arquitectos griegos construyeron el partenón con una suerte de curva en las columnas para que de lejos se vean como si fueran rectas.
ResponderEliminarNo le importa a nadie. En fin.
Me voy a ver el partido del Barcelona!
Albur!
Señor Peregrinopurpura, a mí si me interesa, y le puedo decir que la curvatura se dio para conseguir un efecto ópticoy que de cerca se vieran más esbeltas. Un saludo.
ResponderEliminar