A veces compramos en una frutería
del barrio, regentada por un matrimonio marroquí. Camino de la frutería, en la
misma calle, pero un poco más abajo, un ultraderechista montó hace unos años
una tienda de parafernalia patriótica, llena de insignias rojigualdas y todos
esos adminículos que un español de orden no puede dejar de lucir sin ser gravemente sospechoso de la más aviesa rojez. Verbi gratia: collares y arneses para perro
con la bandera de España; llaveros, ceniceros, pulseras, cintas para atar en el
retrovisor de coche, todo ello con la enseña patria, y otros muchos objetos
perfectamente inservibles, pero muy útiles para españolear con un par de…bien
puestos.
Porque un español en ejercicio de su españolidad a ultranza puede
pasar por ser un hortera acreditado cuando luce esos complementos patrióticos, pero lo hace
para demostrar que tiene más cojones que el cura de Villalpando, al lucirlos.
Dicho sea sin meterse en averiguaciones sobre el volumen gonádico del clero
rural, ni valorar el gusto dudosamente estético del patriotismo ultradextrógiro.
El mal gusto, por racial y españoleante que sea, no deja de ser una horterada de tanto tamaño como los compañones del clérigo de misa y olla que tanta fama dio al
pueblo de Tierra de Campos en tiempos pasados.
Estas semanas, que en la capital
del reino se celebran las corridas de toros de las ferias de San Isidro, al
pasar por delante de la
tienda Patria , he visto en el escaparate un cartel alusivo a
la españolidad de la cosa esa de la tauromaquia. Representa
una cabeza de toro y una leyenda que dice: “ESTO ES ESPAÑA ¡Viva la Fiesta Nacional !”.
De verdad, leído así de sopetón, he sentido como una vaharada de esencia
españolista, me han entrado ganas de cuadrarme en mitad de la acera, levantar
el brazo y dar el grito de rigor: ¡¡Presente!! No lo he hecho porque
soy un rojelio resentido, de esos que critican la encomiable labor de desguace
nacional de los chicos de la Gaviota azul genovesa, aparte que esas cosas del todo por la patria me dejan más
bien al fresco. Quiero decir, que el por Dios, por la Patria y la Tauromaquia
no me motivan gran cosa, solo me admira la pervivencia de tanta vetustez.
Aunque, como se trata de un bien
de interés cultural, me ha picado la curiosidad y he estado huroneando por
Internet, a ver cómo se sustenta (económicamente hablando) tanta cultura como
emana del cornúpeta hispánico. He descubierto la página oficial de la Comunidad
de Madrid, a través de la cual se pueden solicitar ayudas económicas para el
festejo taurino, así como las críticas que la progresía perroflauta, los nacionalismos
periféricos y el rojerío en general
hacen a fiesta de tanta raigambre y “tan nuestra”, que diría La Razón, cargada
de idem.
Según dicen, 564 millones de
euros nos cuesta mantener la Fiesta Nacional – Wert la querría con mayúsculas, y hoy estoy
por complacerle – en sus diversas vertientes (corridas de toros, escuelas de
tauromaquia, toros de fuego, de la Vega, enmaromados, vaquillas y charlotadas en general)
cada año. 47 euros anuales por familia, dicen los que suelen echar este tipo de
cuentas. ERC – que además de republicanos son catalanistas y antiespañoles,
razones para no fiarse de ellos ni de sus números, nos advertiría un patriota –
dice que 700, de los cuales 129,6 proceden de la Comunidad Europea ,
a través de la política agraria común.
Reconozco en esta cifra, de ser
cierta, una admirable justicia poética. El IV Deutschebundesbank Reich, con Mein Frau Merkel
al frente de sus Financepanzers nos está subvencionando la juerga de dar
capotazos al morlaco, muy en contra de su rígida moral luterana, y con grave
escarnio de su tradicional laboriosidad y sentido del ahorro. También la pérfida Albión se
rasca la británica faltriquera para subvencionar con la pasta de la City los ¡Ooolééé! y ¡Viva la puta que te parió! , con que el respetable aclama en el coso al matador
pinturero tras una faena de antología.
Que el improbable lector no me diga que el asunto no tiene bemoles. La banca germánica nos desguaza los logros sociales y nosotros les gastamos las perras en juergas taurinas; los británicos, dueños a contra fuero del Peñón y sus monos autóctonos, pagan la banda de música que interpreta España cañí mientras el maestro y su cuadrilla hacen el paseillo por el albero. Cosas veredes, Mío Çid que farán fablar las piedras…
Que el improbable lector no me diga que el asunto no tiene bemoles. La banca germánica nos desguaza los logros sociales y nosotros les gastamos las perras en juergas taurinas; los británicos, dueños a contra fuero del Peñón y sus monos autóctonos, pagan la banda de música que interpreta España cañí mientras el maestro y su cuadrilla hacen el paseillo por el albero. Cosas veredes, Mío Çid que farán fablar las piedras…
Ciertamente, declarar las
corridas de toros de interés cultural - y que ellos nos las mantengan - es un puyazo en todo lo alto del morrillo
de la culta Europa.
Lástima que el ministro de la Cosa de la Cultura no les haga el salto de
la rana, como lo hacía el Cordobés, delante de sus europeos hocicos. Si a eso le añadiésemos las bendiciones de
monseñor Rouco, más patriótico, imposible.
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