Huyendo de los fastos coronarios de Felipe VI El Preparado, la santa y yo, con escasa vocación de palmeros, hemos puesto asfalto por medio el pasado jueves y hemos ido a visitar Las Edades del Hombre, en Aranda de Duero.
Se trata de la XIX edición y gira
en torno al término cristiano de Eucharistía.
El simbolismo de este dogma se hace coincidir con los alimentos básicos del pan
y el vino, compartidos en comidas de comunidad fraternal, de forma que el
sentido de La Última Cena (del evangelio según San Marcos) es la común unión de toda la
cristiandad en un ágape universal.
Así, la eucaristía sería la acción de gracias por compartir el alimento espiritual que une a todos sus adeptos en un solo cuerpo místico. Y que el improbable lector disculpe por dar estos pespuntes teológicos tan mal hilvanados, pero es que sin comprender este soporte ideológico religioso es difícil entender el objeto de la exposición.
Así, la eucaristía sería la acción de gracias por compartir el alimento espiritual que une a todos sus adeptos en un solo cuerpo místico. Y que el improbable lector disculpe por dar estos pespuntes teológicos tan mal hilvanados, pero es que sin comprender este soporte ideológico religioso es difícil entender el objeto de la exposición.
Dicho esto, y siguiendo con el
atrevimiento de juicio, este jubilata confiesa que salió bastante decepcionado
de la visita. Y esto por dos razones: A pesar de que las diócesis de Castilla y
León tienen una riqueza enorme en arte sacro, en esta muestra uno saca la
impresión (en símil futbolístico) de que se está jugando en segunda división. A
veces, viendo muchas de sus pinturas o esculturas, parece como si las hubieran sacado de
viejas sacristías de los pueblos castellanos más recónditos. Es cierto que hay
una Última Cena de Murillo, o unos
campesinos castellanos, con grandes hogazas, de Vela Zanetti, y otras obras que
el desconocimiento de este jubilata no le ha permitido apreciar debidamente,
pero, en general, uno recuerda anteriores ediciones de una riqueza artística muy
por encima de la muestra actual.
Eso sí, aprendí qué es un bojarte y qué son las lipsanotecas, con lo que mi acervo cultural se vio incrementado en dos términos que difícilmente llegaré a poder usar. De la misma forma que en el museo de arte sacro de Sigüenza, el año pasado, aprendí qué es un oficleido, una especie de bisabuelo de la tuba. Nada como estar jubilado para recrearse en conocimientos perfectamente inútiles.
Eso sí, aprendí qué es un bojarte y qué son las lipsanotecas, con lo que mi acervo cultural se vio incrementado en dos términos que difícilmente llegaré a poder usar. De la misma forma que en el museo de arte sacro de Sigüenza, el año pasado, aprendí qué es un oficleido, una especie de bisabuelo de la tuba. Nada como estar jubilado para recrearse en conocimientos perfectamente inútiles.
La otra razón (y ustedes perdonen la digresión anterior) es que los paneles
explicativos parecen más montados con puro adoctrinamiento ideológico que con intención cultural.
Uno echa de menos un plan museístico que muestre la evolución temática de
la idea Eucharistía a través de la historia, o una preocupación pedagógica
cultural. Lo que aquí parece importar es la justificación del dogma a través de explicaciones
que atañen más a emociones y sentimientos religiosos que a la racionalización
de un concepto de difícil comprensión para un no iniciado. Quien, siendo creyente, entra
convencido, sale convencido. Quien busca arte a través del simbolismo sacro,
sale un tanto decepcionado.
Pero que eso no desanime al
improbable lector que desee ir a visitar la exposición. Solo la visita a los
dos templos donde se ha montado, merece la pena: Santa María la Real, con una
bellísima fachada plateresca adosada, en esplendido gótico isabelino, que está celebrando su
500 aniversario, y donde por las noches uno puede admirar un espectáculo de luz
y sonido. La otra sede, la iglesia de San Juan Bautista, tiene su origen como
fortaleza y conserva una torre almenada. Su fachada, gótica del S. XIV con nueve
arquivoltas ojivales, impresiona. El templo se levanta sobre el lugar donde confluyen el río
Boceguillas y el Duero, con un interesante puente medieval, y se nota su
primitivo carácter defensivo.
Y si uno pasa de sacralidades, dese
un paseo por la almendra que forma la antigua población medieval y dedíquese al
chiquiteo; unas copas de ribera de Duero ante un buen lechazo y una agradable conversación son motivos
suficientes para hacer la escapada. Y si quiere conocer aquellas tierras y
pueblos cargados de arte e historia, está en el lugar ideal. Aranda está justo
en el cruce de los ejes N-S (Burgos-Madrid) y E-O (Soria-Valladolid). La santa
y yo fuimos a visitar el Monasterio premostratense de la Vid y a Peñaranda de
Duero, pero no hay lugar para hablar de ello aquí.
En todos los eventos siempre hay
una víctima olvidada. En este caso, el “picha-gorda”, que es así como, por lo visto, le llamaban
a esa estatua de bronce que representa a un hombre in puris naturalibus, y que estaba, junto a otras, próxima a la
iglesia de San Juan Bautista. Por un pudor mal digerido, la autoridad eclesial exigió
que fuese retirado, a fin que tanta humanidad que le colgaba por entre las
piernas no desdijera del espíritu místico religioso que se desprende de la
exposición de arte sacro.
Lo que no ha parecido entender la clerecía es que,
cuanto más desarrollado el órgano reproductor, más facilidades para cumplir el
mandato bíblico de “Creced y multiplicaos”. Y si lo que hicieron (lo de
retirarlo de su emplazamiento) no fue tanto por el simbolismo fálico cuanto por las
promesas carnales que sugiere, erraron de medio a medio. Si no fuera por los
goces de entrepierna nos reproduciríamos con la misma desgana que los osos panda, y lo de "henchid la tierra" se hubiese quedado en agua de borrajas.
Así que la naturaleza obró con sabiduría, el artista se limitó a dejar
constancia y no hay para qué ponerse estrechos, que luego no cabe.
Pero vaya
Vd. y cuénteselo al señor arzobispo de Burgos que dio la orden de extrañamiento.
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