Estamos viviendo días en que el
término “real” no sabemos si se refiere a la realidad o a la realeza. Lo cierto
es que estamos en proceso de que el país confunda (interesadamente) una y otra,
de forma que no exista la primera sin la segunda. Por eso, este jubilata,
atufado por las vaharadas de incienso con que nos están sofocando los mass
media y por tanto jabón a la violeta con que perfuman los armiños borbónicos, ha
decidido evadirse durante un tiempo de tanto sobo soberano y darse una vuelta por El Matadero.
Qué mejor decisión para olvidar la
realidad que nos fabrican que escudriñar una realidad que nos proponen en Desvelo y Traza. Aquí no es la
propaganda del sistema quien te construye una realidad a la medida de sus
intereses; es el ojo humano, adaptándose a la oscuridad, el que construye
imágenes por la pura necesidad de aprehender realidades, aunque sean imaginarias.
El antiguo frigorífico de El Matadero
es la nueva caverna de Platón donde el espectador – es un decir, porque uno
entra a ciegas – ha de construir, a partir de luces difusas que se van
perfilando a medida que el ojo se acostumbra a la oscuridad, realidades que no
son más que fragmentos de nada rotos por jirones de luz.
Digamos que el nervio
óptico pone en contacto a los espectadores, que juegan a la ceguera desvelada,
con ese pequeño demiurgo que cada cual tiene en su cerebro. Ese diosecillo,
caprichoso como todos los dioses, muestra al adepto en cuya maraña neuronal
vive, imágenes que no se sustentan en la
realidad; racionaliza sensaciones visuales para que el incauto humano, que se
ha prestado al experimento, se auto engañe y busque, desesperadamente, referentes supuestamente sólidos basándose en fantasmagorías. Igualito que
los esclavos de la caverna platónica confundían las sombras de su prisión con
los objetos tangibles; igualito que los mecanismos del Sistema nos imponen
realeza como realidad. A fuerza de insistir, uno acaba por creer en aquello que
ve, y la cosa acaba por existir.
Un servidor tuvo problemas para
alumbrar, con aquellos pocos jirones de luz que se perfilaban en Desvelo y Traza, cosa que tuviera
sustancia; ni siquiera una sustancia tan liviana como la hecha de oscuridades e
hilachas de claridades informes. Si los demás presentes en el experimento veían
fragmentos de mundos al antojo de su imaginación, a ver por qué coños este
jubilata no veía más que manchas lumínicas tan tenues que no le servían ni para
imaginarse el caos primigenio donde la diosa razón aún no había introducido
orden.
Aquello no traía traza de desvelar
mi pobre imaginación, adormecida en un duermevela plano. Al fin, un esfuerzo de
voluntad racionalizadora hizo que la imaginación forjara un mundo con cierto
orden. De repente, una luz como de noche de luna llena, me hizo ver el perfil
de una rama de árbol. A partir de esa realidad provisional, y antes de que la
luna se ocultara entre las nubes que parecían como de tormenta, empezó a
perfilarse el tronco de un grueso roble (centenario como poco) y el ramaje por
entre el cual se apreciaban algunos grises y claridades.
Al fin, el triunfo de
la razón organizó un espacio comprensible por pura necesidad de imponer un poco
de orden en tanto barullo de oscuridades. Ya no me sentí un bicho raro; los
demás veían, yo también.
Salí de este montaje que llaman
“instalación”, pero que también deberían llamar “exposición” en cuanto que el experimento
sigue un procedimiento similar a la exposición de una imagen en una cámara
oscura, un tanto schopenhaueriano. Si al improbable lector no le molesta el
despropósito, claro está. El experimento de Desvelo
y Traza me puso en evidencia que los objetos carecen de existencia real
fuera de su representación; así, el roble centenario que acababa de ver no
tenía más existencia que la expresada a través del fragmento de voluntad
universal y pensante que es un servidor.
Creo que haría bien en no meterme
en experimentos tan raros, que luego se va la cabeza a pájaros y olvidamos lo
esencial: estamos en época de coronación felipesca. Con las negruras patrias y algunos retazos de luces monárquicas iluminaremos nuestra caverna platónica por otros 39 años.
Y tan felices.
Juan José: genial.
ResponderEliminarGratias ago tibi, optime Macellarie.
EliminarPor aquí nos libramos de Fernando VII hace muchos años... no se si sirva de ejemplo...
ResponderEliminarSaludos!!