miércoles, 11 de junio de 2014

Desvelados o reales.-


Estamos viviendo días en que el término “real” no sabemos si se refiere a la realidad o a la realeza. Lo cierto es que estamos en proceso de que el país confunda (interesadamente) una y otra, de forma que no exista la primera sin la segunda. Por eso, este jubilata, atufado por las vaharadas de incienso con que nos están sofocando los mass media y por tanto jabón a la violeta con que perfuman los armiños borbónicos, ha decidido evadirse durante un tiempo de tanto sobo soberano y darse una vuelta por El Matadero.

Qué mejor decisión para olvidar la realidad que nos fabrican que escudriñar una realidad que nos proponen en Desvelo y Traza. Aquí no es la propaganda del sistema quien te construye una realidad a la medida de sus intereses; es el ojo humano, adaptándose a la oscuridad, el que construye imágenes por la pura necesidad de aprehender realidades, aunque sean imaginarias.

El antiguo frigorífico de El Matadero es la nueva caverna de Platón donde el espectador – es un decir, porque uno entra a ciegas – ha de construir, a partir de luces difusas que se van perfilando a medida que el ojo se acostumbra a la oscuridad, realidades que no son más que fragmentos de nada rotos por jirones de luz. 

Digamos que el nervio óptico pone en contacto a los espectadores, que juegan a la ceguera desvelada, con ese pequeño demiurgo que cada cual tiene en su cerebro. Ese diosecillo, caprichoso como todos los dioses, muestra al adepto en cuya maraña neuronal vive,  imágenes que no se sustentan en la realidad; racionaliza sensaciones visuales para que el incauto humano, que se ha prestado al experimento, se auto engañe y busque, desesperadamente, referentes supuestamente sólidos basándose en fantasmagorías. Igualito que los esclavos de la caverna platónica confundían las sombras de su prisión con los objetos tangibles; igualito que los mecanismos del Sistema nos imponen realeza como realidad. A fuerza de insistir, uno acaba por creer en aquello que ve, y la cosa acaba por existir.

Un servidor tuvo problemas para alumbrar, con aquellos pocos jirones de luz que se perfilaban en Desvelo y Traza, cosa que tuviera sustancia; ni siquiera una sustancia tan liviana como la hecha de oscuridades e hilachas de claridades informes. Si los demás presentes en el experimento veían fragmentos de mundos al antojo de su imaginación, a ver por qué coños este jubilata no veía más que manchas lumínicas tan tenues que no le servían ni para imaginarse el caos primigenio donde la diosa razón aún no había introducido orden.

Aquello no traía traza de desvelar mi pobre imaginación, adormecida en un duermevela plano. Al fin, un esfuerzo de voluntad racionalizadora hizo que la imaginación forjara un mundo con cierto orden. De repente, una luz como de noche de luna llena, me hizo ver el perfil de una rama de árbol. A partir de esa realidad provisional, y antes de que la luna se ocultara entre las nubes que parecían como de tormenta, empezó a perfilarse el tronco de un grueso roble (centenario como poco) y el ramaje por entre el cual se apreciaban algunos grises y claridades. 

Al fin, el triunfo de la razón organizó un espacio comprensible por pura necesidad de imponer un poco de orden en tanto barullo de oscuridades. Ya no me sentí un bicho raro; los demás veían, yo también.

Salí de este montaje que llaman “instalación”, pero que también deberían llamar “exposición” en cuanto que el experimento sigue un procedimiento similar a la exposición de una imagen en una cámara oscura, un tanto schopenhaueriano. Si al improbable lector no le molesta el despropósito, claro está. El experimento de Desvelo y Traza me puso en evidencia que los objetos carecen de existencia real fuera de su representación; así, el roble centenario que acababa de ver no tenía más existencia que la expresada a través del fragmento de voluntad universal y pensante que es un servidor.

Creo que haría bien en no meterme en experimentos tan raros, que luego se va la cabeza a pájaros y olvidamos lo esencial: estamos en época de coronación felipesca.  Con las negruras patrias y algunos retazos de luces monárquicas iluminaremos nuestra caverna platónica por otros 39 años.

Y tan felices.

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