El improbable lector sabrá
perdonar el anacronismo y el despropósito de suponer que antaño, antes de la
invención de Internet y las redes sociales – incluso antes de la invención de
la electricidad –, existían blogueros interesados en hablar de lo divino y lo
humano, como actualmente lo hacemos los miles de internautas que nos hemos
montado un blog a la medida de nuestro ego.
Este jubilata lo dice porque se evidencia
una cierta similitud entre ambos casos -como se dirá-, aunque bien es verdad que un poco traída por
los pelos. Piense, sin embargo, el lector, por unos momentos, en el paralelismo
que existe entre aquellos viejos arbitristas de los S. XVI y XVII en nuestras
Españas de los Austria y los tertulianos actuales que, tras sesudos análisis de
la actualidad más inmediata, imparten urbi
et orbi (ya que vamos a hablar de latines…) soluciones clarividentes a las
que nuestros gobernantes no llegan con toda su caterva de asesores.
Estos preclaros tertulianos, como
aquellos arbitristas antañones, desmenuzan,
con bien trabadas razones, los males que nos aquejan y proponen
soluciones que, de ser tomadas en cuenta por los gobernantes, convertirían a
este país en el Reino de Jauja, donde se ataban los perros con longaniza. Pero
ni los arbitristas arbitraron soluciones efectivas para los males del antiguo
régimen, ni los tertulianos actuales dan con una solución que remedie la
decadencia borbónica actual… Pero dejémoslo aquí, que con el cambio de agujas
nos hemos ido por otra vía.
Si al improbable lector se le
dijese que el autor latino Aulus Gellius es al actual bloguero lo que el Homo
Antecesor al urbanita actual, a lo mejor se lo tomaba por mala parte y se
rebotaba. Pero sea paciente, que los jubilatas le damos muchas vueltas a las
cosas y encontramos concomitancias y parecidos donde otros, más apresurados, no
ven más que un patinar de neuronas.
Fue Aulus Gellius un hombre culto
de su tiempo (S II, en tiempos del emperador Adriano), que estudió en Roma
retórica, gramática y filosofía. Para ampliar conocimientos hizo lo que
actualmente podríamos llamar un Erasmus de tres años en Atenas, donde conoció a
los más afamados maestros de la
época. Quiso dejar constancia del cúmulo de lecturas, notas
de curso e investigaciones en un conjunto de escritos que llamó Noctes Atticae (Las Noches Áticas) que forman 20 libros
donde da noticias de todos los saberes que llegó a alcanzar. En el prefacio
dice que “Commentationes hasce ludere ac
facere exorsi sumus” en la campiña
Ática.
Pero no entienda el improbable
lector que se trata de 20 libros llenos de materias abstrusas, sino comentarios
de una relativa brevedad - escritas en latín entreverado de griego -, donde nos habla asuntos comunes de la época y de
conversaciones que tenía con sus maestros y condiscípulos sobre materias de lo
más variado. Sirva de ejemplo éste: nos cuenta la curiosidad de por qué las
mujeres romanas no juraban por Hércules, ni los hombres por Cástor; sin
embargo, unas y otros juraban por Pólux. O este otro, donde explica que en el conuiuium (el banquete) no era aconsejable que hubiese
menos de tres ni más de nueve comensales, evitando así que la conversación
decayese (por falta de interlocutores) o se convirtiese en un alboroto (por
exceso de ellos), y que los temas a tratar fuesen de agradable conversación; ni
muy serios, propios de los oradores en el Foro, ni necios, propios de gente sin
cultura.
“¡Pues, vaya!” Dirá el improbable
lector, “¿A quién coños puede importarle eso?” Pues sí que importa. Gracias a
que don Aulo Gelio se pasaba sus noches atenienses escribiendo sus recuerdos y
conversaciones con amigos y maestros, conocemos actualmente autores cuyas obras
se han perdido con el transcurrir de los siglos. Digamos que esa especie de
diario o memorias personales nos han transmitido conocimientos que de otra
forma se habrían perdido y que enriquecen un poco más nuestro acervo cultural.
Imagínese el lector escéptico que
el ínclito don Aulio hubiese conocido Internet. Hubiese pasado sus noches
áticas no escribiendo con un cálamo sobre papiro, sino dándole a la tecla para
colgar las entradas en su blog, hablando de todo aquello que conformaba su
sociedad, su forma de entender el mundo, y dando opiniones de tanto o más valor
que lo hacemos actualmente los blogueros.
Y ya puestos a establecer concomitancias, un
jubilata – con tiempo y ganas – puede llegar a ser bloguero y latinista, sin
que exista contradicción entre ambos. Lo de darle a la bitácora semanal, en eso
estamos desde hace cuatro años; en cuanto a los latines, lleva más tiempo, pero
de eso andamos sobrados los jubilatas. Lo que importa es no quedarse sentado, viendo pasar el
tiempo hasta que la Parca nos llame a filas. Que ya se dijo en antiguos
latines: Quid iuuat deos inuocare dum hic
quietus sedes? Qui ipse se iuuare non uult auxilium deorum non meret. (¿De qué sirve invocar a los
dioses mientras estás ahí sentado? Quien no se ayuda a sí mismo no merece la
ayuda de los dioses).
Por lo demás, un servidor aspira
a una modesta latiniparla de forma que no se diga de él lo que – según cuenta
don Julio Caro Baroja – dijo el papa Pío VI de un teólogo aragonés tras leer su
tratado teológico deslavazado y farragoso: Quis
est iste qui tanta et tam barbare loquitur? (¿Quién es éste que dice tantas y tales barbaridades?).
Si la chusma leyera a don Aulo en vez de ver al robaperas de turno en el "Sálvame que te ahogo" de rigor, nadie soltaría expresiones tan criminales como "de motu propio", ¿no le parece, don Juan José?
ResponderEliminarNo digo yo que aquí se aprende siempre algo nuevo??
ResponderEliminarSaludos desde Argentina!!