Tras dos meses fuera de la
capital mesetaria y preolímpica, lo primero que se encuentra uno en la Prensa
es el alborozo del gobierno porque el paro ha bajado en 31 desempleados durante
el mes de agosto. ¡Albricias, Mariano! Ya solo nos quedan por colocar cuatro
millones seiscientos noventa y ocho mil setecientos ochenta y tres, según las
últimas estadísticas.
Sin ser economista ni nada, si
uno hace una sencilla división, le sale que, para dejar el contador de parados
a 0, y al ritmo de 31 por mes, necesitaríamos un millón quinientos sesenta y
seis mil doscientos sesenta y un meses; lo que equivale a decir que tardaríamos
ciento treinta mil quinientos veintiún años y nueve meses; un embarazo muy, muy
largo. Pero, como de aquí a cien años, todos calvos, el problema no deja de ser
una minucia.
Si llego a saber que la cosa del
empleo les iba tan bien a la señora Báñez y su
santa patrona, ni me molesto en volver de vacaciones. Porque este jubilata se
ha pasado un par de meses desconectado de toda noticia política por aquello de
recuperar un poco de optimismo para afrontar el nuevo curso. Quizás el
improbable lector piense que es una actitud egoísta eso de aparcar las
preocupaciones políticas durante tanto tiempo. Sin embargo, un servidor es de
la opinión que la política debería ser una ocupación, no una preocupación
constante. Pero hemos llegado a una situación en que aquélla – la política – es
como las muelas, que uno se acuerda de ellas cuando duelen, y nos están
doliendo todos los días. ¿Alguien aguantaría un dolor de muelas permanente sin
ponerle remedio?
Pues un servidor se ha olvidado
de las caries, el mal aliento político y las podredumbres durante un par de meses ¿Y qué? Regresa y se
encuentra las cosas de la vida pública donde las dejó, como fosilizadas. El
asunto Barcenario sigue donde estaba, aunque sin discos duros, el paro sigue a
lo suyo y sin remedio en los próximos ciento treinta mil años. Don Rajoy sigue,
inasequible al desaliento, la táctica que dicen seguía su paisano el Invicto,
quien tenía en su despacho una mesa con dos cajones. En uno estaban los
problemas que resolvería el tiempo; en el otro, los que el tiempo había
resuelto. Con una pequeña diferencia, que aquél confiaba en el brazo incorrupto
de Santa Teresa , y éste –por Báñez
interpuesta – en la Virgen del Rocío. Ambos yerran porque, si la vida política
es un dolor permanente de muelas, a quien deberían acudir es a Santa Apolonia, especialista
en esos asuntos, según el santoral católico.
De todas formas, no se vaya a
creer el improbable lector que he estado tan desconectado como presumo. Ya
sabía de la última genialidad de la patronal patria, proponiendo reducir los
sueldos a media jornada e incrementar las horas trabajadas sin contraprestación
económica. La jugada resulta de antología: pago menos sueldos, aumento la
producción a costa del trabajador, cotizo menos a la seguridad social, tengo más ganancias y, como resultado, evado más. Aparte lo de
considerar privilegiados a los trabajadores que tienen contrato indefinido, que
es para nota si consiguen convencer al
personal de que aquello a lo que aspiramos como derecho para todos sea un
privilegio insoportable de algunos.
Creía que solo aquí, en esta cosa
costrosa que deberíamos dejar de llamar España - siquiera por no deshonrarla -, la patronal era cavernaria y egoísta, pero hete
aquí que cuecen habas a calderadas en
otros países de la próspera Europa.
Como muestra, este botón, leído en Le Monde diplomatique de este mes. En 2005, el entonces presidente
de la Federación de la
Industria Alemana (BDI), Michael Rogowski, dijo (traducción
de mi cosecha): La mano de obra tiene un
coste, como la carne de cerdo. En el ciclo comercial los precios suben cuando
el cerdo escasea. Cuando hay mucho cerdo, los precios bajan.
No es extraño que la patronal
española diga lo que dice cuando sabe de buena tinta que en el mercado laboral hay
4.698.783 cerdos/trabajadores estabulados, esperando que algún patrono los compre aunque
sea a precio de saldo. Así nos tienen el país, convertido en fábrica de chorizos.
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