sábado, 5 de octubre de 2013

San Fermín Txikito.-.

Pues resulta que la santa y un servidor hemos ido unos días a Pamplona, a visitar a la familia y ver qué colores les sacaba el otoño a los parques iruñeses y a las arboledas que orillan el Arga. Pero no contábamos con que en estos pasados días, finales de septiembre, se celebraba el San Fermín Chiquito en la Navarrería.
Es poco probable – a menos que conozca bien la ciudad y sus costumbres – que el improbable lector haya oído hablar de unos sanfermines chiquitos a principios de otoño. Como se trata de una curiosidad que da para hablar de ella en esta bitácora, pondré en antecedentes al lector ocasional, casual o improbable, pero siempre paciente.

Sepa, pues, el lector que en el barrio pamplonés de la Navarrería existe una iglesia bajo la advocación de San Fermín de Aldapa. Dicen que el templo se levantó en la misma casa donde nació el santo, vaya usted a saber. Lo que sí dice la arqueología es que en este lugar han aparecido los más antiguos vestigios romanos; el descubrimiento de un mosaico y los restos de unas termas así lo acreditan. También hay restos medievales en el subsuelo, de finales del S. XII, correspondientes a un palacio real construido por Sancho VI el Sabio sobre terrenos que le cedieron los vecinos a cambio de privilegios para la repoblación del lugar. A principios del S. XVIII se construyó el actual templo en estilo barroco y la fachada, historicista, es del XIX.

A este jubilata estas fachadas medio neorrománicas, medio neogóticas, con su mezcolanza de elementos ornamentales que lucen algunas iglesias pamplonesas le desbaratan el gusto estético. Pero a ver quién se atreve a decir nada cuando llega ante la catedral y ve ese monumental escenario, sólidamente neoclásico, que Ventura Rodríguez le adosó a la vieja fachada románica. De repente, todo el viejo barrio de la Navarrería pasa del medioevo al Siglo de las Luces y el visitante queda anonadado al ver aquellas columnas colosales soportando un frontón neoclásico tan sólido, macizo y sin fisuras como pretende serlo el dogma trinitario.

Pues eso, que San Fermín Chiquito es ocasión para que la chavalería disfrute de unas fiestas hechas a su medida. Por las calles desfilan gigantes, acompañados de dulzaineros y chistularis, y cabezudos (Kilikis, los llaman) armados de vejigas atadas a un palo, con las que dan zurriagazos a los críos que corretean por allí. También se hacen encierros, solo que los toros son máscaras de cornúpetas, montadas sobre una rueda de bicicleta y un manillar. Lo que divierte a los mayores es que la chavalería corre delante del torico con el mismo afán y la misma cara de susto que si estuviera en un encierro de verdad.

Tiene la Navarrería no sólo su sanfermín txiqui y su célebre fuente desde la que se tiran los extranjeros cocidos en vino en los sanfermines grandes; tiene, sobre todo, la solera que le da el ser el barrio medieval más antiguo de Pamplona, nacido en  torno a la catedral, bajo la protección de Sancho III el Mayor. Cuando uno recorre el casco viejo, en realidad se está moviendo por tres antiguos poblamientos: Navarrería, burgo de San Cernin y población de San Nicolás. Desde el Privilegio de la Unión, dado por Carlos III el Noble en 1423, son un mismo municipio.

Lo que ocurre es que, actualmente, con el chiquiteo y los pinchos de diseño de los bares, resulta difícil distinguir dónde empieza un burgo y terminan los otros. Todo ello forma el Casco Viejo y lo mismo da tomarse un vino en La Mandarra de la Ramos que en el Txoco o en el bodegón Sarriá. En todos se rinde culto a Baco y se practica la alquimia culinaria. A la santa y a un servidor nos gustaba mucho, en tiempos, Casa el Marrano, en San Nicolás, donde ponían unas sardinas de San Sebastián que levantaban la boina. El plato – si había prisas – no lo lavaban de uno a otro comensal, pero las sardinas eran de pistón. Hace años, con esa manía de la higiene, despersonalizaron el lugar; ya no limpian el plato con un migote de pan, así que ahora preferimos el Gaucho, donde cada pincho es una gourmandise, y a ese precio lo cobran.

Un local curioso y no demasiado conocido es el Churrero de Lerín, al comienzo de la Estafeta. Es una churrería que solo abre los domingos por la mañana pero es lugar frecuentado por los peregrinos jacobípetas que se toman allí un chocolate con churros y dejan escritas sus impresiones en las paredes, a veces en un spainglish tipo alcaldesa Botella: Churros with chocolate is very very delicious. Allí te hacen los churros a la medida y, mientras esperas, puedes ojear el diario o echar un trago del porrón con vino dulce que tienen allí encima del
mostrador. Los pamploneses más tradicionales prefieren la churrería de la Mañueta, cerca de la catedral, que abre en sanfermines y otras fiestas de guardar.


Pero no crea el improbable lector que este jubilata va a aquellas tierras solo a tripear, que también ha visitado lugares tan llenos de historia y arte como el monasterio de Irantzu, en Tierra Estella, Olite, con su castillo y callejero medieval, y Ujué, con su impresionante iglesia fortaleza. Todo ello daría para más bitácora, pero uno teme cansar al lector, que ya hace bastante con perder su tiempo ojeando esto que queda escrito. 

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