Encontradas en el fondo de un cajón, al menos, que alguien se entere de que una vez se escribieron para que alguien las leyese.
"Siempre he
admirado a los grandes hombres que, conscientes del decisivo papel jugado por sus personas en el
fragmento de historia que les correspondió vivir, decidieron dejar constancia escrita de su
influencia en la sociedad que los hubo de soportar. Y aunque ningún plebiscito
refrendara la bondad de sus actos o la conveniencia de su mera existencia como
hombre públicos, tuvieron tan alta
estima de sí mismos que ésta era suficiente justificación.
"Hubo una
época de mi vida - los largos aunque efímeros años de la juventud - en la que
devoraba libros de memorias que, a modo de guías espirituales para un espíritu iluso y
crédulo como el mío, eran la fuente de
la que bebía con ansiosos tragos. Fuentes inagotables que manaban a grandes
borbotones, cual surgencias geométricas de papel impreso, de los anaqueles de
las expurgadas bibliotecas públicas del franquismo. Chorros incontenibles de
ideas, vivencias y actos transcendentales – a juicio de sus autores – que, ahora
ya lo sé, sólo enmascaraban esa enfermiza obsesión que los humanos tienen por
perdurar.
"Ese gusto
por sumergirme en las vidas ajenas nacía no del afán de emularlas, sino de la
insatisfacción de la mía propia, cuyos horizontes eran de una mediocre y
previsible linealidad existencial tal que el resto de mi vida, hasta el momento
presente, se ha encargado de confirmar.
Y no quisiera transmitir al improbable lector la falsa sensación de ser
un individuo amargado, resentido o depresivo obsesionado por la nimiedad de su
propia existencia, sino que la vulgar realidad me empuja a ser sincero, ya que no en las memorias, siquiera en esto.
"No. En
absoluto. No piense el feliz humano, que ojea estas desmemorias fraudulentas ,
encontrarse ante un individuo dispuesto a amargarle el escaso tiempo que puede
dedicar a la lectura; ni, mucho menos, desarraigarle con sus lamentos tan
encomiable hábito.
"Que, quien
esto escribe, también detesta tropezarse con un libro cuyo contenido enfada
porque su autor confundió la benevolencia de los lectores con las confidencias
en el diván del siquiatra, obligado – éste sí - a la paciente escucha a causa
de sus sustanciosos emolumentos.
"Hay gentes
que con menos motivos han abandonado la afición por la lectura, la cual, si
bien se mira, es un acto mecánico falto del más elemental incentivo, una vez
aprendido su manejo: repetición hasta la saciedad de las infinitas
combinaciones de los signos del alfabeto los cuales, agrupados de forma
aparentemente aleatoria, significan objetos materiales o conceptos
intelectuales de efímera existencia, en cuanto son pensados.
"Y no
tendría el acto de la lectura mayor interés si no fuera porque, al discurrir de
nuestra vista sobre los signos gráficos, éstos se encaraman en nuestro
intelecto donde un demiurgo diligente les da forma inteligible y los preña de
sentido. Y no otra es la coartada de que
se sirve la lectura para interesarnos, sino que nos hace sentir pequeños dioses
que ponen orden en un caos de trazos
esquemáticos.
"Y esa es
una de las razones ocultas de mi atrevimiento a poner en solfa alfabética el
cúmulo de mezquinas experiencias que conforman mi transcurrir vital: la
posibilidad, que generosamente ofrezco a la humanidad, de transformar los
signos alfabéticos en significados cuya percepción intelectiva llevará a los
improbables - aunque deseados - lectores míos al convencimiento de que este
fraudulento confidente no es más que un usurpador del idioma..."
Y así durante catorce páginas. Menos mal que se quedó en eso, en proyecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario