domingo, 13 de octubre de 2013

Confidencias sin fundamento (fragmento).-

Encontradas en el fondo de un cajón, al menos, que alguien se entere de que una vez se escribieron para que alguien las leyese.


"Siempre he admirado a los grandes hombres que, conscientes del  decisivo papel jugado por sus personas en el fragmento de historia que les correspondió vivir,  decidieron dejar constancia escrita de su influencia en la sociedad que los hubo de soportar. Y aunque ningún plebiscito refrendara la bondad de sus actos o la conveniencia de su mera existencia como hombre públicos,  tuvieron tan alta estima de sí mismos que ésta era suficiente justificación.

"Hubo una época de mi vida - los largos aunque efímeros años de la juventud - en la que devoraba libros de memorias que, a modo de guías espirituales para un espíritu iluso y crédulo como el mío,  eran la fuente de la que bebía con ansiosos tragos. Fuentes inagotables que manaban a grandes borbotones, cual surgencias geométricas de papel impreso, de los anaqueles de las expurgadas bibliotecas públicas del franquismo. Chorros incontenibles de ideas, vivencias y actos transcendentales – a juicio de sus autores – que, ahora ya lo sé, sólo enmascaraban esa enfermiza obsesión que los humanos tienen por perdurar.

"Ese gusto por sumergirme en las vidas ajenas nacía no del afán de emularlas, sino de la insatisfacción de la mía propia, cuyos horizontes eran de una mediocre y previsible linealidad existencial tal que el resto de mi vida, hasta el momento presente, se ha encargado de confirmar.  Y no quisiera transmitir al improbable lector la falsa sensación de ser un individuo amargado, resentido o depresivo obsesionado por la nimiedad de su propia existencia, sino que la vulgar realidad me empuja a ser sincero, ya que no en las memorias, siquiera en esto.

"No. En absoluto. No piense el feliz humano, que ojea estas desmemorias fraudulentas , encontrarse ante un individuo dispuesto a amargarle el escaso tiempo que puede dedicar a la lectura; ni, mucho menos, desarraigarle con sus lamentos tan encomiable  hábito.

"Que, quien esto escribe, también detesta tropezarse con un libro cuyo contenido enfada porque su autor confundió la benevolencia de los lectores con las confidencias en el diván del siquiatra, obligado – éste sí - a la paciente escucha a causa de sus sustanciosos emolumentos.

"Hay gentes que con menos motivos han abandonado la afición por la lectura, la cual, si bien se mira, es un acto mecánico falto del más elemental incentivo, una vez aprendido su manejo: repetición hasta la saciedad de las infinitas combinaciones de los signos del alfabeto los cuales, agrupados de forma aparentemente aleatoria, significan objetos materiales o conceptos intelectuales de efímera existencia, en cuanto son pensados.

"Y no tendría el acto de la lectura mayor interés si no fuera porque, al discurrir de nuestra vista sobre los signos gráficos, éstos se encaraman en nuestro intelecto donde un demiurgo diligente les da forma inteligible y los preña de sentido. Y no otra es la coartada de  que se sirve la lectura para interesarnos, sino que nos hace sentir pequeños dioses que ponen orden  en un caos de trazos esquemáticos.

"Y esa es una de las razones ocultas de mi atrevimiento a poner en solfa alfabética el cúmulo de mezquinas experiencias que conforman mi transcurrir vital: la posibilidad, que generosamente ofrezco a la humanidad, de transformar los signos alfabéticos en significados cuya percepción intelectiva llevará a los improbables - aunque deseados - lectores míos al convencimiento de que este fraudulento confidente no es más que un usurpador del idioma..."

Y así durante catorce páginas. Menos mal que se quedó en eso, en proyecto. 


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